EL PAíS › OPINIóN
› Por María del Carmen Feijoó *
La categoría “ni-ni” es otra forma amenazante de presentar a los jóvenes. Como es un concepto con “gancho”, se difundió rápidamente. Pero, al generalizarse, se sobresignificó, esto es, pasó a implicar y decir mucho más que lo que su construcción incluye. Conceptualmente, son jóvenes que no trabajan ni estudian, en tramos de edad de 15 a 24 años.
La apropiación del término por el sentido común sirve para construir un “grupo emisario” en el que la sociedad deposita sus fantasmas, construyendo una visión social de la juventud desvalorizada y peligrosa: chicas y muchachos que, si son pobres, pasan su tiempo en la barra de la esquina y, si son menos pobres, frente a sus computadoras y sus previas alcohólicas. A esa inactividad se le atribuye delincuencia, violencia social, drogadicción y alcoholismo. La reciente discusión sobre la disminución de la edad de imputabilidad es un daño colateral de este enfoque. Y esto no quiere decir que no haya problemas. Pero analizar los “ni-ni” sin incluir el contexto los convierte de víctimas en victimarios. En la Conferencia de Población de América latina y el Caribe que tuvo lugar recientemente en Montevideo, una de las redes de jóvenes presentes hizo notar la profunda injusticia de estos estereotipos sobre sus condiciones de vida. Señalaron que los y las jóvenes de la región que no trabajan ni estudian, lejos de estar mirando todo el día el techo o la televisión, son piezas fundamentales en las estrategias de los arreglos domésticos de sus hogares, donde despliegan gran número de actividades que van desde el cuidado de menores y ancianos, la atención de las tareas domésticas que los adultos no pueden realizar y la articulación del mundo de los viejos con el nuevo mundo de los jóvenes. Describir ese despliegue cotidiano de actividades, sobre el que hay poca información, es una deuda pendiente porque, si no, a su frustración objetiva se puede sumar una frustración subjetiva, resultado de que al nombrarlos “ni-ni” se los convierta en no personas, o personas definidas más por la vida que no tienen que por la vida que tienen.
Las distinciones de género se suman a las de los grupos sociales. Si son mujeres, merodean por una maternidad social, cuidando a los chicos de otros, o en torno de su propia maternidad temprana. Es conocido que un componente clave del embarazo adolescente es que implica la búsqueda de uno de los pocos proyectos de vida posible, tal vez en la misma medida que el desconocimiento o la falta de acceso a insumos y servicios de salud reproductiva. Por su parte, los varones desarrollan tareas de cuidado de las viviendas y exploraciones para constituir su masculinidad. Una de las actividades de los grupos de edad más joven, “estar juntos” o “hangear”, es una forma de producir los espacios de socialización que no tienen en la escuela o en el trabajo.
No vamos a discutir el número de nini en nuestro país. Veamos más bien quiénes son. Desde el punto de vista del trabajo, las personas pueden ser inactivas –que no trabajan ni buscan empleo– o activas, esto es, que trabajan o buscan empleo –y si no lo tienen son desocupadas pero activas–. Desde el punto de vista de la educación pueden estar estudiando o no. La noción de “ni-ni” oscurece la relación con el mundo del trabajo, pues al decir que no trabajan no aclara si son activos o inactivos, y se suma esa situación a la condición de si asisten o no a algún servicio educativo. Así se forma un híbrido, ya que esta categoría no informa cuántos de los “ni-ni” están buscando empleo activamente o son inactivos. Si lo son, hay que preguntarse qué pasó para que el trabajo no fuese un valor en su proyecto de vida. Tampoco sabemos cuántos de los desocupados no estudian por falta de recursos o por ausencia de ofertas educativas atractivas y que miren al futuro. Esto, para varones como para mujeres. En el caso de las mujeres, incorporar la variable reproductiva oscurece más el análisis e incorpora el sexismo. Que una joven que no trabaja ni estudia sea mamá no es una nueva dimensión para el análisis de la situación de los “ni-ni” y cuidar a sus hijos con los ingresos provenientes de la AUH no cambia lo central. La pregunta debe ser qué provisión de servicios de cuidado existe –jardines, guarderías, acompañantes de tareas, subsidios– como para que, si quisiera trabajar, pudiera superar el modelo tradicional de división sexual del trabajo y conciliar sus roles maternales y sociales.
Educación y trabajo son derechos. El uso del rótulo “ni-ni” en el debate debe servir más como un llamado de atención sobre las tareas pendientes que sobre los jóvenes en la construcción de sus proyectos de vida. No se trata de lo que no son, se trata de los derechos a los que no acceden.
* Universidad Pedagógica (Unipe).
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