Vie 29.08.2014

EL PAíS  › OPINION

Una jornada tibia

› Por Mario Wainfeld

La huelga es un derecho constitucional. Si se ejerce de manera pacífica, nada cabe cuestionar al respecto. Una medida de alcance nacional convocada por varias centrales sindicales es, por esencia, política. Esa característica no la descalifica, apenas la describe.

Hasta ahí, un cuadro común a todas los paros desde 1983. Si de la etapa kirchnerista hablamos, debemos ceñirnos al segundo mandato de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. No los hubo entre 2003 y 2011. Ahora se cuentan tres, los anteriores son referencia para encontrar factores comunes y diferencias entre ellos.

El común denominador es que la principal convocante es la CGT liderada por Hugo Moyano. Sin esa central no hay movida viable. Con ella sola, da la impresión de que tampoco alcanza. Ocurre que el dirigente camionero está al frente de un conglomerado que evoca con variantes lógicas al Movimiento de Trabajadores Argentinos (MTA) con el que arrancó allá por los ’90. Un abanico de gremios de transporte, aderezado con alguno de servicios como los Judiciales. Y muy contadas actividades industriales. Ese sector acotado no expresa ni representa a la totalidad de la clase trabajadora, ni aun a su sector mejor posicionado que es el que en sustancia encarnó la protesta.

La CGT contó ayer, el 10 de abril y en noviembre del año pasado, con la adhesión de la CTA opositora, que conduce Pablo Micheli, y de gremios o partidos de izquierda clasista. Suman modos de acción directa: piquetes, cortes de rutas o calles.

Moyano los congrega, los necesita... pero no los conduce. Evita convocar a manifestaciones o actos. Le son riesgosos, medidos en términos de capitalización política: se contarían las costillas y podrían asomar las divergencias. Y no está garantizada la masividad.

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Los piquetes fueron resonantes en 2013 y notorios cuatro meses atrás. En esa ocasión, los popes de la CGT Azopardo se enojaron bastante porque pensaban que los compañeros “zurdos” les habían robado cámara y parte del rédito simbólico de la jornada. A su ver, simplifiquemos, los cortes “sobraron”. Juan Carlos Schmid, uno de los más agudos y serenos cuadros del moyanismo, tiró la bronca en una conferencia de prensa: arguyó que en su pequeño sindicato (Dragado y balizamiento) el ausentismo había sido total y no había mediado piquete acuático alguno. La CGT quería para sí todo el rédito.

Ayer, los cortes influyeron en la lesividad e impacto generales, tanto que hasta los moyanistas más acérrimos se rindieron a la evidencia. No sólo incidieron los del día, también los anticipados por la protesta más extendida de la CTA opositora. Los medios dominantes, en especial los audiovisuales, colaboraron a su modo: se empeñaron con entusiasmo en anticipar una jornada caótica.

Así las cosas, se hace complicado especificar quién dejó de moverse por adhesión estricta, quién por haber cambiado su agenda preventivamente, quién por haberse cancelado servicios que generan actividad en su torno (aviones y trenes, tribunales, bancos, ni qué decir escuelas donde hubo paros docentes).

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Los organizadores y el Gobierno exageran sus ponderaciones a más o a menos: es un clásico. Demarcan un techo o un piso para que el resto de los argentinos armen su propia interpretación.

Moyano se entusiasmó por la mañana: calculó un inverosímil ochenta por ciento de acatamiento. A la tarde se conformó con expresar que el paro fue “contundente”, que es menos preciso y menos pretensioso. Puertas adentro, habrá hecho cuentas más ceñidas y menos voluntaristas.

En un país federal y diverso, los impactos fueron diferentes. La Capital y la zona metropolitana llaman la atención y a menudo sólo se habla de esa región. Los ejemplos pueden abundar, el cronista no tiene un panóptico para medir todos los territorios. Es también aconsejable esperar a los días sucesivos para revisar distintas lecturas y pareceres o para ensayar un balance general.

Como es de manual, fue determinante que la Unión de Tranviarios Automotor (UTA) no adhiriera. Minó potencia y visibilidad respecto del paro anterior. La verba de Moyano y de Micheli se encarnizaron con Roberto Fernández (secretario general de la UTA). Una parte de razón les cabe: el compañero dista mucho de ser una figura ejemplar o aun estimable. No es que haya cambiado desde abril, cuando formó parte del dispositivo y no le llovieron diatribas. Nada es definitivo en alianzas pragmáticas: no sería imposible que un protagonista tan veleta vuelva al redil en futuros convites.

