EL PAíS › OPINION
› Por Horacio Verbitsky
Según el diario de la Conferencia Episcopal Italiana, Avvenire, el papa Francisco se abrazó con el sacerdote jesuita Francisco Jalics, hoy de 86 años, “que en 1976 fue secuestrado por el régimen militar junto con su hermano Orlando Yorio. Los dos fueron torturados y mantenidos prisioneros durante cinco meses. Jorge Mario Bergoglio era el provincial de los jesuitas y actuó en forma reservada para salvarlos, pero los militares torturadores del dictador Videla hicieron creer a los dos religiosos que el actual pontífice primero los denunció y luego los abandonó a su destino. E hizo falta tiempo para que Jalics reconociese públicamente la buena fe del superior en aquella época”, dice la escueta crónica del diario episcopal que llamativamente omite la fecha y circunstancia del encuentro. En cambio, el diario de los obispos italianos agrega que la verdadera historia del actual Papa está narrada en el libro del periodista del mismo diario Nello Scavo, La lista de Bergoglio, que fue editado por la editorial Missionaria Italiana, que también pertenece a aquella Conferencia Episcopal. El libro sostiene que Bergoglio construyó durante aquellos años una red clandestina para proteger a los perseguidos por la dictadura y favorecer su huida. Algunos medios argentinos suplementaron esta nota de lanzamiento del libro con la afirmación de que así se pone fin “a la calumnia”, que me atribuyen a mí y a círculos próximos a la presidente CFK.
Hace tres lustros, cuando Bergoglio fue designado arzobispo de Buenos Aires, fui el primero en publicar las graves denuncias en su contra formuladas por los sacerdotes Yorio y Jalics. También publiqué antes que nadie el descargo de Bergoglio, con quien me reuní en su oficina episcopal. Evoqué esa historia cuando la hermana de Yorio me envió un mail desgarrador. “No lo puedo creer. Estoy tan angustiada y con tanta bronca que no sé qué hacer. Logró lo que quería. Estoy viendo a Orlando en el comedor de casa, ya hace unos años, diciendo ‘él quiere ser Papa’. Es la persona indicada para tapar la podredumbre. Es el experto en tapar”.
La primera conferencia de prensa del vocero del nuevo Papa, el jesuita Federico Lombardi, fue convocada sólo para denostar mis publicaciones, calificadas como parte de una conspiración de la izquierda anticlerical. No deja de llamar la atención que el cargo de izquierdista sea el mismo que recibieron Yorio y Jalics por parte de Bergoglio.
Ellos dos, y no yo, lo señalaron como responsable de su padecimiento. Yorio formuló ese grave cargo en una nota enviada a Roma para el Prepósito General jesuita una vez recuperada la libertad; Jalics en un libro de ejercicios espirituales y ambos en sendas entrevistas conmigo, en 1999. Lo ratificó un tercer sacerdote del grupo, Luis Dourron, en un libro publicado este año. Dourron se salvó del secuestro porque fue protegido por otro obispo.
Pero luego de la elección de Bergoglio como Papa también se produjeron algunas conversiones llamativas, como la del Premio Nobel de la Paz de 1980, Adolfo Pérez Esquivel. En 1987, había prologado la edición en inglés de Iglesia y dictadura, el libro clásico de otra gran figura del movimiento argentino por los derechos humanos, Emilio Mignone. En ese libro, Mignone escribió que supo por un obispo que la Iglesia había acordado con la Junta Militar que antes de detener a un sacerdote las Fuerzas Armadas avisarían al obispo respectivo. Agregó que “en algunas ocasiones la luz verde fue dada por los mismos obispos”, para que los militares limpiaran “el patio interior de la Iglesia, con la aquiescencia de los prelados”.
Lo mismo ocurrió en Bolivia luego del golpe organizado por los militares argentinos en 1980. El ministro del Interior del nuevo régimen le dio garantías al Episcopado boliviano “de que no se detendrá a sacerdotes, religiosos o religiosas sin haber tratado previamente el caso con obispo o superior religioso”. Por eso, las detenciones o secuestros de sacerdotes obligan a estudiar de cerca el comportamiento de sus superiores.
Mignone agrega que la Armada interpretó el retiro de las licencias a Yorio y Jalics y las “manifestaciones críticas de su provincial jesuita, Jorge Bergoglio, como una autorización para proceder”. Por eso lo considera uno de los “pastores que entregaron sus ovejas al enemigo sin defenderlas ni rescatarlas”. Pérez Esquivel escribió en su prólogo: “Habrá quienes traten de desacreditar este libro, clamando que es solo un ataque a la Iglesia. Nada podría ser más erróneo o injustificado. El texto es desapasionado e imparcial”. Tenía buenos motivos para saberlo, ya que su hijo Leonardo era cuñado del ex viceprovincial jesuita Juan Luis Moyano Walker, quien fue una de las fuentes privilegiadas de mi investigación sobre Bergoglio.
