Lun 02.09.2013

EL PAíS  › OPINION

El ataque y la defensa

› Por Eduardo Aliverti

Imagen: Télam.

Suele decirse que el escenario político argentino da para todo, salvo aburrirse. La frase es facilonga y admitiría más de un matiz, pero no neguemos que tiene entre algo y mucho de cierto. Más aún desde que la comandancia del arco opositor –y de su agenda, en consecuencia– está en manos de unos medios de comunicación. Eso da lugar a situaciones propias de una comedia o, directamente, del género grotesco, porque ciertas cosas que se ven y escuchan son atravesadas por la necesidad de presentar como información aséptica unas grandilocuentes maniobras de prensa y propaganda.

Uno no imaginaba, por ejemplo, que llegaría a ver, en los diarios de derechas, amplios títulos y fotografías de portada, junto con enormes coberturas de radio, televisión y web, dedicados a la vergonzosa represión ejercida sobre manifestantes que protestaban por el acuerdo con una compañía petrolera estadounidense. Hoy resulta que el Sindicato de Ceramistas neuquino, el Centro de Estudiantes de Humanidades de la Universidad Nacional del Comahue, la Confederación Mapuche y las comunidades Maripe, Guircaleo, Newen Mapu y Ragiñ Ko, entre otros gremios y organizaciones sociales que marcharon contra Chevron y el fracking, motivan los desvelos del periodismo opositor. Hoy puede leerse en sus páginas que debe alarmar la pérdida de soberanía energética. Hoy puede comprobarse que quienes acusan al Gobierno, con una firmeza incansable, cotidiana, por aislarse del mundo y del financiamiento internacional, están indignados debido a la aceptación de tribunales de los Estados Unidos para resolver eventuales controversias. La prensa local y mundial viene prendiendo luces anaranjadas por el modo en que los “países emergentes” deben luchar por defender a sus monedas contra la timba de los capitales especulativos. La corriente cambió de dirección, tras de que la Reserva Federal estadounidense emitió papelitos por valor de 85 mil millones de dólares por mes para reactivar su economía. Wa-shington anuncia que subirá sus tasas de interés, los capitales vuelven ahí y los bancos centrales del mundo en desarrollo pierden reservas a lo pavote. Brasil, Turquía, Indonesia, Ucrania, Sudáfrica, India no logran frenar una sangría de divisas; sus monedas se devalúan frente al dólar; adoptan medidas para protegerse. A eso mismo, cuando lo hace Argentina, lo llaman cepo cambiario, afectación de los derechos individuales y todo insulto que –de paso– pueda caberle al sobreactuado e ineficaz de Guillermo Moreno. Si Dilma Rousseff sale al cruce del deterioro del real, anunciando que dispone de 60 mil millones de dólares para intervenir en el mercado y evitar una depreciación de la moneda aún más pronunciada, hablan poco menos que de la inteligencia y el valor de una estadista. Pero si Cristina Fernández dice conceptualmente lo mismo, si advierte o trata de explicar que las reservas acumuladas por los argentinos son, en primer término, para usarlas como motor activador y como recurso ante crisis cíclicas, hacia izquierda es una vendepatria y hacia derecha es una administradora inútil de los errores groseros de su modelo.

Uno sí imaginaba, por ejemplo, que la decisión de subir el mínimo no imponible de Ganancias sería acusada de electoralista. Y la imputación es atendible, aunque no por eso deje de merecer apoyo. ¿Costaba tanto hacerlo antes? ¿Qué otro argumento puede regir que no sea haberse encaprichado con no darle el brazo a torcer a Moyano & Cía., como si, además, el camionero recolectara gran cantidad de votos en lugar de piantarlos desde todos los sectores sociales, por fuera de su sindicato? También era imaginable que, satisfecho en buena medida el reclamo de los trabajadores en relación de dependencia, apareciese la exigencia de responder qué harán con monotributistas y autónomos. Como siempre, la vieja y nunca bien ponderada Gata Flora. En cambio, valga una cínica ingenuidad, no era tan previsible que Sergio Massa, Elisa Carrió y algunos otros miembros del estrellato que produjeron las primarias tuviesen la cara dura de salir a vanagloriarse porque, por fin, el Gobierno tomó una de sus banderas, como si alguna vez –una sola– hubiesen propuesto desde qué lugar financiarían lo que se le sacaba al otro. ¿Alguien escuchó que lo harían gravando a las transferencias a las “operaciones de compraventa, cambio, permuta o disposición de acciones, títulos, bonos y demás títulos-valores (...)”? ¿O lo que se les escuchó es un dale que va, a igual compás que cuando prometen el 82 por ciento móvil a los jubilados sin relatar de cuál agua han de beber para pagarlo?

