Dom 27.07.2003

EL PAíS  › EL INCREIBLE CASO DE LA LLEGADA MASIVA AL PAIS DE NAZIS CROATAS

Inmigrantes VIP

La investigación de los archivos nazis que está llevando a cabo Migraciones por orden del ministro del Interior ya está dando frutos. Encontraron el enorme expediente que abrió las puertas a 7.250 croatas, entre ellos algunos de los peores asesinos de Europa y al alemán que trajo el oro nazi a Buenos Aires. Lo inició un cura que aconsejaba matar serbios a garrotazos, para no gastar balas, lo refrendó el cardenal Copello y lo agilizó el director de Migraciones Peralta, un nazi confeso.

› Por Sergio Kiernan

La orden del ministro del Interior Aníbal Fernández para que se busquen realmente los archivos de la entrada de criminales de guerra nazi en la Argentina ya está empezando a dar frutos. La Dirección Nacional de Migraciones está realizando un minucioso arqueo de cientos y cientos de expedientes, buscando con paciencia los nombres –verdaderos o falsos– con que entraron al país alemanes, croatas, austríacos, holandeses, belgas, franceses, italianos y demás europeos que sirvieron al Tercer Reich. En la oficina de Jorge Rampoldi, el director, comienzan a apilarse fichas y expedientes de personajes sombríos como Joseph Mengele –con el alias de Helmut Gregor–, Klaus Altmann, Walter Kutschmann y Otto Pappe. Y también apareció una verdadera bomba, el enorme trámite con el que a partir de 1946 llegaron al país más de siete mil croatas, entre ellos quince de los peores criminales de guerra nazis de la época.
La cadena de eventos que hizo que estos papeles salgan a la luz después de más de medio siglo comenzó en diciembre pasado, cuando se publicó el libro La auténtica Odessa del periodista e investigador argentino Uki Goñi. Después de años de investigar tanto en Migraciones como en archivos de Europa y Estados Unidos, Goñi reconstruyó la “ruta de las ratas” que trajo a cientos de nazis, fascistas, ustashas, SS, rexistas y funcionarios de Vichy al país. A partir de 1947, descubrió Goñi, Argentina creó en seis países europeos una red de agentes dedicados a traer a los criminales de guerra con ayuda activa de la Iglesia y la tolerancia de los servicios de inteligencia aliados.
El siguiente paso lo dio Sergio Widder, representante del Centro Simon Wiesenthal, que pidió informes sobre documentos que Goñi cita o, más importante aún, que no pudo ver, pero comprobó que existen o existieron. El pedido fue realizado a la Cancillería, la Conferencia Episcopal, el Ministerio del Interior y la SIDE. Todas estas entidades ignoraron el pedido o contestaron con evasivas. El tema fue reportado regularmente por Página/12, en marzo fue motivo de una extensa nota en el diario The New York Times y, más grave aún, fue motivo de debate en el Congreso de Estados Unidos.
A fines de junio, con el cambio de gobierno, vino la orden de Fernández y todo cambió. El ministro recibió del Centro Wiesenthal una lista de nombres confeccionada por Goñi y la envió a Migraciones. Un mes después, Página/12 pudo leer el extenso expediente croata, que arranca en octubre de 1946, antes incluso que se creara formalmente la organización dedicada a traer a los nazis. Los detalles de cómo se trajo a los croatas revela claramente el mecanismo de esta inmigración selectiva y apañada desde el poder y el Estado.
El mamotreto cosido a mano está formado por cuatro expedientes sucesivos. El inaugural es el 72.513, sellado en mesa de entradas de Migraciones el 30 de octubre de 1946 y con la leyenda “iniciado por Presidencia de la Nación.” Efectivamente, el primerísimo papel en la carpeta es una esquela de la Secretaría Privada de la Presidencia dirigida a Migraciones con fecha 28 de octubre girando “para su información” una carta recibida por Juan Perón. La carta es de los curas franciscanos Blas Stefanich y Vladimiro Bilobrk, capellanes de la comunidad croata en Argentina y miembros de la vicaría Santo Cristo de José Ingenieros, provincia de Buenos Aires. La nota ruega a Perón ocuparse de 30.000 “prófugos croatas” en Italia y Austria, a los que se quiere traer como colonos a “tierras ya ofrecidas” en el país. En el final de la nota, con un sello de cuño seco del arzobispado porteño, se lee escrito a mano “recomendamos este asunto”. La firma es de “Santiago, cardenal Copello.”
El director de Migraciones, Santiago Peralta, atiende el pedido y con fecha 5 de noviembre “invita” a los curas croatas a “concurrir a mi despacho a efectos de conversar sobre la proyectada entrada de 30.000 croatas”. La deferencia llega a sugerir “cualquier día hábil de 12 a 17” yno extraña: Peralta era un apasionado defensor de la causa del Reich, era director del extraño Instituto Etnico Argentino, que realizaba “estudios raciales”, y era un antisemita tan grosero que perdió el puesto en 1947 cuando hasta el New York Times lo denunció nada menos que en un editorial.
