Dom 19.01.2014

EL PAíS  › EL POLITOLOGO MARCELO MORICONI BEZERRA Y LO QUE ESTA DETRAS DE LA VIOLENCIA

“Si el mercado es el garante, no puede haber una sociedad virtuosa”

El autor del recién publicado Ser violento; los orígenes de la inseguridad y la víctima-cómplice desmenuza los mecanismos sociales que llevan a la actual obsesión por la inseguridad. Las “víctimas-cómplices” por miedo, por interés o por ignorancia.

› Por Jorge Halperín

La inseguridad gana la partida, no importa si es consecuencia del fogoneo abrumador de los medios (sería un peligroso reduccionismo pensar en una causa). La idea de que la inseguridad es hija de las desigualdades sociales también está en cuestión. El déficit que muestra la sociedad civil en materia de políticas preventivas y eficaces contra el delito, con ser cierto, tampoco explica el problema. Hay otro enfoque que pone el acento en la trama colectiva de ideas que actúan como focos de malestar y convierten al delito en una opción rentable socialmente.

Lo expone el politólogo Marcelo Moriconi Bezerra, en su reciente libro Ser violento; los orígenes de la inseguridad y la víctima-cómplice. Moriconi, nacido hace 37 años en Neuquén, obtuvo una Licenciatura en Comunicación Social por la Universidad de La Plata e hizo un curioso itinerario académico y de vida que lo llevó a México, a España (donde obtuvo el doctorado en Ciencias Políticas de la Universidad de Salamanca), y a Portugal, donde actualmente reside y actúa como investigador del Centro de Investigaciones y Estudios de Sociología de la Universidad de Lisboa.

Ha sido también investigador visitante en la prestigiosa London School of Economics, e investigador post doctoral en la UAM de México.

El que sigue fue el diálogo que mantuvo con Página/12.

–“El mundo es así porque nosotros somos así”, es la primera frase del prólogo de su libro y que imagina en boca de Michel Foucault. Y esa frase lo va a llevar a su concepto de víctima-cómplice. ¿Puede explicarlo?

–El concepto de víctima-cómplice surge de esta idea de Rousseau de que los problemas de la sociedad comienzan con la llegada de la propiedad privada, con aquel que cerca su territorio y dice: “Esto es mío”. Para que alguien pueda afirmar su propiedad, la respuesta que tiene que recibir de los demás es: “Sí, esto es suyo”. Las cosas se legitiman colectivamente. Pensé en el desastre de 2001 en Argentina y me pregunté: “¿Colaboré de algún modo para que esto sucediera?, ¿colaboraron mis amigos?”. Quiero decir, para que un foco de malestar se institucionalice y continúe en el tiempo, transformándose eso en la lógica y no en la manzana podrida, necesita de un grado de tolerancia social muy alto. Es la cuestión de la hegemonía de Gramsci, la aceptación “natural” del sufrimiento. A partir de allí, comencé a buscar un concepto que me explique esto. Y surgió la idea de la víctima-cómplice.

–¿Y por qué toleramos colectivamente un foco permanente de malestar?

–No es algo racional, y puede ser una aceptación por acción u omisión que nos termina convirtiendo en víctimas. Y puede ser de distintos tipos: hay un tipo de víctima-cómplice por miedo. Lo vi en Italia, y se puede trasladar a la Argentina y a Latinoamérica, con el tema de la mafia. Todo el mundo sabía quién es el mafioso, pero no hacen nada para rechazarlo. Incluso en el propio ambiente académico, se ve cuando no rechazamos la corrupción o las actitudes antidemocráticas de profesores o autoridades de la Universidad por temor a perder nuestro lugar. Ahí entra también la víctima-cómplice por necesidad. “¿Te vas a hacer el Robin Hood y te vas a quedar sin trabajo?... ¿Dónde está la protección para los denunciantes?”

Están también las víctimas-cómplices por propio interés, y se ve, por ejemplo, en cómo las clases altas de las grandes capitales se instalan en barrios cerrados y alejados de la ciudad. O sea, en medio de una sociedad polarizada, con altos índices de violencia, esa familia se despreocupa del entorno social y disfruta de sus réditos. Lo paradójico es que los robos a los barrios cerrados van en aumento porque no se combate el foco del problema. También se contribuye por propio interés al malestar general cuando en España se arregla con el jefe ser despedido para cobrar el subsidio de desempleo y recibir paralelamente un salario menor en negro. Y se aporta a los robos y a la inseguridad cuando se compran repuestos robados en Warnes o electrónicos robados en otros negocios conocidos porque son muy baratos.

