EL PAíS › OPINIóN
› Por Eduardo Aliverti
Se proponen en estas líneas más preguntas que respuestas. Preguntas capaces de repiquetear ya cansadoras. ¿Dejarse llevar así nomás por la agenda que marcan los programas y medios de comunicación dominantes, y por los que se les enfrentan pero reproduciendo esa agenda? ¿Que los medios estipulen de qué hay que hablar es necesariamente lo mismo que lo que iremos a pensar, actuar, votar? Por más reiterados que fueren, son interrogantes que vale la pena repetir, al cabo de una semana pasada en que, por un lado, circularon con mucha fuerza de golpeteo los temas centrales de esos medios y los foros de las redes; y por otro, ciertos datos duros, constatables, de política y economía.
Quizá haya que volver al filósofo Marshall McLuhan, reconocido de manera unánime como pensador y fundador clave del estudio sobre los medios de comunicación. Valerse de él aunque así sea para ponerlo en cuestión, como varios expertos y corrientes de pensamiento ya lo hicieron con una propiedad enormemente más autorizada que la que puede acreditar el periodista que firma. McLuhan produjo, hacia finales de los ’60, su teoría de la aldea global. El canadiense parte del hecho de que el individuo actual recibe un caudal de información, constante, abrumador, insoportable o de improbable deglución, de cuanto acontece en el mundo. Afirmaba que en la mayoría de los casos esa recepción es pasiva. Advertía que parecemos haber vuelto a la etapa primitiva de las aldeas, cuando lo que podía suceder en ellas era conocido e influyente entre todos sus miembros. Sin haber llegado a asomarse, siquiera, a la revolución de Internet, McLuhan –murió en 1980– ya hablaba de la penetración de los medios en tiempo real. Señalaba que si el atosigamiento informativo fuera procesado después, y no al instante en que se producen los hechos, habría una mayor selectividad para que el individuo digiriese el bombardeo noticioso. Cada uno de nosotros es el dirigente máximo de la aldea. Cada uno de nosotros polemiza o busca soluciones a episodios que acontecen a miles de kilómetros y que, como puntualiza cualquiera de las lecturas que quieran abordarse sobre él, sobre McLuhan, desconoceríamos o no nos interesarían si la televisión no los mostrase. Pero no hace falta irse a miles de kilómetros. Ya no la televisión solamente, sino la narrativa multimedial, los foros, los forristas, la excitación segundo a segundo, nos hacen o harían creer que cada cosa es real o importa colectivamente en forma decisiva acá, a la vuelta de la esquina. McLuhan fue refutado por semiólogos, semióticos, sociólogos y especialistas de todo color y pelaje, al retrucársele que no hay solamente el dispositivo emisor-receptor. Hay entre medio lo que las sociedades decodifican del mensaje o “masaje” que reciben de la prensa, y eso es en función de cómo resultan las batallas políticas que se libren. Lo contrario sería concluir en que unos medios dominantes son todopoderosos para hacer creer, al conjunto social, cuanto les convenga a sus intereses tan autónomos como sistémicos. La Ley de Medios Audiovisuales, por ejemplo, podrá ser tecnológicamente demodé. Pero su sustancia política es que fue (es) posible pelear contra Clarín, por caso aunque nada menos, y ganarle. ¿Qué vale más? ¿La tecnología a secas, por más proyección que quiera dárseles a las implicancias de que es una ley “noventosa”? ¿O haber construido una conciencia y sentido políticos, un cimiento ideológico, una resultante de que el periodismo es cuestionable? Pues bien: sigue habiendo quienes creen que lo figurante en “los medios” es el factor determinante de lo que piensa “la gente”. Y de cómo procederá. Numerosas muestras históricas, lejanas y cercanas, locales y universales, reflejan que no es así. O no así de fácil. Hay demasiado vago intelectual que se quedó en McLuhan... o que sin haberlo leído, o saber de él, coincide con que lo mediático influye tanto como le ocurra; como si no existieran tensiones políticas, contradicciones y errores ejecutivos de la clase dominante, liderazgos que ponen las cosas patas para arriba.
