EL PAíS › EL VIRREY MURIO EN MEDIO DE UNA PELEA SIN PRECEDENTES
Ya retirado de la diplomacia y los negocios, el embajador que Washington envió hace un cuarto de siglo a realinear a la Argentina murió a los 88 años. Su mundo y este mundo. La política hacia EE.UU. de Menem a hoy. Las tácticas de la Presidenta.
› Por Martín Granovsky
En medio de la pelea con los fondos buitre murió el embajador norteamericano en la Argentina más famoso después de Spruille Braden. Terence Todman falleció el jueves a los 88 años. Queda vigente el refrán español que utilizaba: “Donde muchos mandan y ninguno obedece, el resultado seguro es que todo perece”.
Apodado El Virrey no sólo por sus enemigos sino por sus amigos argentinos, durante sus cuatro años aquí los dos Estados consolidaron lo que el canciller Guido Di Tella llamó “relaciones carnales”. Por primera vez en la historia la Argentina no solo se abstuvo de todo desafío sino que se integró al dispositivo de alineamiento estratégico-militar de Washington.
El mundo estaba en pleno cambio.
Los Estados Unidos y la Unión Soviética aún libraban la Guerra Fría que los enfrentaba desde que ambos, con el Reino Unido y Francia, habían derrotado a la Alemania nazi en 1945.
Washington le estaba ganando la carrera militar a Moscú. Y eran más los europeos envidiosos del american way of life que quienes soñaban con el hombre nuevo soviético.
En la Unión Soviética había comenzado la perestroika, un intento de modernización económica con mayores dosis de mercado. También la glasnost, la transparencia. La figura fuerte, o quizás no tanto, era Mijail Gorbachov, secretario del Partido Comunista de la URSS.
El jefe de la Casa Blanca era George Bush, el padre del George Bush que gobernaría entre 2001 y 2009. Bush padre había sido el piloto naval más joven de las fuerzas armadas en la Segunda Guerra, jefe de la Agencia Central de Inteligencia, primer embajador en Beijing después de la normalización de relaciones con los Estados Unidos y vicepresidente de Ronald Reagan entre 1981 y 1989.
Todman también había pertenecido a las fuerzas norteamericanas en la Segunda Guerra. Después estudió abogacía y terminó enrolándose en la carrera diplomática. Fue uno de los primeros afroamericanos que llegó al grado de embajador senior, el mayor nivel posible. Con James Carter (1977-1981) fue encargado del área latinoamericana del Departamento de Estado. Desde allí buscó ponerle tope al ala partidaria de las denuncias públicas contra las dictaduras, entre ellas la Argentina, encabezada por Patricia Derian y con la participación del consejero político en la Argentina Tex Harris. Todman quería como máximo que Washington ejerciera presiones discretas. En su opinión habría que evitar que quedara enajenado el compromiso proestadounidense de los Estados de la región y de sus castas militares.
En 1978 el periodista Bernardo Neustadt le hizo una entrevista donde ambos dejaron las cosas claras. “Las medidas que podemos tomar dependen de las relaciones que tenemos con los países”, explicó Todman. “Si tenemos relaciones militares o económicas, podemos jugar con eso cortándolo, reduciéndolo, parándolo. Cuando no tenemos ninguna relación no podemos mostrar nuestro sentimiento cortando lo que no existe. Entonces, en muchos casos, estamos obligados a hablar en público porque no hay otro remedio. En la mayoría de los casos empleamos conversaciones diplomáticas, privadas, para ver si con eso podemos llegar a un entendimiento que resulte en una mejoría. Si se produce, no hay necesidad de pasar a algo público o a algo más fuerte. Muchas veces lo logramos con sólo esas conversaciones, y la gente no se da cuenta de que estamos haciendo las mismas presiones pero en privado. Algunos ven solamente lo que sale a la luz y juzgan solamente por eso, pero eso no implica que son las únicas cosas que estamos haciendo.”
