EL PAíS › PANORAMA POLITICO
› Por Luis Bruschtein
Cristina Kirchner dijo que dejará un país mejor del que había en 2003. Lugar común, profecía o fragmento del horizonte 2015. Tres posibles explicaciones de una frase, que no son excluyentes. Las tres se acomodan a ella. El 2015 se va adueñando de un escenario donde uno de los ejes será que por primera vez en doce años no habrá un Kirchner de candidato. En la frase también hay un mensaje: nadie podrá decir que las obras que se finalicen de aquí a esa fecha tienen una misión electoralista personal. Y en todo caso, las obras que se empiecen terminarán por beneficiar al gobierno que llegue. De aquí al 2015 se completarán muchas obras y muchas otras serán empezadas. Cristina Kirchner deja la presidencia pero no la política.
En la oposición se producen reacomodos. El espacio de la vieja Alianza se reconstituyó –sin afluentes peronistas– sobre el eje de la confluencia de los socialistas santafesinos y el radicalismo con sus distintas variables, desde la derecha conservadora de Ramón Mestre y Oscar Aguad, hasta los sectores más progresistas de Margarita Stolbizer. Es el espacio natural del viejo panradicalismo, un espacio competitivo si logra contener a sus electores. El PJ oficial y el radicalismo son las dos únicas fuerzas que dieron forma a gobiernos democráticos desde la sanción del sufragio universal. En el peronismo no hay antecedentes de elecciones ganadas por alguna fracción disidente. La más competitiva ha sido siempre la que pudo contener a las estructuras partidarias que en este caso constituyen la columna vertebral del Frente para la Victoria.
El frente FAUnen será la única no “peronizada” de las fuerzas que compitan en 2015. Esa es su historia y su principal argumento. Los gobiernos democráticos tanto de derecha y de centro, como los progresistas siempre vinieron del peronismo o del radicalismo. Es la ventaja que le da la historia al FAUnen sobre Mauricio Macri y Sergio Massa. Julio Cobos, Hermes Binner, Ernesto Sanz, Margarita Stolbizer, Elisa Carrió y Pino Solanas son los principales referentes. Binner, Sanz y Cobos aparecen como los candidatos más probables de una interna.
El peronismo, en todas sus variantes ha sacado más del 60 por ciento de los votos. Aun dividido entre el Frente Renovador y el Frente para la Victoria, seguiría siendo competitivo. Entrar a la segunda vuelta no será fácil. Y en caso de hacerlo, el que pase necesitará los votos de los que quedan en el camino. Los amagues de acuerdos con Macri solamente tienen sentido para una segunda vuelta. El escenario todavía precario que ven todos ahora para el 2015 es con dos rondas electorales. Es precario porque los únicos candidatos instalados hasta ahora son Macri y Massa. El kirchnerismo tiene un puñado de precandidatos al igual que el espacio panradical.
Las tensiones dentro de esta nueva Alianza y la presión del argumento no peronista que la aglutina la empuja a un oposicionismo cerrado que se ha mostrado como un arma de doble filo. El mejor ejemplo ha sido Carrió, que con ese perfil fue canillita y después campeón pero nunca podría aspirar a una candidatura presidencial. Carrió empuja al FAUnen por ese camino al que solamente resisten con tibieza unos pocos radicales y en menor medida el propio Binner. La de Carrió es la línea desprovista de enfoques sociales o económicos con la que un Solanas desperonizado y desnacionalizado logró la senaduría por la Ciudad de Buenos Aires.
La opción del FAUnen está entre el programa histórico de un radicalismo progresista y popular –en cuyo caso deberá competir en el mismo terreno que el kirchnerismo–, o el discurso de clase media horrorizada con el que Solanas ganó junto a Carrió en la Capital Federal. El voto negativo contra el acuerdo para la expropiación del 51 por ciento de YPF fue una señal del camino que tomará. El socialismo santafesino, los radicales y el mismo Solanas se opusieron con el mismo argumento con que el antiperonismo se opuso a la nacionalización de los ferrocarriles: el precio que se pagará. La oposición antiperonista –en la que figuraban también socialistas y radicales– pasó a la historia como contraria a la nacionalización de los ferrocarriles que, en cambio, fue aplaudida por Raúl Scalabrini Ortiz, quien destacó la “habilidad extraordinaria de Miguel Miranda”, el ministro de Economía de Perón. El luchador forjista había escrito que “adquirir los ferrocarriles era adquirir soberanía” y lo mismo podría decirse de YPF. Scalabrini respaldó, aunque con críticas, al peronismo porque se ubicaba en el campo donde entendía que se expresaban los intereses populares a los que nunca traicionó. La nueva alianza no peronista, empujada por el oposicionismo resultadista de varios de sus miembros, empezó con ese voto negativo.
YPF y trenes, dos mundos que estaban entre las obsesiones de Scalabrini Ortiz, fueron temas centrales de la semana. Son iniciativas de una envergadura que trasciende a un gobierno y que pueden convertirse en medidas que lo simbolicen. Que se aborden después de diez años y en los últimos dos que le quedan, y con un contexto económico que no es favorable ni mucho menos viento de cola, demuestran la energía que todavía puede proyectar el kirchnerismo. No hay declinación y sería un error subestimar su participación electoral aunque Cristina Kirchner no sea candidata.
Tratar de discernir un sentido tomando sólo el tiempo que el Gobierno demoró en decidir estas medidas es un enfoque demasiado coyuntural. Si se tomaron las decisiones y las medidas se efectuaron, la recuperación de los trenes y la nacionalización de YPF serán parte de la identidad histórica de los gobiernos kirchneristas así como las privatizaciones lo son de los gobiernos menemistas aun cuando no todas fueron realizadas desde un principio. Nadie diría que los primeros tres años del menemismo fueron estatistas hasta que privatizó YPF. Hay rastros previos, huellas anteriores. A pocos meses de asumir, Menem privatizó EnTel en 1990. A pocos meses de asumir, Néstor Kirchner reestatizó el Correo Argentino en 2003.
El impulso se inscribe en el haber del kirchnerismo y jugará a favor de sus candidatos, que cada vez son más. Para bien o para mal, los aspirantes se van sumando desde el peronismo. Julián Domínguez, Juan Manuel Urtubey, Sergio Urribarri, Florencio Randazzo, Aníbal Fernández y Daniel Scioli mueven las aguas en un océano calmo. La fotografía es casi de familia, no hay agresiones ni exabruptos con una interna civilizada en el horizonte igual que en el FAUnen. Demasiado calmo para el peronismo. Es un mazo donde hay aspiraciones de máxima que pueden ubicarse finalmente en otros niveles. Cristina Kirchner se mantiene prescindente. Es el rol de garante como expresión de un lugar que va más allá de la presidencia y busca situarse en un liderazgo estratégico. La Cámpora, los movimientos sociales, las agrupaciones del kirchnerismo puro tampoco han decidido si ponen candidatos, si van en más de una lista o si jugarán por alguno de los aspirantes.
En el kirchnerismo el juego está abierto, igual que en el FAUnen. En cambio el PRO ya tiene a su candidato igual que el massismo. Cristina Kirchner se mantiene distante, pero gobierna y es probable que lo que haga sea lo que más defina el horizonte. Nadie podrá decir que está haciendo campaña para un candidato. Pero con enviones como YPF y los trenes se mueve en el plano más alto de la política para proyectarse más allá de las elecciones.
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