Dom 25.05.2014

EL PAíS  › OPINION

La carta delatora

Una carta papal negada toscamente. El nuncio y el Papa desmintieron una desmentida desbocada. Reacciones mediáticas, consejos sin fundamento. La respuesta del Gobierno, ninguneada por la prensa dominante. Un papelón que cambió de titular. Precedentes, enseñanzas. Tevez, un caso máximo de kirchnercentrismo. Y algo más.

› Por Mario Wainfeld

“Este es el único de los relatos cuya moraleja conozco. No creo que sea una moraleja extraordinaria. Sólo que en esta ocasión sé cuál es: somos lo que aparentamos ser, así que debemos tener cuidado con lo que aparentamos ser.”
“Madre Noche”, Kurt Vonnegut jr.

“Ni siquiera somos hijos de las circunstancias, sino de las apariencias.” “De criaturas triviales y antiguas guerras”,
Miguel Brascó

“Si juzgamos sabiamente,
daremos lo no venido
por pasado.”
“Coplas por la muerte de mi padre”,

Jorge Manrique

“Quemá esas cartas
donde yo he grabado
Solo y enfermo,
mi desgracia atroz”
“Quemá esas cartas” (vals),

letra de Juan Pedro López

El decano de la Facultad de Sociales de Estocolmo echa humo. Está furioso con su discípulo, el politólogo sueco que escribe una interminable tesis de posgrado sobre la Argentina. “Le pedí como gauchada una reseña sobre las repercusiones del aniversario del asesinato del cura Carlos Mugica. Y me envió un copy paste de disquisiciones sobre el kirchnerismo. El crimen, le recuerdo, ocurrió hace cuarenta años, en otro contexto. Usted me engatusa. ¿Todo debate en ese país tiene terminal en el kirchnerismo? Y culmina, sarcástico y futbolero: ¿Me va a decir que la ausencia de Tevez en la Selección es también un problema de Estado? Respóndame con rigor. Y envíeme un informe serio sobre el papelón de ‘su gobierno’ con la carta apócrifa atribuida al papa Francisco. No me macanee más o haré tronar el escarmiento.”

El politólogo atraviesa varias crisis simultáneas, no quiere añadir otra. Así que se dispone a responder con cierto detalle, sin faltar a la verdad. Empieza por lo obvio: “Acá todo se remite al kirchnerismo, es el folklore local: hasta lo de Carlos Tevez”. Y luego se sume en un largo paper, que nutre esta columna.

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Manipulaciones eran las de antes: Nuestro amigo sueco acude a un recuerdo borroso de la escuela secundaria, aquella en que robó el primer beso a una compañera rubia, cuyos ojos celestes reflejaban la gloria del día. Es el famoso telegrama de Ems, un caso de manipulación de un texto escrito que habría detonado la llamada guerra franco-prusiana. La relación entre Francia y Prusia-Alemania venía pésimo, agitada por varias tensiones. Una de ellas era la presunta ambición de la corona prusiana a poner un rey en España. El embajador de Francia le pidió explicaciones al rey Guillermo de Prusia, éste la rechazó de modo destemplado. Se lo comunicó a su canciller, el ascendente Otto von Bismarck, por telegrama. Bismarck, que anhelaba la guerra, reeditó el texto haciéndolo (aún) más brusco y confrontativo. Una provocación nacionalista, con todas las letras. Lo divulgó, los franceses declararon la guerra. Años después Bismarck diría que “el telegrama de Ems tuvo el efecto deseado de mover una capa roja en la cara del toro galo”.

La prospectiva ulterior permite entender que Francia y Alemania tenían una tendencia irrefrenable a guerrear entre sí, en aquel 1870, luego en 1914 y 1939. Sólo en la segunda posguerra optaron por la inteligencia y la integración, que tendrá sus bemoles pero no genera lluvias de sangre.

Como fuera, la manipulación mediática tiene larga historia, con aciertos tremendos. En nuestro ejemplo, acaso fue eficaz porque aró en suelo fértil: tanto el emisor como el receptor querían creer lo que decía. Y el asunto debatido era importantísimo, estratégico para los planes del tan taimado como hábil Bismarck.

No es posible decir nada similar de la carta que entretuvo a la prensa argentina, a la vaticana, a la Curia y a los gobiernos de los dos países. Un ejemplo de banalidad del bien, apenas. Pero de ella hablaremos, con auxilio de nuestro amigo el politólogo, tan versado él.

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Qué boquita, monseñor: Usted, quien lee esta columna, conoce seguramente los hechos, de todas formas se los reseñamos y repensamos a vuelo veloz. El Papa envió a la Presidenta un saludo por el 25 de mayo. Esos textos burocráticos y mayormente desabridos son moneda corriente para los gobiernos y las Cancillerías. Estas alardean de su capacidad para manejar material soso.

