Dom 10.11.2013

EL PAíS  › OPINION

El parte y el todo

› Por Mario Wainfeld

Conciso y hasta lacónico, el parte médico informa lo esencial, sometido a su competencia. En ese registro, la economía de palabras es una virtud. La información es primaria, básica: cómo está la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, qué actividades le están todavía vedadas, qué exámenes faltan para dictaminar a qué ritmo puede retomar sus actividades (ver nota principal).

La política es más exigente, más vasta y, a su modo, imprecisa. Los confines de la medicina están bien delineados. Sobre todo si los profesionales (como en este acaso) se auto-restringen. Los límites de la política son más difusos, a menudo se entreveran con la ecuación personal o familiar de los protagonistas. El dictamen habla del hoy o de un horizonte de 30 días. Los escenarios políticos se proyectan mucho más tiempo y están supeditados a un sinfín de variables.

Vale la pena festejar la noticia: la presidenta Cristina se recupera bien y vuelve. El cuándo lo dirán los médicos. El cómo depende de ella y de un conjunto de circunstancias.

Los azares de la historia quisieron que la (parcial) impasse coincidiera con las elecciones de medio término y su regreso con el comienzo de la segunda parte de su mandato. La salud impone cambios, la coyuntura también los exige.

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Presidentes en movimiento: La prohibición de volar es la única precisa y tasada. No se trata de una restricción terrible pero sí de una alteración grande de la rutina de años. No es novedad de la época pero todos los mandatarios son viajeros impenitentes y constantes. Sólo un hato de pavotes cree que el ejercicio del mando es holganza y placer: viajar es una obligación cotidiana. La revolución de las comunicaciones no puso fin a la necesidad de los encuentros cara a cara, aunque ha facilitado algo su trámite. Cumbres regionales o internacionales (programadas o surgidas de arrebato como varias de la Unasur), plenarios o asambleas de organismos internacionales, citas bilaterales, visitas informales o de Estado: todos los presidentes de esta región suben y bajan escalerillas de avión. Y cómo. Y cuánto. El cronista, años atrás, presenció un día de actividad del presidente ecuatoriano Rafael Correa: su hiperquinesis y pulsión viajera fueron unas de sus características. El excelente libro Jefazo del periodista y ensayista Martín Sivak reseña a modo de crónica la labor del presidente boliviano Evo Morales. Más allá de diferencias lógicas, su cotidiano es similar al de Cristina Kirchner: actos, reuniones, jornadas larguísimas, periplos constantes.

El cara a cara prevalece en la etapa de “diplomacia presidencial”, las Cancillerías no se bastan para suplir la presencia física de los mandatarios. Si se permite una ironía antes que una broma: cuando todas las redes de comunicación están pinchadas por las Agencias de la mayor potencia de la Tierra (y, todo lo indica, no exclusivamente por ellas), la inmediatez es un imperativo.

Por treinta días, acaso prorrogables, la Presidenta no viajará en avión. Deberá encontrar un modo transitorio de reformular esa actividad, que no será el reposo en la acción.

Todos los presidentes de este Sur, que llevan años de estabilidad y legitimidad sin comparación histórica, son hiperactivos dentro y fuera de sus fronteras. Néstor y Cristina Kirchner acompañaron la tendencia y la acentuaron.

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Siempre presentes: El activismo de Kirchner era proverbial, el de Cristina no le va a la zaga. Ambos estuvieron siempre al tanto de “todo”: desde la lectura minuciosa de los diarios hasta los vaivenes de la gestión en todas las áreas. Su agenda, su saber, sus llamadas telefónicas o reclamos personales recorrieron una agenda que en otras administraciones dividían el jefe de Gabinete y el Presidente. El famoso cuadernito en el que Kirchner anotaba las fluctuaciones diarias de “n” variables cifraba ese interés recurrente y activo. Los funcionarios que integraron o integran sus equipos debieron acostumbrarse a despertarse y ponerse en acción bien temprano y a abreviar al extremo las vacaciones.

El modelo de conducción del kirchnerismo es, por demás, centralizado y radial. Eso vale para la gestión pública tanto como para el accionar político. Discutible o justificable, ha sido la regla hasta ahora, con resultados estimables y contrapartidas también notorias. El saldo ha sido favorable, la pregunta del día es si podrá mantenerse. Y, en subtexto, si no es conveniente (por razones que van más allá de la salud de la Presidenta) reformarlo para acometer los años por venir.

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Especulaciones sin certezas: Por todo lo antedicho, nadie sabe qué piensa Cristina sobre esos aspectos. Lo que se dice sobre sus próximas movidas, sobre reformas económicas o de elencos son especulaciones: comidilla en Palacio o en tertulias VIP o de café. El liderazgo centralizado no habilita “primicias” del entorno o del periodismo.

