EL PAíS
› MARIO FIRMENICH HABLA DE LA CONTRAOFENSIVA Y LA CAUSA QUE LO ACORRALA
“La causa Bonadío es una canallada”
Cristina Zuker es hija del recordado Marcos Zuker y hermana de Ricardo Zuker, uno de los 15 militantes secuestrados y asesinados por la represión militar en marzo de 1980 cuando intentaban desarrollar la “Contraofensiva” contra la dictadura resuelta por los Montoneros en el exilio. Fue una de las que iniciaron la causa por la que el juez Bonadío procesó y detuvo primero a decenas de uniformados y después reclamó la detención de los ex jefes montoneros. Buscando la verdad sobre lo ocurrido, Cristina Zuker entrevistó a Firmenich en su casa, poco tiempo antes de la orden de detención que lo hizo ocultarse. En esa reunión, el ex guerrillero le dio su opinión sobre los puntos que desatarían más polémica tras la última resolución de Bonadío. Cómo y por qué se tomó la decisión de hacer la contraofensiva, si hubo entregadores, en qué condiciones se envió a los militantes (incluso a los dos menores), el papel de los medios y la Justicia, el rol de los delatores e infiltrados y hasta las críticas que recibe por su soberbia. El reportaje que se transcribe a continuación es un adelanto exclusivo del libro El tren de la victoria, de próxima aparición.
Por Cristina Zuker *
“No voy a contestar nada que tenga que ver con esa causa judicial”, fue lo primero que me dijo Mario Eduardo Firmenich cuando lo llamé por teléfono, y agregó que debía sufrir ilusiones ópticas si pensaba que podía contarme algo de mi hermano que yo no supiera. “Es esa típica costumbre nacional: ‘así que usted es de Buenos Aires..., entonces debe conocer a Fulanito’”, cerró con una carcajada que por teléfono sonó demasiado hueca. No me reí, ni le recordé su responsabilidad última sobre los hechos. Tenaz en mi propósito, quedamos en vernos en su casa. Le anticipé que iría con mi hija. Así que el día señalado ambas fuimos al Apeadero de Gracia para subirnos al confortable tren que nos llevaría a la vera del Mediterráneo hasta Vilanova i la Geltrú, un puerto bucólico de la costa catalana, donde los Firmenich viven hace seis años un presente más sosegado, desde que el jefe de la familia se gana la vida como profesor de economía en la Universidad Central de Barcelona. Aunque tenga una página en Internet cuya dirección es www.movimientomontonero.org, y en ella se sigan publicando documentos con pie de página en forma de consigna: “habrá patria para todos o no habrá patria para nadie”.
Su mujer de toda la vida, María Elpidia, “la negrita”, cordobesa, madre de sus cinco hijos, y encargada hoy como siempre de llevar las directivas de su marido en frecuentes viajes a la Argentina o de allanar los embates del pasado, había atendido mi primer llamado. Rápidamente, me anticipó que la intransigencia de Firmenich seguía incólume, a pesar de las tantas cosas que se han dicho de él a lo largo de los años. En aquella primera charla telefónica con María Elpidia, aprovechó para contarme que cuando fue secuestrada en junio de 1976, con un tiro de FAL en un brazo, no sabía que estaba embarazada, que las palizas fueron demoledoras y que Mario Javier nació seis meses y medio después de su gestación. Es justamente él quien nos abre la puerta. De acuerdo con lo convenido, Firmenich llega tras mi plática con su hijo. Unos kilos de más delatan el paso del tiempo, igual que las canas que le han ido cubriendo la cabeza, y sus pobladas cejas. De todos modos lleva con hidalguía sus 54 años. Despojado de la marcialidad con que posaba allá por los setenta desde las tapas de Evita Montonera, viste unos vaqueros, un pullover azul de cuello redondo por el que asoman los cuadros escoceses de la camisa.
–¿Por qué no hablamos de la contraofensiva, de la derrota previsible, de las muertes inútiles?
–¿Qué es la contraofensiva? ¿De qué me hablás?