Uno podía imaginarse, por ejemplo, que la decisión de reabrir el canje de deuda externa, a través de un proyecto de ley que se adelantara a las pretensiones de los fondos buitre justificadas por un tribunal neoyorquino, contaría con el apoyo de la mayoría de la oposición. ¿Quién habría de animarse a respaldar un fallo que no es contra el Gobierno sino contra el país? Sin embargo, cuando la Presidenta anunció la medida, los títulos de la prensa militante opositora fueron que “el grueso de la oposición rechaza reabrir el canje”. Simultáneamente a que titulaban de esa forma, los radicales y el PRO prestaban su acuerdo a lo resuelto por el Gobierno. Y Massa, el massismo o como quiera llamársele, leales a su costumbre, no dijeron ni mu y persistieron en hablar de la semillita. ¿Cuál era, entonces, el “grueso de la oposición” que se oponía a la disposición gubernamental? Ninguno, como no fuese una breve oración de la diputada chaqueña que, por toda opinión, dijo que la idea “llega tarde”. ¿Tarde respecto de qué cosa que debió producirse antes de lo que nunca dijo que debía hacerse? No importa. Elisa Carrió, según los medios que la propagandizan, es “el grueso de la oposición”. ¿Era eso imaginable? Es decir, ¿hay que admitir así como así que metan absolutamente todos los goles con la mano? ¿Cuál es el mundo que se les habría venido abajo si, objetiva y simplemente, hubieran titulado que “el grueso de la oposición respalda al Gobierno contra los fondos buitre”? Incluso, ¿no les hubiese servido mejor a los efectos de mostrar una oposición civilizada, en lugar de profundizar la idea de “grieta”? No. No pueden. No sienten que deban. Y si lo sienten, si acaso tuvieran la sospecha de que debe respetarse cierto rigor profesional, es más fuerte la pulsión de odiar a como sea.

En orden más o menos cronológico, las frutillas del postre vinieron con los alegatos de la Corporación en esa convocatoria que hizo la Corte Suprema para (hacer que tiene que) terminar de decidirse sobre la constitucionalidad de la ley de medios. Cuatro años lleva la ley de sancionada, para que los supremos digan que continúan necesitando recabar opiniones cuando uno de sus propios dictámenes estableció un “ya basta” con seguir dilatando. Da la dimensión de cómo el poder y los intereses de un grupo comunicacional son capaces de marcar el paso o de atemorizar. Más allá de la intervención de Graciana Peñafort, abogada de la Afsca cuya solvencia impresionó a quienes no la conocían, hubo dos registros notables. Damián Cassino, letrado de Clarín, dijo que, en los últimos cinco años, el Grupo invirtió 1400 millones de dólares en su expansión tecnológica para que, de buenas a primeras, una ley lo obligue a desinvertir en función de todo lo que le sobra (el hombre ignoró, claro, toda la jurisprudencia acerca de que no hay derechos adquiridos cuando se trata de evitar o corregir posiciones dominantes de mercado, en favor de los derechos de las mayorías; para el caso, derecho a la información pluralista o ecuánime. También fue la Corte la que ya sentenció que la ley no afecta lo que se llama libertad de expresión). Volvamos: si Clarín invirtió esa carrada de plata en casi lo que lleva la ley de sancionada, significa, de modo irrebatible, que desde un comienzo se propuso ignorarla. Confió plenamente en que su influencia revertiría una sanción democrática, según confesión de parte. Un segundo episodio improbable de digerir fue el alegato del semiólogo Eliseo Verón, que testificó a favor de Clarín. Verón es un académico que el pensamiento de izquierda supo consumir con respeto y hasta admiración, cuando escribía y conferenciaba en torno de las construcciones simbólicas de la derecha, de sus producciones de sentido, de sus manejos de las conciencias populares. ¿Qué ocurrió para que ahora testifique a favor de Clarín? Dijo que la ley de medios ya estaba antigua cuando fue aprobada, porque no regula Internet. Si eso es así y, por tanto, no tiene lógica discutir sobre un instrumento legal démodé, ¿qué hace Verón argumentando en favor de un emporio que apunta todos sus cañones a defender lo que ya no tiene sentido? ¿Era posible imaginar que esto sucediera? Es como suponer que, dentro de unos años, Horacio González o Ricardo Forster firmarán una solicitada a favor de Macri. Y la verdad es que no la firmarán. ¿Por qué había que imaginarse a Verón mutando a este papel de protector de un oligopolio?

Quede claro que, de todo lo antedicho, lo único que aparenta mover el amperímetro masivo, en tanto involucra al salario, es la suba del mínimo no imponible. El resto es más de los núcleos supuestamente ilustrados que otra cosa. Pero igual, frente a todo eso que uno no pensaba ver, siempre es bueno tener presente aquel apotegma del dirigente radical César Jaroslavsky. En los ’80 del siglo pasado, cuando los mismos medios de comunicación que hoy taladran al Gobierno empezaban a cargarse a Alfonsín, les advirtió a los desprevenidos y les ratificó a los lúcidos: “Te atacan como partido político y se defienden con la libertad de prensa”.

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