Todman añadió: “Pero hay una segunda consideración también, y ésa es que la relación, nuestras relaciones con cada país, es un complejo de muchas consideraciones, incluso incluye nuestra propia seguridad. Estamos viviendo en un mundo de realidad y tenemos que tratar nuestras relaciones sobre esa misma base”.
Negociador fino y a la vez pushy (la jerga llama así a los que son capaces de presionar duro), en España Todman tejió una excelente relación con Felipe González, que asumió en 1982. Con Felipe primer ministro España ingresó en la Organización del Tratado del Atlántico Norte, un objetivo que los Estados Unidos no había logrado cumplir durante el mandato de transición de Adolfo Suárez.
Cuando Todman llegó a la Argentina, en junio de 1989, la Unión Soviética aún existía y el mundo era bipolar, aunque el final parecía cantado. El comunismo en la URSS hizo implosión en 1991. Cuando Todman dejó Buenos Aires el mundo ya era unipolar.
Cuando Todman llegó a Buenos Aires gobernaba Raúl Alfonsín. Ya estaba decidido el traspaso adelantado del mando. Carlos Saúl Menem asumiría el 8 de julio. En mayo la hiperinflación había arrojado un índice de precios al consumidor del 50 por ciento. En julio treparía al 200 por ciento. La discusión pública rondaba sobre la crisis económica, naturalmente, la deuda externa y la revisión de las violaciones a los derechos humanos.
Cuando Todman dejó Buenos Aires, en junio de 1993, Carlos Menem había dominado la inflación y regía el Plan de Convertibilidad de Domingo Felipe Cavallo. La Argentina había desregulado la economía a niveles que entusiasmaban a los neoconservadores que admiraban a Ronald Reagan y Margaret Thatcher. Después de los servicios telefónicos avanzaba el resto de las privatizaciones, que siempre tenían una pata argentina, un operador empresario europeo y una tercera pata en una entidad financiera norteamericana. Por el Plan Brady, al que la Argentina se incorporó en abril de 1992, la Argentina consiguió un descuento del 35 por ciento sobre la deuda. En ese marco, activos de empresas estatales fueron canjeados por bonos de la deuda externa. J. P. Morgan terminó con parte de las acciones de Telecom y Citibank con las de Telefónica.
El delirante proyecto de misil de alcance intermedio, el Cóndor, quedó desactivado, aunque Menem optó por entregarlo como prenda de amor con Wa-
shington en lugar de interrumpir el desarrollo en acuerdo, por ejemplo, con los vecinos brasileños. A fines de 1992 un decreto de Menem complació a Todman: la Argentina se obligaba a no exportar materiales y equipos útiles para la conversión y el enriquecimiento de uranio.
El alineamiento militar tuvo un hito importante con la incorporación argentina a la fuerza multinacional que en 1991 formó Bush para castigar a Irak y obligarlo a dejar Kuwait, invadido en enero.
Ese año, 1991, empezó de manera explosiva. Una nota de Horacio Verbitsky publicada en este diario informó que a fines de 1990 Todman escribió una carta reservada al ministro de Economía Antonio Erman González. Un párrafo decía: “Swift/Armour desea invertir 115 millones de dólares en Rosario, pero nos informa que funcionarios del gobierno argentino han pedido pagos sustanciales para emitir la documentación necesaria para importar maquinarias”. Lo que vino después fue conocido como Swiftgate y terminó con un cambio de gabinete que incluyó a figuras del menemismo como el secretario general Alberto Kohan y el ministro de Obras Públicas Roberto Dromi.
