EL PAíS › OPINIóN
› Por Mons. Víctor Manuel Fernández *
La semana pasada, los obispos argentinos quisimos hacer un llamado a la reflexión acerca de la violencia. En un largo debate entre nosotros, terminamos coincidiendo en la necesidad de encarar el tema de una manera amplia, evitando un acento excesivo en la inseguridad. La idea que predominó fue la de la violencia en toda la sociedad, de manera que cada uno se sintiera interpelado en lugar de entretenerse culpando a otros: “No nos ayuda culpar a los demás”, dice el texto.
Por eso esta declaración, confeccionada con aportes de toda la asamblea de obispos argentinos, rechaza la “justicia por mano propia”, defiende a los pobres de la acusación de violentos, cuestiona “la insultante ostentación de riqueza” de otros y la “tendencia al individualismo y egoísmo”. También habla del maltrato a los presos, de “las crisis de la familia” y de los “episodios de violencia escolar”, menciona que los medios “no siempre informan con objetividad y respeto”, etcétera.
Por supuesto que, en un texto sobre la violencia en la sociedad, es indispensable mencionar también los episodios de inseguridad que afectan a mucha gente, o la corrupción y la lentitud de la Justicia. No hacerlo sería una forma de ceguera. Pero la intencionalidad del texto está expresada en esta frase: “Cada uno está llamado a sanar sus propias violencias”. Se trata de una enfermedad social que procede de “nuestra violencia más profunda”. Por eso, el objetivo era invitar a construir la paz entre todos: “Felices los que trabajan por la paz”.
Lamentablemente, la sana intención de este mensaje, que ofrece una propuesta educativa y autoeducativa, no fue acogida simplemente porque no se lo leyó completo. El día antes de la publicación de este documento, en la versión electrónica de un diario se anunciaba torpemente que los obispos iban a enfrentar al Gobierno por el tema de la inseguridad. Con esa clave falsa de lectura, al día siguiente todos mutilaron el documento. Paradójicamente, también algunas personas oficialistas utilizaron esa misma clave de lectura que les ofreció un medio opositor, sin detenerse a leer y a sopesar el conjunto del texto de los obispos, y entraron ingenuamente en el juego.
Creo que una de las peores formas de la violencia actual es la de no escucharnos unos a otros, interpretándonos muchas veces a través de la hermenéutica sesgada de los medios. Esta es una señal más de la degradación cultural de los sectores medios y profesionales.
* Arzobispo rector de la Pontificia Universidad Católica Argentina (UCA).
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