EL PAíS › JORGE MONTOYA, HERMANO DE WALMIR “PUñO” MONTOYA Y EL OTRO TíO DEL NIETO DE ESTELA DE CARLOTTO
Cuando vio las fotos de su sobrino Guido encontró los rasgos de su hermano. Hace unos diez años se enteró de que probablemente Walmir hubiera tenido un hijo con una compañera. Ahora espera reunirse pronto con él.
› Por Irina Hauser
Apenas vio las fotos de su sobrino Guido que circulaban por los medios, Jorge Montoya encontró en su cara los rasgos de su hermano Walmir, asesinado durante la última dictadura. “¡La nariz! ¡Es igual!”, celebra, todavía pasmado. Cuando revuelve los recuerdos y las imágenes difusas de la última vez que lo vio, Jorge llora. Llora mucho. Se le mezclan los años, los días, los lugares, su búsqueda solitaria por distintas provincias, las personas que le hablaron de que lo habían visto en alguna parte. Pide disculpas por el embrollo. “Es un poco de negación pese a tantos años de terapia –explica– y otro poco es que se me hizo carne lo que habíamos pactado con mi hermano cuando nos veíamos en secreto: no sabíamos nada, de nada ni de nadie. Era el modo de protegernos.” Quizás eso, piensa, fue lo que le permitió sobrellevar la incertidumbre desde que hace cerca de diez años supo que posiblemente su hermano hubiera tenido un hijo, y desde que más adelante surgió la posibilidad de que fuera el nieto de Estela de Carlotto.
“Tengo mucha ansiedad por verlo, es el hijo de mi hermano, es mi familia. Pasaron muchos años y son muchas las emociones, se me vienen todas las imágenes juntas, el calor, el amor y también la bronca. Me pregunto cómo es que padre e hijo no se conocieron. Cuando baje la euforia voy a entender mejor de qué se trata todo esto, lo más genuino. Todavía no tuve contacto con Guido. El momento lo va a decidir él, pero no tengo dudas de que va a ser pronto. Su aparición es una inyección de vida. La prueba es mi mamá, que ayer estaba engripada y hoy tiene todas las pilas. Con sus 91 años, tiene las cosas muy claras”, dice Jorge en diálogo con Página/12.
A Walmir Montoya le decían Puño. “Todo el mundo piensa que es porque era rudo o peleador. Pero era simplemente un apodo familiar. Justamente acabamos de hablar de eso con mi mamá, y me contó que a ella le salía decirle Puñalito, y le quedó Puño. Su nombre, Walmir, lo eligió porque cuando ella estudiaba como pupila en La Plata conoció a una mujer que tenía un nietito que se llamaba así y le gustaba”, cuenta Montoya. Puño, su único hermano, era cinco años mayor que él, que ahora tiene 56. Vive en Caleta Olivia, en Santa Cruz, igual que su mamá, Hortensia. Los hermanos vivieron su infancia a 14 kilómetros de allí, en Cañadón Seco, un campamento de YPF donde había conseguido trabajo su papá, que había emigrado de España. Trabajaba en un depósito, pero había conseguido entrar por sus dotes como saxofonista. “YPF tenía un gran movimiento cultural y por eso ser músico lo favoreció e integró la banda de la empresa”, recuerda. A Jorge, el entorno artístico lo llevó a convertirse en actor. Su mamá fue directora de la escuela del lugar hasta que se jubiló. Era docente, casualmente igual que Estela.
El hecho de que Guido sea músico es algo que lo conmovió y que le impacta, no sólo porque su padre lo era sino porque también Puño tocaba la batería. Tenía, con amigos, una banda que se llamaba Nosotros. En el torbellino de llamados que tuvo en las últimas horas, Jorge recibió el de una vieja amiga que le contó que tenía guardada una foto de la fiesta de 15 de su prima, en la que Walmir y su grupo estaban tocando. El se la pidió, con la idea de poder dársela a Guido. A Jorge le quedaron pocas fotos de su hermano. Quemó muchas de las que tenía cuando los grupos de tareas irrumpieron en su casa. La otra pasión de su hermano era volar, era piloto civil.
