EL PAíS
› EL VIAJE A LOS ESTADOS UNIDOS, OPACADO POR EL RECLAMO DE GARZON
Sobre la revolución y las leyes
El decreto presidencial que restituye a los tribunales las facultades judiciales usurpadas por el Ejecutivo, amén de volver a la normalidad, altera la escena política. Vale la pena repasar cuál fue la génesis del terrorismo de Estado y cuál es la asombrosa lógica de los verdugos. Los, algo impredecibles, escenarios futuros. Y un bonus con el resultado de un viaje a Washington que salió a pedir del Gobierno.
› Por Mario Wainfeld
OPINION
El sabía perfectamente que sus trastornos psíquicos eran provocados por lo que hacía en las salas de interrogatorio, aunque trataba de rechazar globalmente su responsabilidad. (...) Como no pensaba dejar de torturar me pidió sin ambages que como psiquiatra lo ayudara a torturar a los patriotas argelinos sin remordimientos de conciencia, sin trastornos de conducta, con serenidad.”
“El entierro me repugnó. Todos esos oficiales que venían a llorar por la muerte de mi padre, ‘cuyas altas cualidades morales habían conquistado a la población indígena’, me producían náuseas. Todo el mundo sabía que era falso. Nadie ignoraba que mi padre dirigía los centros de interrogatorio de toda la región. Todos sabían que el número de muertos de la tortura era de diez diarios y venían a contar mentiras sobre la devoción, la abnegación, el amor a la patria, etc... Debo decir que ahora las palabras para mí no tienen ningún sentido o no tienen mucho.”
Franz Fanon,
Los condenados de la tierra
-El mencionado libro del argelino Fanon se escribió cuando despuntaba la década del 60, lo prologó Jean Paul Sartre y fue texto canónico de las izquierdas latinoamericanas en ese decenio y en el que lo siguió. Los capítulos más recordados, a fuer de haber sido los más transitados por entonces, eran los primeros, un formidable alegato a favor de la descolonización y el nacionalismo africano. Pero el libro contenía un capítulo (del cual se extraen las citas del epígrafe, una referida al tratamiento de un torturador, la otra un textual de la hija de un represor) en los que el autor, psiquiatra de profesión, narraba patologías producto directo del salvajismo del dominador. Patologías que sufrían los colonizados y, como se refiere en la cita, los colonizadores. Lo que transmitía, memorable, el ensayo era la negación de la identidad de la víctima y la funcionalidad del salvajismo de los represores. La funcionalidad a un proyecto político.
El ejército francés sirvió de modelo a las Fuerzas Armadas argentinas, que se autorizaron un par de “licencias poéticas” respecto de sus idolatrados ejemplos: aplicar su barbarie a compatriotas e incorporar a sus recursos tácticos la desaparición forzada de personas.
Recordemos. Una vez terminada la Segunda Guerra Mundial discurrió un cuarto de siglo (y acaso un fleco más) de vigencia del estado de Bienestar, pero ya en los 70 su agotamiento era patente. En la Argentina, esa etapa se expresa bastante bien en el intervalo que medió entre dos fechas emblemáticas del peronismo: el 45, el de las vísperas y el 75 el del rodrigazo y el de una interna que se dirimía a balazo puro. La crisis del estado benefactor generaba, entre otras, dos respuestas radicales: las de quienes leían a Fanon y predicaban la liberación nacional adunada con distintas formas de socialismo y las que proponían un formidable salto hacia atrás, un desmantelamiento de las instituciones y las salvaguardas que habían hecho menos ominoso al capitalismo.
La Argentina complejizaba ese mapa común de la época, añadiendo una bastante sólida estructura armada al calor del estado protector, en especial (pero no exclusivamente) una poderosa organización sindical, implantada en todo el país, potenciada por el pleno empleo y capaz de variadísimas formas de resistencia y de adaptación. Arrasar con las nuevas corrientes revolucionarias y con las conquistas y los portavoces de una época reformista en aras de un proyecto de minorías, técnicamente reaccionario, era una tarea inconcebible en democracia. Falta hacía una dictadura sangrienta y la hubo.
