EL PAíS › PANORAMA POLITICO
› Por Luis Bruschtein
Con 20 mil pesos hoy no alcanza, dijo uno que convocó al paro. El Gobierno dice que sólo el diez por ciento de los trabajadores paga el impuesto a las Ganancias, los que el año pasado ganaban más de 15 mil y ahora se acercarían a los 20 mil pesos o más. La Bancaria dice que más o menos esa cifra la percibe más del 90 por ciento de sus afiliados, lo mismo los maquinistas de La Fraternidad y la mayoría de los camioneros y evidentemente también los mozos gastronómicos o los empleados de ATE. Para el Gobierno es sólo el diez por ciento. Para los sindicalistas opositores son muchos más los que ganan por arriba de esa cifra.
Si fuera como dicen los opositores, la pregunta es por qué se oponen. Y encima le hacen un paro a la política que logró que todos esos trabajadores tuvieran ese nivel de ingresos. Los paros de Moyano tienen esas complejidades inexplicables cuya impunidad sólo puede entenderse por la complicidad con que muchos periodistas y los grandes medios han rodeado al camionero desde que se hizo opositor. Igual que las asignaciones familiares. La Asignación Universal por Hijo es para los desocupados. Los trabajadores que no pagan Ganancias perciben una asignación familiar por hijo sobre sus salarios. Y los que ganan más de 20 mil pesos, que son por los que se hizo este paro, no perciben nada, pero les descuentan de lo que tienen que pagar en impuestos según la cantidad de hijos y personas a cargo. Sería injusto que además de descontarles de sus impuestos se les diera la misma asignación que reciben los que ganan menos o no tienen trabajo.
Para un representante gremial, la prioridad siempre tendría que ser para los que tienen menos. La lógica de los paros de Moyano, Barrionuevo y Micheli, en cambio, es la del egoísmo: convocan a un paro general sustentado por los trabajadores que menos ganan para apoyar a la minoría que más gana. O sea que para la gran mayoría de los trabajadores que no pagan Ganancias y reciben asignaciones familiares, se trata de un paro preventivo –como las guerras de Bush– para cuando la política económica de este gobierno haga posible que ganen más del equivalente actual de veinte mil pesos. Entonces le van a hacer un paro a ese mismo gobierno por cobrarles Ganancias. Todo era más fácil en los ’90, cuando nadie se preocupaba por este impuesto.
Aunque el verdadero trasfondo de la convocatoria fue político, en el sentido de esmerilar y desprestigiar al Gobierno, detrás de las inconsistencias del programa que Moyano, Barrionuevo y Micheli usaron como excusa –con el Impuesto a las Ganancias y las asignaciones familiares– hay un destello de verdad que ilumina el camino de regreso a los ’90. En el caso de Barrionuevo porque era socio del poder, pero en el caso de Moyano y Micheli, no importa tanto el interés de los trabajadores, sino el lugar que ocupa cada uno de ellos en forma individual en el universo gremial. Están incómodos con un gobierno que aplica políticas distributivas. Es un lugar que los deslegitima, los desubica y les hace perder liderazgo.
Hay brisas de los ’90, revuelos con los fallos de Griesa y la ofensiva de los fondos buitre, remolinos con la inconsistencia de la oposición ante la deuda, aires de reanimación en un macrismo abiertamente noventista en su vocación por endeudarse y un vientito con estos paros con reminiscencias menemistas. En esos resquicios de propuestas de la oposición para el futuro sólo se avisoran fantasmas del pasado.
Los ’90 están en el aire, se huelen, es una vibración que se percibe cuando entran en tensión determinados valores como la solidaridad o la igualdad. El mismo día que empezó el paro, con piquetes de grupos de activistas de un sector de la izquierda opositora, en el Senado se estaba discutiendo la ley de pago soberano. Los activistas que dicen representar a los trabajadores salieron a enfrentar al gobierno que en ese momento estaba representando el único obstáculo real para que los trabajadores no sean arrasados. Se podrá acusar de corrupción a funcionarios, se podrá decir que hay caminos mejores o cualquier otra cosa. Pero para un dirigente gremial lo único real es que lo único que impide en este momento la vuelta del país al desastre que fue hasta el 2003, es la decisión política del Gobierno de no acatar el fallo de Griesa que desbarata la reestructuración de la deuda. No existe otro obstáculo entre este presente y el infierno del sobreendeudamiento. Es nada más que una cuestión de decisión política para resistir la poderosa presión de los fondos buitre y todo el peso de la legalidad de la mayor plaza financiera del planeta.
