EL PAíS › OPINIóN
› Por Eduardo Aliverti
Los acuerdos celebrados con Rusia y China no podrían ser caratulados como las noticias más populares del momento, entre otras cosas porque su repercusión en los medios de mayor alcance es –para ser benévolos– francamente secundaria. Pero si se observa el mediano y largo plazo, y en alguna medida también el corto, son de los hechos más trascendentales de los últimos tiempos.
Al margen del espacio exiguo que le confirió la prensa opositora (sus noticieros televisivos del jueves a la noche directamente ignoraron que visitaba el país el presidente de la segunda potencia mundial), esa falta de repercusión es comprensible. En el caso particular de los negocios con los chinos, además, hay el antecedente del episodio de 2004, cuando Kirchner y su par Hu Jintao declararon tanto como ahora que la relación entre ambos países era estratégica. En aquel momento, con origen desconocido, se dejó correr que Beijing aportaría 20 mil millones de dólares en concepto de nunca se supo qué. La versión tardó poco en revelarse como falsa. Subsistirá la duda de si fue torpemente influida por Casa Rosada, para generar algún pico de entusiasmo cuando Argentina ni siquiera veía las puertas del purgatorio; si se trató de una auténtica fantasía oficial, o si consistió en una opereta para dejar en orsay al Gobierno. Cualquiera haya sido el origen, quedó como el gran cuento chino. Pero no es por eso que los acuerdos actuales despiertan antes indiferencia que prevenciones. Es que el amperímetro de los sectores bajos y medios se mueve con primacía por la realidad del bolsillo cotidiano, las expectativas por fuentes laborales y estabilidad del empleo, la percepción positiva o negativa en torno del horizonte más bien inmediato. Pretender que eso sea reemplazado por una contentura masiva, debido a que los rusos acaban de rotularnos como socio estratégico principal en América latina, o a que los chinos invertirán y prestarán a tasa baja y largo plazo una carrada de miles de millones de dólares, sería de una ingenuidad a toda prueba. Cómo se afronta la suerte en el supermercado o en el chino, justamente está a kilómetros por delante de estrategizar que Moscú apuesta fuerte en la energía nuclear argentina o que Xi Jinping anuncia unos 5 mil millones de dólares para las dos represas hidroeléctricas sobre el río Santa Cruz (que serán completamente nacionales, aportando casi un cinco por ciento de la electricidad que consumimos). El Estado argentino comenzará a pagar el préstamo una vez que las centrales estén funcionando, lo cual supone cinco años y medio de gracia, y participan en el crédito tres bancos chinos de primera magnitud. Recibirán la contrapartida de venta de energía. Es también con los chinos que se acuerda la renovación del swap (pase) conveniado en 2009: canje de yuanes por pesos, que no necesariamente implica un desembolso para integrar respaldos monetarios sino un reaseguro que favorece a Argentina si hubiera presión cambiaria o caída en el flujo de reservas. Todo muy bonito, dirán la lógica y sensibilidad generales junto con la propaganda contraria de ciertos intereses mediáticos, pero el pequeño detalle es que mientras tanto hay un escenario de caída de consumo y problemas de estabilidad laboral anclados, entre otras causas, en el motor percutido de las áreas automotriz y de la construcción. Es cierto. No debería decirse que el Gobierno está inmóvil contra ese presente, porque despliega políticas de protección institucionales y asistencialistas que, hasta aquí, contienen con éxito el descontento y la incertidumbre social y sindical. Son respuestas que tienen al Estado como actor principal, y no a los agentes económicos privados. Como fuere, el clima económico no es el mejor. Sin embargo, y siendo que de los laberintos se sale por arriba, las dificultades de coyuntura no deben extraviar la mirada acerca de si en lo estructural está obrándose a los tumbos o con buena mirada estratégica.