Lo que sigue, entonces, combina información sobre lo que se discute en otros niveles del Gobierno con pareceres del cronista. Lo que se narra sobre los protagonistas es real, las hipótesis son sólo eso, las opiniones del escriba son francas aunque no trascienden esa categoría.

Un sentido común bastante expandido cunde en los primeros niveles de la dirigencia kirchnerista, abarcando a funcionarios, mandatarios y legisladores de primer nivel. No es unánime, pero sí preponderante. No son tantos los que lo han dicho en presencia de la Presidenta pero ésta (se descuenta) sabe lo que piensan. La idea generalizada, que el cronista comparte, es que el Gobierno debe “relanzarse” o, aún “reinventarse”. Que, como hiciera después de la derrota electoral de 2009, tiene que innovar en políticas públicas como condición de pervivencia y de competitividad electoral.

Los castings de ministeriables están de moda, algunos manejan alternativas sensatas, pero no transmiten el reservado criterio de la Presidenta. El potencial es un modo verbal muy socorrido y pertinente. Una idea fuerza extendida podría cifrarse así: “Cristina debería sumar ministros con más espalda, que les pongan el cuerpo a los problemas”. Nadie piensa en hiperministros (como supo ser, por caso, Domingo Cavallo) que opaquen o hasta sustituyan el liderazgo de la Casa Rosada. Ese riesgo no existe con un Kirchner al mando. Se piensa, y el autor de estas líneas comparte, en funcionarios con agenda propia, capaces de solucionar problemas y no crearlos, y despojados de afanes protagónicos excesivos. Pueden consignarse ejemplos tangibles desde 2003. Subjetivamente podrían señalarse, sin agotar la nómina a ministros que ya no están y otros que siguen: Daniel Filmus, Ginés González García, Julio De Vido, Florencio Randazzo, Carlos Tomada, Julián Domínguez. Cumplieron o cumplen sus tareas con dedicación full time, son reconocidos por su saber específico o su muñeca política o ambos. Ninguno mostró ansias irrefrenables por exceder sus competencias o “robar cámara” a los presidentes, cometido nada sencillo o más bien imposible conociendo la idiosincrasia de éstos.

En las versiones de pasillo se repiten nombres de gobernadores, que podrían además ser prospecto de precandidatos para las presidenciales. El paso por la función pública sería una prueba de fuego para sus condiciones y lealtad y un rebusque para aumentar su conocimiento público. El chaqueño Jorge Capitanich señaló que no aspira a moverse de la provincia: lo limita el conflicto perenne con su vicegobernador a quien se describe como una versión local del ex vicepresidente Julio Cobos.

El gobernador de Entre Ríos, Sergio Urribarri, declaró en un reportaje concedido a este diario que está dispuesto a revistar donde se lo coloque. Pero dejó a salvo que no ha recibido mensaje o señal alguna al respecto, lo que dista de ser un detalle.

Airear los elencos, se insiste, es una necesidad para retomar envión. El piso electoral del Frente para la Victoria (FpV) es alto pero acaso no difiera mucho del techo hoy día.

Las comparaciones históricas pueden ayudar a desalentar las agorerías opositoras sin caer en el triunfalismo de algunos kirchneristas. En 1987 el radicalismo del presidente Raúl Alfonsín fue vencido en las urnas por un rival consolidado: el PJ que iba en pos de un porcentaje que superó el 50 por ciento de los votos en 1989. En 1997 el presidente peronista Carlos Menem fue batido por la Alianza que construía una mayoría ganadora en primera vuelta. Regía un esquema bipartidista, con la lógica pendular de alternancia, que cayó en la volteada rotunda de 2001. Muy otro es el cuadro actual. El FpV es la primera fuerza, sin un caudal suficiente para ganar en primera vuelta pero más sólido que el de cualquiera de sus adversarios, diseminados en varias opciones.

Cristina tiene por un delante un desafío que ni Alfonsín ni Menem pudieron resolver. Es el de “armar” un dispositivo político que instale a un candidato o candidata propio, que permita al FpV seguir gobernando otro período sin su líder en la Casa Rosada, como lo hizo el PT en Brasil. Hay una ligazón evidente (para nada mecánica o automática) entre esa labor y el sostenimiento de la legitimidad de ejercicio del gobierno. Luce como muy arduo combinar exitosamente ambas tareas, pero no es imposible.

El momento de acometerlas combina restricciones económicas y trabas del propio “modelo” con las vicisitudes de la salud presidencial. Son bretes mayúsculos, máxime si se piensa que el Gobierno debe tener una agenda propia, con innovaciones para el bienio próximo.

En ese contexto, Cristina vuelve. Cuentan sus allegados y los médicos que ha sido una paciente dedicada y responsable. Se aisló de la casi totalidad de los funcionarios, no hizo ninguna aparición pública. ¿Habrá podido dejar de pensar, de imaginar? Tal vez, supone el cronista, por unos pocos días. Cuando empiece a retomar tareas, se irá viendo. La buena noticia es que ese momento se acerca.

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