Sentí que de aquí en más el diálogo iba a ponerse tenso. Le explico que no pude entender la decisión de mi hermano de sumarse a la contraofensiva. El, que había conocido ya el infierno, volvía a engancharse con la muerte, cuando la vida todavía le prometía tantas cosas. Que entonces tenía veinticuatro años, y que desde entonces habíamos discutido todos los días, con los resultados conocidos.
–¿A vos no te parece que fue una empresa suicida?
–En la contraofensiva no murieron más de 20 o 22 compañeros.
Le rebato con vigor el número de muertos. Cuento con los datos minuciosos del Equipo de Antropología Forense, que me proporcionó el invalorable Maco Somigliana. Fueron más de 40 en el ‘79 y menos de 40 en el ‘80, que suman arriba de ochenta. De hecho, en la causa que investiga el juez Claudio Bonadío casi se alcanza el número mal estimado por Firmenich. Me indigna que todavía le cueste aceptar las dimensiones de la derrota.
–Después cayó el Turco Haidar –su cuñado– en el ‘82, y cayó Yaguer en el ‘83. ¿Y qué? –me interpela de manera agresiva, como provocándome—. Nosotros nunca tuvimos la voluntad de dejar de luchar. ¿Y en el ‘76, en el ‘77? Caían siete compañeros por día. La contraofensiva es un juego de niños al lado de eso.
–Sí, yo creo que fue un juego de niños porque incluso hubo una niña de 16 años que estaba en el grupo de mi hermano, Verónica Cabilla –digo dispuesta a profundizar la confrontación.
–Con el consentimiento de los padres por escrito y por separado –y lo repite–. Lo exigí por escrito y por separado, más allá de que la patria potestad en esa época era sólo del padre. Así como yo a la ley de sangre no me opongo, frente a la ley de padre y madre por escrito tampoco. Además, no lo considero una irresponsabilidad, porque tampoco el Tamborcito de Tacuarí es un crimen. A mí nadie me enseñó que lo del Tamborcito de Tacuarí fue un crimen, y era un niño también. Ahora, si vos decís para qué mierda empezaron a luchar, que era un proyecto fracasado desde el principio, esa es otra discusión. Bueno, a posteriori... Es como hablar de los resultados de los partidos de fútbol del domingo con el diario del lunes bajo el brazo. Ya sabemos el final de la historia. Podés decir lo que quieras, pero que nuestro proyecto era creíble para nosotros y para nuestros enemigos, claro que era creíble, si no, no nos hubieran matado, se hubieran cagado de risa –él también se ríe–. Lo hicimos con la mayor seriedad que pudimos, con toda la inexperiencia e ignorancia que podíamos cargar a cuestas, y la mayoría de la sociedad argentina en un momento apoyó hasta que nos quitó su apoyo. Hasta ese momento nunca colectivamente nos planteamos la opción de dejar de luchar. Al plantearnos la opción de continuar resistiendo, era obvio que corríamos con todos los riesgos. Fue una decisión colectiva –recalca–. En lo individual, algunos se lo plantearon y se fueron.
–¿No te parece que para el proyecto de la contraofensiva eran demasiados los riesgos a correr, suponer que se iba a contar con el apoyo del pueblo argentino no era también una ilusión óptica?
–¿Suponer qué? Nosotros hicimos la contraofensiva a partir de la huelga general de abril, y tuvimos ese apoyo. Y nos planteamos la movilización de una fábrica grande, la Peugeot, y la tuvimos a punto de salir. Les dieron todas las reivindicaciones para que no salgan. Y sabíamos que iban a estallar las contradicciones internas del Ejército y estallaron. Se sublevó Menéndez en ese momento. Y sabíamos que iba a venir la Comisión de la OEA y que esto era romper la coraza de protección que tenía la dictadura en el exterior, y también ocurrió. Y suponíamos que después de eso iban a tener que retirarse y llamar a elecciones, y también ocurrió. Ahora si vos decís: ¿ustedes pensaban tomar el poder en el ‘79, como se tomó el Palacio de Invierno? Nunca pensamos eso, y si nos lo hubiéramos planteado, ¿qué? –me vuelve a prepotear–. Esta es la otra cuestión. Suponiéndolo, ¿y qué? Se trató de una decisión política discutida democráticamente, votada en todos los ámbitos y asumida por todos. ¿Y qué? Los votos fueron cantados, hay actas. No hubo papelitos, o por lo menos yo no me enteré. Se votó en el Consejo Superior del Movimiento Peronista Montonero, se votó en lo que se llamaba en aquella época Comité Central del Partido. Todo el mundo sabía que era una decisión política que venía de mucho tiempo antes, no era una maniobra intempestiva ni secreta. Se empieza a discutir la necesidad de cambiar la situación estratégica de resistencia en julio del año ‘78. No era la contraofensiva de los montoneros sino la contraofensiva popular. Que era un estadio de un momento social que nosotros analizamos y que estaba basado en la realidad. Y si no lo estuviera, ¿qué? –otra vez la muletilla–. Fue una decisión política de centenares de personas conscientes de los riesgos que corrían.