La reunión debe haber sido un éxito, porque el siguiente documento es una carta idéntica en contenido a la que recibió Perón, pero dirigida a Peralta, que comienza a concretar la operación. Sigue hablándose de 30.000 “inmigrantes”, pero se explica que hay un primer contingente de “250 labriegos, especialistas en ganado, pescadores, mecánicos, 5 o 6 sacerdotes, 15 o 20 universitarios”. La selección de los inmigrantes se haría “en Roma, por un comité de franciscanos de la Casa Santo Antonio: Bonifacio Perovic, Pietro Capkun, Metodius Kelaba.” Una nota manuscrita agrega que los “labriegos” irían a parar a colonias en San Cristóbal, Rafaela, Santa Fe; Chamoico, La Pampa; Bagual, San Luis; el remotísimo Chelforó, todavía hoy apenas una aldea en Río Negro; y otros puntos en Santiago del Estero y Río Negro. Como prueba, se adjunta una extensa nota de un tal José Balbiani explicando qué tareas harían los “labriegos”, qué facilidades les daría y qué instalaciones tendrían sus colonias, pero sin explicar quién es él ni porqué tiene tanto interés en esta mano de obra.
El 31 de octubre llega la lista de los 250 “labriegos”, en el papel timbrado 712.008 –con estampilla de dos pesos moneda nacional– y confusamente escrita parte a máquina, parte a mano, con letras y tintas de colores distintas. Entre los “labriegos” aparecen quince criminales de guerra: Ivan Celan, Josip Berkovic, Ivan Bukovac, Daniel Crljen, Ivo Heinrich, Constantino Chindina, Merkan Eterovic, Karlo Ivan Leo Korsky, Eugen Kvaternik, Radovan Latkovic, Ante Eletz, Fragno Nevistic, Vinko Nikolic, Juan Percevic y Friedrich Joseph Rauch. Tres de los “labriegos” eran famosos en sus círculos. Ivo Heinrich era, de hecho, judío y había sido el asesor financiero de Ante Pavelic, el supremo ustasha, y los mismos croatas lo acusaban –en todas partes hay internas– de haber mediado la venta del oro del Banco Central Croata que “desapareció” tras la guerra. Friedrich Rauch ni siquiera era croata, era el muy alemán coronel de las SS que se encargó, por orden directa de Hitler, de sacar el oro del banco central en Berlín y enterrarlo en las montañas de Bavaria, donde lo subió a lomo de mula. Los americanos cavaron por todas partes, pero nunca recuperaron todo el oro: faltaban unos cuantos millones. Eugen Kvaternik tampoco había visto nunca un arado de cerca: era un psicópata asesino tan violento que el mismo jefe de la SS alemana, Heinrich Himmler, le hizo perder su puesto como jefe de Orden y Seguridad cuando propuso liquidar dos millones de serbios.
El 27 de noviembre, Peralta firma la resolución 3080 autorizando que se emitan visas a los labriegos, y se la envía al consulado argentino en Roma, indicando que no se pongan rigurosos con los documentos y acepten pasaportes de la Cruz Roja –emitidos por el Vaticano–, o cualquier papel “que sea mínimamente compatible con la necesidad de identificar.”
Aluvión croata
El trece de diciembre, Bilobrk vuelve a la carga con otra lista de 500 futuros inmigrantes y el 28 de enero el director de Migraciones decide cortar camino: le responde que “no hay problema” con la entrada de 30.000 croatas “siempre y cuando tengan documentos y profesión”. Migraciones “resolverá los pedidos paulatinamente. En ese momento se abre el segundo expediente de la cadena que investigamos.
Es el 81.378, sellado el 15 de enero de 1947, nuevamente por iniciativa de Presidencia y nuevamente abierta con una carta de los franciscanos croatas. Este documento adolece de un caradurismo revelador: los curas le avisan al director de Migraciones que necesitan que todos los consulados argentinos den visas a los croatas, y no sólo el de Roma, que les dé prioridad absoluta y que de todos modos andan pidiendo visas paraguayas, chilenas y uruguayas, pero para venir a Buenos Aires. De yapa, le agregaun pedido por una serie de “muchachas y señoras” croatas que piensan unirse a un monasterio croata en Argentina. Sigue una extensa carta sin fechar dirigida a Perón, que vale la pena citar.
