EL PAíS › OPINION
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› Por Christian Castillo* y
Matías Maiello**
En un reciente artículo publicado en Página/12, Horacio González ensaya una explicación sobre la irrupción del Frente de Izquierda en el escenario político nacional. Entendemos su incomodidad. Gran parte de la intelectualidad kirchnerista se construyó bajo una ilusión: que “a la izquierda del kirchnerismo sólo está la pared”. Pero llegó el desengaño de los hechos. Ahora el debate se traslada al terreno de sus interpretaciones.
Para HG, quienes conformamos el FIT no estaríamos en condiciones de comprender las causas de nuestro propio avance al atribuirlo exclusivamente al “colapso del capitalismo” y no examinar si tiene raíces en “la cultura de época”. No queremos ser aguafiestas, pero la realidad es que no somos nosotros sino la propia intelectualidad kirchnerista la que no quiere hurgar en lo que sucede en aquel “yacimiento indócil donde yace la ‘hegemonía’ gramsciana”. De hacerlo tendría que dar cuenta cabalmente de un hecho ingrato para ella: el bluff del “relato” kirchnerista.
La importante elección del Frente de Izquierda se da en el contexto de una crisis capitalista de largo aliento que atraviesa el globo, y que todo el mundo ve, a excepción, según parece, de HG. Pero también tiene su marco en el terreno “indócil” de la hegemonía donde el Gobierno, por si faltaban muestras, acaba de tomar gran parte de la agenda de la derecha sosteniendo una política tan abiertamente “pro mercado” que hasta Macri dice que “Cristina se parece cada vez más al PRO”. El crecimiento de la izquierda sería, según González, un fenómeno puramente “superestructural” al cual el FIT se enfrentaría huérfano de una idea de “cultura de izquierda”, y por lo tanto estaría condenado a pivotear “sobre la preexistente escena cultural establecida, tal como la fijan los medios masivos de comunicación”. Aclarando que sostiene esta afirmación, “por más que uno de sus partidos, el PTS, tiene un programa de lecturas más exigentes”, haciendo alusión a nuestra publicación de la autobiografía de León Trotsky y a la revista Ideas de Izquierda que impulsamos. Lo que no dice HG es que “la escena cultural establecida” la conforman tanto los aparatos mediáticos y hegemónicos que alientan a la oposición burguesa, como los del Gobierno. Si hay algo que ha distinguido al PTS, empezando por el conflicto del 2008 entre el Gobierno y sus ex socios de las patronales agrarias y de ahí en adelante, y al Frente de Izquierda desde su fundación, es la más absoluta independencia de ambos bloques patronales. Sin un punto de vista “clasista” esta independencia es imposible.
El principal defecto en el análisis de González es que no ve que la votación general del FIT es parte de un fenómeno más profundo, que incluye un importante proceso en la clase obrera, con fábricas donde entre un 20 por ciento y un 50 por ciento de los trabajadores votaron por el Frente de Izquierda, y que también se viene expresando a nivel de las elecciones de comisiones internas en los triunfos en Kraft, en la autopartista LEAR y en la gráfica Donnelley, por sólo nombrar los más recientes. Lo que no ve HG es, justamente, lo que preocupa a “las clases empresariales”. Como señala Julián De Diego, uno de los principales asesores de la burguesía, el hecho es que “los grupos de izquierda [...], por primera vez en más de cincuenta años, avanzan sobre las estructuras sindicales justicialistas tradicionales” (El Cronista, 28/11/13).
Estas son las raíces de una nueva “cultura de izquierda”, otra cosa es que no entre en los esquemas que se imagina HG. En el limitado menú que nos propone habría sólo dos alternativas. La primera: una izquierda que “hace alianzas diversificadas y se siente parte de las corrientes internas de la Nación” y que incluso a veces alienta a “las clases empresariales” a bregar por el “interés nacional”. La segunda: la del “proletkult”, que identifica como “una cultura propia de la clase obrera”.
La intelectualidad kirchnerista es el ejemplo viviente de los frutos amargos que da la “cultura” de las “alianzas diversificadas” con la “clase empresarial” por el “interés nacional”. Ultimamente el Gobierno está dando muestras de sobra: llámese entrega del petróleo a Chevron, acuerdo con los fondos buitre, pleitesía a las empresas imperialistas y subordinación al Ciadi o cinco mil millones para Repsol. Una nueva muestra de la quimera que significa creer que es de la mano de la “burguesía nacional” (casi un oxímoron para una clase profundamente antinacional) puede superarse el gran “drama nacional” de la dependencia y el atraso.
Si los intelectuales “social-liberales” erigieron como corifeos a Clarín y la SRA, lo característico de la intelectualidad kirchnerista fue la “división de tareas”: reflexionar “por izquierda” y dejar la política en manos del aparato del PJ. Emulando a los “intelectuales tradicionales” que analizara Gramsci, en los hechos su función consiste en ligar, cada vez más infructuosamente, a sectores medios “progresistas” al aparato de intendentes, gobernadores y burócratas sindicales del PJ, ahora encabezados por el menemista-duhaldista-kirchnerista Capitanich.
Ahora bien, qué podemos decir de la segunda alternativa de “cultura de izquierda” que nos propone HG, la del “proletkult”. Como sabemos, no sólo Lenin sino el propio Trotsky en sus magníficas polémicas con las vanguardias rusas cuestionaba el objetivo de constituir una “cultura proletaria”. La burguesía había tardado siglos en desarrollar la suya, la clase obrera no contaba, ni aspiraba a contar con ese tiempo, tenía un objetivo mucho más ambicioso y universal: una transición hacia la extinción de las clases, hacia una sociedad sin explotación ni opresión.
Quid pro quo, HG argumenta contra la constitución de una “cultura obrera” para presentar como corporativa y antihegemónica la opción por una política independiente de la clase trabajadora. Pero el sayo del “proletkult” no nos cabe, lo nuestro no es un obrerismo corporativo. La diferencia real es que mientras para HG el “drama nacional” se remite a la incapacidad de la burguesía local de dirigir un desarrollo nacional independiente, para nosotros consiste en que con la enorme tradición de lucha de los trabajadores y las masas oprimidas que atraviesa toda la historia argentina, la clase trabajadora no ha logrado aún transformarse en sujeto político independiente y hegemonizar a la “nación” obrera y popular para derrotar a la propia burguesía y al imperialismo.
Tiene razón HG cuando señala que la histórica elección del FIT se ha constituido en un hecho social, pero no sólo para el resto de las fuerzas políticas como él plantea. Justamente, en tanto “hecho social” aumentó la confianza de franjas de la clase obrera y de la juventud. Transformar esto en fuerza social y política es la principal tarea de la izquierda revolucionaria hoy. La lucha por recuperar los sindicatos de las manos de la burocracia y por construir un partido de trabajadores revolucionario son cuestiones de primer orden.
Es que, a diferencia de González, para nosotros no hay drama nacional por fuera de las clases sociales y la lucha entre ellas y, desde luego, no existe “cultura de izquierda” que no se inscriba en estos combates. En la “cultura de izquierda” llamamos a esto hegemonía.
* Dirigente del PTS, diputado provincial electo por la provincia de Buenos Aires.
** Dirigente del PTS, miembro del Instituto del Pensamiento Socialista Karl Marx.
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