Ya sin Todman, que no le impuso nada sino que aprovechó bien el giro de Menem, la Argentina mantuvo hasta 1999 las relaciones carnales. La Alianza gobernó con “relaciones intensas”. Eduardo Duhalde fue presidente en un interregno en el que no se peleó con Washington aunque se acercó a Brasil. Después, Néstor Kirchner desplegó una política hacia los Estados Unidos basada en la reestructuración de la deuda, la crítica a los organismos multilaterales de crédito y la bolilla negra para la formación de un área de libre comercio en el continente. Con Kirchner, los enfrentamientos verbales públicos con Washington fueron solo reactivos. Ante el ataque de un funcionario de la administración norteamericana venía la reacción de Kirchner. Si no, predominaba la no personalización del adversario o del enemigo y el cuidado de no atacar a la Casa Blanca. Esa política cambiaría con Cristina Fernández de Kirchner por lo menos desde el asunto de las valijas del empresario multipropósito Guido Alejandro Antonini Wilson. Algunos hechos jalonaron la nueva estrategia: críticas frecuentes al propio Barack Obama, la orden al canciller Héctor Timerman para que en persona interviniera en el material de un avión militar con equipamiento de comunicaciones, el acuerdo con Irán y, en 2012 en las universidades de Georgetown y Harvard y el cuestionamiento, inclusive, de los sistemas de medición estadística de los Estados Unidos. En las dos últimas semanas esa serie se completó con una presentación en La Haya contra el Estado norteamericano y con la demanda oficial contra una empresa de capital norteamericano.
Si no hubieran existido los pagos a Repsol, los arreglos en el Ciadi, la seducción a Exxon para invertir en Vaca Muerta y el acuerdo con el Club de París, la confrontación verbal explícita y las demandas en La Haya contra los Estados Unidos y en Buenos Aires contra la firma Donnelley podrían tomarse como una forma de guerra estratégica contra el imperio. Con esos cuatro antecedentes parece más lógico incluir los hechos de confrontación dentro de un plano táctico. Se trata, por lo tanto, como toda táctica, de una apuesta medible por sus resultados.
La Presidenta parece haber partido de una premisa. En vez de buscar canales de alianza con la Casa Blanca contra Paul Singer, que además de cabeza de un fondo buitre es el puntero de los financistas de la extrema derecha republicana, decidió que es mejor confrontar de Estado a Estado. Puede haber dos lecturas previas. Una, que si la negociación ya está perdida lo mejor es que el tiempo pase y entretanto prepararse para la situación del 1o de enero de 2015, cuando habrá caído, presuntamente, la cláusula que podría enganchar a los holdouts con el 92,4 por ciento de los bonistas que aceptaron los canjes de 2005 y 2010. Otra, que el choque de Estado a Estado no podría empeorar las condiciones actuales de la economía y la política en la Argentina.
Cuando Todman llegó a Buenos Aires, hace 25 años, los Estados Unidos ya no eran un bloque monolítico pero tanto la emisión de moneda como las metas militares, entre otros factores, enlazaban el resto de las políticas hacia el mundo y le daban cierta homogeneidad.
Hoy la base del poder sigue siendo en esencia la misma pero los límites son mayores. No sólo los límites externos, por la emergencia de China y el mayor peso del Sudeste asiático en la economía mundial. También los límites internos, porque la extrema derecha republicana provoca polarización y dificultades para gobernar y tejer acuerdos bipartidarios en el centro. Esa extrema derecha es la que se encuentra ligada a franjas del poder financiero como la encarnada en Singer, a quien sería equivocado considerar un marginal. Quien no tenga ganas de estudiar a fondo la situación actual en los Estados Unidos puede ver las dos temporadas de House of Cards y prestar atención al papel de los financistas, siempre en coordinación con agencias de inteligencia públicas y privadas, en la articulación o la destrucción de mayorías parlamentarias.
La táctica oficial parece descansar en la asunción de que no vale la pena meterse en el frente interno norteamericano y buscar resquicios y alianzas útiles para fortalecer la posición argentina. La Casa Rosada parece haber optado por la idea de que es mejor tratar a la Casa Blanca como parte de un bloque común con los Singer y correr los peligros pertinentes –personales y estatales– que se desprenden de un desafío de ese tamaño.
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