Vie 22.08.2003

EL PAíS  › EL CIERRE Y LA VOTACION DE UNA SESION HISTORICA

La noche de los aplausos

Los senadores hicieron ley la anulación de las leyes de la impunidad. Cómo votaron. El discurso de cierre de Cristina Fernández de Kirchner. Los argumentos de quienes se oponían. La alegría en las galerías y los rostros en el recinto.

› Por Eduardo Tagliaferro

“Como a los nazis les va a pasar, adonde vayan los iremos a buscar”, estallaron las barras de los organismos defensores de derechos humanos apenas el sanjuanino José Luis Gioja anunció que “el proyecto (de anulación de las leyes de Punto Final y Obediencia Debida) queda aprobado por amplia mayoría”. Las caras de los senadores delataban todas las emociones. Así se pudo ver desde un cierto fastidio, por los prolongados cánticos, en el caso del rionegrino Miguel Angel Pichetto, una emoción contenida en Cristina Fernández de Kirchner, lágrimas en los ojos de Vilma Ibarra y la mirada de Raúl Baglini recorriendo el piso. Eran cerca de las tres de la mañana. Cuarenta y siete senadores votaron por la nulidad. Siete en contra, y una abstención. Varios legisladores, mayoritariamente radicales, que habían manifestado su oposición dejaron libres sus bancas cuando llegó el momento de votar. Tampoco estuvo el vicepresidente Daniel Scioli, que desde la mitad de la sesión declinó en Gioja la conducción del debate.
Entre los siete que votaron en contra de la nulidad de las leyes de impunidad, se alinearon 5 radicales y dos provinciales: el salteño Ricardo Gómez Diez y el tucumano Pablo Walter, ex Fuerza Republicano hoy enrolado con Ricardo López Murphy. La abstención correspondió a la menemista salteña Sonia Escudero.
Entre los 47 que aprobaron la anulación del Punto Final y la Obediencia Debida se destacaron, entre otros, los peronistas Jorge Yoma, Fernández de Kirchner, Pichetto, Marita Perceval, Antonio Cafiero, Jorge Busti. También votó afirmativamente la menemista riojana Ada Maza y el salteño Marcelo López Arias. Eduardo Menem fue el único menemista ausente. Los radicales Rodolfo Terragno, Gerardo Morales, Marita Colombo, Juan Carlos Passo y Mónica Arancio también dieron el sí. Sumaron su respaldo a la nulidad de las normas, la porteña Vilma Ibarra, la neuquina Luz Sapag y la bonaerense Diana Conti.
Los senadores permanecieron en sus bancas mientras las barras iban abandonando los palcos desde los que habían seguido atentamente el desarrollo del debate. Dentro del recinto, sentado frente a las bancas, se encontraba el secretario de Derechos Humanos, Eduardo Luis Duhalde. Un cántico que nació en tiempos del retorno democrático en 1983, desde lo que supieron ser las columnas del Partido Intransigente, repicó por casi todas las escalinatas del Senado. “Milicos, muy mal paridos/ qué es lo que han hecho con los desaparecidos/ la deuda externa, la corrupción/ son la peor mierda que ha tenido la Nación/ Qué pasó con las Malvinas/ esos chicos ya no están/ no tenemos que olvidarlos/ y por eso hay que luchar.” El enunciado de las principales catástrofes de la última dictadura militar se fue perdiendo escaleras a bajo mientras que en el recinto todavía rebotaban emociones y discursos.
Cuando Gioja presentó a Fernández de Kirchner como la última oradora, los miembros de los organismos de derechos humanos no pudieron evitar el impulso y entregaron sus aplausos antes de que la santacruceña comenzara a hablar. Luego de recordar su oposición a los indultos, Kirchner arremetió contra quienes criticando la anulación de las leyes de impunidad se refirieron “a la muerte del derecho y de las normas jurídicas”. Recordó que el primer artículo de la ley de Obediencia Debida “ordenó a los jueces que no podían juzgar ni condenar a quienes habían torturado, violado y secuestrado ciudadanos argentinos”.
El primero de los tres aplausos que consiguió fue cuando citando los antecedentes del denominado derecho de gentes se refirió a Antígona, quien quería enterrar en Tebas a su hermano a pesar de que la ley vigente en la antigua ciudad-Estado impedía que tuvieran sepultura allí quienes habían luchado contra ella. Antes de enunciar el caso y al referirse a Antígona,la santacruceña obtuvo el aplauso cuando, como al pasar, dijo: “Mujer tenía que ser”. También puso de manifiesto que la ley de Obediencia Debida, penaba a quienes hubieran participado en la apropiación extorsiva de inmuebles, pero no los culpaba si hubieran vejado, torturado, violado o desaparecido cuerpos. Citó la participación de Antonio Cafiero cuando en 1987 dijo: “Esta situación, a mi juicio crea una distinción que marca hasta qué punto la mentalidad capitalista se introduce aun en las leyes más ofensivas o neutras... Cuando privilegia la propiedad inmueble sobre la propiedad del cuerpo humano”.
El último aplauso que obtuvo Kirchner fue cuando, en obvia referencia a la salteña Escudero, afirmó: “Le pregunto a las mujeres que han realizado algunos pretendidamente enjundiosos estudios jurídicos qué dirían si algunos de sus hijos fueran desaparecidos y no pudieran saber dónde están, ni tuvieran lugar donde ir a ponerles una flor”. Apenas unas bancas más allá, Escudero sorbía su té con cierto desdén pero sin apartar su mirada de la santacruceña.
Varios senadores que rechazaron la anulación de las normas citaron al diputado Luis Zamora para reforzar sus fundamentos. La menemista Escudero se escudó en él para decir que “compartía la brillante exposición” del titular de Autodeterminación y Libertad. También lo invocó el radical Carlos Maestro. Hubo argumentos de todo tipo. En los comprometidos con la anulación de las leyes, la emoción dominó sus discursos. También hubo muchos silencios. Como los de varios peronistas que, aun estando en contra de la nulidad de las normas de impunidad, dieron su voto afirmativo para acompañar al Gobierno. Por lo que se dijo, pero más por lo que se decidió, la sesión está llamada a tener una página en la historia.

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