–¿Quiénes eran los centenares de personas?
–Todos, todos los montoneros, ni uno dejó de participar. El que no quiso tuvo la opción de discutir, votar en contra o irse, y no pasaba nada. Todos los montoneros participaron de la contraofensiva de una u otra forma. Algunos en tareas logísticas y políticas en el exterior, otros en tareas políticas en la Argentina, otros en tareas propagandísticas. Todos,incluyendo a personas como Oscar Bidegain, participaron de la contraofensiva. Vos podés juzgarla como una decisión política incorrecta pero no podés decir que la conducción mandó a alguien a la muerte, porque además se pone en duda la integridad de los compañeros. Era imposible obligar a alguien a hacer algo si no quería. Desde un punto de vista material, si un compañero tenía que salir de Madrid y tomarse un avión con escala en Panamá, y después aterrizar en Chile y de ahí cruzar por tierra a la Argentina, en Panamá o donde querías podías no seguir viaje. Para el Mundial del ‘78, un muchacho que iba rumbo a la Argentina desapareció, se arrepintió. No me acuerdo el nombre.
–¿Cuánto tiempo duraba el entrenamiento militar en el Líbano?
–Yo no te voy a contestar preguntas policiales. No te voy a contestar nada que tenga que ver con causas judiciales, porque yo no soy policía.
Firmenich desconoce que en la causa que lo pone tan nervioso se han ido acumulando documentos secretos de la inteligencia militar que responden con exceso a mi pregunta. Incluso uno de ellos se refiere al escepticismo del jefe militar de la contraofensiva montonera Raúl Clemente Yaguer, tras salir del país después de presenciar el atentado contra Francisco Soldati, donde hubo bajas propias considerables. “Los cursos Pitman no van”, aparece diciendo en un documento, refiriéndose a los cursos de entrenamiento militar que se impartían en Siria o en el Líbano, donde los aviones israelíes volando sobre sus cabezas aseguraban un escenario de guerra permanente, un paisaje bastante diferente al del alicaído Buenos Aires. Aunque en otro documento Yaguer señalara que las operaciones ahora era necesario planificarlas en función del objetivo, y que la retirada era secundaria, una caracterización que convertía a los combatientes en émulos de los comandos suicidas palestinos. También estimaba Yaguer que el entrenamiento con armas de guerra, que duraba dos meses, debía ser duro para que el posterior combate fuera blando.
Firmenich se niega enfáticamente a hablar sobre este tema. Sigo adelante:
–¿Estuvo Videla en la mira de alguno de los grupos?
–Que yo sepa, no. De todos modos, si a algún grupo se le hubiera ocurrido pensar por su cuenta en atacar sobre Videla, no hubiera sido un disparate.
–Tendrían que haber estado bien pertrechados.
–Había autonomía de táctica. De todos modos, si alguien hubiera podido matar a Videla en ese momento se hubiera llevado unos cuantos aplausos.
De hecho, el general Cristino Nicolaides anunció en 1981 que habían secuestrado carpetas con la más completa información sobre cada uno de los funcionarios nacionales, en los que constaban horarios, movimientos, custodias y fotografías. En una carpeta dedicada al entonces presidente Videla había hasta una película que mostraba sus itinerarios y movimientos habituales.
–¿Roberto Perdía también estuvo en el país durante la contraofensiva?
