Vie 25.07.2003

EL PAíS  › OPINION

La ley y la calidad de vida

Los tiempos del terrorismo de Estado primero, y la organización corporativo-mafiosa de la política después, lograron implantar entre nosotros una manera de funcionar como sociedad en la que el orden jurídico quedó reducido a formalidades. El avasallamiento del derecho generó una realidad en la que comenzamos a vivir como si fuesen “normales” la arbitrariedad de los poderosos, el valor de los “contactos”, los “aprietes”, la coima y otras distorsiones.
Hoy parecen estar dadas algunas condiciones para comenzar a andar el camino de la sanación nacional. En este sentido, garantizar el respeto a la ley y a los derechos de las personas es una cuestión primordial. No se trata de establecer una nueva legalidad, sino de lograr algo mínimo pero indispensable: que impere la diferencia entre lo legal y lo ilegal, entre lo social y lo antisocial.
Para dimensionar la magnitud de la cuestión es preciso que registremos la incidencia de todo esto en nuestras vidas personales. Es mucho lo que se ha dicho sobre la importancia de la seguridad jurídica para el funcionamiento de la economía. En cambio no resulta tan clara la relación entre el imperio de ley y nuestra calidad de vida. Necesitamos tomar conciencia de lo que implica para cada uno de nosotros vivir en una sociedad en la que las figuras delictivas están borroneadas y los niveles más elementales del contrato social perdieron vigencia. Así dado el estado de la realidad en que vivimos, es inevitable que infecte el estado anímico, la salud emocional, la ética y el bienestar espiritual de cada uno de nosotros.
Fueron casi tres décadas de violación y caída libre del orden jurídico, de desprecio por la vida y el bienestar de las personas, de ruptura de todo compromiso con cualquier “otro”. Es preciso que registremos el grado en que estos tiempos oscuros hicieron mella en nuestras maneras de sentir, pensar y actuar. Eso nos ayudará a visualizar lo que la reconstrucción del orden ético y jurídico puede traer a nuestras vidas: nos permitiría volver a creer en nosotros mismos y en nuestra capacidad de funcionar como nación; nos ayudaría a reconstruir nuestra dignidad personal y colectiva; traería alegría y serenidad a nuestro estado de ánimo.
Creo que hoy podemos intentarlo. Afortunadamente las fuerzas del amor por la vida se habían replegado en nosotros, pero no nos habían abandonado. Algo ocurrió desde la barriga de la historia. Durante las jornadas del 19 y 20 de diciembre del 2001 el malestar tocó fondo. Desde allí se inició un proceso lento que sin demasiada claridad ni planificación decantó en la situación actual.
El gobierno de Kirchner prioriza, en sus primeros pasos, la recomposición del orden jurídico. Conviene que tomemos conciencia de cuánta de nuestra riqueza existencial se juega en el éxito o fracaso de ese intento. Y que nos apropiemos de la perspectiva que lo orienta, para así fiscalizar su accionar y participar desde nuestros lugares y desde las actividades cotidianas de cada uno. Allí radica la mayor fuerza transformadora. Tal vez el Presidente logre mantenerse en el camino que propone. Muchos esperamos que así sea. Lo que es seguro es que nadie podrá reemplazar la capacidad de los millones que somos para construir posibilidades, generar actitudes y forjar valores.

* Filósofo.

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