EL PAíS › OPINIóN
› Por Mario Toer *
“Y cuando yo recién saludaba a los trabajadores de la empresa proveedora de estos trenes, que es una empresa china, me decía: pensar que en el año ’49 Mao Tse Tung llegaba al poder en una China devastada, donde no sé si cada chino podía comer apenas media escudilla de arroz. Nosotros acá en el ’49, con el general Perón en el poder, teníamos todas las fábricas de ferrocarriles y todas las industrias puestas en marcha. Miren dónde están unos y miren todo lo que nos ha costado a nosotros en estos 10 años de industrialización. Hay que empezar a pensar por cuenta propia, no solamente vivir con lo propio sino pensar por cuenta propia (...). Qué pasó con esa Argentina que hacía camiones, que hacía autos, que tenía una tecnología de primer nivel.” Cristina Fernández de Kirchner, 23/4/14.
Cada tanto, los procesos sociales se encuentran con encrucijadas y sus protagonistas se miran y necesitan recuperar certezas que parecían estar más disponibles en los tramos recorridos con anterioridad. Si miramos a la región, veremos que, con diferencias e intensidades diversas, surgen interrogantes, que no pueden estar disociados de la resistencias que oponen los poderosos y lo que parece ser una compleja coyuntura en el plano de la economía. Entre nosotros, las dificultades se asocian con la disposición constitucional que obliga a la complicada tarea de encontrar una sustitución confiable para disputar la Presidencia, en medio de las implacables campañas de los medios monopólicos y la amenaza de los fondos buitre.
Desde que en nuestra región un variado racimo de liderazgos se pusieran a la cabeza del extendido descontento que produjera la implacabilidad neoliberal, se ha llevado a cabo un número muy considerable de transformaciones y se forjó una confluencia de singular importancia que no ha dejado de incidir en el escenario regional y global. Pero, aun así, bien podría decirse que, sin subestimar algunas transformaciones de envergadura, lo que ha primado han sido las reparaciones por los daños ocasionados, las más de las veces echando mano de algunas de las experiencias que en el pasado habían servido para atender problemas similares. Esto es particularmente cierto para los países del Cono Sur que, en algún momento de su historia, procuraron y esbozaron caminos de moderada autonomía, a través de la sustitución de importaciones. Los países que no conocieron esos tiempos, cuyas elites nunca fueron más que parásitos de la riqueza minera, debieron encarar cambios más notables pero, paradójicamente, tienen que procurar aun recursos que entre los primeros ya contaban con cierta presencia.
Puede decirse que unos y otros han alcanzado en la década transcurrida una posición satisfactoria y a la vez expectante. Se han dejado atrás los aspectos más dañinos, se han satisfecho las demandas más urgentes, algunas por primera vez atendidas, e incluso se ha hecho posible la emergencia de sectores que antes se hallaban bloqueados o apenas esbozados y hoy se encuentran en plena capacidad de reconocer y demandar nuevos recursos y derechos. Ante este nuevo horizonte, las enseñanzas de antaño ya sirven de poco y no es dable encontrar recetarios acabados ni diseños preexistentes a los cuales recurrir. La llanura se extiende incierta y promisoria, está a nuestra disposición pero se debe definir el rumbo.
Hoy se da por sentado que los intentos revolucionarios en la periferia que tuvieron lugar en el siglo pasado han mostrado sus limitaciones. La ilusión de que pudiera llevarse a cabo un cerco en derredor del centro desarrollado ha quedado atrás. Vivimos un tiempo diferente que quizás encuentre su antes y después con la implosión de la URSS y su campo de influencia. Las viejas predicciones de Marx sobre la posibilidad de emergencia de lo nuevo dadas ciertas condiciones desde lo más avanzado del proceso productivo, consecuencia sobre todo de la maduración organizacional de los productores directos, se vuelven a abrir paso entre la melancólica nostalgia por las epopeyas truncadas del siglo XX.
De todas maneras, sabemos que en ese camino contamos con algunas certezas en cuanto a lo que debemos alcanzar. Dejar atrás las economías primarias y ensanchar el mercado interno. Constituir una industria capaz de dar trabajo y producir los bienes necesarios. Posibilitar avances científico-tecnológicos que nos saquen del atraso. Forjar vínculos regionales que generen escalas suficientes y gravitación creciente. Siempre garantizando los principios que hagan posible una creciente y real democracia, respetando la pluralidad. Pero es aquí que aparece la paradoja que hace más compleja la tarea. Quienes proporcionan las prolongaciones que pueden constituir los lazos que articulen este escenario son en buena medida actores privados que se rigen por otros principios y procuran su propio beneficio. De allí que sea indispensable la construcción de un poder político con suficientes raíces como para que estos intereses acepten las indicaciones que responden a nuestra propia estrategia y objetivos. Lo que delimita y acota a estos recursos no es tanto su origen, sino la capacidad de control que se ejerce sobre ellos.
