EL PAíS › OPINIóN
› Por Eduardo Aliverti
Movimientos todavía muy incipientes en la franja kirchnerista y, sobre todo, la presentación oficial de ciertos recuerdos del futuro fueron los hechos destacados en el andamiaje hacia 2015.
El resto temático ofreció poco, si se lo observa no con profundidad sino a través de su repercusión mediática. Por ejemplo: el comienzo del debate institucional sobre el proyecto de reforma al Código Penal, que tanto escándalo despertó gracias a la inventiva e invectiva de Sergio Massa, debió y debería ser un hecho relevante. La prensa indignada por el borrador de esa norma ni siquiera se pegó una vuelta por el lanzamiento de las actividades. Participan en ellas, si acaso hiciera falta recordarlo, los mismos referentes opositores –Ricardo Gil Lavedra, Federico Pinedo– que intervinieron en la redacción del propósito. ¿Por qué no acudió el propio Massa, quien tanto sugiere saber de derecho penal? ¿Por qué no fue algún asesor suyo, que seguramente podría puntualizarle a la sociedad las consecuencias catastróficas de la idea que se contiende? Qué manera más curiosa de propender a la polémica enriquecedora. La discusión se extenderá por tres meses, en diferentes ámbitos donde habrán de sumarse apuntes para reformar la iniciativa. Será, o sería, con el aporte de quienes participen, en representación de distintos sectores de la sociedad. Las conclusiones se presentarán al Poder Ejecutivo para que éste resuelva si las rechaza o avala, en su totalidad o parcialmente. Y recién entonces se delimitará cómo conforman el anteproyecto definitivo que pasará al Congreso. Mientras eso suceda, lo más seguro que probable es la inasistencia de los protagonistas de figuración mediática, dirigenciales y periodísticos, de sustancia científica ignota, que vienen advirtiendo al pueblo sobre una inminente masacre de inseguridad urbana en caso de que el borrador se apruebe como está. Más aún: serán capaces de insistir en la juntada de firmas para impedir la aprobación parlamentaria, lo cual está expresamente prohibido por la Constitución al tratarse de materia penal. La fantasía que produjeron Massa y sus acólitos debe tener pocos o ningún antecedente de esa naturaleza. Es posible que esto haya sucedido porque lo que hay de por medio no es debatir sobre la esencia de nada, sino acerca de la superficialidad de todo. Algo similar, o idéntico, sucedió con la presencia de Cecilia Rodríguez y Sergio Berni frente a los diputados y senadores de la Bicameral de Seguridad. Ese intercambio de pareceres en el Congreso, con los dos máximos responsables del área, tampoco registró la concurrencia del diputado Massa, quien justamente se caracteriza por hacer de “la inseguridad” un cliché permanente. La ministra y el secretario del área expusieron durante más de tres horas, informaron sobre sus ejes de trabajo, hubo contrapunto caliente con los legisladores de la oposición, brindaron estadísticas hasta cansarse. Sin embargo, los títulos periodísticos sobresalientes se concentraron en la monotonía de Rodríguez; y en la admisión de Berni sobre la existencia de 500 posibles pistas clandestinas, usadas para narcotráfico y contrabando. De lo segundo, a su vez, lo subrayado fue que el secretario contradijo al jefe de Gabinete. Desde ya, corresponde reiterar al Gobierno la conveniencia de que sus funcionarios coordinen sus declaraciones. Ahora bien: que la ministra de Seguridad requiera de un entrenamiento urgente en oratoria no amerita ser un señalado absolutista, por encima de lo sustancial o no de lo que expuso. Y es curioso que al centro de lo manifestado por Berni lo hayan pasado por su presunta falta de acción, justo cuando (se) viene de un monumental operativo antinarco, en Rosario, que contó con el apoyo del gobierno santafesino y que fue ninguneado periodísticamente hasta 48 horas después de producido, porque la prioridad era magnificar el paro de la vanguardia proletaria encarnada por Hugo Moyano y Luis Barrionuevo.