–No, no, vos me estás haciendo las preguntas de la causa Bonadío, y esa causa es una canallada donde me han metido a mí como testigo por mala leche –dice–, y ninguno de los dos podía imaginar que meses después Bonadío ordenaría su detención a Interpol, como implicado en la causa, junto a Roberto Perdía y Fernando Vaca Narvaja.
–¿Se te convocó para declarar lo que sabías sobre el Plan Cóndor?
–Sí. Pero también me preguntaron sobre el tesoro de los montoneros. ¿Qué mierda tiene que ver el Plan Cóndor con el tesoro de los montoneros? Y me preguntaron por una nota publicada en el diario Clarín y otra en Página/12. Son canalladas que no son inocentes. Hay servicios de inteligencia que les están pagando. La jugada consiste en decir que los montoneros son una mierda, que los que murieron eran unos pobrecitos buenos, que los que quedaron vivos son todos unos hijos de puta y que losde la conducción eran todos de los servicios de inteligencia. Este crimen contra los que estamos vivos mata a todos los argentinos, y mata dos veces a los que están muertos.
–¿Por qué no me contestás si Perdía estuvo en el país?
–Porque las preguntas que me hacés están en esa dirección. Me estás preguntando si Perdía ha sido el entregador porque ha salido en los diarios. Hablan de Silvia Tolchinsky, que tampoco pudo haber entregado nada.
El origen de la causa
Firmenich tampoco sabe demasiado acerca de esta causa judicial cuyo origen se remonta a febrero de 1983, cuando un grupo de familiares interpuso un recurso de hábeas corpus a favor de quince militantes desaparecidos, que intentaban regresar al país a principios del ‘80. La cacería había recibido el siniestro nombre de Operativo Murciélago, y se basaba en información obtenida en base a tormentos.
Todo comenzó con la Operación Guardamuebles, planificada durante una reunión celebrada el 8 de enero de 1980 a las ocho de la mañana, en el Regimiento de Patricios N 1. Alguien había “confesado” que a partir de marzo se reanudarían las operaciones de las TEI (Tropas Especiales de Infantería, en la jerga montonera), cuya conducción táctica estaría esta vez a cargo de Roberto Cirilo Perdía. Para llevarlas a cabo debían primero recuperar el armamento dejado a fines de 1979 en distintos guardamuebles de la Capital y el Gran Buenos Aires, embutidos en televisores, banquetas, sillas o sillones tapizados, wafles, televisores, termotanques, cajas o cajones forrados con papel contact, como dice textualmente el informe.
Cada comando militar, de los cinco que actuarían, saldría a controlar todos los guardamuebles de Capital Federal y provincia de Buenos Aires, pertrechados con uniforme de combate, cascos y agujas colchoneras, para “introducirlas por la parte inferior del elemento y no romper los mismos”, reza el informe de inteligencia que también llamaba a “tener en cuenta que pueden existir trampas cazabobos”. Lo demás fue coser y cantar, como hubiera dicho mi abuela.
Cuando llegaron al guardamuebles de la calle Malaver 2851, en Olivos, y encontraron lo que buscaban, invitaron a Victorio Graciano Crifacio, el aterrado propietario del depósito, a retirarse a su casa. De aquí en más, el Ejército Argentino atendería el negocio que hacía años daba de comer a la familia del inmigrante llegado del sur de Italia.
Establecida la vigilancia, y “como resultado de la misma, se procedió a la detención de un DT (delincuente terrorista) en circunstancia en que intentaba retirar dicho armamento”. Era Angel Carvajal, y tras él fueron cayendo todos los integrantes del grupo. Ocho días después caía mi hermano:
“(NG) PATO o ESTEBAN, Nivel: miliciano, funcionaba en el grupo TEI a asentarse en la Zona Norte del Gran Buenos Aires, fue detenido el 29FEB80, en una cita con un miembro de la BDT en Plaza Once”.
Le falta una materia para ser bachiller, y tiene aprobadas dos materias en la Facultad de Derecho.