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Llama la atención la limitación de demandas específicas o su concentración en los trabajadores formales, usualmente los mejor remunerados. El mínimo no imponible del Impuesto a las Ganancias es el ejemplo clavado: la reivindicación es tan válida como opinable. El segmento concernido, los laburantes de sueldos más elevados. El criterio de este escriba se ha repetido muchas veces: es lógico que exista el impuesto, es mala la legislación, son bajas las alícuotas, debería haber más trabajadores exentos. Son pareceres, desde ya; lo innegable es que se alude a menos del quince por ciento de “la clase”.

Y hablando de clase: si se protesta por impuestos o por la inflación es clavado interpelar al Gobierno. De todas maneras, sorprende la falta de argumentos o críticas antipatronales. Si se promedia la nutrida oratoria, parecería que la Argentina es la Comunidad organizada. Armoniosa en todos sus estamentos, sólo perturbada por un gobierno avieso, depredador y hasta psicópata. La misma versión infantil que propagan los medios hegemónicos, las corporaciones patronales, las multinacionales y, a su zaga, las principales oposiciones políticas.

Ese extraño sentido común acaso sea inevitable para dirigentes como Gerónimo Venegas, socio de los patrones y aliado de la explotación tradicional en “el campo”. O para quienes lo abrazan como si fuera Agustín Tosco y Saúl Ubaldini juntos. No fue ésa la trayectoria de Moyano durante muchos años.

Claro que el sayo no les cabe a los gremios de izquierda clasista. Su cuestionamiento es más vasto e inclusivo: castiga al Gobierno y a los empresarios. También condena a la “burocracia sindical” categoría que no deja afuera a Moyano ni a Luis Barrionuevo, allende la “unidad en la acción”.

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El esquema normativo que rige al sindicalismo argentino (tan particular, tan peronista de los ‘50-’60) funciona con parches: la realidad lo erosiona y reformula aun sin intervención del legislador. La fragmentación de las centrales sindicales agrega su cuota.

Para este cronista, desde que Moyano se pasó a la oposición gremial y política, el único sector que mejoró su posición relativa es, precisamente, la izquierda radical. No fue un salto abrupto, sino la continuidad de un proceso de acumulación. Lo cierto es que ha ganado representatividad por “abajo”, en comisiones internas, en delegados de base.

Es minoritaria, comparada con los sindicatos de las dos CGT, pero crece y prospera. Paradoja interesante en la larga década kirchnerista que promovió leyes progresivas y reparadoras, propiciando el crecimiento de los sindicatos por su política laboral. Y también por el crecimiento económico que se sostuvo durante muchos años.

La necesidad motiva acciones conjuntas, pero no unidad ni armonía. Moyano jamás podría ir a saludar a los piquetes de los aliados tácticos que están a su izquierda. Sería abucheado o algo peor.

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Al cierre de esta nota (en la noche del jueves), se registran pocas agresiones, todas repudiables pero aisladas. No descalifican la protesta en conjunto. El saldo es tibio, máxime en capitales y ciudades del interior. Lejos estuvo de las concentraciones épicas de Ubaldini y hasta de las horas más gloriosas de Hugo (que jamás fue tan popular ni convocó a las muchedumbres como Saúl).

La huelga no puso una bisagra en la historia, acaso ni será recordable.

Tampoco fue un fiasco terminal: a la CGT y sus compañeros de ruta les queda piolín para programar otros paros antes de fin de año.

Dejemos de lado la verba inflamada que es pura espuma, venga de donde venga. Poner a los fondos buitre en el centro de cualquier polémica es una simplificación excesiva del oficialismo, que frisa con la banalización de un tema serio. Los insultos de Barrionuevo o las agresiones verbales de Moyano no suman fuera de sus reductos. Son arropados y reproducidos con algazara por los grandes medios que alardean de ser artífices de la tolerancia y promotores del diálogo.

Ni grandes vencedores ni enormes derrotados. El Gobierno queda enfrentado a los desafíos y dificultades socioeconómicas cotidianas, que son muchos. En cuanto a Moyano, su proyecto político se fue diluyendo hasta quedar confinado a Independiente.

Esta historia continuará, queda dicho.

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