Lun 01.09.2014

EL PAíS  › OPINIóN

Todo sigue en disputa

› Por Eduardo Aliverti

Es atractiva la forma en que el paro del jueves pasado puede verse como una radiografía conjunta de prácticamente todos los actores políticos, del ideario e intereses que sostienen y de la correlación de fuerzas que expresan.

Habrá quienes digan que para llegar a esa reflexión –una de tantas– no hacía falta esperar a los resultados de la medida de fuerza, lo cual es cierto. Pero episodios como éstos sirven para ratificar, de manera agrupada, observaciones que por lo general son expuestas de modo suelto, inconexo, sin una articulación que exceda el detenerse en campos específicos (social, gremial, mediático, institucional, etcétera). El paro obra como disparador para juntar ese montón de aspectos, a los que cada quien otorgará el orden de importancia que le parezca para después sacar, o no, alguna conclusión global. Por caso, volvieron a ser notables las miradas y coberturas del ombligo. Los medios de alcance nacional se dedicaron, exclusivamente, al peso del hecho en Capital y sus alrededores. En el interior del país, incluyendo sus grandes ciudades y a estar por las declaraciones de los propios convocantes, quienes ningunearon el efecto por fuera de Buenos Aires, la potencia del paro fue entre nula y poca. Corresponde hablar de unas cuantas protestas e inactividades de efecto agrandado, que tuvieron la proclama y nunca la efectividad de una huelga general. Fue concurrente la acción de los medios opositores, que estimularon la creación de un clima de inquietud, incluso con pronósticos de violencia, desde la jornada anterior. Propagaron que lo más conveniente era quedarse en casa, y de lo contrario disponerse a un escenario desmadrado. Sirva, quizás, una referencia personal. El miércoles al mediodía, quien firma esta nota atravesó uno de los nudos que presuntamente impedían el acceso: Riccheri y Camino de Cintura. Había, a unos doscientos metros del puente, no más de diez o quince manifestantes. Y arriba de la vía, otros tantos que no obstaculizaban la circulación vehicular. Los programas y noticieros de radio y tevé machacaban que ese era uno de los puntos cercadores de la ciudad, provocando una sensación de caos que no era corroborable ni allí ni en casi ninguno de los lugares donde se centraban los impedimentos de tránsito. Es destacable, también, que ni siquiera los medios oficialistas se preocuparan por despachar sus móviles a esos supuestos anclajes de perturbación. En los armados periodísticos hicieron copy paste con los comunicados de los productores del paro y, de allí en más, no hacía falta chequear nada: la ciudad estaba rodeada y mejor no acercarse, aunque sólo hubiera grupos muy reducidos de marchantes. Una construcción de imaginario alarmista, en síntesis, de rigor profesional invisible. Nada de esto significa que los cortes no se hayan hecho sentir, pero entre ese factor y la cantidad de manifestantes hay una enorme diferencia. Y mucho más, hasta transformarse en abismo, si se toma en cuenta la extensión nacional.

En la previa, el premio mayor o único era acertar si funcionaría el transporte automotor. El 10 de abril pasado, la falta de colectivos le regaló a la convocatoria una foto de parate que, durante varios días, habilitó a la prensa y dirigentes de la oposición para mentar una adhesión popular masiva, susceptible de ser considerada como un golpe demoledor contra el kirchnerismo. Esta vez, la UTA no adhirió y a las pocas horas los medios ya no hablaban del paro, literalmente; ocuparon ese lugar el despido de Bianchi, que pasadas las seis de la tarde varió el eje de atención mediático; una audiencia citada por el juez buitre, y variadas notas de color. No se conoce con claridad qué tanto habrá cambiado entre abril y hoy, como para que la conducción del gremio de colectiveros mutara de plan de lucha cegetista a la necesidad de ser responsables en las circunstancias que vive el país. Tratándose de Roberto Fernández, el secretario general de la UTA, todo es posible en materia de libro de pases. Algunos de sus otrora compañeros, que pueden volver a serlo en cualquier momento, señalaron que estaba muy presionado por el Gobierno a través de la entrega de subsidios. “O algo parecido”, dijo Hugo Moyano sugiriendo, tal vez como conocedor del paño, que podían estimarse otras probabilidades non sanctas. Lo que quiera que haya sucedido no altera en absoluto la cuestión central, o una de ellas, atravesada por el grado de turbiedad, razones personales y, sobre todo, inconsistencia política de los planteos gremiales que se citaron como motivo del paro. Si estuviéramos hablando de unidad monolítica no habría transas que valgan, pero, ¿cómo podría haberlas si las figuras convocantes casi no tienen representación más allá de sus narices? Y, en todo caso, ¿cuál es el origen de esa carencia? La CGT de Moyano nuclea algunos gremios de transporte, con base en la influencia de Camioneros, unos pocos de servicios y pobrísima inserción industrial. Luis Barrionuevo encabeza un sector que por esos misterios de la vida, o del periodismo, es denominado como “Central”, Azul y Blanca, siendo que únicamente la integran su sindicato gastronómico (área en que el paro no se sintió en lo más mínimo) y escasa suma de gremios pequeños. Pablo Michelli está al frente de una escisión de la CTA, que sólo representa a una parte de los trabajadores estatales. A esas congregaciones, si es por la adherencia a paros generales, viene acoplándose la izquierda clasista, organizada en torno de un par de fuerzas partidarias. Es una franja que efectivamente avanzó en la representatividad de algunas comisiones internas del ámbito fabril, e inclusive en las urnas nacionales, pero de alcance muy acotado si se trata de proyectar masividad. Les agrega, a sus insólitos socios de la burocracia sindical, una alta visibilidad callejera, cuyo efecto se desvanece apenas se piense en la posibilidad de movilizaciones, actos conjuntos u oradores y documentos consensuados. En realidad, sencillamente es inimaginable que los unos pudieran compartir con los otros algún escenario que no sea esta conveniencia de prestarse taparrabos. Lo que llamaríamos el peronismo tradicional no quiere saber nada con el zurdaje, ni del tipo radicalizado ni de ningún otro. Sí cabe reconocer que, con sus maximalismos sectarios a cuestas, ese sector de la izquierda al menos introduce el elemento patronal como explicación de sus cuestionamientos.