Militante estudiantil secundario de la JP en 1972. Estuvo en la Conducción Regional I de la UES. Pasó a la agrupación estudiantil universitaria en 1974. Se incorpora a la BDT en 1975. Ese año es separado a raíz de que él voluntariamente había perdido el contacto con la BDT. Es detenido en 1977 y posteriormente liberado, sale a Brasil, de donde pasa a España. Allí es reclutado por la BDT a principios de 1979. Realizó curso de TEI en el Líbano en ABR79 hasta MAY79. Ingresa al país con el grupo TEI N 1, y participa en el atentado contra el Dr. Klein. Volvió a salir hacia España a fines del año 1979, reingresando en FEB80 nuevamente en TEI”,jalonaba a grandes rasgos la vida de Ricardo este documento que se constituyó en elemento de prueba en la investigación.
Volviendo a los orígenes de la causa, la aparición del sargento Nelson Ramón González en un programa conducido por Mauro Viale, diciendo que había presenciado el fusilamiento del hijo de Marcos Zuker la sacó del letargo a fines de 1997. Mantuve una reunión con él, junto a la doctora Alicia Oliveira, que por entonces integraba el cuerpo de abogados del Centro de Estudios Legales y Sociales, y Maco Somigliana, del equipo de antropólogos forenses, más aptos que yo para desbrozar la verdad de la mentira, entre la locuacidad excesiva del suboficial González, que se presentó a sí mismo como un inofensivo “cadenero”.
Yo le creí cuando me contó que mi hermano no aceptó vendarse los ojos ante el pelotón de fusilamiento. Cayó junto a “un tal Frías”, que bien pudo ser Federico Frías, secuestrado en mayo del ‘80. Según González, murió puteándolos por no haber cumplido con la reiterada promesa de liberarlo.
–Todos conocíamos el nombre de su hermano, porque se sabía que era el hijo de Marcos Zuker —trata de despejar González cualquier duda sobre la veracidad de su relato.
Aún conmovida por la descripción del fusilamiento, y la afirmación de que sus restos estaban en el Polígono de Tiro de Campo de Mayo, recibí en mi casa un sorpresivo llamado. Se trataba del general Martín Balza, pidiéndome que le trasmitiera a mi padre, “un hombre al que todos queremos”, que él no sabía nada del caso. Le sugerí que hablara con Nicolaides o Galtieri, aún con vida, que seguramente podían informarlo. Me contestó que había gente “con la que es imposible hablar”. Por último, me anunció que al día siguiente se presentaría ante la Justicia junto con la subsecretaria de Derechos Humanos Alicia Pierini para que González hiciera sus declaraciones en el ámbito que correspondía. La presentación recayó en el juzgado de Norberto Oyarbide. Tras los hechos conocidos, que involucraron al juez Oyarbide en un oscuro episodio sexual, pasó a manos del doctor Claudio Bonadío. Desde entonces, la investigación empezó a nutrirse de teorías conspirativas que tiraban sus dardos al corazón de la conducción montonera.
Cristino Nicolaides, ex jefe del Ejército, atacó en el mismo sentido, como informó la nota del diario Clarín a que alude Firmenich. En ella se afirmaba que había sido una integrante de la cúpula de la organización, asistente personal de Firmenich, quien entregó información para desarticular la operación de regreso al país de los montoneros. A cambio, la eficaz colaboradora sería preservada tanto en lo físico, como en lo psíquico y económico. Justamente, el entonces comandante del III Cuerpo de Ejército se había jactado en una conferencia de prensa brindada en la capital de Córdoba en 1981, donde asistieron más de 400 representantes de las “fuerzas vivas” cordobesas, de haber desarticulado dos células guerrilleras que habían logrado ingresar al territorio pese al férreo control de fronteras. “He tenido la oportunidad de hablar con uno de esos delincuentes, y puedo asegurar que tienen un alto nivel de preparación en todos los sentidos”, había declarado en medio de una diatriba de tres horas y media contra la subversión, “que está enquistada y agazapada en todos los sectores de la vida nacional”.
