EL PAíS › OPINIóN
› Por Uriel Erlich *
El año 2003 representó un giro de 180 grados en la política que el gobierno argentino había desarrollado en la década del ’90 sobre la cuestión Malvinas. Hace once años comenzó la etapa que sus protagonistas definieron como una política “de firmeza”. El gobierno de Néstor Kirchner decidió poner fin a una relación con Gran Bretaña que se presentaba ante el mundo como de “buenos términos”; el diagnóstico del gobierno argentino ese año era que Argentina se alejaba cada día más de la posibilidad de negociar con Gran Bretaña el ejercicio de la soberanía sobre las islas Malvinas.
La década del ’90 había estado signada por una política de acuerdos: sobre comunicaciones, hidrocarburos y pesca, entre otros. El gobierno de Carlos Menem buscó promover un acercamiento, tanto con los isleños como hacia Gran Bretaña, con la idea de que la discusión de la soberanía surgiría al final de una serie de pasos y acercamientos que favorecerían tal negociación, y no al inicio. Cabe aclarar que tal era la perspectiva argentina, porque esto nunca fue un acuerdo entre ambos países.
En 2003, el giro fue contundente. A partir de la llegada del nuevo gobierno, la política sobre la cuestión Malvinas se reorientó en función de tres ejes: poner fin al “proceso de desmalvinización”, la “firmeza en la relación bilateral” y “la búsqueda de apoyos bilaterales y multilaterales”.
El fin del proceso de desmalvinización significó incluir en la agenda la cuestión Malvinas, solucionando el problema político del mismo: el conflicto entre dictadura/guerra/reclamo de soberanía versus paz/democracia/bajo nivel de reclamo. Es decir, el reclamo de soberanía no debía continuar ligado a la reivindicación de la guerra, que había sido contraproducente para el avance del reclamo de soberanía, sino que la discusión política y diplomática sería de ahí en más un tema clave de la agenda.
La firmeza en la relación se tradujo en medidas como la cancelación por parte del gobierno argentino del Acuerdo de Hidrocarburos. También en la paralización del acuerdo de pesca, que continúa vigente aunque sin efecto práctico desde 2005.
Respecto del tercer eje, se han logrado numerosos apoyos internacionales significativos hacia la posición argentina, entre otros –y nuevos de este período–, el de Celac, el de Países Arabes y el de Africa. Hay apoyos a dos niveles diferentes: instar a los países a sentarse a negociar, o reconocer el derecho argentino sobre la soberanía de las islas.
Quienes han promovido la política de la cuestión Malvinas en los ’90 son críticos del cambio de rumbo tomado en 2003. No comparten el cambio de táctica que en la última década pretendió que la cuestión de la soberanía fuese el eje a partir del cual se estructurase la política y no el resultado de un largo y sinuoso proceso de construcción y afianzamiento de la relación con Gran Bretaña. Se acusa a esta estrategia de ser una política del “todo o nada” que puede beneficiar a Gran Bretaña, y se la menosprecia tildándola de electoralista.
De cara a estos cuestionamientos, la repuesta es que la política exterior debe ser abordada integralmente y que, por ende, el desarrollo de una política de firmeza con Gran Bretaña debe enmarcarse en la construcción de relaciones con países cuyo apoyo e intervención son centrales para la Argentina en la cuestión Malvinas, reduciendo los conflictos en las múltiples dimensiones de cada relación. Entre ellos se destaca la importancia de los países sudamericanos, en particular los de Mercosur, así como también China y Rusia.
La integración regional es un elemento fundamental. América latina como región debe demandar y contribuir a que ambos países se sienten a negociar, haciendo propia la causa. Sólo así, fortaleciendo la posición argentina en el concierto de naciones y apostando a construir una relación más simétrica con Gran Bretaña podrán darse las condiciones que lleven a los dos países a una mesa de negociación. A una década del cambio de rumbo, y parafraseando la expresión, podemos decir: el “todo” debe estar asociado a la integración regional; el “nada”, a la existencia en el mundo actual del anacrónico colonialismo.
* Sociólogo, docente de la UBA y la Escuela Carlos Pellegrini.
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