EL PAíS › PANORAMA POLITICO
› Por Luis Bruschtein
El peronismo se muestra los 17 de octubre. Es un hito que marca a fuego su historia, pero también es una fecha que involucra a toda la Argentina. Porque el 17 de octubre es el punto de partida del proceso que incorpora el país a la modernidad. Es la fecha que puede identificar muy claramente el puntapié inicial de esa Argentina moderna, del país urbano e industrializado, esa Argentina de una gran clase media y de las leyes sociales de avanzada.
Para la clase media constituye un día lleno de paradojas. Cuando más creció en cantidad y cuando alcanzó mayor prosperidad –medida en su capacidad de consumir bienes– fue durante los gobiernos de Perón y del kirchnerismo. Pero esas mismas capas medias urbanas, en gran parte, reniegan de ese origen y han sido ardientes antiperonistas y antikirchneristas.
El 17 de octubre es esencialmente un día popular, un día de los trabajadores y de las masas pobres, que son las que abrieron esa etapa que hizo que la clase media se multiplicara. Las capas medias tienen dificultad para reconocer su dependencia de los procesos populares y oscilan entre ese hecho real que está en su propia génesis, por un lado, y el deseo de referenciarse culturalmente con las capas más acomodadas, que no solamente son independientes de esos procesos, sino que básicamente son sus enemigas, porque resienten sus privilegios. Con el protagonismo de los sectores populares en la política, la clase media siente que su nicho cultural es invadido por formas que le parecen grotescas y plebeyas. Esa superposición provoca reacciones emotivas y escandalizadas entre las fracciones con menos cultura política, más atrasadas, de ese conglomerado social, las que se expresan en forma primitiva y, por lo tanto, gritona y agresiva.
Los asesores de imagen de las campañas de la oposición antikirchnerista en la CABA les plantean a sus candidatos, tanto Pino Solanas y Elisa Carrió como Gabriela Michetti, que acentúen estos rasgos. Sin embargo, en el distrito bonaerense hacen exactamente lo contrario, sobre todo con los candidatos del massismo, que evitan la confrontación pública con el kirchnerismo.
En cada distrito buscan votos diferentes y, en consecuencia, las actitudes también lo son. En la ciudad de Buenos Aires, Solanas, Carrió y Michetti disputan entre sí por el voto más gritón y elemental de una clase media más bien conservadora. Una franja de la sociedad que se escandaliza porque tiene que compartir el súper con los pobres que, a sus ojos, son ladrones y holgazanes. En la provincia de Buenos Aires, la oposición ya tiene esa fracción del electorado y trata de seducir a un voto más popular que venga de un kirchnerismo crítico o decepcionado.
Históricamente, la definición política de amplios sectores de las capas medias ha sido pendular. El peronismo las ha necesitado para ganar y lo mismo los conservadores. Incluso el golpismo pudo encontrar puntos de sustentación en esa ubicuidad ideológica.
El Día de la Lealtad es otro enfoque para el 17 de octubre. Son los trabajadores movilizados en defensa del dirigente que había concretado reivindicaciones por las que habían luchado largos años. Durante el primer peronismo, el día fue proclamado feriado nacional. Tras el derrocamiento, los actos fueron emblemáticos del peronismo resistente, se hicieron en la clandestinidad con consignas como “Fusiles y machetes, por otro diecisiete” y eran reprimidos con saña. En los 18 años de proscripción, del ’55 al ’73, la inquietud era creciente en el universo antiperonista dominante cada vez que se aproximaba esa fecha, esperada por los peronistas y despreciada y temida por los antiperonistas.
El peronismo se desdibujó ideológicamente con el neoliberalismo menemista y se revitalizó con el kirchnerismo al recuperar sus contenidos originales de vocación popular y nacional. Este último generó reacciones parecidas en lo emotivo y en lo político, probablemente no de la misma intensidad, pero en el mismo sentido, a las que produjo el primer peronismo.
Las capas medias se benefician directamente cuando los trabajadores tienen buenos salarios y aumentan su capacidad de consumo, como ha sucedido con los gobiernos peronistas, incluyendo el del ’73 y el actual, y excluyendo al menemismo. La exclusión no es por peronómetro, sino por estadística. Hasta el momento del Rodrigazo, la situación de los trabajadores había mejorado desde el ’73 a pesar de la inflación. En el caso del menemismo, los altos índices de desocupación y la drástica reducción de afiliados sindicales lo muestran en contradicción con los períodos peronistas de mayor prosperidad de los trabajadores.
Para medir los gobiernos kirchneristas no hace falta recurrir al Indec. Los picos históricos de consumo solamente podrían sostenerse si los salarios fueran a la par o un poco por arriba de la inflación sea la que fuere, la del Indec o la de la oposición. La cantidad de autos vendidos no está inventada por el Indec y lo mismo con los electrodomésticos o los viajes al exterior y el turismo interno. Los celulares, los televisores de última generación y los aire acondicionados, más los elementos de computación son protagonistas de una explosión del consumo entre los trabajadores y las capas medias. No son cifras del Indec, sino datos de las cámaras empresarias.
La estrategia de tomar el índice de precios del Indec para demostrar que todo lo demás es un “relato”, un escenario virtual armado con mentiras, resulta pueril. Una discusión que podría fortalecer a la oposición termina así por debilitarla cuando hace afirmaciones que pueden ser fácilmente desmentidas.
El peronismo fue pensado por Perón sobre la base de los paradigmas de los movimientos populares del siglo XX, cuyo desempeño principal se daba en la movilización territorial y en los sindicatos. El aspecto electoral estaba en un plano secundario. El partido o la herramienta electoral era apenas la rama política del movimiento. Ese modelo empezó a cambiar cuando Perón regresó de su exilio. Y se reconvirtió finalmente en 1984, con el comienzo de la democracia: la figura del movimiento quedó prácticamente desplazada por la del partido. En una democracia estable, los procesos políticos empezaron a definirse cada vez más en términos electorales, cosa que antes no ocurría.
“En el peronismo entra todo”, fue la crítica que se le hizo muchos años al movimiento peronista. Es así, pero no tanto. Donde entra más todavía es en una elección. Las elecciones son las formas de participación más abiertas y por lo tanto más impuras. En las elecciones vota todo el mundo, no hay derecho de admisión para el voto, desde el honesto hasta el corrupto, de izquierda o de derecha, empresario o trabajador. Es decir que en todos los partidos “entra todo” en la composición de su voto y por lo tanto también en su convocatoria. Es paradójico porque en esa impureza –y no en la pureza– está una esencia de la democracia. Si participaran o se convocara sólo a los puros, no sería democracia o nunca ganaría.
En ese sentido, las críticas que se le han hecho al peronismo, desde aquel famoso “aluvión zoológico” como se descalificó a la movilización del primer 17 de octubre, en 1945, tuvieron siempre una carga antidemocrática. Los que se llamaban “demócratas” criticaban la “impureza” plebeya del peronismo, que en realidad era su condición más democrática.
Estos casi treinta años de democracia han sido de aprendizaje para todas las fuerzas políticas, además del peronismo. Desde la izquierda trotskista, que ahora adoptó un lenguaje claramente electoralista, hasta la derecha, ya resignada a no respaldarse como antes en un partido militar. Es un aprendizaje lento en un país donde a los que más les cuesta aprender es a los que se proclamaron “demócratas” cuando la democracia para ellos eran los gobiernos militares o regímenes con proscripciones y tutelas.
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