Un cuarto de siglo después la Argentina ha optado mayoritariamente por la democracia, limitada, imperfecta, lenta pero también con atisbos de garantismo constitucional. Tras un genocidio planificado, un serpenteante camino ha llevado al juzgamiento de quienes tuvieron flagrantesresponsabilidades penales en el exterminio. Rara es la naturaleza humana y paradójica la historia. Quienes sólo pretenden aplicar las leyes son tildados de extremistas. Quienes procuran gambetear las normas son los represores que alegan, como los franceses de la cita que encabeza esta nota, “la devoción, la abnegación, el amor a la patria”. Y reclaman como lo hacía el torturador a Franz Fanon, que se les permita seguir desapareciendo a sus víctimas sin dilemas, sin estorbos de conciencia.
El setentismo situado
–¿Se acuerda de cuando cantábamos “Qué lindo que va a ser/ el Hospital de Niños en el Sheraton Hotel”?
Quien pregunta es un integrante del gabinete, “patagónico” e integrante del núcleo más cercano de confianza del Presidente, setentista él.
Página/12 sí se acuerda. Y eso da pie para una reflexión que viene elaborada de allá lejos y hace tiempo.
–Mire, cuando nosotros llegamos al gobierno en el Sur, uno de nuestros primeros logros fue la construcción del Hospital de Río Gallegos. Es un hospital público modelo, de los mejores del país. Cuando lo inauguramos (y sudamos la gota gorda para lograrlo) nos decíamos, bromeando, éste es el Sheraton.
La parábola del funcionario, autoevaluación de su transición política, deriva en una moraleja sencilla: el cambio que se soñó hace tres décadas se plasma desde el Gobierno, con el limitado, progresivo, trabajoso pero sustentable poder de la representación democrática.
Oscar Parrilli, secretario general de la Presidencia, también goza de la máxima confianza de Néstor Kirchner. A diferencia de su compañero mencionado en las líneas precedentes (y de casi toda la clase política local), Parrilli rechaza cualquier contacto off the record. “Nosotros seguimos siendo revolucionarios –predica, on the record–,- pero hoy lo revolucionario es conseguir que acá se aplique la ley.”
Parece un sinsentido, las leyes son ínsitamente conservadoras, máxime en un país cuyos últimos gobiernos han tirado siempre a derecha. Pero su razón tienen los hombres del Gobierno. La radicalidad de los cambios no debería ponderarse en base a parámetros abstractos y a veces importados con forceps (algo de eso ocurrió en los 70) sino en función de las resistencias que debe vencerse para imponerlos. Y en Argentina 2003, la “mera” aplicación de las leyes penales, de las que establecen regulación de los servicios públicos, del artículo 14 bis de la Constitución nacional (cuya redacción básica data de 1957) erige hercúleas resistencias de un derechaje tan ignorante como cerril. Un gobierno que postula como norte llegar a un país “normal”, lo que no debería ser un programa sino un prerrequisito de cualquier gestión, levanta vientos de fronda.
Todo es paradójico. El Gobierno quería que esta semana prodigara como imagen esencial una amable reunión con George Bush en el salón Oval, un deseo no muy radicalizado por donde se lo mire. Pero llegó Baltazar Garzón y mandó parar.
Un berenjenal
“La decisión de derogar el decreto de Fernando de la Rúa estaba tomada. Era cuestión de tiempo, de semanas o por ahí de días. Ese no fue el problema. Lo que nos dio bronca es que eso opacó la imagen del viaje, que había sido espléndido.” Quien así comenta integró la comitiva oficial a Washington y da cuenta (parcial, según cuentan quienes cronicaron el periplo) de la desazón que opacó el día en Nueva York. Puede que se quede corto porque a Kirchner poco le gusta (acaso excesivamente poco) que otros actores le impongan los tiempos de sus actos.
