Dom 29.09.2013

EL PAíS  › OPINION

La apuesta argentina con Irán

› Por Martín Granovsky

La reunión de ayer entre Héctor Timerman y su colega iraní Javad Zarif se produjo sólo un día después de un hecho histórico: por primera vez desde 1979 un presidente norteamericano habló con un presidente iraní. En 1979 la revolución islámica liderada por Ruholá Khomeini derrocó al sha Mohamed Reza Pahlevi, un aliado clave de los Estados Unidos en Asia. Al año siguiente, en un hecho con escasos precedentes, guardianes de la revolución afines al régimen de los ayatolás tomaron la embajada norteamericana alentados o tolerados por Khomeini, que llamaba a los Estados Unidos “El Gran Satán”. James Carter envió una expedición para rescatar a sus diplomáticos, pero los helicópteros capotaron con tanto estrépito como lo haría poco después su reelección. En enero de 1981 llegó Ronald Reagan para completar desde la presidencia el giro mundial hacia el ultraconservadurismo iniciado en la década de 1970 por Richard Nixon.

El viernes último Barack Obama le transmitió a Hassan Rohani su “respeto por el pueblo iraní”. Rohani le habló de “la gran nación” norteamericana. En el comunicado posterior la Casa Blanca insistió en medidas “significativas, verificables y transparentes”. La medida de la preparación de Obama para el diálogo estuvo dada por el adiós. Cuando Rohani le deseó que tuviera un buen día Obama le respondió en farsí. “Khodahafez”, le dijo en el idioma de los persas. “Que Dios sea contigo.”

El diálogo por teléfono entre Obama y Rohani puede servirle al gobierno argentino para demoler el argumento más endeble de los escuchados el último año contra un pacto entre la Argentina e Irán: que con Irán no hay que negociar. Es una crítica liviana porque en política internacional un Estado no suele discutir con los amigos sino con adversarios e incluso con enemigos mortales. De otro modo jamás se llegaría a un tratado de paz luego de una guerra cruenta. El problema no está compuesto por la negociación o el arreglo sino los costos y beneficios de ambos.

La nueva postura de Rohani, que pasó de la intransigencia al diálogo y del negacionismo esencial del Holocausto a un negacionismo soft (el presidente iraní no discute la existencia de crímenes masivos sino su escala), hasta logró dividir el frente interno israelí. El primer ministro Benjamin Netanyahu ordenó a su delegación levantarse durante el discurso del presidente de Irán. Pero uno de sus aliados, el centrista ministro de Finanzas Yair Lapid, dijo que es un error que Israel “se oponga serialmente a negociaciones y se desinterese de las soluciones pacíficas”.

La alusión de Lapid se debe a que, en su discurso ante la Asamblea General, Rohani se mostró dispuesto a discutir sobre el programa nuclear cuestionado por los Estados Unidos e Israel.

En ese cuadro, la propuesta argentina de que los Estados Unidos incluyan en sus negociaciones con Irán el reclamo de que el gobierno de Rohani colabore en el esclarecimiento del atentado a la AMIA parece apuntar a dos direcciones:

- Una, mantener la cuestión con un alto perfil internacional.

- Otra, intentar un compromiso norteamericano que quite eventualmente a la Casa Blanca la posibilidad retórica de criticar un pacto Teherán-Buenos Aires tal como el que acordaron en 2012 los dos gobiernos.

Nadie está capacitado para saber hoy qué consecuencias prácticas puede tener la reunión de ayer entre Timerman y Zarif en la que el ministro iraní dijo que el acuerdo había sido aprobado “por las autoridades competentes”, lo cual debe entenderse como una exclusión del Parlamento. Pero sean cuales fueren los efectos –creación o no de una comisión de expertos, permiso o no a magistrados argentinos para que viajen a Irán e indaguen a los sospechosos por el atentado a la AMIA– algo es seguro: desde que la Presidenta resolvió impulsar el tratado con Irán, la Argentina quedó ligada a los vaivenes de la relación entre el Estado iraní y el resto del mundo.

El debate es interesante. Un plano de análisis es el procesal. Si funciona el acuerdo, ¿la Justicia podría llegar a algún resultado sensato cuando ya se cumplieron 19 años de la bomba? En un reportaje concedido ayer a La Nación incluso terció un ex canciller de Néstor y Cristina Kirchner, el candidato a legislador porteño del Frente para la Victoria Jorge Taiana. “Siempre he sido escéptico sobre la voluntad iraní”, dijo. “Ojalá me equivoque.” Otro plano de análisis es diplomático. Funcione o no funcione el arreglo, ¿le conviene a la Argentina quedar en un primer nivel de protagonismo dentro de un marco tan complejo?

El Gobierno apostó a que se concreten los mecanismos judiciales del pacto y, quizás, a que si no funcionan la administración de Cristina Fernández de Kirchner quede registrada como la que agotó enteramente los pasos posibles. En cuanto a la conveniencia argentina de quedar envuelta en la cuestión de Irán, la respuesta implícita es obvia: sí. No hay manera a la vista de que, más allá de las responsabilidades del atentado, el país quede en modo de desconexión respecto de Irán y por añadidura del Medio Oriente. El año pasado, al comienzo del debate sobre el tema, el Gobierno exhibía un argumento que presentaba como práctico. La propia Cristina dijo que había tomado la decisión para que la Argentina no quedase como “rehén de situaciones geopolíticas”. Nunca se explayó. ¿Quiso decir, tal vez, que como el atentado del ’94 era exhibido por los críticos poderosos de Irán como uno de sus grandes hechos de terror, una escalada mundial convertiría a la Argentina en blanco de una vendetta iraní? Tal vez, pero es simple conjetura. La Presidenta no detalló su razonamiento y su equipo de gobierno tampoco.

Antes del acuerdo de 2012, Kirchner Néstor primero y Kirchner Cristina después avanzaron contra el armado local del encubrimiento que impidió investigar el atentado. Por impulso político del Ejecutivo la Justicia aceleró la pesquisa en la causa iniciada en el 2000 contra el ex presidente Carlos Menem, su secretario de Inteligencia Hugo Anzorreguy, el comisario Jorge “Fino” Palacios y el entonces juez federal Juan José Galeano, destituido por un juicio político en el 2005. El juez Ariel Lijo pidió el año pasado la elevación de la causa a juicio oral. Mientras avanzaba el trámite para penalizar el encubrimiento, Néstor y Cristina Kirchner llevaron a la Asamblea General de la ONU el reclamo de que Irán accediera a la indagatoria de los sospechosos. Lo siguió haciendo Cristina luego del triunfo argentino cuando Interpol accedió a pedir la captura internacional.

El giro impulsado en 2012 por la Presidenta puso las cosas en un terreno global. Ese terreno enmarca la entrevista de ayer entre Timerman y Zarif. Si fue audaz el giro, también es audaz la decisión de continuarlo, aun con los matices que Cristina introdujo en su último discurso en la ONU, cuando en la práctica emplazó a Irán a cumplir el acuerdo. La apuesta fuerte revela un hecho: el Gobierno se siente con la energía suficiente como para participar activamente del juego global mientras la Argentina se ve desafiada por la agenda cotidiana, desde los fondos buitre a la relación no reparada con Uruguay, pasando por el nivel de dedicación al vínculo con Brasil, la necesidad de revitalizar el Mercosur y Unasur, la preservación económica frente al cataclismo europeo, la construcción de las relaciones a la vez contradictorias y complementarias con China y las inquietudes que siempre genera habitar el mismo continente que el Gran Hermano.

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