Sáb 26.07.2014

EL PAíS  › PANORAMA POLITICO

Lobby

› Por Luis Bruschtein

Imagen: EFE.

“¿Cuál es la verdad sobre el acuerdo de Argentina con Irán?” fue el título de una solicitada que publicó en junio del año pasado el fondo NML, de Elliott Management a toda página en el diario norteamericano The Washington Post. Una estrategia de los fondos buitre fue usar este acuerdo con el gobierno iraní para difamar al gobierno argentino en la opinión pública norteamericana. Otro aviso mostraba a la presidenta Cristina Kirchner con el ex mandatario iraní, Mahmud Ahmadinejad y titulaba: “¿Pacto con el diablo?”. Paul Singer, dueño de Elliott Management, buscaba debilitar a la Argentina y aprovechar el aceitado y poderoso lobby pro invasión a Irán que contribuyó a organizar. Además de ser uno de los mayores soportes económicos de los candidatos derechistas del Partido Republicano, Singer ha entregado cinco millones de dólares en el último año a dos ONG, una de ellas la Fundación para la Defensa de las Democracias, que impulsan acciones contra Irán, incluyendo la opción de una escalada militar abierta.

En Estados Unidos es un tema de debate: ninguno es partidario de los gobiernos iraníes, pero los sectores moderados representados por el presidente Barack Obama prefieren estrategias de negociación y presión pacíficas. Y están los recalcitrantes, los ultraconservadores y guerreristas, como los que sostiene Singer, que vienen presionando fuertemente por una invasión abierta.

El especulador financiero se ha definido como creyente del “excepcionalismo estadounidense” –un término que no hace falta explicar– y piensa que Estados Unidos está en la etapa inicial de una larga guerra contra el mundo musulmán.

Esto es una parte del universo ideológico del dueño de Elliott Management. Pero las publicaciones en The Washington Post iban más allá de una campaña ideológica contra Irán. Porque la firma de esas publicaciones no fueron de Singer ni de los fondos buitre, sino del Grupo de Tareas Americano para Argentina, que es pagado por ellos. La intención apuntaba también al interior de Argentina, a debilitar el frente interno del Gobierno, instalar una semilla envenenada en el seno de la colectividad judía argentina.

Resulta paradójico que este gobierno sea el que más militó en los foros internacionales la denuncia del ataque terrorista contra la AMIA, el que más impulsó las investigaciones y los juicios y, sin embargo, ha sido el más atacado en el último acto que organizó la dirigencia de la colectividad judía argentina en el aniversario del atentado. Hubo arengas en sintonía con esa “doctrina Singer” que es claramente visualizada como extremista y peligrosa en todo el mundo. En los insólitos discursos hubo calificativos desmedidos, como “tenebroso pacto” y hasta se calificó de “traidor” al canciller Héctor Timerman. Siempre hay oportunistas que buscan ganancia en río revuelto y obviamente ese giro no se originó en las solicitadas de los fondos buitre. En todo caso, esas solicitadas y esos discursos constituyen manifestaciones de un proceso de derechización de las dirigencias de la colectividad judía local. Transformación que va a contramano del tradicional espíritu humanista de la cultura judía, un espíritu que produjo grandes artistas y pensadores transgresores y progresistas.

En ese camino hacia situaciones reaccionarias, un acto que debería haber sido monolítico terminó dividido en cuatro. Los discursos exaltados llevaban la semilla de la división de algo que, por el contrario, debería unir a los argentinos en el repudio al atentado terrorista más sangriento que ha sufrido el país. Es un proceso de derechización que, hay que decirlo, acompañó a la derechización de los gobiernos israelíes. Es esquizofrénico hacer un acto de repudio al atentado a la AMIA y a los pocos días llamar a otro para justificar los bombardeos a la población civil en Gaza, donde han masacrado a decenas de niños y mujeres palestinos.

No improvisan ni inventan. Las tramas que fueron delineando los fondos buitre para incidir en el frente interno tienen sus anclajes locales, como el tema iraní. La solicitada del año pasado se pregunta: “¿Por qué Argentina está dispuesta a negociar con Irán y se niega a hacerlo con sus acreedores que respetan la ley?”.

Hay para elegir: trataron de sensibilizar “al campo”, con un esfuerzo más propagandístico que efectivo en el Congreso norteamericano, para impedir que Estados Unidos compre carne argentina; advirtieron por la sequía de inversiones en Vaca Muerta si no les pagaban, y hasta publicaron una lista con los candidatos presidenciales argentinos que prefieren, porque serían más “amigables con ellos”. Parece burdo, pero no lo es. No buscan tanto el apoyo explícito a sus intereses, sino problematizar la interna en cada uno de esos temas para debilitar al Gobierno y alimentar una especie de fantasía subliminal que relacione la solución de estas problemáticas con la suya. Es una forma también de equipararse con la colectividad judía, con las patronales rurales o con los candidatos opositores como “víctimas” de un gobierno izquierdo-populista de corte autoritario.

