EL PAíS › OPINION
› Por Federico Lorenz y
Julio Vezub *
Pese al revuelo que generó la creación de la Secretaría de Coordinación Estratégica para el Pensamiento Nacional, las primeras declaraciones de su titular, Ricardo Forster, no podrían haber sido más auspiciosas. Rescatamos un objetivo promisorio: la idea de Walter Benjamin de “pasarle a la historia el cepillo a contrapelo”, para producir “la puesta en evidencia de una sociedad que discute” mediante “foros y encuentros para el debate de ideas de los más diversos orígenes” que incorporen “a todas las tradiciones intelectuales”. Forster afirmó que “la secretaría no tendrá como cometido ser un comisariato político, ni estará reducida a una visión monocorde. El objetivo es amplificar las voces, no apuntar a una construcción dogmática”. Y destacó que “cuando hoy decimos lo nacional, no estamos pensando en el nacionalismo de los años ‘20 o ‘30, sino que estamos pensando en el contexto de una sociedad global, que ha tendido a homogeneizar culturas, a pasteurizarlas (...) y va como vaciando el concepto mismo de soberanía”.
Con más precisión, Horacio González, director de la Biblioteca Nacional, señaló que el Estado debería ser “capaz de hacer aparecer la noción de autonomía crítica (...) en el lugar más inesperado, en el seno de la función pública” y sostuvo que “el pensar nacional no debe modelarse en el alma literal de las definiciones, sino en sus diversos planos contrapuestos entre sí”. Es interesante poner en diálogo estas ideas con la reciente inauguración del Museo Malvinas en la ex ESMA. Allí, el guión histórico del sitio, más allá de algunos gestos al pasado reciente, se apoya fundamentalmente en la historia “malvinera” acuñada por el revisionismo histórico. La “causa nacional” de Malvinas está por encima de todas las controversias, y el Museo ha llegado para reforzar esa idea: en palabras de su director, Jorge Giles, es el “domicilio de la patria”. Allí están “la Argentina que soñamos siempre, la de la unidad nacional, la de los jóvenes, la de las Madres de Plaza de Mayo con Hebe de Bonafini al frente, la de los Hijos, la de los 30 mil desaparecidos, la de los ex Combatientes y los Veteranos de la Guerra de Malvinas, la de las Fuerzas Armadas reencontradas con su pueblo, la de los radicales de Irigoyen, Illia y Alfonsín, la de la izquierda de Raymundo Gleyzer, la Argentina de Dardo Cabo y sus compañeros del Operativo Cóndor (...) la del Gaucho Rivero resistiendo al colonialista inglés hasta las últimas consecuencias y la patria de Luis Vernet y la del Comandante de Malvinas Pablo Areguatí (...) Esa Argentina unida estaba allí como si fuera un faro hacia el futuro”. En esta visión, personajes y procesos históricos renuncian a su complejidad ante la fuerza del símbolo: Malvinas es un vehículo de unidad nacional, aun por encima de los conflictos. Al compactar los tiempos históricos, conteniendo cada héroe en su sucesor, se activa el esencialismo propio de la operación revisionista. Sin embargo, el mismo Giles señala que con la inauguración del museo en el predio de la ex ESMA “recuperamos Malvinas desde la historia y desde los derechos humanos. Es un tejido roto durante muchos años que el museo se propone humildemente reparar”. En esa contraposición entre el esencialismo de imaginar a la patria domiciliada en algún lugar, en este caso por demás problemático, y la necesidad de reapropiárnosla a la luz de la experiencia histórica, es donde anida la posibilidad de pensar la vigencia de Malvinas: no como mandato, sino como una necesaria exploración sobre el porqué de su vigencia. El “tejido roto” sana cuando la discusión se produce despojada de esencialismo, cuando el pasado y la discusión en torno de éste son materia prima para la imaginación de un futuro.
Debemos ver a la nueva Secretaría del Pensamiento Nacional como una invitación al debate y a la participación en áreas sensibles a dichas proyecciones. En consecuencia, proponemos un eje que consideramos singularmente fructífero para el debate acerca de “lo nacional”: la cuestión Malvinas, una de cuyas últimas materializaciones, el Museo, antes que la historia a contrapelo parece querer realizar un entretejido para disimular la falta de discusión. Las islas usurpadas, símbolo atravesado por todas las líneas de fuerza enunciadas como objetivos de la secretaría, omnipresentes en las más variadas corrientes del “pensamiento nacional”. “Malvinas” es un símbolo de alcance federal, profundamente anclado en la identidad nacional y, además, consolidado en las décadas en las que fungió el nacionalismo del que Forster quiere distanciarse. ¿Qué riquísimos aportes a nuestros vínculos con las islas implicaría –situadas hoy simbólicamente en un sitio de exterminio– pensarlas asociadas a la dictadura que planeó su recuperación, realizada en nombre de la misma patria que dijo defender desde esos bastiones genocidas, actuada incluso por los mismos combatientes? ¿Pensar, más claramente, que fue un modo de entender nuestras relaciones con la patria y con la nación las que fueron derrotadas en junio de 1982, pero que, lejos de ser patrimonio de los uniformados, atravesaban a víctimas y victimarios?
Dado que se trata de una cuestión irresuelta, además, imaginar un futuro regional para Malvinas que incorpore los indudables avances democráticos y el respeto a los derechos humanos que vivimos desde 1983 daría sentido práctico a cualquier “coordinación estratégica”. La convocatoria a una discusión plural y de todas las tradiciones (aun aquellas que cuestionan las formas actuales del reclamo soberano) anularía cualquier intento de construcción dogmática en un tema que en el pasado ha sido fértil para ideas de este tipo. Convocatoria que en términos “regionales” debería reunir, para enriquecerla, no sólo a pensadores nacionales sino también de otras nacionalidades, si es que la Secretaría busca superar estratégicamente las limitaciones abstractas del nacionalismo.
* Historiadores.
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