Firmenich no sale de la indignación:
–Me parece terrible que algunos periodistas repitan la versión urdida por el enemigo. Todo esto es un juego sucio. Nos hicieron la guerra sucia y ahora nos hacen la política sucia con el periodismo sucio y los juicios sucios. Eso está claro. Venir a decir que los culpables de las muertes somos nosotros es una canallada criminal. Te repito, el fondo de la cuestión es muy simple: acá hubo un grupo de gente que luchó por un proyecto político que se perdió —reconoce por fin, aunque con mediastintas—. Desde el balance histórico hay que hacer dos tipos de razonamientos: una cosa es el proyecto político en términos subjetivos y otra cosa la funcionalidad de la resistencia. Si bien el proyecto político fracasó, la resistencia triunfó. Yo creo que en la Argentina hubo siete años de dictadura y no veinte como en Chile, gracias a nosotros. Pudo haber delaciones, pero no hubo casos graves de infiltración. El tema de fondo es que la Argentina y los intelectuales argentinos se empeñan en seguir haciendo la guerra sucia contra los montoneros, y vos con estas preguntas colaborás en eso. Lo más grave es que pienses que tu hermano murió inútilmente.
–Por teléfono me dijiste que no te acordabas si lo habías conocido.
–Yo no tuve trato personal con tu hermano. Creo que participé de una reunión donde él estaba.
Evito preguntarle cuándo y dónde porque no me lo va a decir. Se refiere seguramente a su paso por Damour, en el Líbano, reunión de la que también dieron cuenta con precisión los servicios de inteligencia.
Le cuento que cuando supe de la caída de mi hermano nunca imaginé que lo mantendrían con vida tanto tiempo. Sin embargo, uno de los secuestrados en Campo de Mayo le cuenta ilusionado a Silvia Tolchinsky, en un encuentro fugaz, que están seguros de que van a vivir, que han conseguido una guitarra, que la zamba preferida por todos es “La Pasto verde”, esa que dice “mil soldados te quisieron...”.
Firmenich no está al tanto del tema. Ni siquiera sabía que María Antonia Berger o Adriana Lesgart, dos históricas, también estaban vivas en Campo de Mayo, pese a haber sido secuestradas a mediados del ‘79.
–Primera noticia que tengo. Yo me enteré que Silvia Tolchinsky estaba viva en el año ‘91, después de salir de la cárcel.
Justamente Silvia Tolchinsky me envió una carta poco después de conocernos, donde volcaba sentimientos acerca de su condición de sobreviviente.
Las razones de la caída
Frente a mí tenía al responsable máximo de la organización montonera para tratar de abrir alguna brecha hacia el pasado.
–¿Cómo te explicás la caída del grupo que integraba mi hermano?
–Las cosas son mucho más simples y menos truculentas. Si vos vivías con él en Madrid, sabrás que se trataba de un proyecto político por encima de todo y una ética de trascendencia donde la propia vida se subordinaba a ese proyecto. Lo que pasa es que hay que hacerse cargo de la verdad histórica. La dictadura tenía múltiples procedimientos para reprimir. Ha habido casos de gente que cayó en una cita, y bajo tortura, en condiciones extremas, cantó. Después los llevaban a la frontera a marcar como “dedos”. Se trata de una situación desgraciada, a alguna de esa gente la mataron y a otra no. La mayoría de los compañeros cayeron así. Con que haya un diez por ciento que cante, cada uno canta a diez, y entre esos diez, hay otro que canta. Así se va haciendo la cadena.
Aunque reconoce no ser un cinéfilo, no puede dejar de mencionar aquella emblemática película de los setenta, La batalla de Argel, para explicar la debacle:
—Cualquiera que la haya visto puede entender lo que pasó. Hubo un caso famoso de un tupamaro que entregó a Raúl Sendic. Las cantadas que hemos tenido los montoneros creo que en proporción son menos que las que hubo en otras organizaciones. También hubo “chupados”, pero había que ser un gran artista para fingir durante mucho tiempo. Pensar en los compañeros como unos locos detrás de una cosa absurda es falso. Ni lo del Che en Bolivia, ni lo de los Tupamaros ni el MIR chileno se puede decir que haya sido más serio. La gente luchaba y moría como en toda lucha a muerte, como en cualquier movimiento de liberación que se planteó la lucha armada, y anadie se le ocurre decir que la conducción del Frente de Liberación Argelino estaba formada por agentes de los servicios secretos. Por eso hablo de una guerra sucia judicial contra la conducción montonera.