Garzón obró como suele hacerlo, sin parar mientes en la lógica de los gobiernos concernidos por sus medidas. Un modus operandi que tributa tantoa su experiencia, a su intachable vocación por hacer justicia tanto cuanto a su estilo personalista y poco atento a sutilezas políticas. Lo real es que, en este caso, si el juez español hubiera prestado atención a la lógica de la lucha por los derechos humanos en la Argentina le podía haber dado un respiro temporal al actual gobierno, que tiene un claro compromiso en la materia. Pero Garzón es Garzón para bien y para mal. Para colmo, Rodolfo Canicoba Corral se contagió, tarde piaste, de la celeridad del magistrado andaluz y el Gobierno se vio obligado a anular el decreto De la Rúa al toque.
Vale apuntar que lo único que hizo el Gobierno es abrogar una norma que rechazaba todos los pedidos de extradición, un diktat del presidente aliancista en el crepúsculo de su patético gobierno. Una decisión inconsulta producto de la mentalidad de ese presidente que nunca debió haber sido, la de su canciller Adalberto Rodríguez Giavarini y de su ministro de Defensa el coronel honoris causa Horacio Jaunarena. Lo que ocurrirá hoy no es, como se apresuraron a denunciar el citado Jaunarena y Eduardo Menem, la eliminación del principio de territorialidad. El Ejecutivo no se arrogó funciones judiciales, como sí lo hizo De la Rúa, en flagrante violación a la Carta Magna. “Sencillamente” restauró el funcionamiento de las instituciones. Desde el viernes pasado, serán los magistrados quienes deban decidir cuestiones judiciales, en vez de someterse al perverso criterio de un gobernante (carente de legitimidad y de seso) que estaba de salida.
Desde luego, la situación jurídica y procesal de los distintos acusados por violaciones de derechos humanos es un galimatías. Hay condenados que fueron indultados. Hay procesados que, ilegalmente, fueron indultados. Hay requeridos por la Justicia española que están siendo juzgados aquí y ahora. Hay autores de delitos fulminados como imprescriptibles por leyes de lesa humanidad (genocidio, tortura). Hay otros implicados por delitos espantosos pero en principio prescriptibles (homicidios, así fueran múltiples). Cada caso arrastra una complejidad que la doctrina De la Rúa pretendía transformar en tabla rasa merced a un simplismo, la eterna vocación de los autoritarios.
Por añadidura en estos veinte años han habido cambios de entidad en el derecho penal universal respecto de los delitos de lesa humanidad. Menudo trabajo tendrán los jueces para trabajar en esa madeja, que sería menor si los gobiernos locales hubieran sido menos abdicantes y hubieran ahorrado escollos a la tenaz y siempre legalista acción de los organismos de derechos humanos.
Malestar
“No hay que exagerar. Los militares sabían que la derogación era un hecho. Lo que había era apenas la incertidumbre de cuándo sucedería”, explican cerca del ministro de Defensa, José Pampuro. En otras oficinas oficiales pontifican que los oficiales en actividad están bastante desinteresados de sus colegas retirados y patibularios. El cuadro es demasiado edénico para ser real. Los jefes militares, que expresan a los activos mucho más que a los retirados, se identifican más de lo imaginable con Bussi, Astiz & Cía. En especial, los pone de la nuca que sean extraditados. “Da igual que sean uno, dos o diez. Da igual que sea Astiz o un desconocido. Cualquiera que fuera subido, esposado, a un avión los enfurecería”, dice un civil que los conoce bien. El juzgamiento en la Argentina, anhelo también de los organismos de derechos humanos, los calmaría algo. Eventuales procesos les parecen menos urticantes y más abiertos a otorgar variadas formas de zafar.
El canciller Rafael Bielsa propugna la anulación legislativa de las leyes de la impunidad entendiendo que esa abrogación permitiría el juzgamiento local de los crímenes. Bielsa es un jurista de nota pero sucriterio es, como casi todo en esta materia, muy discutible. Si la Corte Suprema sentenciara que las susodichas normas son inconstitucionales, la perspectiva sería más clara. Pero no es sencillo que lo resuelva así y menos aún que lo haga en un plazo compatible con las urgencias políticas y judiciales que catalizó el exhorto de Garzón.