No existe relato. Si este gobierno hiciera como todos los que le antecedieron en cincuenta años y cediera después de forcejear, como algunos, o directamente se asociara, como hizo la mayoría, se acabaría el reclamo por el Impuesto a las Ganancias. A nadie le va a interesar porque serán muchísimos menos los que tengan que pagarlo, como pasaba en los ’90, con altísimo desempleo, bajos salarios y sin paritarias.
Los pibes que estaban haciendo piquetes jugaban a representar a los trabajadores, cuyos intereses estaban mejor representados en realidad por los que esos pibes atacaban. Lo mismo sucede con los gremialistas, aunque en ese caso es más grave porque hay representaciones reales, por lo menos de los gremios que dirigen, y porque hicieron actuar a sus representados en contra de sus intereses.
Durante el paro se produjo una polémica entre los sindicalistas opositores y Jorge Capitanich. El jefe de Gabinete los acusó de ser financiados por los fondos buitre por la coincidencia de la medida de fuerza con la ofensiva judicial de estos prestamistas norteamericanos. Como fuera, sonó a exabrupto, lo que fue aprovechado por Barrionuevo para responderle.
Capitanich reaccionó y explicó que no había querido decir “financiados”, sino “funcionales”. Esa diferencia puso al jefe de Gabinete en un foco más preciso. Ese mismo día, la página web del Grupo de Tareas del fondo NML salió en defensa de los dirigentes que convocaron al paro.
En política, no todos los conflictos son equivalentes. El miércoles y el jueves, la suerte de los trabajadores no estaba en juego en el paro. En todos estos días, la suerte de los trabajadores se definirá drásticamente en el conflicto con los fondos buitre. Si se cae la reestructuración de la deuda, los principales afectados serán los trabajadores. En situaciones similares, históricamente hubo que salir a la calle para presionar a los gobiernos a que no cedieran ante la presión de los organismos financieros internacionales y por lo general cedieron. Esta vez es al revés: el Gobierno es el que expresa una decisión firme de resistir esas presiones y hay dirigentes gremiales que convocan a un paro en contra del Gobierno.
Antes se hacían paros contra los gobiernos que ataban al país a los organismos financieros internacionales. Ahora se hace un paro contra un gobierno de sentido opuesto, que se esfuerza por liberarse de esas ataduras. En los dos casos, eran paros. En el primero se expresaban contra la dependencia, pero el paro de esta semana coincidió con la ofensiva de los fondos buitre y operó objetivamente a favor de ella, en un momento en que el Gobierno estaba reclamando apoyo en contra de los planteos extorsivos de estos prestamistas.
El día a día se construye con un trazo fino. Pero el balance de la historia se analiza con el trazo grueso. No es lo mismo el impuesto a las Ganancias que la deuda externa. Por eso, cuando se desarrolla ese trazo fino, nunca hay que perder de vista el trazo grueso. La CTA de Hugo Yasky y la CGT de Antonio Caló expresaron que podían compartir algunos de los reclamos de Moyano, Micheli y Barrionuevo, pero que no coincidían con los métodos ni con el momento. Estaban diciendo que el combativismo y el izquierdismo pueden terminar coincidiendo con la derecha, como sucedió en este paro. Hay sindicatos con tradición combativa que han sido arrastrados por Moyano a posiciones que se contraponen con su historia, alineándolos en el campo opuesto al que ocuparon siempre. El proyecto sindical que inauguró Moyano con el MTA en los ’90 ya no existe. Sólo queda un globo vacío a la oferta del mejor postor electoral. Aquel interesante proyecto acabó a los tumbos entre Rodríguez Saá, De Narváez y ahora Sergio Massa. Es una propuesta sin contenido que se mantiene pegoteada por viejos favores y lealtades mal entendidas.
El paro sirvió también para demostrar lo contrario que buscaba. Si la desocupación y la inflación estuvieran produciendo los estragos que exageran los medios opositores, la convocatoria hubiera actuado como una bola de nieve. No fue así. Los trabajadores que pudieron ir a sus trabajos, lo hicieron. El acatamiento fue bastante regular y puso en evidencia que se puede hablar mucho, pero que en el momento de la definición, la gente de a pie es más inteligente que muchos de sus dirigentes.
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