EL PAíS › OPINION
› Por Eduardo “Wado” de Pedro *
“Quiero convocar a todos los argentinos, a que a esta década ganada le siga otra década más en la que los argentinos sigan ganando (...) es necesario empoderar al pueblo, a la sociedad, de estas reformas y de estas conquistas, para que ya nunca nadie más pueda arrebatárselas.” Cristina Fernández de Kirchner, 25 de mayo de 2013
Hace exactamente un año Cristina nos invitaba a celebrar los logros de la década iniciada el 25 de mayo de 2003 con la llegada de Néstor Kirchner a la Casa Rosada. En el marco de un nuevo aniversario de la gesta que abrió las puertas de nuestra independencia hace más de 200 años, la celebración fue, sin embargo, una celebración curiosa. Lejos del confort de la autocomplacencia y la satisfacción por lo realizado, el mensaje de Cristina fue profundamente movilizante: nada de lo hecho era suficiente. Mientras persistieran en nuestro país resquicios de desigualdad, la tarea debía seguir adelante.
Cargados de futuro, aquel 25 de mayo nos fuimos con la responsabilidad de estar a la altura de ese desafío, que no es otro que el de honrar a los hombres y mujeres de una tradición histórica que hunde sus raíces en los revolucionarios de mayo, se nutre con los caudillos populares de nuestra Argentina profunda, toma forma con los liderazgos de Yrigoyen y Perón, se hace intensamente plebeya y solidaria con el sacrificio de Evita y la militancia revolucionaria, crece con la valentía de Alfonsín y retoma su capacidad de modificar la historia con Néstor y Cristina.
La transformación de nuestro país, durante estos últimos diez años, se vive en cada casa, lo experimentan los pibes en las escuelas, los científicos en las universidades, nuestros abuelos con sus últimas travesuras y los trabajadores en los lugares de trabajo. Los enormes avances sociales, económicos, culturales y políticos hacen irreconocible aquella Argentina de principios de siglo.
Cuando en 2003 asumió Néstor Kirchner la Argentina estaba sumergida en la peor crisis de su historia. El panorama se componía de un cóctel de desconfianza ciudadana en sus instituciones y sus dirigentes, altísimos niveles de desocupación, caída de actividad económica, fuerte endeudamiento exterior y un enorme porcentaje de argentinos en situación de alta vulnerabilidad social. El primer objetivo de aquel gobierno fue asegurar la paz, para inmediatamente luego reconstruir el tejido social a través del fortalecimiento del Estado y la generación de trabajo. En una década se crearon más de 5 millones de nuevos puestos de trabajo y surgieron 200 mil nuevas empresas. Hoy el salario real es el más alto de los últimos veinte años.
La ampliación de la ciudadanía y la profundización de nuestra democracia se hizo a través de la generación de trabajo, que es el ordenador medular de nuestra sociedad, pero también se densificó a través de la política de derechos humanos, del matrimonio igualitario, de la ley de medios, del acceso a las nuevas tecnologías, de la Asignación Universal por Hijo, del Plan Pro.Cre.Ar y del recientemente lanzado programa Progresar. Un Estado activo, eficiente, armonizador de las inevitables tensiones, pero no neutral, siempre del lado de los más vulnerables.
Sobre el telón de fondo de esas decisiones de rumbo, también se sentaron las bases para el desarrollo del futuro. En estos años se inauguraron más de 12 nuevas universidades nacionales, donde más del 75 por ciento de los estudiantes son primera generación de universitarios. Se jerarquizó la política científica con la creación de un Ministerio para el área; hoy nuestros científicos vuelven al país y estamos produciendo tecnología de avanzada como el satélite Arsat-1.
Este nuevo país genera ahora desafíos aún más complejos. Los argentinos y las argentinas somos, afortunadamente, muy inconformistas y siempre queremos más. Aquel desocupado de 2003 hoy es un trabajador formal: cada año negocia salarios y condiciones de trabajo, tiene obra social, sus hijos van a una escuela mejor y aspiran a ir a la universidad. Hoy ese ciudadano tiene diferentes preocupaciones y más ambiciones.
Las rutas y las vías que durante el estancamiento económico eran suficientes por la falta de actividad, hoy se vuelven un embudo que dificulta el ir y venir de los laburantes y de la riqueza producida en todos los rincones del país. Desde el 2003 se pavimentaron miles de kilómetros de rutas productivas, fundamentales para industrializar la ruralidad. También hemos encarado la refundación del transporte ferroviario, además de recuperar la aerolínea de bandera, multiplicando los destinos. El compromiso es profundizar la tarea. Las telecomunicaciones se saturan porque nos incorporamos de a millones al uso de nuevas tecnologías. Por ese motivo, ya se ha tendido una red de fibra óptica de más de 30 mil km que permitirá conectar a casi todo el territorio. La intensidad de la actividad económica y los niveles de consumo domiciliarios nos exigen producir más y mejor energía. La emblemática recuperación de YPF y la reversión de los declinantes niveles de producción hidrocarburífera muestran el camino a seguir. Los enormes avances en la integración regional deben ser aún mejor institucionalizados para que la cooperación con nuestros vecinos en la defensa de la democracia, y en la complementariedad económica, ya no dependan exclusivamente de la buena sintonía personal de nuestros presidentes. La actividad de articulación de la Unasur y la Celac son las referencias para cristalizar los avances.
Los logros producen nuevos desafíos. Cuando uno sube un escalón, se anima a intentar con el siguiente. El desafío de las fuerzas políticas del campo popular es acompañar a los argentinos y argentinas que están dando esos pasos.El peronismo, tal como lo entendemos y sentimos nosotros, es una pulsión igualitarista, profundamente rebelde, que nos obliga a ir por más, a ensanchar continuamente los límites de nuestra democracia. La movilidad social ascendente es un imperativo ético, pero también una decisión estratégica para que nuestro país crezca equilibradamente. Como dice Cristina, no se trata de que todos seamos iguales, sino de que todos tengamos las mismas oportunidades. La construcción de una patria libre, justa y soberana, que albergue a los 40 millones de argentinos no es tarea de un solo gobierno. Es el resultado de la participación de un pueblo organizado, comprometido con su presente y futuro.
La invitación entonces es a organizarnos para profundizar lo hecho y asumir los desafíos de lo que falta; debatiendo apasionadamente, sin prejuicios, pero sin negociar nuestras convicciones.
Del sueño que nos propusieron Néstor y Cristina a este futuro que llegó hace rato. Este es el punto de partida para nuestra generación. Nunca menos.
* Diputado FpV. Militante de La Cámpora.
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