Puño había ido a hacer el servicio militar a Sarmiento, entre Comodoro Rivadavia y Esquel. “Cuando volvió, empezó a militar en Montoneros. Mi papá le pedía que estudie y él se negaba. Primero se fue un tiempito a trabajar en las minas de Río Turbio, porque le habían dicho que había injusticias, y cuando volvió empezaron a apretarnos. Fue entonces que se fue con tres compañeros de militancia: Nardi, La Vieja Rampoldi y el Pato Galván. Fueron a Trelew y terminaron en La Plata. Nos mandaba cartas y se notaba que su compromiso era cada vez mayor y que su militancia se acrecentó cuando lo mataron a Rampoldi. En un momento empezó a enviar las cartas a nombre de otros. De toda mi familia, yo fui el que tuvo más contacto con él durante ese tiempo, pero fue cada vez más difícil. La última vez que habló con mi papá, le dijo ‘nos están escuchando, cuidate’”, relata.
–¿Usted llegó a enterarse de que estaba en pareja con Laura Carlotto?
–Supe después que estaba en pareja, por un compañero de él a quien vi en un encuentro de teatro en Trelew. Me contó que ella tenía pelo negro y era de su misma estatura. Nosotros somos bajitos. Pero la última vez que lo vi no me dijo nada, no me habló de Laura. Me había contactado un amigo y fui a verlo a La Plata. No sé bien qué fecha era, pero recuerdo que fue dos o tres días después de un partido de fútbol amistoso entre Argentina y Hungría en el que jugó Diego Maradona.
–¿Cómo fue ese encuentro?
–Fue en la calle, en la puerta de un edificio. Hablamos un rato de la familia. Me preguntó si yo estaba con miedo y yo le decía que sí. Tengo la imagen de Puño yéndose de ahí en bicicleta. Después de eso no nos vimos más. Eso habrá sido entre 1976 y 1977.
Jorge habla entre sollozos. Cuando empezó a pasar el tiempo sin noticias, su mamá dijo que ya no podía soñar con él y fue el momento de tomar conciencia de su desaparición. Jorge lo buscó en soledad, viajando. Fue a Córdoba, Santa Fe, La Plata y hasta Misiones. Se aferraba a datos que escuchaba o leía, pero conocía a pocas personas cercanas a él. En democracia se acercó a la Conadep y “después, cuando la gente empezó a contar más” alguien se acercó a su familia en un acto en homenaje y dijo que Walmir se había enamorado y que su pareja estaba embarazada. La presentación en la Conadi permitió cruzar datos. El papá de Laura Carlotto, Guido, había hablado de Walmir y lo describió como un muchacho que venía del Sur, de pelo castaño y tez blanca.
Las hipótesis se entretejieron y una paciente expectativa se apoderó de la familia Montoya, que dio sus muestras de ADN. Jorge dice que guardó silencio “para preservar la investigación” y como había aprendido con su hermano. En 2009, los restos de Puño fueron identificados por el Equipo Argentino de Antropología Forense en una fosa con otro cuerpo. Se cree que también estuvo detenido en el centro clandestino La Cacha, igual que Laura. “Cuando nos dieron los restos fue una emoción tremenda; lo vi con tanta paz... decidimos cremarlos y esparcimos las cenizas con mis hijas, Sabrina y Melina, y con mi mamá, en un campo donde se crió ella, en Bahía Lángara, ahí en Santa Cruz”, describe. “La identificación del cuerpo nos ayudó a cerrar un ciclo. Encontrar, saber qué. A mi mamá le cambió la vida la certeza de que estaba el cuerpo, que ya no era un desaparecido y poder despedirse”, dice Jorge.
–¿Tenía todavía expectativa de que podía aparecer su sobrino?
–Nosotros siempre ejercitamos mucho la esperanza y la paciencia. Sabíamos que desde acá, desde tan lejos, no podíamos hacer nada, y decidimos confiar en la Conadi y en las Abuelas. Si no se nos iba la vida. Ellas, las Abuelas, siempre nos atendieron con amor.
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