Está la víctima-cómplice por ignorancia. Por ejemplo, se ha naturalizado la idea de que todo contrato comercial tiene una letra chica, y el consumidor no quiere que le cuenten la verdad.

–Usted escribió que el modelo de vida constitucional-legal ha perdido credibilidad y legitimidad.

–Sí. El desarrollo social ha hecho fracasar ese modelo. Entonces, son las instituciones informales las que brindan nuevos modelos de vida avalados. Así, cuando hay que hacer un trámite no es oportuno seguir las reglas, sino buscar un contacto personal influyente; si nos detiene la policía manejando mal, será oportuno optar por el soborno; la cuña o el “enchufe” son más importantes para conseguir un trabajo que la constancia, la experiencia o el mérito. El trabajo no estará bien remunerado y no permitirá progresar económicamente. El consumo nos dará sensación de identidad y hasta de superioridad sobre otros. La política defiende más al mercado que al bienestar general, etc., etc. Uno se pregunta: ¿la justicia o la igualdad son fines sociales buscados colectivamente en un sistema en el cual lo que prevalece es lo individual? Entonces, cuando se analiza la inseguridad y la violencia se comete el error de tomarlos como problemas en sí mismos y no verlos como consecuencia de que los criterios de veracidad de la sociedad de hoy han dejado de ser efectivos.

–¿Hay que buscarlo en el sentido común arraigado?

–Ese es el desafío: desmontar la dictadura del sentido común. Einstein decía que es más fácil desmontar un átomo que un preconcepto. De hecho, la convivencia humana en nuestras sociedades genera permanentemente malestar porque se educa al ciudadano para que busque metas que luego la propia sociedad le niega. Por eso mi hipótesis es que la violencia y la inseguridad no son los problemas centrales de estas sociedades, sino que son fenómenos muy probables que se dan porque los axiomas sociales están fallando.

–¿Dice usted que es un problema de ideas?

–De ideas arraigadas colectivamente. Fíjese: la mayoría de los estudios de inseguridad ciudadana parten de la premisa equivocada de que la causa fundamental de la violencia es la desigualdad, y con eso refuerzan el prejuicio que criminaliza a los pobres. Si fuera cierto, entonces cuando el pobre que se dedica a robar se hace de un importante patrimonio dejaría el delito. Pero la delincuencia cruza todos los sectores sociales, no habita en uno solo. La pobreza y la desigualdad pueden ser disparadores de delito en algunos casos, pero la delincuencia y la violencia arraigan por otras razones, por ejemplo por los niveles de impunidad, por el hedonismo, por el culto a la riqueza no importa por qué medios.

–Es cierto también que vivimos en una sociedad profundamente indiferente a la norma...

–No me gusta hablar de “anómico” porque siempre hay un orden. Pero las ideas determinan la construcción de imaginarios políticos y sociales, y desde ellos se ordena racionalmente el mundo. Estos imaginarios definen qué es lo aceptable, lo negativo, lo tolerable, lo justo. Y así ciertas prácticas, por ejemplo el clientelismo, el soborno o el tráfico de influencias serán más aceptados en una sociedad que en otra. Pero las ideas determinan también el límite de lo que se puede pensar y lo que se puede hacer.

–¿En qué sentido?

–Fíjese, por ejemplo, en el tema del hambre: las Naciones Unidas se plantearon acabar con el hambre como objetivo del nuevo milenio. Se calculó que serán necesarios entre 44 y 50 mil millones de dólares al año para que cada ser humano pueda tener un plato de comida diario. Y el plazo para cumplirlo es el 2015. Es obvio que hay suficiente alimento en el mundo para concretar esa aspiración, por lo tanto el hambre hoy es una incoherencia. Pero resulta que en la materialización del hambre interviene un factor que viene exclusivamente del mundo de las ideas axiomatizadas, arraigadas, y es la lógica del capital. Entonces, el problema real no es el hambre, sino la falta de mercancías o dinero para intercambiar por el alimento que sobra en el mundo. Es decir que las ideas que forjan el capitalismo y el mercado están por encima de las necesidades básicas, y, en consecuencia, el gran objetivo del milenio de erradicar el hambre no será conseguido. Eso, mientras el dinero entregado a los bancos como salvatajes de la crisis llega a 4.600.000.000.000, una cifra infinidad de veces mayor que la necesaria para erradicar el hambre.

