EL PAíS › EL DIPUTADO RICARDO ALFONSIN RECUERDA LA ASUNCION Y EL GOBIERNO DE SU PADRE
El hijo del ex presidente habla de la campaña, la votación y la asunción presidencial de 1983. Destaca el Juicio a las Juntas y reivindica el discurso de las “felices Pascuas”. Los logros y las deudas de los 30 años de democracia.
› Por Victoria Ginzberg
El 10 de diciembre de 1983 Ricardo Alfonsín se levantó, se vistió y se instaló en la Casa de Gobierno. Su padre, Raúl Alfonsín, asumía la presidencia de la Nación luego de casi ocho años de dictadura. Ocho años de asesinatos, torturas, desapariciones. Ocho años, que también habían empezado antes, de miedo y de terror. Alfonsín padre había ganado las elecciones anunciando “somos la vida” y el 10 de diciembre la muerte parecía haber quedado sepultada, aunque más no fuera durante la fiesta que se vivía en la calle. Ricardo acompañó a su papá al Congreso, donde habló ante la Asamblea Legislativa, estuvo en el Salón Dorado, donde el dictador Reynaldo Benito Bignone le entregó los atributos del mando, siguió desde la terraza de la Casa Rosada el discurso del Cabildo y luego fue, junto con toda la familia, a la quinta de Olivos. Quería que el día terminara: “me la pasaba saludando gente y no soy muy sociable, soy bastante tímido”, explica hoy el diputado.
Muchos años después, cuando Alfonsín ya estaba enfermo, Ricardo se animó a hablar con él de la muerte, pensó que tal vez lo ayudaría.
–Viejo, ¿estás preocupado?
–Estaba más preocupado ahí –contestó señalando la foto en la que se lo ve entrando a la Casa Rosada, saludando a los Granaderos, en su primer día de gobierno.
Durante la campaña electoral, Raúl Alfonsín había usado el preámbulo casi como un rezo, como un mantra y había insistido en que “con la democracia se come, se cura y se educa”. Ricardo imita a su padre, su dedo índice levantado, mientras dice la frase, como poco después hará el abrazo a la distancia que Alfonsín usaba en los actos y que el publicista David Ratto modificó y perfeccionó hasta convertirlo en un sello personal.
“Había una demanda social de ley, paz. La Constitución decía lo que reclamaba la sociedad. Y él supo interpretar la demanda –dice Ricardo–. Después, las demandas cambiaron y ahí empezaron los problemas porque no se podía dar respuesta a todas las cosas que habían sido postergadas durante la dictadura militar. El objetivo principal era consolidar la democracia política. Como dijo mi padre, quien no comprende la diferencia entre la democracia y la dictadura no comprende la diferencia entre la vida y la muerte. La democracia formal era valiosa en sí misma, pero también tenía un costado instrumental: recuperando la democracia formal podíamos ir por la democracia social, por mayores niveles de igualdad, la que está cuando cada uno come, cada uno se educa y cada uno tiene salud. Muchos, para desacreditar al gobierno popular, querían hacer aparecer como un incumplimiento de Alfonsín lo que era un mandato orientador: hacia eso debemos ir, eso es la democracia en serio. El decía que si con la democracia no se cura, se come y se educa, la democracia es renga.”
Ricardo acompañó a su padre durante la campaña. Era un todoterreno y a la vez un aprendiz. Iba a los actos, ayudaba con la militancia y servía las empanadas en reuniones importantes. En uno o dos lugares, “ignotos y pequeños”, asegura, se animó a decir unas palabras que se había aprendido de memoria.
El 24 de octubre votó con su padre en la escuela N° 1 de Chascomús, donde los Alfonsín ocupaban varias hojas en la guía de teléfono. El comando de campaña se instaló en una quinta en Boulogne. En la galería había una radio a pilas y adentro una televisión. Allí, después de dormir la siesta, Raúl Alfonsín se enteró del resultado de la elección. No había bocas de urna.
–¿Confiaban en el triunfo? Dicen que al peronismo lo sorprendió la derrota.
–Nosotros hacíamos simulacros de elecciones. En las fábricas del Gran Buenos Aires, sobre todo en lugares en los que, a priori, el peronismo tenía que ganar. Se le pedía permiso al dueño y se ponían urnas. Era voluntario, pero como todos estaban tan politizados, participaban. Ganaba Alfonsín por diferencias importantes. Y cuando se imponía (el candidato peronista Italo) Luder era por escaso margen. Mi padre creía que iba a ganar, a diferencia de lo que piensan muchos. Y la quema del cajón de Herminio Iglesias no cambió el resultado, es un mito. Las encuestas que se hacían, los simulacros, eran anteriores.
–Supongo que no fue casual que el traspaso de mando fuera el Día Internacional de los Derechos Humanos.
–Fue pensado, sí. Y que el discurso se hiciera en el Cabildo también. Querían simbolizar que ese momento era una bisagra. El Juicio a las Juntas fue un hecho extraordinario en el mundo. Creo que fue el hecho que más en riesgo puso la democracia, y al mismo tiempo el hecho que la consolidó. Fue una gesta extraordinaria del pueblo argentino. Para mí, lo importante, además de que fueran presos, fue que los argentinos pudimos saber qué habían hecho esos señores. Y que pudiéramos observarnos a nosotros mismos. Eso conmovió a la sociedad argentina, lo que habíamos tolerado, disimulado. Eso fue el principal reaseguro de la democracia, generó anticuerpos.