De dejarse arrastrar por lo que los medios sugestionaron en estos días o todos los días, asimilando fijación de agenda con penetración convincente, resulta que una elección vecinal en Marcos Juárez, localidad cordobesa con menos de 30 mil habitantes en la que votó poco más de la mitad, en la pampa gringa que viene pletórica de crecimiento sojero, es síntoma de que una alianza entre el PRO y los radicales habrá de ser victoriosa –o imprescindible– a nivel nacional (es lo que dice Macri, mientras la UCR se desgaja yendo atrás de la dieta que le impone el alcalde porteño). Resulta que el Papa invitando a Cristina a juntarse con él, antes del viaje presidencial a las Naciones Unidas, es un último recurso para que la jefa de Estado entre en razones. Resulta que en los diarios andan a los codazos para meter alguna información apenas titulada, de impacto negativo, en el espacio que les dejan páginas enteras, y más y más páginas, con ubicación privilegiada, de ofertas publicitarias, mientras hablan de una recesión galopante. Resulta que a Ivo Cutzarida, un personaje del que es incierto suponer que alguien se acordara exactamente si es actor, modelo o qué cosa, lo usan para redisparar que debe meterse bala como solución rápida al delito. Resulta que no ha lugar para describir el horrible papel de la oposición en el debate parlamentario sobre el choque contra los buitre. Resulta que ayer pudo leerse que Máximo Kirchner, en el acto de La Cámpora, propuso la reelección de su madre cuando en verdad dijo que la política no se hace con apellidos, del mismo modo en que insisten con que Capitanich habló de la erradicación de la pobreza siendo que nunca dijo algo semejante. Y por algo resulta, sin embargo, que ha sido en una de las voces más cantantes de los medios opositores donde se advirtió que un sondeo encargado por Massa revela casi 40 por ciento de los encuestados manteniendo su apoyo al gobierno de Cristina, al revés de lo que ese mismo diario contó en su edición dominical.
Al fin y al cabo, aunque circunstancialmente –o como siempre– parezca lo inverso gracias a esos efluvios mediáticos que un día machacan con la inseguridad, otro con la corrupción sólo oficial, otro con índices deprimentes de la economía, otro con los vagos de los piquetes, otro con el autoritarismo bipolar de la Presidenta, otro con la gravedad de no aplazar alumnos bonaerenses de la primaria, lo definitorio será la capacidad de conducción política y el sostén de expectativas para el período que se abrirá luego de las elecciones generales de 2015. Hasta el momento y desde hace rato, a pesar de las dificultades económicas crecientes, la propia oposición reconoce –por su inmovilidad, por sus interminables disputas y hasta por sus dichos– que la iniciativa sigue siendo del oficialismo. De ahí en adelante, las acciones gubernamentales podrán gustar mucho, poco o nada, pero está fuera de duda que la oposición corre detrás de ellas, sin adelantarse jamás. Las únicas excepciones son esas bravuconadas que se permiten hablar, alegremente, de eliminación de las retenciones al agro y del mínimo no imponible de Ganancias a los trabajadores de mayores ingresos. Algunos comunicadores de la derecha, incluso, se permiten interpelar, muy tímidamente, acerca de si esas promesas no están más revestidas de político en campaña que de seriedad administrativa. Un mundo Macrilandia y Massalandia, en esencia, que se derrumba ante la sola pregunta de cuáles intereses piensan afligir para compensar semejante agujero fiscal. Les surge entonces la única respuesta de que el problema pasa por la emisión monetaria y la inflación. Sobre lo primero, ninguna estadística ni interpretación, serias, relacionan ya el vuelco de papelitos con el aumento de precios. Y la inflación, como todos sabemos, nace de un repollo y no de las estructuras oligopólicas de las cadenas de valor. Apartadas esas recetas y tonterías de los economistas ortodoxos que asesoran a los candidatos presidenciales conservadores, y que a comienzos de siglo hicieron estallar al país, queda el bueno o malo accionar kirchnerista. Se negocia y acuerda con Repsol y el Club de París, se enfrenta a los buitre, se reforma el Indec, se lanza el programa de Precios Cuidados, se promueve el Procreauto y se pelea con las automotrices; se refuerza el Pro.Cre.Ar de créditos para la vivienda; se lanza el plan de compras en doce cuotas sin interés, con las principales tarjetas, para productos de industria nacional en materiales de construcción, calzado, turismo, línea blanca, motos, bicicletas, indumentaria y etcéteras. Para volver y reiterar: positivo o negativo, bien muñequeado o demagógico, producto de saber gobernar o de aferrarse a unas pocas herramientas, consecuencia de restricciones externas o de errores internos por no haber promovido cambios sustanciales en la matriz productiva, la impronta es del Gobierno y se ratifica que absolutamente todos los demás son comentaristas.
No debería poder creerse que, por más ejército en operaciones que conlleve el andar de los medios de comunicación dominantes o tradicionales, y por más impunidad que tengan en ellos ciertos aspirantes del pensamiento reaccionario, y por más que se estimule el horrible sentido común de que todo se arregla a los tiros y a puro ajuste contra los que menos tienen, vaya a pasar que “la gente”, la mayoría de la gente, o la parte más significativa de ella, pierda registro y memoria así como así.
Y es que, si así fuere, la derecha no estaría tan preocupada por simplificar lo complejo con el único expediente de que se vaya la yegua.
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