EL PAíS › OPINION
› Por Flavio Rapisardi *
Como filósofo, la religión me parecía dogmática. Como militante de la diversidad sexual creía que la palabra monstruosa de la Iglesia era la de Nazareno. Tuve que desandar ese camino. Lo hice con los/as hermanos/as pasionistas de la Santa Cruz: con misas sin mirar a un altar, sino a una mesa de madera y que siempre se realizan en un espacio que tiene fotos de Mugica, Angelelli, Romero, Esther de Careaga, Azucena Villaflor y Mabel Bianco; con retiros en los que el carisma posconciliar y de la Teología de la Liberación nos permite afirmar el carácter profético hasta de los maestros de las sospecha (Niesztche, Freud, Marx); donde ser católico no es un lugar universal sino un puente que busca un reino de amor e igualdad, en la diversidad que la jerarquía niega y condena.
Acá mi pasado peronista se reactivó en una dimensión más integra, en redes de liberación, las que Mugica supo entramar en su época, y que piden sumar a la mesa al/la excluido/a por pobreza, discriminación y olvido. Es una apuesta. Un salto. Pero ¿quién no hace un salto de fe?, se pregunta Julia Kristeva, desde el amor de nuestros padres hasta la creencia en el saber del otro la fe actúa como garantía. Yo quiero que actúe como construcción. No es fácil, pero no es peor que algunos monstruos de la razón.
* Docente/investigador FPyCS/UNLP, activista cristiano y lgtb.
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