EL PAíS › REACCIONES ANTE LA POLEMICA POR LOS PIROPOS
› Por Fernando Ramírez*
Por Fernando Ramírez*
El piropo es y ha sido siempre un acto intrusivo de un sujeto (masculino) sobre otra (femenino). No importa la explicación o justificación “cultural” que se pretenda.
En cualquier caso es una persona que se considera con derecho a emitir un juicio respecto de otra que, claramente, no fue solicitado por ésta. El piropo aparece asociado a la condición sexual de la mujer. Los elogios académicos no son calificados como piropo. El piropo se le dice a una mujer en su condición de tal y con una dirección muy clara. De las distintas “funciones” que el estereotipo femenino adjudica a la mujer, no todas son pasibles de piropo. Nadie diría que es un buen piropo decir “qué bien lavás los platos” o “qué atenta estás a las necesidades de tus hijos”. El piropo se dirige a otros rumbos. Las expresiones más groseras de apetencia sexual son vividas por el “piropeador” como un elogio, y en su expresión descarnada pone en evidencia la intencionalidad que subyace en el que pretende ser elogioso. Uno debe preguntarse qué derecho tiene un desconocido a opinar o a expresar sus intenciones a quien no se lo ha pedido ni le interesa. Sin embargo, se minimiza este acto de poder que en realidad refuerza la idea de que las mujeres están allí para satisfacción del varón. Que el varón tiene derecho a calificar, clasificar, opinar y poner en su lugar a cada mujer. Que la opinión del varón siempre es importante. Siempre me pareció curioso que cuando se le hace una observación a algún piropeador, reacciona como agraviado, señalando que “trató de elogiar” a la “dama”, que tuvo una intención positiva frente a ella, que casi debió ser agradecida. Sin embargo, si la “dama” estaba acompañada, el conjunto de los varones interpreta el “elogio” como un agravio al acompañante (propietario) de la mujer. Defender el piropo es hacerse el distraído respecto de la realidad que todos conocemos e hipócritamente callamos. ¿Nadie advierte que los varones adultos “piropean” incluso a niñas escolares de manera impúdica?
* Juez del Tribunal Oral No 7 porteño.
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Por Mónica Tarducci *
Cuando se quiere historizar al piropo se hace referencia a las palabras llenas de amor y pasión de cortesanos y trovadores de épocas lejanas, lo cual es un error. Tampoco tiene que ver con el cortejo, es decir con formas comunicativas de llamar la atención de las personas que despiertan un interés pasional y/o matrimonial, y que adquiere diferentes formas en las diferentes culturas humanas. El piropo es un fenómeno moderno y urbano. Es un mensaje de un desconocido dirigido a mujeres que solas o acompañadas por otras mujeres están en la calle. Que las mujeres anden solas por la ciudad es un fenómeno acotado en el tiempo y en el espacio, y podríamos decir que es un espacio ganado por nosotras.
¿El piropo es entonces una forma de ponernos en nuestro lugar? Podría ser, como decían las queridas feministas de los ’70, el patriarcado mantiene su poder con el consenso y con la violencia. Los que dicen que a las mujeres les gustan los piropos, que en su mayoría son groseros aunque digan supuestos halagos, no han sentido el miedo y la vergüenza que se siente ante esas agresiones y ni qué hablar cuando se es niña o adolescente...
Decir piropos no es una costumbre universal y ni siquiera en Occidente se los acepta sin críticas. En muchos lugares los piropos son una agresión inadmisible y muchos viajeros y viajeras se asombran de la impunidad con que se recurre a ellos en Buenos Aires.
* Antropóloga, Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género, Facultad de Filosofía y Letras, UBA.
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Por Dora Barrancos *
No hay investigaciones rigurosas, pero la evidencia revela que son más comunes y osados cuando los varones se reúnen en grupo. Entones los piropos son más agresivos, proporcional al número de “machos”; la cantidad los envalentona y por eso son más agresivos, más descarnados. Creo que la referencia central es el traste, objeto de todas las obsesiones de perforación... Su arraigo tiene que ver con cuestiones culturales muy viejas y muy estructuradas, pero muy en especial porque perdura el imaginario objetivante sobre los cuerpos femeninos, el sentimiento patriarcal del “derecho de propiedad” sobre las mujeres y la estúpida noción de que si las mujeres exhiben en mayor medida su cuerpo es una señal que reaviva la seguridad de ese derecho.
* Investigadora, directora del Conicet.
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Por Flavia Delmas *
El acoso callejero es una forma de violencia. Puede ser verbal, a veces se acompaña con la mirada, los gestos, puede ser en voz alta como para ser escuchados como manifestación de hombría en el entorno o como un susurro, alguien que puede estar muy cerca y hacerte algo. Se trata de una amenaza velada aunque no se concrete. Causa temor, rechazo, asco, vergüenza, impotencia... Hay que pensarlo desde una mirada de género, desde la asimetría de poder entre sexos que hay en la sociedad y el sistema patriarcal en el que nos encontramos. Los hombres han crecido en una sociedad que avala que sus deseos son los deseos y que no importa lo que la otra persona sienta, lo que importa es satisfacer o fortalecer el ser machos. De esa manera, las mujeres pasamos a ser vistas como objetos, los objetos no hablan y están al servicio, para Mauricio Macri por ejemplo somos un culo y decirlo le parece bárbaro aunque después le avisen que es una barbaridad, que no es políticamente correcto. Nunca se cuestionó esto. De hecho, se le dice piropo al acoso. Cuestionarlo es comenzar a desnaturalizarlo. Y para ello es fundamental incorporar educación sexual integral desde el jardín, es la base. Es un enorme daño social el que se hace al no aplicarla en las aulas. La educación sexual previene la violencia. Pero, además, el género tiene que ser ubicuo en la educación universitaria, en carreras sociales, pero también en las llamadas ciencias duras. Se están formando profesionales sin perspectiva de género y eso afecta los derechos de las personas.