“Confiando en la nobleza del corazón de Vuestra Excelencia y conosciendo (sic) Vuestra preocupación por todos los menesterosos y para los que sufren, nos animamos a exponerle nuestros hayes en pro de tantos seres humanos que han tenido que abandonar su patria simplemente por ser católicos y anticomunistas y que actualmente se hallan en un peligro inminente de ser entregados después de la evacuación de las tropas aliadas en Italia y Austria.” Los párrocos explican que los 35.000 croatas del caso pueden “caer en las garras del comunista Tito, quien tiene intención con las medidas drásticas e inhumanas, liquidar (sic) al pueblo croata, que es único pueblo católico de los Balcanes.” En su pintoresco castellano, los franciscanos le explican a Perón que los croatas “mueren heroicamente”, pero no dejan que Tito avance sobre “La Italia, cuna de la civilización y el cristianismo”. La carta pide que estos “mártires de su fé” que fueron salvados “por la Divina Providencia” sean incluidos en “la corriente inmigratoria italiana que preside, según Vuestros deseos, el R.P. José Silva” (ver recuadro) y que el mismo cura sea delegado ante “Austria y eventualmente en Alemania” para rescatar más “prófugos Croatas.”
Alguna mano, quizá la del mismo destinatario de la carta, subrayó en su párrafo final la afirmación de que estos croatas “son el elemento que necesita la Argentina y que va a contribuir inmensamente en el engrandecimiento y prosperidad moral y material de su nueva patria.” En el dorso, figura nuevamente el sello arzobispal y la mano de Copello firma que “recomendamos el estudio del problema que se presenta en esta nota.”
El expediente termina con las dos primeras listas que envía el consulado en Roma con 329 nombres de croatas a los que ya se les otorgó visas. Le sigue la tercera carpeta, nuevamente iniciada por Presidencia, con el número 82.770 y sellada el 30 de enero de 1947. La primera nota introduce un nuevo personaje, Ivo Pernar, que se presenta como representante “del pueblo croato (sic)”, ex subsecretario de Estado y miembro del Comité Ejecutivo del Partido de los Campesinos “Croatos”, pidiendo 5000 visas. Abajo, agregando fuerza al pedido, firma Monseñor Giorgio Magjeric, que se presenta como “rector del collegio de San Girolamo degli Illirici Croati.” A su lado está la firma del muy siniestro Stefan Draganovic, que inocentemente se identifica como “professore dell’ universita, secretario della Confraternitá croata di San Girolamo, Roma.” En el recuadro se explica quién era realmente.
Mágicamente, todo se simplifica. Ya ni siquiera hay cartas de influyentes sino el rápido ritmo de un trámite manejado con eficiencia. Roma manda listas y más listas de visados aprobados y emitidos, Buenos Aires envía telegramas aprobándolos. Para la última página, ya hay 3000 croatas en camino. Las siguientes carpetas ni siquiera son iniciadas por Presidencia: no hace falta y bastan sellos pintorescos como el del Comité de la Colectividad Croata. Las listas, tipeadas en papel cebolla, se hacen monótonas y llegan a 7.250 croatas identificados, aprobados y con visas. Peralta ya no es director de Migraciones y su sucesor, Pablo Diana, llega al colmo de inicialar listas escritas a mano que le alcanzan croatas locales.
Claro que no cualquier croata: el “gancho” del jefe se reserva a pedidos de amigos probados como Branko Benzon, asesor de Migraciones y ex embajador de Pavelic en Berlín, donde se hizo amigo personal de humanistas como Hermann Goering. En Buenos Aires, este médico continuó discretamente sus labores nazis inicialando expedientes de aspirantes a inmigrantes sospechosos: los vetaba escribiendo BNJ en la esquina, lo que quiere decir “Benzon; NO; Judío”.
Las puertas están ya tan abiertas para los croatas que Diana hasta firma sin vacilar una lista de 333 nombres que un buque de bandera italianadenuncia como “sin visas”, y atiende pedidos pintorescos como el de permitir que viajen 105 “obreros de la fábrica Atlantic” que se quedaron sin trabajo porque los comunistas expropiaron la empresa. El frenesí de listas es llamativo y las hay de refugiados en Austria y Alemania. Abundan los telegramas a consulados argentinos por media Europa y hasta hay uno atendiendo un caso aislado nada menos que en El Cairo.
El quinto expediente del paquete, el número 191.806, arrastra el tema hasta 1948, es iniciado por un particular, Pedro Tutavac, y colecciona los “incidentes”, como se le llama en la jerga migratoria a las actas que tratan irregularidades o problemas particulares. Allí queda en claro que lo único que podía crearle problemas a un croata era alguna deformidad física. La carpeta recoge el caso de una señora a la que le faltaba un dedo, lo que da origen a un intenso papeleo que se salva con conmovedoras fotos de dos de sus hijos –un varón de ojos tremendos y una bella nena rubia con un moño enorme en la cabeza– y una anotación manuscrita que asegura que la mujer puede trabajar y es madre de familia numerosa.

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