EL PAíS › OPINIóN
› Por Vicente Battista *
Nacemos ingenuos y hasta los cinco años, poco más poco menos, persistimos en esa inocencia. Basta con recordar con qué naturalidad aceptábamos que a Pinocho le creciera la nariz cada vez que mentía, o recordar de qué modo nos comportábamos en una función de títeres. No había duda de que el rey, el príncipe, la princesa, el ogro y la bruja eran muñecos de madera manejados por hombres y mujeres de verdad que nada hacían por disimular su condición de ejecutantes. Aunque mentira, necesitábamos verlo y sentirlo como verdadero: no bien la bruja o el ogro se disponían a secuestrar a la princesa, a grito pelado intentábamos despertar al rey dormido mientras pedíamos la presencia del príncipe. El rey no siempre se despertaba, pero el príncipe afortunadamente llegaba a tiempo y todo volvía a la normalidad: risas y aplausos. La tarde en que nos enteramos que los Reyes Magos son los padres dejamos de ser crédulos y decretamos el fin de la ingenuidad. Hay ciertos programas de TV que recurren a esa ingenuidad infantil, aunque se emitan fuera del horario de protección al menor. El conductor de uno de ellos se empeña en inventarles viajes a las primeras autoridades del país. Hace unos meses reveló, astuto, que el vicepresidente de la Nación había viajado por unas horas a Colonia, cargando dos abultados bolsos. El pasado domingo mostró otro viaje misterioso, la viajera en este caso era la Presidenta de la Nación y el destino no fue la vecina costa uruguaya sino la República de Seychelles, un centenar de islas en el océano Indico. El público que asistió al programa aplaudía con el mismo deleite y la misma ingenuidad con que, cuando pequeños, habían aplaudido la aparición del príncipe justiciero.
El viaje del vicepresidente, se supo, jamás existió: ese día y a esa hora estaba en el Congreso de la Nación homenajeando a un político extranjero de visita oficial al país. La Presidenta sí estuvo en Seychelles. El martes 22 de enero a las tres de la madrugada, el avión que la traía desde Vietnam hizo una escala técnica en el aeropuerto de Mahe y ese mismo martes a las seis de la tarde partió rumbo a Buenos Aires. Unas pocas horas fueron suficientes para que el incisivo periodista montara su sarcástico show, tal vez financiado por alguna empresa de turismo de Seychelles: hay que destacar la calidad con que el hombre mostró a sus televidentes la belleza de esas islas, realmente paradisíacas. Es cierto que además desplegó una serie de interrogantes acerca de la compleja trama del lavado de dinero, ilustrados con viajes a otros sitios del mundo, ¿también financiados por empresas de turismo? Para interiorizarse acerca del lavado de dinero, le hubiera sido más efectivo y más económico consultar al argentino ex vicepresidente de JP-Morgan Chase de Nueva York, quien desde hace años viene denunciado oscuras operaciones de lavado, de las que él ha sido testigo directo. Un grupo hegemónico vinculado a los medios gráficos y audiovisuales de nuestro país integra la lista de las empresas denunciadas y, curiosamente, ningún juez quiere hacerse cargo de esa denuncia.
El día en que dejamos atrás nuestra ingenuidad infantil, las marionetas se convierten simplemente en graciosas figuras de madera; sin embargo, no nos sorprende que Gregorio Samsa despierte transformado en un enorme insecto. Hay una abismal diferencia entre un lector de Kafka y un pequeño espectador de una función de títeres. El adulto acepta la ficción como tal y, por consiguiente, le parece lógico el destino del infortunado Samsa; el pequeño, en cambio, vive la ficción como real y, por consiguiente, grita de alegría cuando aparece el príncipe justiciero. Este periodista animador de TV, mediante una mezcla de política y circo, trata a su público adulto como si fueran pequeños e ingenuos espectadores de una función de títeres. Lo verdaderamente inquietante es que ese público acepta el trato mientras pega entusiastas saltitos de alegría.
* Escritor.
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