Y es que, vaya, debería parecer inverosímil un paro general en que los grandes patrones quedan a salvo de todo señalamiento. Ya dicho por el colega Wainfeld en su columna del viernes en este diario, “y hablando de clase, si se protesta por impuestos o por la inflación es clavado interpelar al Gobierno. De todas maneras, sorprende la falta de argumentos o críticas antipatronales. Si se promedia la nutrida oratoria, parecería que Argentina es la Comunidad Organizada. Armoniosa en todos sus estamentos, sólo perturbada por un gobierno avieso, depredador y hasta psicópata. La misma versión infantil que propagan los medios hegemónicos, las corporaciones patronales, las multinacionales y, a su zaga, las principales oposiciones políticas”. La última oración coincide con el brulote oligárquico, enternecedor, melancólico, disparatado, aunque más no sea bien escrito, que La Nación publicó con formato editorial en sus ediciones de este fin de semana. El sábado fue ubicado con cartel francés de portada. Pueden encontrarse sus antecedentes en el pliego de condiciones que ese diario y sus representados pretendieron imponerle a Néstor Kirchner, a las horas de su asunción presidencial. Consideraciones ¿sólo periodísticas? aparte, llama la atención que el verdadero house organ del establishment se vea compelido a esa suerte de comunicado número equis. ¿Qué es lo que tanto les preocupa de un gobierno o de una energía populista que, según ellos, tiene los días o el plazo contados? Y volviendo al paro que propagandizaron tapándose la nariz, ¿cómo se define un reclamo gremial que refiere a la inflación a secas, sin responsabilidad de los formadores de precios, sin ataques cambiarios especulativos, sin mención a las estructuras oligopólicas, sin citas de la intermediación comercial? ¿Cómo se explica que solamente hagan hincapié formal en el mínimo no imponible de Ganancias, que afecta a menos del 15 por ciento de los asalariados con ingresos más altos? ¿Los que ganan entre 4 y 6 mil pesos pararon por los intereses de quienes ganan 20 mil? ¿Cómo puede hablarse de aumentos masivos a los jubilados sin argumentar a cuáles sectores meter mano? ¿Qué se esconde detrás de no indicar la necesidad de una reforma financiera e impositiva? Va de suyo que el Gobierno tiene varios flancos si quiere corrérselo por izquierda, pero convéngase que éste no es precisamente el caso. Lo aprietan, o eso intentan, con unos eslóganes generalistas. Vienen a ser la versión-interna peronista de los desmayados cacerolazos. Encarnan una oposición de propuestas inconfesables, cuya única expresión de sinceramiento es Macri. En el plano del sindicalismo opositor se referencian con unos nombres que dicen oler a fin de ciclo, y en el peronismo no se aguanta quedar lejos del poder. Lo complicado es cómo hacen para no jugar ostentosamente hacia la derecha, so pena –y por algo será– de que su arraigo acabe, por ejemplo, en un paro insulso. ¿Alguien se anima a afirmar que las consignas de la huelga tuvieron incidencia popular? ¿O que la tienen quienes las motorizaron?

El Gobierno se enfrenta a problemas económicos que, en la coyuntura, parecen cada vez más grandes. Pero si algo demostró lo tibio-muy tibio del paro del jueves, al igual que el apoyo de una mayoría en el choque contra los buitres, es que la correlación de fuerzas no varió. Todo sigue en disputa, entre acentuar un rumbo más o menos rupturista y volver a los noventa.

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