–¿Por qué se habla de un encuentro tuyo en París con Massera?
–Son inventos absolutos.
Interviene María Elpidia en su defensa: “Se trata del desprestigio permanente a una persona que ha sido un símbolo de la historia heroica de una juventud maravillosa que entregó su vida sin más ni más”.
Su marido la interrumpe: “El ataque sistemático y masivo de los medios no es inocente ni casual. Desde el punto de vista estrictamente personal mi conciencia está absolutamente tranquila”.
–Se suele cuestionar también tu soberbia.
–Pueden decir que soy soberbio, que soy antipático, que tengo mal humor, pero eso no tiene nada ver con esta guerra sucia. Mi personalidad es así. De última, si soy soberbio o no, ¿qué? –vuelve a la carga–. Además esa calificación viene de un panfleto miserable pagado por los servicios de Alfonsín para dar aire a la teoría de los dos demonios que se llama “La soberbia armada”, y es obra de otro de los próceres del periodismo de nuestra bendita democracia que, aunque esté muerto, sus larvas de podredumbre permanecen. Porque cuando me preguntás si soy soberbio, también estás hablando de “La soberbia armada”. Nunca escuché discutir si Fidel es soberbio o no, si eso tiene que ver con los éxitos y fracasos de la revolución cubana. Si mi carácter personal fuera tan deplorable como para perjudicar a un proyecto político, me hubieran quitado del medio. ¿Por qué los compañeros iban a tener de secretario general y líder a un soberbio? Habría que suponer que los otros son estúpidos o que son todos soberbios. Por eso yo digo que la Argentina algún día tendrá que volverse a enamorar de los Montoneros. Para después descubrir que no se casan. No importa. Pero hay que blanquear la situación. Esto no fue una historia de servicios de inteligencia, fue una historia nacida del pueblo argentino, apañada por el pueblo argentino, aplaudida y votada por la mayoría del pueblo argentino, y después masacrada por la mayoría del pueblo argentino. Es una conducta social que ha tenido en particular la clase media con sus conductas oscilantes, llenando todas las plazas para todos los colores. Llenó la plaza por la Patria Socialista, por Videla con el Mundial, por Galtieri con Malvinas, después la llenó para Alfonsín contra todos los anteriores. También la llenó para Menem, a pesar de las privatizaciones y después la llenó con el cacerolazo. Si se quiere encontrar una salida hay que desterrar esa conducta. Hay que mirar las cosas de frente, que son tan limpias como la guerra del general Belgrano, que nunca fue general de nada porque no fue nunca a una academia militar, pero que se subió a un caballo y peleó como pudo. Organizó ejércitos con su poderosa voluntad, y ahora le ponemos una estatua, lo llamamos General Belgrano, pero él era un abogado con una ideología política, era un militante político. Cuando tuve que declarar en los juicios aclaré que yo era tan comandante como Belgrano general. Las luchas de los pueblos hispanoamericanos tienen una cultura de herencia hispana, quijotesca, con figuras como el Cid Campeador. Todos los próceres tienen estatuas ecuestres, pero eran hombres de carne y hueso. Somos hijos de esa historia. ¿Sabés cuáles fueron las últimas palabras de Bolívar? “He arado en el mar.” ¿A vos te parece que el balance histórico de Bolívar es el de un estúpido que aró en el mar? Es una constante en la lucha de los pueblos: un nivel de idealismo en el objetivo que no se alcanza en la práctica.
