EL PAíS › EL FISCAL CROUS ANALIZA LAS DROGAS SINTETICAS TRAS LA DETENCION DEL CHAPO
El procurador de Narcocriminalidad del Ministerio Público Fiscal, Félix Crous, propone un nuevo debate social y de salud pública sobre las drogas que no se basan en una materia prima orgánica.
› Por Martín Granovsky
En diálogo con Página/12, Félix Crous, el fiscal especializado en drogas y criminalidad de la Procuraduría, contestó preguntas y, sobre todo, abrió otras.
–La detención de Joaquín “El Chapo” Guzmán pareció desayunar a muchos analistas y dirigentes políticos sobre la importancia y la escala del negocio alrededor de las drogas sintéticas.
–Sí, mucha gente desayuna tarde. El tema de las drogas sintéticas en México y en Centroamérica tiene una presencia muy grande desde hace ya mucho tiempo. Los niveles de incautación de droga son altos. Los laboratorios alcanzaron un gran nivel de desarrollo tecnológico.
–¿La situación en la Argentina es comparable?
–Ni punto de comparación. Pero no perdamos de vista algunos datos. Si uno recuerda el caso del contrabando de efedrina, habrá registrado que el destino era México. Cuando México trató de controlar con más fuerza ese negocio se redobló también la búsqueda de nuevos mercados. El argentino fue uno. Estamos hablando de una industria que no sólo usa precursores de origen químico, sino pre-precursores. Hay una sofisticación y una complejidad que no están presentes en torno de la cocaína. Y un circuito internacional complejo.
–¿Qué abarca?
–Por ejemplo, muchos insumos para fabricar droga sintética llegan de Oriente por los puertos de Guatemala y también de México. Esta descripción puede parecer lejana. No lo es. La segunda cuestión a tener en cuenta, si uno considera las cosas con visión global, es que las drogas sintéticas también se elaboran masivamente en los Estados Unidos. Entonces aparecen preguntas de una lógica elemental. La cocaína es de origen extractivo. Se extrae de una materia prima orgánica como las hojas de coca que crecen en América latina. La cocaína es uno de los estereotipos de Latinoamérica. Recibe una identificación territorial. ¿Y la sintética? ¿Por qué es menos tenida en cuenta?
–¿Qué habría que analizar en la Argentina?
–Cuando empecé a trabajar en la Procunar me puse al día sobre algunas investigaciones anteriores. Surgen drogas sintéticas que no tienen principios activos contemplados en la ley de drogas. Antes del último festival Creamfields de música electrónica la Policía Federal se adelantó. Montó lo que se llamó “Operación Ibiza” para desarmar el plan de comercializar miles de dosis de drogas sintéticas. Pero como muchas de las dosis incautadas contenían sustancias que no estaban en la ley de drogas, desde el punto de vista penal el tema quedó vacío.
–¿Y desde un ángulo social o de salud pública?
–Queda cada vez más claro el peligro para la salud. La lista puede actualizarse, y eso se hace. Pero preguntémonos por qué razón se banaliza el consumo. Por qué se obvia que hay menos muertos por sobredosis de cocaína que por consumo de drogas sintéticas. El punto, también, es que las consume un público de clase media con hábitos gregarios y masivos en ámbitos promocionados.
–¿Qué se puede hacer ante una fiesta de música electrónica?