China es el segundo socio comercial de Argentina, solamente superado por Brasil. Son 14 mil millones de dólares anuales con una balanza comercial muy deficitaria, que traducido a productos significa que les vendemos materias primas sin valor agregado –soja a la cabeza– contra importación de manufacturas para armar electrodomésticos y otros bienes. Les despachamos porotos de soja, carnes de ave, cueros vacunos, aceite de maní. El avance en los acuerdos que se firmaron no ubica a los chinos como benefactores de la Argentina ni nada que se le parezca. La propia prensa adversa al Gobierno destaca que seguimos hablando de venderles energía, alimentos y minerales, pero a cambio de que ellos inviertan en infraestructura que en varios aspectos son de logística para bajar los costos de transporte de lo que necesitan. Son los casos de la red ferroviaria a través del Belgrano Cargas y el de los dos acueductos a construir en Entre Ríos, para regar tierras que producirán arroz. Y a más de la fabulosa inversión en la construcción de las centrales hidroeléctricas santacruceñas, los asiáticos garantizan financiación preferencial para construir una cuarta central nuclear, con tecnología similar a la de Embalse y a instalarse en la localidad bonaerense de Lima, junto a Atucha I y II. Se sugiere leer la nota del colega Fernando Krakowiak, en Página/12 del viernes pasado, que precisa los alcances de este acuerdo que podría incluir la construcción de un quinto reactor para el que ya precalificaron multinacionales estadounidenses, francesas, rusas y coreanas, a más de otra china (CNCC). El presidente chino llegó con una comitiva de más de 200 empresarios y se firmaron acuerdos bilaterales en varias áreas. Hasta hace unos 20 años, Argentina les compraba a los chinos zapatos y juguetes. Ahora les compramos maquinaria, partes de motos y productos para el hogar, como subraya el presidente de la cámara comercial argentino-china, Ernesto Fernández Taboada, a la par de reconocer que se incrementa la venta de aceite de oliva y cacahuete, pescado, madera, vino tinto, alas y garras de pollo. Agilizar todo eso requiere invertir y prestar en infraestructura aquí, y por supuesto que el esquema llama a preguntarse si no sería mejor una activación local de economías regionales integradas, menos sujeta a los gigantes emergentes, a los acuerdos de élites empresariales y a la importación de insumos que comprenden ciertas inversiones externas. Suena atractivo y desde ya que podría ser complementario, pero no parece realista cuestionar a rajatabla este tipo de alianzas productivas si se juzga la dimensión de los actores en juego, la dinámica política y, en definitiva, las probabilidades de desarrollo en los marcos de un sistema capitalista integrado a escala global como nunca sucedió en la historia.
Convendría también detenerse en que Argentina acaba de participar en la sexta cumbre del grupo Brics, sigla empleada internacionalmente para referirse de modo conjunto a Brasil, Rusia, India y China, y a los que en 2010 se agregó Sudáfrica. Son el 43 por ciento de la población mundial, con casi un cuarto de la economía planetaria y creciendo año a año: el comercio entre ellos ascendía a unos 21 mil millones de euros en 2002, para alcanzar casi 250 mil millones de la misma moneda en 2012. Esta semana se anunció la creación de un banco de los Brics, destinado a cubrir necesidades de financiación e infraestructura de los emergentes. Es similar al mecanismo creado hace cuatro años y del que forman parte países del sudeste asiático más China, Japón y Corea del Sur. Argentina fue invitada a la reunión que se efectuó en la ciudad brasileña de Fortaleza y Cristina informó que recibió un amplio apoyo de Brics en la batalla contra los buitre. Aunque el respaldo no se expresó de manera declaratoria formal, varios referentes de las naciones del grupo ya lo habían manifestado. Es un dato político importante, si bien la prensa opositora prefirió destacar que Argentina no fue invitada a sumarse al conjunto. Dilma Rousseff se ocupó de aclarar que eso es “por ahora”, pero en realidad nunca estuvo en danza que Argentina fuese convocada a integrarse. En otras palabras, construyeron una observación previa por la negativa para que el saldo positivo de la participación del país quedase licuado. Un manipuleo que no es ninguna novedad, sin que por eso deba dejar de señalárselo porque en este caso, además, fue la propia cumbre Brics lo que no recibió un despliegue informativo acorde a su magnitud. Salvo, claro, si se considera chaucha y palito la conformación expansiva de un bloque de poder mundial que trastrueca el eje Estados Unidos-Europa, para equilibrarlo con el de Asia-Pacífico –junto con algunos grandes actores sudamericanos– y lo que eso suponga en las relaciones globales de poder. El colonialismo mental de algunas gentes les impide asomarse a lo que está delante de sus narices.
Excepto por los 20 años de impunidad tras el atentado a la AMIA, no se diría que haya habido, para rango de primera plana, noticias mejor merituadas que las descriptas. Pero no fue así y, tras los ecos del desempeño de la Selección en el Mundial y los incidentes alrededor del Obelisco, se volvió a los avatares de palacio y a las coyunturas de la economía doméstica. Sólo metió baza el estado de la negociación con Griesa y sus amiguitos. Que eso se comprenda, y hasta justifique, no implica que la vista renuncie a esforzarse para llegar más lejos. Debería ser insólito que algunos persistan en hablar de una Argentina afuera del mundo, aislada, librada a la buena de Dios de ser “argenzuela” o tonterías por el estilo. Esa gente necesita salir a buscar un poco de aire fresco, informarse mejor, tomar nota de que ese mundo está en un movimiento que ya no responde estrictamente a la lógica imperial y binaria. O lo saben y no lo dicen, o están convirtiéndose en una derecha vieja.
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