Mi hija, que como casi todos sus coetáneos está enemistada con los políticos, ha seguido con atención las palabras de Firmenich. Mujer al fin, le pregunta qué significa volver a enamorarse de los Montoneros. El ex comandante montonero se pone más a gusto. —Tras la apertura democrática hubo una clase política que le dio continuidad a la dictadura durante 20 años, y esta es la tragedia que vive la Argentina. Tiene que ver con lo que yo llamo la guerra sucia por otros medios. Antes decíamos que la guerra era la continuación de la política por otros medios, según la frase de Karl von Clausewitz. A nosotros nos hicieron la guerra sucia y ahora nos hacen la política sucia como continuación de esa guerra sucia. El tema de fondo es que la Argentina no ha tenido Constitución durante décadas. La constituyente del ‘94 era la ocasión de superar nuestro trauma histórico, de plasmar un proyecto de nación de largo alcance que satisfaga a todos. Era posible, pero la clase política no estuvo una vez más a la altura de las circunstancias. Fue el pacto de Olivos famoso, y todos ellos se hicieron cómplices. Con la oligarquía se estableció el siguiente pacto: la clase política ejerce el poder al servicio de los intereses dominantes con las mismas políticas de la dictadura. Y la oligarquía se aguanta la corrupción, el enriquecimiento ilícito porque le conviene. Y el pacto incluye la versión sucia de la historia, que le es funcional. Y deviene en esta estabilidad macabra, cuando debió dar lugar a la mayor prosperidad porque nunca hubo una continuidad de 20 años en democracia. No ha servido para nada. Y mucho menos para revisar la historia. La versión acordada es la teoría de los dos demonios, y no hay solución sin rever eso. Porque para cuestionar a la clase política hay que cuestionar la profundización de un proyecto económico que generó tanto dolor y muerte. Entonces hay que decir: “está bien, todo lo que dijimos sobre los montoneros vale como parte del enfrentamiento. Pero fue una generación que luchó genuinamente por sus ideales, que su proyecto no fue compartido por la mayoría de la sociedad, y por consiguiente resultó inviable”. Pero como resistencia es tan legítima como cualquier otra resistencia que ha habido en el mundo. Así se blanquearía la situación. Y todos los que fueron montoneros no tendrían más el complejo de serlo. Está llena de montoneros la política, pero yo digo que están castrados. Ninguno se anima a cuestionar la situación para que no le saquen a relucir lo que fue en el pasado. Tipos como Roberto Perdía, Luis Prol, Dante Gullo, Jorge Obeid. Y Perdía no llega a negar que fue montonero, pero los otros lo han negado. Y han ejercido cargos importantes: Obeid ha sido gobernador, Prol ha sido ministro e interventor en Catamarca, pero ninguno de ellos en el ejercicio de su poder reconocen su pasado montonero. ¿Por qué? Porque negociaron su pensamiento crítico a cambio de poder estar en los cargos y cobrar sueldos. Pero si no se blanquea la historia, la Argentina no tiene solución.
Se lo nota más que satisfecho. Tanto que me dice:
–Disculpame si fui muy duro en algún momento, pero soy así.
Podría haber agregado “¿y qué?”, pero hubiera sonado casi tanguero. En cambio, relata una anécdota: “El día en que se cumplieron 25 años de mi ingreso al Colegio Nacional Buenos Aires alguien se puso a dar un discurso, y de repente saca de la galera una parrafada contra mí. Yo estaba recién indultado. Cuando termina, sólo un tercio de los presentes se pone de pie y lo aplaude. Entonces los compañeros de mi división se ponen de acuerdo. A Viviana Rubinstein le tocaba pasar lista para la entrega de medallas y diplomas, pero antes dijo: ‘nosotros queremos recordar a tres personas que van a estar ausentes hoy porque han sido asesinados por la dictadura por ser militantes montoneros. O sea que lo primero que pedimos es que se ponga todo el mundo de pie y se haga un minuto de silencio’. Me doy por cumplido y no hago ningún reclamo personal. Después se acercó el presidente de la Asociación de Ex Alumnos para disculparse. ‘Este hombre ha estado fuera de lugar, pero no lo tome a mal. Mire, si usted no se ofende, le voy a contar algo: en una oportunidad me invitaron a dar una conferencia sobre el colegio en la Peña El Ombú. Cuando me refería a todos los próceres que habían pasado por las distintasaulas, el fiscal Juan Martín Romero Victorica, que estaba presente entre el público me interrumpió: Bueno, termínela, no sé de qué se vanaglorian tanto, que de esas aulas han salido Firmenich, Abal Medina, Ramus y muchos más. ¿Sabe qué le contesté?: Mire, doctor, no se equivoque. Nosotros de los buenos tenemos a los mejores, y de los malos también’”.