–Saber que cuando se habilitan esas fiestas habrá un riesgo alto. Las detenciones de muchachos con pastillas para consumir son habituales, y a veces incluso quedan detenidos los vendedores. Pero los problemas graves siguen. Cómo solucionar la violencia en el fútbol es, al menos, un tema. ¿Quién está pensando en las muertes por sobredosis después de consumir drogas sintéticas en una fiesta masiva? El ser humano, desde que tenemos registro, accede a elementos para alterar los sentidos. La pregunta es cómo bajamos los niveles de deterioro y cómo reducimos los niveles de violencia, que en la Argentina se centra hoy en la pasta base y en México, por la escala del negocio, disputa el control de la distribución de drogas sintéticas. De paso, resulta que su principal frontera linda con el país que más consume y que produce también a una escala extraordinariamente grande: los Estados Unidos. Sin embargo, ese país no reporta seriamente a la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes, un órgano que se considera a sí mismo cuasi judicial y actúa en el marco de la Oficina de Drogas de las Naciones Unidas. Por eso, los informes de la junta son distorsivos. No dicen quiénes no informaron de manera disciplinada. Tampoco tienen rigor científico los informes del Departamento de Estado. Leemos realidades y fantasías sobre la ruta de la cocaína, pero no vemos detalles sobre dónde se lava el dinero, quién financia el comercio, por qué aumenta el mercado de las drogas sintéticas. Me pregunto: el mercado local argentino, ¿es el peaje de un comercio más grande? Puede ser. Los puertos aquí son masivamente privados. ¿Cuál es el nivel de control estatal allí? No son temas que figuren en la agenda de la discusión pública. Tampoco veo que discutamos sobre el control del Levamisol, una droga con aspecto de talco blanco brillante usada para fabricar desparasitadores para animales y que, ingerida por seres humanos, produce los mismos daños que el clorhidrato de cocaína. En la Argentina, al consumidor eventual lo dejamos desamparado. Ni le informamos. En el mejor de los casos, no lo penamos, lo cual está bien, pero permitimos que se mate como quiera. Mi sensación es que todavía sobrevive el momento inicial del VIH. Era el castigo divino, como decían los sectores más duros de la Iglesia. El que toma alcohol ya sabe qué le puede pasar. Ni hablemos del fumador. Frente a la extensión de las drogas sintéticas, el Estado y la sociedad deberían hacer una política masiva de reducción de daños. Mejor que no consuma. Pero, como en el capitalismo es difícil eliminar el consumo de algo, al menos que quien consume sepa los riegos que corre. Por algo en Europa, un continente con larguísima tradición de consumo, ni se habla de la pasta base. En Viena, la oficina de drogas no habla del paco sino de los opiáceos y sus derivados sintéticos. Todo ha sido sintetizado. Inglaterra detectó 70 mutaciones de drogas sintéticas en un año que pueden ser fabricadas en un gran laboratorio por un estudiante avanzado de Bioquímica. Requiere más conocimientos que la elaboración del clorhidrato de cocaína, que se parece más a cómo cocinar con habilidad un guiso. Hace falta conocer principios de la química y tener herramientas específicas. ¿Por qué la decisión social, que los grandes medios de comunicación refuerzan, de satanizar ciertas sustancias y ser indulgentes con otras? Tenemos el mayor consumo mundial de clonazepam. Muchos médicos sobrerrecetan y los pacientes sobredemandan. Los clínicos dicen que a veces son considerados malos médicos si no recetan mucho. ¿Qué pasa en las guardias con los comas alcohólicos de muchos chicos? ¿Y los chicos sin autopsia que se murieron en clínicas privadas? Jamás sabremos si no murieron por una sobredosis de éxtasis. Hay una sobrejudicialización por un lado y un subregistro por otro, porque los consumidores de drogas sintéticas son jóvenes de clase media con mayores recursos para que sus prácticas sean invisibles. Y para peor, muchas de estas drogas están vinculadas con ciertas conductas virtuosas: las anfetaminas permiten trabajar más, estudiar más, tener mayor resistencia al sueño. El éxtasis promueve empatía y no conductas temibles desde el punto de vista social. El chico que fuma un porro en la plaza es visto como un tremendo peligro, como si Lombroso tuviera razón, pero de verdad es inocuo para los demás y consume una droga mucho menos peligrosa. A la hora de reaccionar, el debate sobre las drogas todavía es tan selectivo como todo el sistema penal. Y eso es un gran problema.
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