Tan seguro estaba Pérez Esquivel sobre la inconducta de Bergoglio que el 15 de abril de 2005, cuando se reunían los cardenales para elegir al sucesor de Juan Pablo II, dijo en un programa de televisión que el arzobispo de Buenos Aires no podía ser Papa porque era un hombre ambiguo que creía que el trabajo con los pobres era cosa de “comunistas, subversivos, terroristas”. Con ironía expresó su deseo de que el Espíritu Santo estuviera bien despierto y no se equivocara en el Cónclave. Ahora el libro que prologó no es una reedición de Iglesia y dictadura sino La lista de Bergoglio. Según Pérez Esquivel, yo cometo un error, que no explicó. El único que reconozco es el de no haber modificado las conclusiones de mi investigación al ritmo de los acontecimientos y las conveniencias.
Luego de la elección del papa Francisco, Jalics declaró, desde la casa de ejercicios en Baviera en la que vive, que estaba reconciliado con los acontecimientos. La reconciliación es un sacramento de la Iglesia Católica que implica el perdón de las ofensas, lo cual no absolvía a Bergoglio, comenté. En respuesta a ese análisis se produjo una segunda declaración, emitida por la provincia jesuita alemana bajo lo que un sacerdote argentino llamó “obediencia debida”. Jalics dijo que se sentía “obligado” a clarificar sus dichos, que había creído en la participación de Bergoglio hasta que comprendió que su superior no lo había entregado. Esta vez el sacerdote señaló a una catequista que había ingresado a la guerrilla, cuya desaparición forzada precedió a la de los dos sacerdotes. Por cierto, la historia de la catequista está bien desarrollada en mis libros, y Jalics la conocía muy bien, como lo demuestra su declaración ante la Justicia argentina en 1985, en la que narra esa historia de la muchacha detenida-desaparecida. Jalics fue citado como testigo en el primer juicio a las juntas militares. Ante el embajador argentino en la República Federal, Hugo Boatti Osorio, narró que Mónica Quinteiro fue secuestrada y desapareció para siempre pocos días antes que él y Yorio. “Ella había dirigido la catequesis en la villa del Bajo Flores, donde estábamos; paralelamente con eso, había tenido contactos políticos. Un año antes de nuestro secuestro, vino Mónica Quinteiro y nos dijo que ella se había comprometido con su línea política. Tres semanas después nos dijo que se alejaba de la villa porque su presencia nos ponía en peligro. Durante nueve meses no vimos a Mónica Quinteiro, fuera de un cumpleaños en que vino, saludó y se fue.” Es decir que Jalics sabía todo eso en 1985. Si pese a ello en el libro de 1994 Ejercicios de meditación acusó a Bergoglio es porque no entendía que la actividad política de Mónica Quinteiro fuera razón suficiente para el secuestro que él y Yorio padecieron y del que en 1999 hicieron cargo a su ex provincial. No fueron los militares torturadores quienes hicieron creer a Jalics y Yorio que su padre superior los había abandonado.
En los días posteriores a la consagración del papa Bergoglio, Jalics especificó que esa “línea política” de Mónica Quinteiro tenía que ver con la guerrilla. Al declarar el 5 de agosto de este año en el juicio por la desaparición de las catequistas, Mercedes Mignone contó al tribunal que el grupo que integraban su hermana Mónica Candelaria y Mónica Quinteiro comenzó en 1972 dando clases de apoyo y recreación en el Bajo Flores. En 1973, con las elecciones, “optamos todos juntos, los chicos que vivían ahí y nosotros, por el peronismo. Empezamos a formar parte de la JP. Empieza en ese momento el Movimiento Villero Peronista. Tiene muchas mesas de trabajo. Mi mamá, como trabajadora social y docente, también participaba en las mesas, integradas por la gente de las villas y los de afuera como colaboradores. Mónica estaba activamente ahí y fueron momentos de mucho progreso en la villa”. Pero en 1974, a raíz de la ruptura de Perón con Montoneros, su hermana y las demás catequistas del Bajo Flores optaron por la Juventud Peronista y el Movimiento Peronista Villero Lealtad, que se apartó de la conducción guerrillera. A pesar de ello las secuestraron.
En aquel momento la secuencia cronológica en la que la desaparición de esa mujer precedió a la suya no le pareció a Jalics que menguara la responsabilidad de Bergoglio, contra quien en 1994 dijo tener abundantes pruebas testimoniales y documentales, que ratificó en la entrevista conmigo en 1999. En su retractación de 2013 Jalics no explicó cómo, cuándo, por qué ni de qué modo este dato tan poco novedoso modificaría sus categóricas acusaciones al ex Provincial, salvo que se trate de alguna forma incomunicable de revelación.
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