Por ese tipo de construcción de sentido pasan, igualmente, los tratamientos periodísticos de las movidas preelectorales. En esto, empero, no se debe ser tan categórico con respecto a la operatoria y alcances de los medios de comunicación. En todo lo que haga a inseguridad e inflación la prensa juega papel directo en el clima que se crea. Cimentar y edificar candidaturas, o intentar corroerlas, es mucho más complicado. En la promoción o destroce de figuras y corrientes de pensamiento aparecen factores que los medios no pueden manejar por arte de magia espectacularista. Y menos que menos si son los propios involucrados quienes todavía no muestran sus cartas por completo. En el kirchnerismo prevaleció que Florencio Randazzo se asumió con voluntad de presidenciable. Ya lo había insinuado. Terminó de blanquearlo. De hecho, era figura expectable en las últimas elecciones, hasta que el accidente ferroviario de Castelar lo bajó del podio para subir a un Martín Insaurralde del que nadie estuvo convencido, ni antes ni después. Randazzo no cuenta con el favor total del denominado cristinismo duro, no tanto por razones ideológicas sino porque, en ese núcleo, se lo ve como un líbero del palo, pero líbero al fin. No es un orgánico de la ortodoxia discursiva oficial, pero tampoco aplica como sciolista. Al cabo, otro que suma, marcada pero prudentemente, a la lista hasta hoy acotada de quienes podrían ser contemplados por Cristina en forma especial. Esa acentuación de Randazzo como candidateable es un agregado a las especulaciones que la Presidenta administrará en su momento, si es que aún no lo tiene dictaminado in pectore: ¿ir a lo presumiblemente seguro –peso electoral mediante– del actual gobernador bonaerense? ¿O apostar a sus convicciones ideológicas más auténticas, con recortes que le resulten más confiables? Son preguntas repetidas, análogas a las que surcan a los medios opositores. ¿Con quién van? ¿Con Scioli, a espera de que la Presidenta no lo designe sucesor temporario, y que el gobernador patee el tablero, como dicen todos que estuvo a punto de hacerlo el año pasado para cerrar con Ma-ssa? ¿O acabarán por poner todas las fichas en el galán de Tigre, quien todavía no muestra ni por asomo que puede ser capaz de un entramado nacional? Scioli tiene gestión, buena o mala, pero lo suyo es demostrable. Massa es esencialmente una construcción de la prensa opositora, muy exitosa en votos hasta hoy circunscriptos. Ni uno ni otro son figuras indubitables, aplastantes, como para que, a margen derecho, ciertos actores del poder económico concentrado estén seguros de a qué apostarle. No hay seguridad de ello ni en ese flanco ni en lo que la habituación semántica define como “pejotismo”.
La ensalada de opciones del fulbito opositor produjo, además, una presentación teatral insólita. Si la sinceraran como telenovela, Avenida Brasil no resistiría. Hubo títulos y fotos de portada, firmas de columnistas de renombre, entrevistas por doquier, que le confirieron a ese debut de FAP-Unen un carácter casi refundacional de la política argentina. Más luego, el cuchicheo debajo de las tablas –según informaron los propios medios de la oposición y cabe valorarlo– fue retrato del espantajo que había en el escenario. Es todo un símbolo de estrechez que fuerzas y candidatos, o aspirantes a tales, con ínfulas de masivos, se presenten en un teatro. No le pueden a la calle. Pero ya es costumbre al fin. En cambio, que no haya oradores en un episodio de vocación electoral es de antología. Así como ahora parece que los paros pueden ser sin acto central ni movilización, ¿hay que acostumbrarse también a que lanzamientos electorales no tengan discursos? Es una provocación rupturística de la posmodernidad o contemporalidad, que a uno le resulta incomprensible; o esta gente debiera revisar cuál es la solidez y popularidad de sus fundamentos. Asoma que tendría que ser esto último, porque el cuchicheo ese abajo del escenario fue relativo a cómo se las arreglarían, arriba, para formular si Macri queda adentro o afuera del progresismo. El baile que le pegaron a la sensatez llegó al extremo de que Clarín titulara “Carrió deja su noviazgo con Pino y ahora trata de seducir a Sanz”, porque precisamente “el tema Macri la alejó de Solanas”, aunque el cineasta compartió el tablado y los papelitos con ella. Carrió volvió a reconocer públicamente que tiene unos cuantos pelos más que el resto, pero, al margen de si querría resolver eso con su depiladora, no cabe duda de que la única intencionalidad aliancista de esta componenda es competir por el título de antiperonismo supremo. Incumbe aclarar algunos tantos. Hay quienes aprecian, en el espacio FAP-Unen, una reproducción exacta de lo que fue la Alianza noventista. Eso es correcto sólo parcialmente, porque aquel experimento tuvo una pata peronista, y de luchadores sociales con proveniencia de izquierda, y de sindicalismo afectado por el menemato, que este rejuntado meramente gorila no tiene ni quiere tener. Sí es cierto que hay parentesco en las limitaciones ideológicas, si se trata de ver la bandera común de terminar con la corrupción cual si eso bastara para significar un proyecto de país. Y también es cierto que estas carmelitas descalzas fugaron en helicóptero, no sólo por su impericia y ausencia de liderazgo sino, y precisamente, porque la limpieza de sus cuentas individuales quedó enchastrada.
La Alianza aquella terminó, como medio mundo sabe, porque en lo estructural no pretendió modificar nada. Fue ideológicamente liberal y quienes hoy se le parecen, desde el gorilismo o desde el peronismo, actúan como si el 2001 no hubiese existido. Y como si hoy rigieran las mismas condiciones que condujeron al estallido. Nadie, con un grado de seriedad política mínimamente respetable, puede creer eso.
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