La carta llegó vía la Nunciatura, el Gobierno entendió que le venía bien difundirla. Un funcionario vaticano, monseñor Guillermo Karcher, desmintió la autenticidad de la carta. Hacerlo no es asunto de su competencia, lo que no le importó a él ni a quienes le otorgaron pleno crédito. Su lenguaje fue grosero, muy poco ecuménico. Denunció “mala leche”. Qué boquita, monseñor. Todo era chocante: la misión ejercida por quien no tenía facultades, la verba inflamada.

La prensa hegemónica se lanzó en cardumen sobre el Gobierno. Lo acusó de haber hecho un “papelón”, no faltó quien coqueteara con la idea de falsificación. Nadie se privó de explicarle a la Casa Rosada cómo se chequea la autenticidad de una nota de la Santa Sede, lo que implica que ellos lo conocen al dedillo. Lástima que no lo demostraron, ni ahí.

Los medios on line abundaron en análisis sesudos, que se diseccionan en la edición de ayer de Página/12, disponible on line, bajo el título “Una clase de periodismo”.

Antes de las nueve de la noche del jueves, el secretario general de la Presidencia, Oscar Parrilli, y el secretario de Culto, Guillermo Oliveri, refutaron la desmentida, en conferencia de prensa. Detallaron que la Nunciatura envió la carta, que lo había avisado previamente, que el empleado que la llevó es quien siempre lo hace, que la secretaria del nuncio ratificó la validez. Era una versión congruente. Se debía corroborar pero jamás ignorar. Eso último decidieron editores y columnistas de Clarín y La Nación que no habían podido dar con el nuncio. Anunciar las dos versiones contrastantes y dejar abierto el tema hasta que la corroborara algún funcionario vaticano con competencia. Prefirieron cargar la romana contra el Ejecutivo, dar por cierto lo dudoso.

Al día siguiente, el propio Papa los desmintió, con dureza.

Clarín miente y luego calla o vocifera sobre la libertad de prensa. Eso hizo, de nuevo.

La Nación mostró algo más de profesionalismo, ayer sábado. El diario reconoció su falla en un lacónico recuadro. El columnista Fernando Laborda, que se había solazado con el papelón oficial, asumió el “error” y pidió disculpas “a los lectores y los funcionarios”. Es parte importante de lo correcto pero falta algo.

Lo que nadie hizo es aceptar que elegir uno de los relatos enfrentados fue una decisión editorial, que se tomó con entusiasmo cuando faltaba data.

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Vox Dei, “guardar silencio”: La Nación es el diario de cabecera de la jerarquía de la Iglesia Católica argentina. Seguramente compartieron, mayoritariamente, su postura de instigar, ser cómplice y luego encubridora de los crímenes de la dictadura militar aunque los lazos abarcan otras variables. Por todo eso, debe subrayarse una columna publicada ayer por Guillermo Marcó, titulada “Lo único importante es la información oficial”. Marcó, quien fue vocero del cardenal Jorge Bergoglio, se explaya “Anteayer por la noche recibí una llamada de teléfono de C5N para pedirme mi opinión sobre ‘la carta’. Sencillamente hice lo que había que hacer: guardar silencio hasta que la Nunciatura Apostólica se expidiera”.

“No tenía por qué dudar de la veracidad de un excelente funcionario como el secretario de Culto, Guillermo Oliveri. El texto fue redactado por la Secretaría de Estado, se envió a la Nunciatura por telegrama, allí lo transcribieron a papel membretado y –la misma persona que lo hace siempre– lo llevó a la Cancillería y se lo entregó a la Secretaría de Culto. Su nombre quedó consignado en el registro de ingreso. El nuncio estaba afuera. Cuando la prensa lo consultó, se confirmó que el texto salió de allí y era verdadero.” Un mensaje al diario preferido, al gran compañero de ruta.

Marcó confidencia que, cuando asumió como vocero, le propuso a Bergoglio que nunca diera entrevistas, “ya que empezarían preguntando por cosas piadosas y terminarían hablando de política y es eso lo único que saldría en los diarios al día siguiente”. O sea, lo catequizó sobre las manipulaciones de los medios. Los amigos, se entiende.

Un diario, corriendo contra el cierre, no tiene la opción de “guardar silencio”. Pero nada, sino su voluntad, lo compele a dar por cerrado un debate abierto entre fuentes distintas y contradictorias.

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Reacciones, humor e interpretaciones: La prensa hegemónica, tan expeditiva para dictaminar sobre las movidas del Gobierno, no encontró modo para explicar el desaguisado de la diplomacia vaticana. Se la supone perfecta, sabia, añejada por los siglos. Sus gentes son varones probos y sabios, casi santos. Esta vez metió la pata hasta el cuadril y queda por desentrañarse el motivo.

Para el Gobierno (y para varios laicos católicos que conocen el paño) se trata de un coletazo de la interna eclesiástica, de otra movida del ala ultraconservadora que combate las posturas de Francisco. Un palito para que lo pisara algún funcionario o hasta la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Una tentativa de empiojar el Tedéum de hoy. El oficialismo cree en un New Deal con Francisco.