Bush, el anfitrión estudioso
La visita a Washington fue para el gobierno un éxito. Y no sólo para el Gobierno. Un importante funcionario de organismos internacionales que habló con un number one de Washington le pidió (como suelen hacer los cronistas deportivos) que calificara de uno a diez el cónclave. El número fue eight. El secretario del Tesoro John Snow hizo una ponderación similar ante John Taylor del FMI, quien volcó el elogio en los oídos de un satisfecho Roberto Lavagna.
Más allá de algunas demasías oficiales o del abuso coloquial de James Walsh, quien vio “química” entre dos hombres maduros que hablaron, intérprete de por medio, durante 35 minutos, el encuentro cumplió largamente los objetivos previstos.
“Bush trató muy respetuosamente a Kirchner. Además, preparó acabadamente la reunión. Habló de temas concretos, con fundamento” despliega uno de los ministros asistentes. Y explica, “usted dirá, le escribieron cinco páginas sobre Argentina. Así será, pero las páginas estaban bien escritas y Bush las estudió al dedillo”.
La comitiva presidencial pondera las presencias y las ausencias para sopesar la entidad del encuentro y la buena onda del Tío Sam. “En el gobierno norteamericano hay cinco que importan. Estuvieron cuatro: Colin Powell, John Snow, Condoleezza Rice y Bob Zoellick. El ausente era Donald Rumsfeld, el único que hubiera creado tensión en el encuentro, por su belicismo intratable”, redondea, baqueano, el analista oficial.
El saldo es, entonces, que la inminente llegada del negociador del FMI, el vicedirector de Hemisferio Occidental John Dodsworth, y las tres semanas que durará su visita alcanzarán para que se firme el acuerdo entre el organismo y el gobierno nacional. Para lubricar esa tendencia, Lavagna se trajo una baraja en la manga, tiene habilitada una reunión con el secretario del Tesoro John Snow, franquicia que utilizará si la negociación se traba.
Un dato más del periplo fue el cambio de estilo del Presidente en su reunión con empresarios norteamericanos, en comparación con la que tuvo con los españoles. Sin cambiar el contenido general de sus planteos, Kirchner moderó su tono, algo que si bien no fue una autocrítica explícita, se le parece bastante.
Una perlita con miga
El Gobierno, con el Presidente a la cabeza, se entusiasmó especialmente con la frase de Bush proponiendo a Kirchner que discutiera con el FMI hasta el último centavo. Las voces oficiales hacían cola para resaltarlo.
En noviembre de 2001 De la Rúa se vio con el mismo presidente norteamericano, quien le deslizó una frase no menos llamativa. “Los bancos ya ganaron demasiada plata”, le dijo Bush hablando de las entidades financieras afincadas en la Argentina. En esa ocasión, según reveló en este diario el periodista Martín Granovsky, la comitiva argentina intentó ocultar esa frase y, una vez, conocida, “bajarle el precio”. Tan timoratos eran el presidente y su canciller que no querían ninguna crítica al establishment financiero. Tan magra era su voluntad de pelea que les malquistaba que alguien (así fuera el Imperio en persona) les habilitara un argumento para negociar. Más papistas que el Papa. O más lamebotas que el cow boy de botas texanas. Temían al conflicto y a la salida de laconvertibilidad. Terminaron decretando el corralito y matando gente en las calles. La cobardía en lugares de poder es tan riesgosa como la temeridad.
La gestualidad de la administración Kirchner es bien distinta, orientada a enfrentar los conflictos, cuando no a azuzarlos. Está más cerca de la verdad. La política es, al menos en parte, eso. Conflicto, antagonismo, delimitación de campos propios y de adversarios.
En otras épocas la revolución se pensaba, con un voluntarismo que no tuvo su corroboración fáctica, a la vuelta de la esquina. Hoy se sabe que nada está garantizado. Y lo que cunde no es la certeza de la toma del Palacio de Invierno sino la conciencia acerca de las limitaciones. Son tantas que conseguir un país “normal” sería una proeza, tal vez no comparable con los sueños revolucionarios del pasado pero sí imprescindible para abrir las puertas de un futuro menos ominoso que el presente.