Las experiencias que quizá puedan brindarnos alguna enseñanza se encuentran lejos geográfica y culturalmente pero, aun así, vale la pena prestarles atención. Me estoy refiriendo al país que, marcando los contrastes, evocaba la Presidenta (ver más arriba), al caso de la República Popular China y también a Vietnam. Como es sabido, sus enormes esfuerzos iniciales estuvieron en consonancia con las tareas del tiempo en que se imaginó que la periferia podía rodear al centro y hacerlo implosionar (recordemos la consigna: “hacer dos, tres, muchos Vietnam”). Resolvieron aspectos básicos pero se encontraron con un límite. En esa circunstancia, los chinos volvieron a recurrir a un viejo dirigente, Deng Xiaoping, que expresó la conclusión (recuperando el pensamiento marxista) de que, sin llegar a estar en la avanzada del desarrollo científico-tecnológico no era dable aspirar a cambiar las relaciones sociales de producción. De allí que, desde hace treinta años, China se haya dedicado a la compleja tarea de fortalecer, de una parte, los resortes claves del poder estatal y las arterias de la economía (finanzas, energía, transporte, educación, investigación) y, a la vez, haya concedido, de manera creciente, parte apreciable del espacio del mercado a las empresas privadas, extranjeras y también locales, para llevar a cabo buena parte del desarrollo productivo. Con reglas claras, pero también atractivas para el inversor. El resultado es conocido. Las estimaciones varían en torno de los pronósticos acerca de cuánto tardará China en encontrase a la cabeza del desarrollo científico-tecnológico del planeta. Sobre sus consecuencias, hay polémica. Incluso en el interior de China. Pero al margen de cualquier controversia, hay algo que no se puede discutir: la cuarta parte de la población mundial, que había sufrido tremendas hambrunas, hoy se encuentra en condiciones crecientemente satisfactorias y aguarda confiada el porvenir.
¿En qué nos puede servir esta experiencia? Las distancias son notables, particularmente en lo que hace a la solidez de un Estado y la legitimidad de una conducción que supone un recorrido histórico con singulares diferencias. A su vez, para el caso asiático, la fuerza de trabajo provenía de la devastación que recuerda la Presidenta, con poco más para exigir que completar su escudilla de arroz, mientras que entre nosotros la centralidad que el bienestar de los trabajadores y los derechos laborales han tenido en el discurso y la estrategia de acumulación de legitimidad de los gobiernos posneoliberales no permite pensar al salario como la variable de ajuste que permita un punto de partida similar.
Pero aun así podemos eventualmente reconocer prioridades y visualizar aspectos que ayuden a orientar nuestra búsqueda. Condición primordial para definir y salvaguardar los “resortes claves” supone contar con una trama, una construcción social desde las raíces. Para ello es ineludible lidiar con el cuestionamiento de la política o los políticos en general, para que se transforme en capacidad para discernir y deslindar entre los que realmente quieren servir al pueblo, de los que intentan instalar nuevas artimañas para que nada cambie. De allí que sea crucial que exista una presencia que permita evidenciar la diferencia y contrarrestar las campañas mediáticas. En suma, evitar parecerse a las administraciones ya conocidas. Lo reclamaba Carlos Zannini en aquel encuentro de las organizaciones kirchneristas en el Mercado Central, poniendo, por encima de las candidaturas, la necesidad de “empoderar a la sociedad para que defienda las conquistas de esta época”.
Tendremos que recurrir y convocar a la capacidad científica, tecnológico-productiva de avanzada con la que no contamos. Es evidente que ésta no se puede alcanzar con mera buena voluntad desde las carencias actuales. La propia experiencia china lo puso de manifiesto (la han hecho suya inspirados también en la lógica de las artes marciales). Pero es igual de certero que, si esa presencia sólo se asocia a los intereses de quienes no tienen la intención de hacerla revertir en beneficio de las mayorías, estaremos anticipando una nueva frustración. Sólo puede servir como garante una fuerza nacional, democrática y popular, con sólidos lazos continentales. Es la condición para que sea posible asumir los desafíos de contar con el control de los recursos que hagan posible encarar un proceso de desarrollo industrial complejo, original y autónomo, que evite la reprimarización y minimice los daños en el ambiente, en la perspectiva de una sociedad más justa. Quizá, como en China, tendremos que pensar en más (y mejor) Estado y más mercado, y no en uno a costa del otro.
* Profesor consulto de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA), titular de Política Latinoamericana.
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