La reacción fue sensata, práctica y baja en verborragia. Olivieri y Parrilli desmintieron con información verosímil, sin adjetivar mucho. El nuncio Emil Paul Tshecrrig fue inhallable para cronistas y funcionarios hasta bien entrada la noche del jueves. Su confirmación entonó al Gobierno. Pocas horas después Juan Pablo Cafiero le comunicó a la presidenta Cristina la desmentida del Papa.

Con humor más sutil del que suele ser su promedio, el oficialismo propagó anteayer otras salutaciones de mandatarios extranjeros, un modo de resaltar su habitualidad. Sus textos rezuman lugares comunes menores y edificantes, que sus firmantes no escriben y sus destinatarios (acaso) ojean apenas salvo en ocasiones particulares.

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La otra primera vez: No es la primera vez que La Nación trata de colar en sus tapas cuñas entre Francisco y Cristina. La más llamativa fue una que careció de fuente vaticana, de pura urdimbre del medio. Se va olvidando, fue hace pocos meses.

El hecho real es que este año la Asamblea General de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) sería presidida por un argentino, el dirigente empresario Daniel Funes de Rioja. Este mismo, el ministro de Trabajo, Carlos Tomada, y el sindicalista Gerardo Martínez (representantes argentinos ante la OIT) acordaron invitar al papa Francisco a viajar a Ginebra para ser de la partida. Solicitaron entregarle la respectiva petición en El Vaticano.

La Nación tergiversó el hecho, lo dio vuelta. Lo presentó como una suerte de convocatoria papal a una miniConcertación entre representantes sindicales, empresarios y Tomada. El convite colectivo se transformó por arte de magia mediática en un seudo Consejo económico social.

La hipótesis hacía agua por todos lados. Hubiera sido una intromisión absurda en la política local, para arrancar.

La nómina de participantes, clavada para el cónclave de la OIT, era muy incompleta o sesgada para un encuentro sectorial: faltaban la CGT opositora, las dos vertientes de la CTA y la CGT oficial no estaba representada por su secretario general.

La jugada nunca existió, aunque entretuvo en una tapa y un par de artículos más.

El pedido verdadero se concretó. Tomada, Funes de Rioja, Martínez y el empresario Héctor Méndez estuvieron con el Papa en un sitio destacado de sus audiencias públicas de los miércoles. Asistieron al clásico “besamanos” y departieron pocos minutos, como parte de la multitud. No hubo Consejo Social paralelo, ni nada semejante.

La info trucha se diluyó sin dejar trazas, como el agua en el agua... pero es un precedente interesante.

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Bajo presión: La pelirroja progre, que cada día está más cristinista, le calzó un ultimátum al politólogo sueco. Basta de noviazgo, con permisos tácitos mutuos incluidos: quiere casarse y tener un hijo. El cientista social cavila, ama a este país, viene madurando lo de pedir la nacionalidad, acaso sea hora de sentar cabeza, le gustan los pibes... Pero nada es sencillo y menos que nada parar la olla.

Para colmo, el Boca de sus amores le da dolores de cabeza. River salió campeón, molestia que había olvidado durante más de un lustro. La pelirroja le toma un poco el pelo: se le ha hecho gallina, herencia familiar, dice ella.

El politólogo irá sustanciando la demanda, con cariño y pidiendo prórrogas. Para estar sustentable y hasta casadero necesita mantener conectado el euroducto con la Universidad, así que le mete pata al informe. Hoy tiene que ir a la Plaza con su compañera, que acaso le permita dulces indefiniciones amorosas pero no falta de compañía en la movilización.

Va por Tevez, pues (ver recuadro aparte).

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Espera y agradecimiento: El advenimiento del primer papa argentino es un tremendo cambio de escenario, lo que fuerza a ser prudente con las predicciones.

Es claro que la Presidenta y Francisco han cambiado su relación, que es pródiga en gestos de convivencia y buena onda. La propensión al diálogo y al buen trato son saludables, siempre.

Hay quien piensa, de cualquier modo, que el Papa es la vanguardia de la oposición que “envuelve” a Cristina con movidas de guante blanco.

En el Gobierno se tiende a pensar que se ha conseguido un aliado de primer nivel, sensato y peronista por añadidura.

Ajeno a esos optimismos cruzados, el cronista supone que es forzoso esperar al largo plazo, territorio vaticano por excelencia, y no apurar conclusiones. El Tedéum de hoy será un mojón de un camino muuuy largo.

Es ostensible que los medios dominantes y una franja importante de dirigentes opositores confían en que Francisco será un ariete contra el kirchnerismo. En ese sentido, honran al viejo proverbio: a Dios rogando y con el mazo dando. Cualquier bondi les viene bien.

El cronista confiesa no saber si Karcher metió la pata, llevado por su inconsciente. O si urdió una picardía de vuelo y duración muy corta, por pura torpeza. Lo más factible es que nunca se conozca la verdad. En cualquier caso, ante un episodio derivado de una misiva formal y poco significativa dan ganas de darle las gracias. No por su lenguaje desaforado, ni por la mentira que propaló, sí por lo mucho que develó, sin querer queriendo.

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