EL PAíS › LA ORFANDAD DE LA POESíA > SOBRE LA MUERTE DE JUAN GELMAN, SU OBRA Y SUS LEGADOS
› Por Guido Leonardo Croxatto *
¿Por qué este horror?
En la página de nosotros mismos
tu cuerpo escribe.
Juan Gelman
La búsqueda de la palabra es la búsqueda de un milagro. La búsqueda de los cuerpos. La búsqueda de justicia (una búsqueda que nunca se acaba) es la búsqueda de una voz. Todo esto resume una sola búsqueda. Gelman era un buscador. El lo dijo.
Hay dos visiones del derecho en pugna. Una de esas visiones defiende el lugar de la poesía y la literatura para la construcción de un derecho mejor, más justo, más humano, con más voces. Otra (la positivista) impugna (e impugnó durante el Proceso, cuando decenas de estudiantes de derecho fueron asesinados, muchos también poetas, como Luis Elenzvaig) esa visión, cree que la poesía y los poetas no le sirven demasiado al derecho, que los poetas y escritores no le dicen mucho al abogado. Al juez. Al fiscal. Al defensor. A las cortes. No mejoran su tarea de impartición de justicia. No la ennoblecen. Esta última visión creía también que el derecho es completamente separable de la política (segundo error). Gelman fue una muestra terminante en el último siglo de que esta última concepción, que todavía perdura en muchas aulas de abogacía argentinas, estaba equivocada. Sin poesía no hay justicia. No hay identidad. Sin poesía no hay derecho. La literatura construye caminos.
Un principio básico del derecho no positivista, ese derecho que rescata –a diferencia de los académicos que cuestionan la vaguedad de las palabras poéticas (que por ende separan equivocadamente el derecho de la poesía, el derecho de la retórica)– el valor de la palabra poética frente al nunca del todo aclarado valor de los “sistemas” jurídicos, es que no hay aplicación del derecho –no hay justicia– inseparable de la moral. No hay derecho separable de la poesía. La norma no se sostiene sola. La tiene que sostener algo que el derecho –hasta ahora, como sabe cualquier estudiante de abogacía– jamás ha encontrado (desde los debates de Hart con Kelsen, ese punto moral, final, donde el derecho cierra y se justifica, no pudo ser hallado). Por eso, el derecho no puede –no ha podido nunca– prescindir de los poetas. El derecho no tiene o tendría fundamento. El positivismo, que hizo furor en la Argentina y en el mundo, tiene pues un hueco vacío. No nos puede explicar algo importante: por qué el derecho es válido. De dónde extrae el derecho su validez. Ahí es donde entran personas –poetas– como Juan Gelman. Entran para aclarar el asunto de la validez. El problema de la validez del derecho. De la validez de la justicia.
Los exponentes de la otra visión del derecho (de la justicia poética, que también tuvo exponentes en Argentina, admirados por Duhalde, como Enrique Mari) es la poesía. El poema puede ser el fundamento no reconocido. El poema puede ser la base nunca reconocida del derecho. De la legalidad. De la justicia (Nussbaum). El derecho es inseparable de la palabra. Del poema. La poesía es inseparable de la búsqueda de la verdad. Más puntualmente: el derecho es inseparable de una visión ética del mundo. De una visión de la justicia. Esto, que fue analizado por la filosofía del derecho, significa que el derecho no es nunca un sistema independiente, puro, acabado, completo, separado de la sociedad, nunca se aplica solo. Las normas no funcionan sin un juez que las interprete. Las valore. Las haga valer. Las haga hablar. Y el juez es, ante todo, un hombre. Una persona con miedos, angustias, intereses, dolores, ambiciones. Temor. Sentimientos. Dudas. Amor. La poesía, precisamente, vino a iluminar esto. Este costado negado, temido. Este otro costado humano negado por los abogados que no quiso ver nunca el derecho, pero es la base del funcionamiento del derecho y de la justicia. Gelman pertenecía, como Whitman, a esa rara estirpe de poetas que iluminaron, con su palabra, la justicia del siglo XX. No es poco. Juntaron poesía y justicia. Poesía y verdad. Poesía y derecho. Poesía y memoria. La poesía también es –y acaso también lo sea el derecho– una forma de la búsqueda. Gelman dijo que era un buscador de milagros. No siempre se comprende la dimensión de su tarea. Pero el valor de su trabajo ha sido –para los jóvenes abogados que crecimos leyendo sus poemas mientras leíamos todos los códigos civiles y penales que en la facultad nos obligaban a repetir de memoria– descomunal. La letra fría del derecho no sobrevive ni sobrevivirá nunca sin el poema. Gelman nos marcó el valor del derecho, el fundamento de eso que hacíamos, de esa justicia que buscábamos. Eso no estaba en los códigos. Estaba –y estará siempre– en los poemas. Gelman nos enseñó lo que la Facultad de Derecho no nos había enseñado. Lo que sólo la poesía podía decirnos sobre el derecho. Gelman va a estar siempre, como estuvo siempre, de pie ante la muerte. Como debe estar el poeta. Como debe estar –siempre– el abogado. De pie ante la muerte. Ante el horror. Ante las cadenas. Ante el silencio. De pie. Ante la complicidad. Ante la mentira. Ante la cobardía. Ante la mediocridad. Ante todo. De pie. Siempre. Gelman destacó (antes que muchos otros) la importancia de la poesía para la búsqueda de la verdad. La importancia de la poesía para la reconstrucción de la Historia. Para la reconstrucción del derecho.
* UBA-Conicet.
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