–Los organismos de derechos humanos querían que la investigación sobre los desaparecidos la hiciera una comisión bicameral. El Gobierno hizo la Conadep. ¿Por qué?
–Recordemos que el justicialismo decía que no se podía derogar la ley de impunidad más gravosa (la de autoamnistía de los militares). Entiendo que creía que no estaban dadas las condiciones de fuerza, no era una claudicación ética. Pero algunos de los que criticaron después los tres niveles de responsabilidad de los que hablaba Alfonsín, cuando Alfonsín les explicó cuál era su política le dijeron: “¿Por qué le tenemos que creer que va a hacer eso?”. Creían que era mucho. Durante la campaña hablamos de tres niveles de responsabilidad: los que dieron las órdenes, los que las cumplieron y los que se excedieron en el cumplimiento de las órdenes (violaciones y apropiación de niños), que fue lo que recogió luego la obediencia debida. Dijimos que esa iba a ser la política.
–Es cierto, pero después del Juicio a las Juntas y que la Cámara ordenara continuar los juicios, había expectativa en que ese planteo fuera superado.
–Los que primero decían que no se podía hacer nada se pusieron muy exigentes. Nosotros hablamos de una ética de las convicciones y una ética de la responsabilidad. Si me manejo sólo por los principios digo “justicia para todos aunque perezca el mundo”, pero si van a morir todos ¿para qué quiero la justicia? Hay valores encontrados, que son positivos ambos, y hay que tomar decisiones. Eso lo define el que está gobernando, porque se supone que sabe y porque tiene más información que nadie. Cuando hablan del discurso de “Felices pascuas. La casa está en orden, no hay sangre en la Argentina”... creo que pocas veces se fue tan injusto con las palabras de un presidente.
–Se toma como un discurso bisagra porque había mucha gente movilizada y apareció como una claudicación ante las presiones militares...
–Eso es una irresponsabilidad. ¿Qué hubiera pasado si la gente iba a Campo de Mayo como querían algunos? Alfonsín toma la decisión de ir a hablar personalmente. ¿Qué hubiera pasado si disparaban contra la multitud? Era una posibilidad que debía considerar un presidente, podría haber habido miles de muertos. Cuando el presidente va, podían haberlo asesinado, secuestrado. Ninguna de esas cosas ocurrió, se rindieron, estuvieron presos –después los indultó (Carlos) Menem a los carapintadas– y dijo “felices pascuas, la casa está en orden y no hay sangre en la Argentina”: lo resolvimos sin sangre. Le quiero agradecer a Antonio Cafiero, cuyo acompañamiento en ese momento fue extraordinario y arrastró a todo el justicialismo. Pero una vez resuelto el conflicto se hicieron valoraciones críticas que partieron de los mismos que decían que tenía que hacer reformas a las que se negaba. Y el justicialismo se sumaba a eso. La oposición fue muy obstructiva, por decirlo de alguna manera, hubo muy poca lealtad republicana.
–¿Entiende la crítica de los organismos? Ellos no buscaban la reforma neoliberal, no lo criticaban por eso.
–Ellos se enojan por las leyes de obediencia debida y punto final, pero lo habíamos dicho durante la campaña.
–¿Siente que su padre se fue desprestigiado del gobierno y después hubo una reivindicación de su figura?
–Sí, pero no sé si él lo vio. Lo que ocurrió el día de su velorio, no lo imaginé nunca ni él tampoco. A los dos días tuve que salir a recorrer la provincia, porque estaba en elecciones internas –qué raro los radicales, ¿no?– y en cada pueblo se llenaban los comités, tuvimos que hacer actos en la calle. Pero no porque era yo, iban a saludar al hijo del muerto...
–¿Le gustó el acto que hizo la Presidenta?
–Sí. Se lo agradecí a Cristina y a Sergio Massa, que era el jefe de Gabinete. Se lo agradecí mucho, de la misma manera que agradecí cuando se interesaron por su salud y se pusieron a disposición.
–¿Su padre tenía una relación personal con la Presidenta?
–No en realidad. Pero después de la última cosa que dijo Néstor Kirchner (el discurso de la ESMA donde pidió perdón en nombre del Estado por no haber hecho nada) cuando lo llama a papá para pedirle disculpas... pero le quiero decir que las ofensas públicas merecen disculpas públicas.
–Fue público.
–Sí (no muy convencido). Pero a partir de ahí tuvieron un mejor trato. Y con ella empezó todavía un mejor trato. Es cierto que reconocieron cosas de papá, fueron generosos. Ella vino a visitar a toda la familia cuando él murió.
–¿Cuál cree que fue el mayor logro de estos 30 años?
–El mayor logro de la democracia es su existencia. En lo económico y social hemos mejorado, pero no lo que nos hubiera gustado. En el ’83 nos imaginábamos que en 30 años íbamos a estar mejor de cómo estamos ahora. Tal vez no nos dábamos cuenta de los condicionantes del pasado.
–¿La mayor deuda sería ésa?
–Sí. Lo que tiene que ver con el desarrollo social.
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