EL PAíS › OPINIóN
› Por Cecilia Sosa *
Madres, Abuelas, hijos, hermanos, familiares de los ausentes han sido los guardianes del duelo en la Argentina. Y ese derecho ha sido animado por la sangre. En su búsqueda de los bebés nacidos en centros clandestinos de detención, las Abuelas de Plaza de Mayo tendieron a crear un fuerte vínculo entre sangre y verdad. Esta fue su estrategia pública, justa y tal vez necesaria, por más de tres décadas. Cada vez que un nieto era recuperado, esta narrativa sanguínea parecía confirmarse. Aun cuando el reencuentro con las familias biológicas no fuera sencillo, el poder de la sangre aparecía como garantía de filiación capaz de saldar mágicamente toda diferencia, una forma de justicia “natural” y hasta suerte de milagro divino. Sin embargo, el determinismo sanguíneo conlleva un peligro: que el vínculo biológico se presente como única forma de filiación posible. Ese riesgo se puso de manifiesto en el spot de Abuelas “No dejes a tus hijos con la herencia de la duda. Resolvé tu identidad ahora”, donde una joven madre acompañada por su eventual apropiadora lleva al bebé al pediatra. Allí, la definición de identidad parece desmerecer toda forma de cuidado más allá del biológico, hecho flagrante en un país pionero en matrimonio igualitario, ley de género y fertilización asistida. En este contexto, la aparición de Guido Montoya Carlotto/Ignacio Hurban resultó explosiva. Las reacciones en casas, calles y redes sociales; los miles de likes que recibió la foto del encuentro-36 años-después de la Abuela y el Nieto Más Famosos; en fin, “el milagro atendido” de la recuperación de Guido/Ignacio permitió avizorar un escenario más allá de la sangre. De manera insospechada, la ola de afectos que devino viral cuestionó las tendencias endogámicas de los familiares de la víctimas. Guido fue el nieto de todos. Los de afuera –los periodistas, para empezar– no eran de palo. “Guido, Guido”, insistían cuando el nieto en cuestión pedía “metele un Ignacio”. Todos querían ser parte de ese abrazo que se demandaba como casi derecho adquirido. Ese derecho en acto sorprendió a las propias Abuelas y un día antes encontró a Estela saludando desde el balcón cual heroína mundialista. ¿Qué hay detrás de esta corriente afectiva que pareció hermanar a tod@s por estos días? La pobre hipótesis del “famoseo” de Caparrós claro que no alcanza. La de la “memoria genética”, aunque encantadora, tampoco. El caso Guido logró poner en escena una vía alternativa para explorar las reelaboraciones del parentesco que se juegan en la Argentina contemporánea. Mostró una suerte de transferencia en los sentimientos de propiedad de la pérdida y también el ribete más recóndito de un duelo compartido. Si mostró que la sangre no miente, también rechazó el ADN como única forma de verdad. Recordó cómo, al decir de Judith Butler, el parentesco puede reunir “toda práctica de dependencia que negocia la reproducción de la vida y las demandas de la muerte”. Y de paso sugirió que el festejo y la alegría pueden emerger como el reverso más misterioso –y acaso salvador– de la pérdida. Así, la “euforia de estos días hermosos”, como dijo el nieto 114 en conferencia de prensa, llegó para brindar un lenguaje más fluido para repensar familia, herencia y memoria. Casi a pesar suyo, Guido/Ignacio ofreció una suerte de “coming out” colectivo para simbolizar la pérdida.
Si aquel video institucional de Abuelas parecía ofrecer una salida única a la pregunta por la identidad, el “fenómeno Guido” mostró cómo las respuestas son siempre múltiples, contradictorias y sin duda, incómodas. Que, como dice Jacques Derrida, la pregunta por el nombre propio es una aporía por-venir (tanto como el Ignacio-Guido). Que las formas de reparación afectivas son parte de procesos abiertos e inconclusos que permean a la sociedad en su conjunto. Que el ADN puede ser apenas el punto de partida de un aluvión de emociones colectivas.
Al impugnar la idea de verdad como exclusivamente biológica, el caso del nieto 114 logró empujar hacia adelante la paradoja de la posdictadura: una obsesión por la sangre que puede mostrar su veta conservadora. Así, ayudó a imaginar formas de intimidad que extienden el linaje de la “familia herida” más allá de sus víctimas directas. El nieto-primo-sobrino de tod@s mostró cómo la experiencia de duelo contribuye a la reconstrucción de comunidades ampliadas. Su aparición, acaso mágica, acaso milagrosa, ofrece una visión de aquellas formas de filiación que se abren más allá de la sangre. Estos nuevos modos de encuentro hablan de nuevas condiciones de supervivencia. Hablan de comunidades que enlazan pasado y presente, placer y pérdida. Frente la inscripción reduccionista de lo sanguíneo como estrategia para hacer frente al pasado traumático, la aparición de Guido/Ignacio promete otro relato, otra ficción lanzada al futuro: una red de parientes no unida por la sangre sino por un deseo de estar juntos. Una comunidad de parientes por-venir donde asoma, frágil, vacilante, una forma de parentesco extendida.
* Doctora en Drama, investigadora de la Universidad de East London. Su libro Queering Acts of Mourning in the Aftermath of Argentina’s Dictatorship. The Paradoxes of Blood (Tamesis Books) saldrá en septiembre.
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