–Allí aparece Gramsci para explicarlo...

–Claro, porque los sectores hegemónicos han impuesto al resto de las clases y grupos sociales un conjunto de creencias y prácticas, un marco común de sentido más o menos coherente, y, otra vez, los límites de lo que se puede hacer y pensar. Y lo que se puede hacer y pensar son acciones que fortalecen el papel del mercado como agente de control social, y las ideas que no discutan los vínculos comerciales de hoy y que resguarden el sistema financiero mundial.

–Y está para verificarlo el portentoso lugar que ocupa una multinacional como McDonald’s, a pesar de las denuncias sobre sus productos...

–Sí, pero desde cierto progresismo se culpa a McDonald’s de causar la obesidad de millones. Pero McDonald’s no existe porque hay capitalismo, especulación, violencia y corrupción, sino porque cada vez que abre un restaurant hay cientos de clientes ávidos de consumir sus hamburguesas. Nadie los obliga. Si McDonald’s fuera el culpable de la obesidad tan propagada en los Estados Unidos, entonces estamos reconociendo que los ciudadanos no tienen suficiente juicio para cuidarse, y esto llevaría a pensar que la democracia no es posible. Si vamos al capitalismo financiero, ¿por qué no hablar de la idiotez que lleva a que tantos deseen algo que no está a su alcance y que los ‘obligue’ a acudir a bancos que confundimos de manera suicida con los reyes magos?

–Usted mencionó antes el error de abordar la violencia y la inseguridad abstrayéndolas de sus causas...

–El primer error está en asociarlas exclusivamente con delitos y no, por ejemplo, con los graves problemas del tránsito, que son una amenaza mucho más cercana. Pero, aun con los delitos, no se apunta a las causas, se buscan sólo formas represivas más efectivas y, entonces, lo que consiguen es que el delito mute pero no desaparezca. Eso se ve, por ejemplo, en el robo de autos. En los últimos años, incorporaron muchas tecnologías de seguridad. El resultado es que ahora hay más secuestros y violencia para robar autos, y no bajaron los robos. El auto está más seguro que su propietario. Otro ejemplo: se propagó al infinito la instalación de cámaras que lo ven todo en las ciudades como medio de prevención. Pero los hechos demuestran que muchas veces los delincuentes no se acobardan ante la cámara. Es más, hay muchos secuestros en los que los delincuentes piden periodistas y cámaras de TV porque quieren aparecer. Se puede preguntar: ¿por qué no ser violento? ¿Por qué no delinquir? ¿Cuál es, en definitiva, la condena social que recibe, más allá de lo que dice la ley, aquel que hace fortuna por medios no legales?

–Usted aplica en el libro el concepto de “democracia vigilada”. ¿A qué se refiere?

–Me refiero a que tenemos un tipo de democracia del capitalismo de hoy, en la que los gigantes económicos afectan a la educación, a las instituciones docentes, formatean el discurso público y marcan la cultura popular. Es decir que, cuando algunos plantean que podemos mejorar la democracia impulsando mejores formas de control de cuentas y gestión, caen en una ingenuidad. Si el mercado es el garante, no puede ser una sociedad virtuosa. Hoy los ejes centrales de la política son el mercado y el sistema financiero mundial. Sobre esa base está montado el orden social. Y eso provoca un conflicto narrativo cuando hay que decidir dónde están los focos del malestar colectivo.

–Así como lo plantea, somos ciudadanos con vendas en los ojos...

–De cierta manera. Yo cito a (Zygmunt) Baumann cuando dice que, aunque la idea del marketing sea la felicidad del consumidor, lo que se debe evitar es la satisfacción duradera, porque esto es peligroso para el mercado y para la reproducción del sistema. Consecuencia: hay una fábrica colectiva de ansiedad y esto lleva a un boom de los antidepresivos. Bueno, los mismos organismos internacionales y los cerebros que trabajan para ellos, que promovieron la necesidad de abrir los mercados y el neoliberalismo como vía única a la felicidad, una vez que estalló la gravísima crisis de sus fórmulas, ahora nos persuaden de que hay que centrarse en la seguridad ciudadana, pero evitan asumir que es el modo de vida impulsado por ellos el gran foco de la violencia. Nos obsesionan con la inseguridad, y abundan en estadísticas, pero despolitizan el tema, lo reducen a algo técnico y cancelan el debate. Y es así como se vendan los ojos del ciudadano.

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