Dom 18.08.2013

EL PAíS  › OPINION

El kirchnerismo en la nueva etapa

› Por Eduardo Jozami

No es bueno vender la piel del oso antes de cazarlo. La remanida sentencia vale para quienes, partiendo del resultado electoral desfavorable para el kirchnerismo, anuncian ya el advenimiento de un nuevo ciclo político. El surgimiento de una figura en ascenso con una propuesta engañosa destinada a ganar adeptos dentro y fuera del peronismo no basta para construir una nueva mayoría de gobierno, a pesar del notable apoyo mediático con que cuenta el candidato que obtuvo el mejor resultado en la provincia de Buenos Aires. Aunque ya algún dirigente de la CGT que llaman oficialista se apresuró a declarar que, si en el 2015 gana otro sector político, estaría dispuesto a acompañarlo –expresando una novedosa concepción de la democracia, que consistiría en apoyar siempre al vencedor– no parece que el anunciado éxodo hacia el massismo vaya a producir los efectos en cascada que algunos anuncian. El Gobierno retiene los bloques legislativos mayoritarios y gobernadores e intendentes kirchneristas priorizan, todavía, por sobre todas las cosas, su relación con el gobierno nacional.

Cuestionamientos a la gestión de la Presidenta y señalamientos de asignaturas pendientes pueden haber tenido incidencia en el resultado electoral, pero ninguno de ellos hubiera sido decisivo si la oposición no hubiera instalado con éxito en el imaginario colectivo esa idea de fin de ciclo. Las nuevas cifras que indican un mayor crecimiento de la economía permiten rechazar los augurios de quienes señalaban el agotamiento de las capacidades distributivas del modelo kirchnerista y, por otro lado, las políticas de expansión de derechos parecen haber ganado fuerte consenso en la sociedad. Sin embargo, la dificultad para analizar y proponer alternativas para la renovación presidencial impidió imaginar claramente un horizonte de futuro. Demonizando una reelección que nunca llegó a proponerse formalmente, la oposición encontró una consigna unificadora, mientras el kirchnerismo dejaba de hablar del tema pero no encontraba el modo de proyectarse hacia una nueva etapa.

Quizás algo puede hacerse en este sentido antes del 27 de octubre, porque frente a la ofensiva opositora no basta con abroquelarse en la defensa, es necesario alumbrar la perspectiva de la continuidad. La idea de que el gobernador de Buenos Aires se consolidaba como candidato excluyente con su presencia en la campaña de Insaurralde no puede considerarse seriamente. En el kirchnerismo existen otros precandidatos a la presidencia, como el gobernador de Entre Ríos que hizo una excelente elección, y no tardará en plantearse la pregunta acerca de cómo habrá de definirse esta candidatura del partido de gobierno.

En la ciudad de Buenos Aires, donde el pálido desempeño en la elección contribuye a dificultar aún más la proyección presidencial de Mauricio Macri, la novedad fue la acumulación de votos de Unen, que reunió al importante electorado de origen radical que en los años recientes no encontraba una definitiva ubicación. Es evidente que no existe en esa alianza un proyecto común que vaya más allá del ánimo oposicionista. La rehabilitación de Carrió se explica porque expresa mejor que ninguna ese discurso cacerolero cercano al cualunquismo político que revive el más rancio antiperonismo. Los esfuerzos de Solanas por acompañarla no dieron resultado porque los antecedentes del cineasta le impiden desempeñar con coherencia ese papel y ello explica una merma de votos que hubiera dificultado su consagración como senador si no hubiera sido arrastrado por el crecimiento de los sufragios logrados por la eterna profetisa del apocalipsis.

Pero el crecimiento del agrupamiento que, contra toda evidencia, La Nación y Clarín insisten en ubicarlo en el centroizquierda, no puede explicarse sin considerar la metodología elegida para designar a los candidatos. La interna abierta permitió a Unen ocupar el centro de la escena con la confrontación entre sus precandidatos y reunir un conjunto de figuras con cierta convocatoria que ninguna lista por separado hubiera logrado nuclear. Ocultó también, en buena medida, el carácter de rejunte de un conglomerado sin acuerdos claros que se benefició ante el juicio de los electores con la adopción de un método participativo para la selección de candidatos. Como las PASO representaron un significativo avance en la democratización de la vida política y el mérito de la sanción de la ley corresponde enteramente al oficialismo, es difícil explicar que éste haya renunciado hasta hoy a una forma de integración de las listas que no sólo lograría un mayor consenso interno, sino que facilitaría la convocatoria a cierta periferia que oscila entre el apoyo al Gobierno y la crítica puntual a varias de sus políticas.

El debate con esos sectores que critican al Gobierno desde la izquierda es crucial para obtener en la ciudad de Buenos Aires los votos que permitirían asegurar el ingreso del primer candidato a senador. Pero, además de esta búsqueda de votantes –tarea prioritaria hasta el 27 de octubre–, cabe señalar que la discusión con todos los que acompañaron en otro momento al kirchnerismo y esta vez no lo hicieron es de una importancia crucial para la nueva etapa, como se ha señalado desde Carta Abierta en estos días. Hay que recomponer una mayoría que apoye la profundización del proceso y eso requiere, sin duda, fortalecer el núcleo duro militante, pero también dialogar con todos los que no tienen razones para oponerse a este proyecto de transformación.

La provincia de Buenos Aires sigue siendo el ámbito principal de la contienda, no sólo por su incidencia en el total nacional, sino porque allí puede fortalecerse o debilitarse quien se ha convertido en principal figura de la oposición. Las propuestas dadas a conocer por Massa en los últimos días alejan ya cualquier duda sobre su condición de opositor y, además, tienen un sabor noventista que excluye cualquier posible afinidad con el kirchnerismo. El discurso ante los empresarios ofreciendo la posibilidad de que los bancos vuelvan a tener acceso al sector de las jubilaciones y las propuestas sobre seguridad, que recuerdan las de Blumberg, muestran cuán poco hay de nuevo en quien se ofrece como candidato de una renovación.

Por eso, es necesario preguntarse si la campaña en la provincia reflejó esta profunda contradicción entre los dos proyectos. En lo que viene, a mi juicio, se trata menos de seguir con una campaña de tono amable que muestre las virtudes de nuestro candidato que de enfatizar, sin ahorrar la dramaticidad del momento que se vive, el profundo riesgo que implica toda victoria electoral de quienes añoran los tiempos del neoliberalismo.

Los guarismos que en la mayoría de los distritos nos fueron desfavorables no alteran la condición de única fuerza política nacional del Frente para la Victoria. Tampoco es hoy menos nítido el contraste entre la incoherencia de los alineamientos partidarios unidos por la corporación mediática y el impresionante saldo de transformaciones que han producido en diez años los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner. La fuerza política que devolvió la condición ciudadana a millones de argentinos hambreados y humillados a comienzos de siglo, que recuperó la dimensión del valor Justicia terminando con la impunidad de los genocidas, que restableció nuestra dignidad de latinoamericanos dejando atrás las relaciones carnales, tiene aún mucho resto para seguir transformando este país y Cristina sigue siendo la líder natural de este proceso. No hay razón entonces para mensajes derrotistas, pero hace falta, para asegurar esa continuidad posible y necesaria, comprender que es necesario rectificar errores y enfrentar los temas pendientes con mayor incidencia social. Además, será poco todo lo que se haga por avanzar en la construcción política, con disposición al debate y criterio abierto y convocante, no sólo para mejorar los guarismos el 27 de octubre sino para afirmar la proyección futura del movimiento que construyó una nueva época en la política argentina.

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