Singer es una de las 400 personas más ricas del planeta. Como lo cortés no quita lo valiente, los respaldos financieros a sectores políticos con los que se identifica, los aprovecha también como lobby para sus negocios. Hay una mezcla de interés político e interés económico. No solamente buscan que les paguen sino que además les interesa un retorno a la Argentina de los ‘90, un país dócil para sus intereses. En gran medida, esa doble faz hace tan difícil negociar con ellos.

Cuando la Casa Blanca respaldó la posición argentina y luego lo hizo el Fondo Monetario, estaba anunciado que este organismo se presentaría como amicus curiae de la Argentina. De repente hubo una contramarcha, la Casa Blanca enfrió su respaldo y lo mismo hizo el FMI. En el medio, el lobby de Singer había logrado que el Congreso citara al secretario de la Reserva Federal, Jacob Lew, quien soportó un durísimo interrogatorio del representante de Florida, el cubano americano Mario Díaz-Balart, un reconocido ultraconservador que considera al gobierno argentino como un enclave izquierdista enemigo. Díaz-Balart acusó a Lew de haber alentado al gobierno mexicano y al FMI para respaldar la posición argentina en contra de los fondos buitre. El lobista o “cabildero” Cornellius Harvey McGillicudy IV, otro ultraderechista del Tea Party, ex representante por Florida, conocido como Connie Mack, forma parte también del elenco estable guerrerista, antilatino y anticubano que integran Diaz-Balart y otros políticos de Miami. Mack fue el encargado de operar contra la delegación plural de legisladores argentinos que viajó a Washington.

En febrero pasado, en la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado norteamericano, los senadores también cubanoamericanos Marc Rubio (republicano) y Bob Menendez (demócrata) provocaron una ríspida discusión cuando se planteó la designación de Noah Mamet como nuevo embajador en Argentina. Denunciaron que el gobierno argentino hostiga a los “medios independientes” y no paga sus deudas internacionales. Insistieron que con Cristina Kirchner no se puede considerar al gobierno argentino como “amigo” de los Estados Unidos. Confrontado, Mamet aseguró que en Buenos Aires promoverá que se resuelva la deuda con el Club de París.

Está comprobado que por lo menos tres senadores, entre ellos Rubio y Menéndez, han recibido grandes aportes monetarios de los fondos buitre a través de intermediarios o directamente de estos fondos. En 2011, el Senado norteamericano rechazó un proyecto presentado por Rubio que proponía cortar los créditos del Banco Mundial a la Argentina hasta que no se resolviera el conflicto con los capitales especulativos. Y Menéndez es investigado por el FBI por haber protegido a dos banqueros ecuatorianos prófugos de la Justicia de su país.

El conflicto con los fondos buitre define campos con una claridad casi esquemática. Singer representa lo peor de la política estadounidense. Moviliza a los mismos sectores que han promovido guerras en todo el mundo y que obstaculizan cualquier salida pacífica, desde el Tea Party hasta los cristianos integristas fanáticos, los mismos esencialistas que acusan de hereje a Darwin y respaldaron a Ronald Reagan y a los Bush. Algunos de ellos, como los grupos de Miami, han sido siempre enemigos de los procesos populares en América latina e históricamente han colaborado con la CIA para derrocar gobiernos democráticos e instalar dictaduras. No es casual que ahora reciban aportes de los fondos especulativos.

Los temas que eligieron para dividir el frente interno no son ingenuos. Son cuestiones que ya han provocado situaciones críticas. La publicación de sus presidenciables preferidos no fue ingenua. Los que se quedan callados se alinean con ellos. Mauricio Macri y Sergio Massa aceptaron en silencio esa calificación. Buscaron que Daniel Scioli hiciera lo mismo para provocar un quiebre con el Gobierno. El gobernador bonaerense fue el único de los tres que se diferenció y condenó las maniobras de los “capitales especulativos”. Si su objetivo es el regreso a la Argentina sobreendeudada, sus aliados internos están a la vista entre los que participaron en los gobiernos de ese período, los medios que los sostuvieron y los economistas y opinadores que todavía hoy los reivindican. Este sector de la política argentina es el aliado natural de los sectores más recalcitrantes y derechistas de la política norteamericana que forman el lobby de los fondos buitre.

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