* Directora de la Especialización en Periodismo, Comunicación Social y Género, UNLP.
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Por Estela Díaz *
Cuando las mujeres salimos a la calle estamos expuestas a la mirada de los otros, en una relación de desigualdad. El varón, macho, activo, sexual, público, opera sobre las mujeres que son objeto de esa acción, pasivas, domésticas, que deben pagar de algún modo su salida al espacio público. Este tipo de práctica cristaliza estereotipos de lo masculino y lo femenino, anclados en desigualdades y discriminaciones, entre otras la heteronormatividad obligatoria. Cuántos varones gay se vieron forzados a tener que compartir con un grupo un piropo para no quedar fuera de la “normalidad”. Son prácticas sociales, habituales, que nada positivo aportan, ni a varones ni a mujeres. Esto nada tiene que ver con la seducción o el flirteo. No conozco a nadie que se haya involucrado en una relación con el flaco que le grito o susurró “si te agarro te rompo toda”, “te chupo toda hasta quedar sin saliva”, por contar las más comunes que escuché y son publicables. A pesar de correr el riesgo de ser tildada de agreta, creo que deberíamos animarnos a pensar que se termine con todo tipo de acoso callejero. ¿Cuánto más libres saldríamos a la calle? Es una pregunta buena para ponerla en acto.
* Secretaria de Género de la CTA.
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Por Alejandro Aymú *
Los piropos son un instrumento que la mayoría de los varones usan para ejercer el poder. Lo hacen visible en las interacciones con las mujeres. Delimitan una realidad, subjetivizan y cosifican identidades y este ejercicio del poder es ejercido con plena conciencia del dominio que ese macho hegemónico tiene sobre una mujer.
Esa autodefinición que se exacerba y se hace palpable en “los piropos” tiene una legitimidad dada por el sistema patriarcal en tanto sistema opresor y de jerarquía de un género sobre los demás. Es así como el ser varón se legitima en prácticas diversas y expresiones en las que ese varón reafirma el dominio haciendo uso pleno de sus derechos mientras que a la mujer, este androcentrismo patriarcal se los niega de plano.
El planteo como varones antipatriarcales debe empezar por nosotros mismos, repensar nuestras prácticas y nuestros vínculos con lxs demás e intervenir, del modo más adecuado según la circunstancia, a cada violencia sobre las mujeres.
* Colectivo Varones Antipatriarcales.
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Por Carlos Rozanski *
La diferencia entre un piropo y un acoso verbal es muy clara. El primero no afecta el derecho de la piropeada, ya que una palabra o frase de halago raramente podría afectarla. En cambio, en el acoso verbal, en el piropo agresivo, la destinataria es tomada literalmente como objeto y colocada deliberadamente en una situación de inferioridad. Quien la agrede no sólo se cree con derecho a hacerlo, sino que una parte importante del imaginario social lo tolera. El ejemplo del jefe de Gobierno porteño es más que ilustrativo. Su apoyo explícito a esa clase de ofensas no sólo las naturaliza, sino que además las aprueba. De hecho, da por sentado que a las mujeres les gusta incluso cuando se trata de groserías. Difícil un ejemplo más claro de misoginia y desvalorización.
El arraigo del piropo en nuestro país tiene una fuerte raigambre latina, tanto el halagador como el agresivo. La diferencia es que quien piropea sin ofender ni insultar está resaltando alguna cualidad de la destinataria y si es de buen gusto no la va a incomodar. En cambio, el soez no sólo la va a incomodar, sino que invade la intimidad y libertad de esa persona sin ningún derecho a ello. En síntesis, ese tipo de conductas no sólo afecta a quien se siente agredida verbalmente, sino que alientan el imaginario desvalorizante y discriminador que marcó la historia de la violencia de género en nuestro país.
* Juez federal
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Por Inti Tidball *
La pregunta sobre qué es o no es piropo no es legítima. La cuestión es histórica. En las primeras etapas del capitalismo, las mujeres empiezan a considerarse propiedad común; las mujeres nobles se quedaban en casa, perpetuamente embarazadas, sin derecho a goce sexual. Las que salían a la calle se consideraban propiedad común, tratadas como “putas”, sin derechos propios. Esta es la razón de por qué se normaliza el uso del gesto y la palabra sexual y agresiva hacia la mujer. Claramente, cuando se suman prejuicios de clase, de raza, y de identidades sexuales disidentes, las agresiones se tornan aún más violentas. Sumando que ese comentario se repite de forma insípida y continua, por días, meses y años, se suma la naturaleza de la violencia mal llamada piropo. Es ahí donde corresponde la denominación acoso, no solo en el acto, sino en la inevitabilidad del hecho, el control sobre el cuerpo de la mujer y la responsabilización que se pone sobre ella. Eso no quita que haya mujeres que lo disfruten. Cada mujer decide si está siendo acosada o no. La interpretación ajena no debería tener lugar. En todo caso, la referencia sobre si es violencia o no debe caer sobre la persona que lo vive, y no la que la perpetúa, y menos un opinólogo, como en el caso de Mauricio Macri.
* Referente de la ONG Hollaback en Argentina.
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