Mié 04.09.2013

EL PAíS  › OPINIóN

Impotencia e impaciencia

› Por Oscar González *

La pretensión de cierta oposición de recrear el fracasado Grupo A, esta vez para intentar arrebatarle la presidencia de la Cámara de Diputados a la primera minoría, el Frente para la Victoria, admite varias lecturas: muestra el mínimo o ningún aprecio por las rutinas democráticas que alientan esas fuerzas políticas, supuestamente republicanas; revela la incapacidad de las derechas, sus mandantes y voceros, para generar una alternativa política nacional, lo que les impide obtener legítimamente lo que quieren arrancar contradiciendo el voto popular y, en tercer lugar, y como corolario de lo anterior, la bravata forma parte de una violenta operación, que los grandes medios ya sostienen a diario desde sus portadas, cuyo objetivo es instalar la creencia de que del resultado de las recientes elecciones de candidatos para las legislativas de octubre ha surgido un “mandato de las urnas” para que el Gobierno cambie de proyecto. Como tal metamorfosis es impensable con Cristina Fernández de Kirchner, se esperanzan en trabar desde el Congreso, como lo vienen haciendo desde la corporación judicial, la ejecución de las políticas públicas transformadoras que irritan a las corporaciones.

Impotencia e impaciencia se dan la mano para coartar de cualquier modo y con cualquier método el itinerario político, económico, social y cultural que a pulso y disputando metro a metro se desarrolla desde hace una década. Su vigencia los saca de quicio, desenmascara sus intenciones y los lleva al grotesco, como sucedió con el “síndrome de Hubris”, esa perversa ficción del operador político Nelson Castro.

Les duele que haya prominentes empresarios, jueces y ex funcionarios procesados por complicidad con los crímenes de la dictadura; los enfurece tener 40.000 millones de dólares escabullidos sin poder ingresarlos al circuito especulativo; no soportan que no haya endeudamiento externo con supervisión del FMI, con bancos y financieras participando como gestores que cobran comisiones leoninas; les resulta intolerable no poder apropiarse de los aportes de la seguridad social de trabajadores y empleadores; no pueden admitir que los salarios se discutan todos los años en paritarias donde la asimetría de poder entre obreros y patrones es acotada por un Estado presente. Odian pagar impuestos, consideran a la AFIP un enemigo irreconciliable y hasta marginan a las empleadas de casas de familia ensoberbecidas porque tienen los derechos de cualquier trabajador: salario regulado, obra social y aportes jubilatorios.

Los grandes grupos de poder se sienten en retroceso, no sólo han perdido importantes ventajas logradas en la etapa neoliberal de los ’90, a las que consideraron irreversibles, sino que la década ganada ha desbaratado verdades supuestamente irrefutables, como la idea de que el Estado no debe intervenir en la economía, que el mercado es virtuoso, que los jueces –así como los medios de prensa– son independientes, y que la mejor legislación sobre el derecho a la comunicación es que no haya ninguna norma que regule la propiedad de los medios.

Pero sucede que así es la democracia a la que tienen que aprender a respetar, por más privilegios que les quite. Si quieren que las cosas sean de otro modo, si quieren retrotraerse al pasado, un objetivo difícil de alcanzar, tendrán que pelearla en el 2015, y para entonces, ya se verá.

* Socialismo para la Victoria. Secretario de Relaciones Parlamentarias del gobierno nacional.

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