EL PAíS › OPINIóN
› Por Eduardo Aliverti
La cotización del dólar que le importa a la clase media; la resistencia feroz de los actores oligopólicos contra la regulación estatal en las cadenas de producción, industria y comercio dominantes, desatada por una Ley de Abastecimiento más suave que la vigente hace unos cuarenta años y nunca aplicada; el fantasma de lo que ya estaría sucediendo al no llegarse a un acuerdo con los fondos buitre; la inflación que solamente produce el Gobierno y nunca esos actores; las especulaciones en torno de problemas políticos irresolubles tanto dentro del kirchnerismo como en la ancha avenida peronista y, en definitiva, la creación de un clima que pondría en interrogante la propia continuidad del mandato de Cristina son parte de un mismo eje conceptual. De un ataque agotador, cuya altisonancia habla más de la dirección ideológica de sus protagonistas que de las deficiencias oficiales. Que vaya si las hay. Es aquello con lo que se bombardea cotidianamente.
El Gobierno exagera, a veces, con el machaque contra sus villanos favoritos –buitres, campestres, medios, etcétera– aun cuando en verdad sean el motor del operativo de desgaste. Si American Airlines restringió a 90 días la compra de pasajes en Argentina, parece excesivo atribuirlo a las andanzas del juez Griesa, su pandilla y el imperialismo. Si el cepo cambiario es negado como tal y sólo descripto como una lógica atribución estatal, algo falla en la comunicación porque quien fija el imaginario colectivo es la prensa que se dedica a los sectores medios y, lamentablemente, “cepo” es la palabra triunfante de su lógica discursiva. Pero los malos de la película no son invento del kirchnerismo y varios factores objetivos desmienten el escenario que trazan. La Bolsa sigue batiendo records de alza; ahora dicen que se va de shopping a Chile, en masa, aprovechando las ventajas cambiarias; los diarios siguen rebosantes de publicidad; las ganancias de quienes concentran las ganancias no están afectadas; el terrorismo estatal contra el mercado libre –según dicen los decidores contra la ley de defensa de los consumidores que acaba de ser aprobada– alcanza como mucho al uno por ciento de la empresas. Se calcula –según cifras jamás desmentidas ni por los propios referentes de la Mesa de Enlace– que alrededor de 3 mil millones de dólares que debió liquidar el agro, por la última cosecha, quedaron guardados a la espera de la devaluación. ¿Dónde está la Argenzuela dramática que jode a los pobres, contra las ganancias de los ricos que derramarían su benevolencia si no los molesta el Estado apropiador? Pues: en el mismo lugar donde ya inventaron eso en los noventa. O en el mismo lugar en que fantasean artilugios que prorrogarían a Cristina en sus probabilidades electorales, tras la aparición de Máximo Kirchner el sábado de la semana pasada. Esa movida mediática intentó ocultar que el Movimiento Evita y La Cámpora llenaron las canchas de Ferro y Argentinos, con miles y miles de jóvenes, mientras todo el resto de la oposición no podría completar una selfie representativa. Nada de eso alcanza para compensar el déficit de la balanza energética, ni la crónica carencia de divisas para sostener el crecimiento. Sí puede testimoniar cuáles son las fuerzas movilizadoras en juego.
Hay, con seguridad y de mínima, tres tipos de dificultades o desafíos muy complicados. Políticamente angustiantes, incluso. Ya sucedió con recurrencia en la historia argentina. Toda vez que despuntó o se proyectó una orientación inclusiva de los sectores más postergados, dentro del marco que permite un sistema capitalista y una sociedad con fortísimos valores conservadores, los ejecutantes reaccionarios dispararon a como viniere. Literalmente. Otrora por vía del partido militar, y en la actualidad a través de sus brazos mediáticos. La experiencia kirchnerista –reformista o alternativa; socialdemocratizante o, inclusive, algo revolucionaria para lo que era dable esperar hasta hace nada más que un pestañeo histórico– ya lleva más tiempo que el primer peronismo, el de Perón propiamente dicho. Pero eso no la pone a salvo, sino todo lo contrario, de la ofensiva neoliberal, corporativa, tilinga, asustadiza. Tiene que haber una cantidad enorme de intereses afectados –en plata y en símbolos– como para que suceda una agresión de esta magnitud contra la investidura presidencial y el proyecto político que representa. Ya señalado múltiples veces, pero está bien reiterarlo, no se ha visto jamás un graderío de provocación como el actual. Está el antecedente del gobierno de Arturo Illia, con la pequeña salvedad de que el peronismo estaba proscripto y de que el republicanismo de los radicales suele olvidarse de semejante observación. Recordada tamaña enmienda, el progresismo de la administración de Illia fue devastado por esa muchachada de toda nuestra existencia como nación y con centro, justamente, en los medios de prensa de la época. A la cierta épica de Alfonsín también la hicieron pelota esos tipos. La diferencia con el presente es –nada menos, y nada más– la potencia multiplicadora de que los dotó la revolución tecnológico-comunicacional. Pero los intereses son los mismos. Siguen siendo, en el fondo o en la superficie que descubre cualquiera con inquietudes intelectuales: la oligarquía agropecuaria, ahora con el sentido exclusivamente rentístico de las tierras que alquilan a las corpo transnacionalizadas; las multinacionales que son hoy del capitalismo de integración vertical y horizontal, con su producción de componentes aprovechando ventajas de explotación segmentada y globalizada; la gran burguesía nacional de los industriales que invierten en extensiones de soja y en negocios de ricos improductivos, algunos de los cuales son diputados y senadores perturbados por el estalinismo kirchnerista y parloteantes, en el Congreso y en su prensa adicta, contra las retenciones que perjudican a sus campos; el comando del imperio que no morirá con la facilidad idealizada por izquierdas sectarias y, desde ya, los voceros de todo ello desde los medios que pretenden amenazada la libertad de expresión.
La gente de esa ofensiva cimenta el discurso con eficacia, aunque ahora tenga competencia en medios oficiales u oficialistas que saben competirle. La derecha tiene buenos comunicadores y showmen. Conoce dónde apretar y mortificar. Podrá no disponer de candidatos o candidateables unívocos y carecer de capacidad de construir. Pero no se dude de que dispone de volumen perforador, dañino, con mucha trayectoria destructiva. Más luego, están las fallas de un Gobierno que no se ocupó –si es que podía hacerlo– de profundizar cambios en la matriz productiva, y continúa dependiéndose de conseguir divisas e importar insumos. Justo vino a pasar que se murió Kirchner como se murió Chávez, y entonces lo que se pensó como liderazgos de largo plazo quedaron mancos regionalmente. Quizás Ella tenga in pectore algún nombre y si habrá que reconstruir desde la fuerza de convicción propia, como dio a entender su hijo, “retirándose” un tiempito con las botas puestas; o bancarse lo aguachento, pero cercándolo con la lista de diputados. Sea lo que fuere, habrá que timonear con cómo se montan en esos ensayos y obstáculos los generales y tropas de la derecha, mientras “la gente” está lejos de pensar en elecciones y mucho más cerca de lo que ocurre en el supermercado y en el chino. De acá hasta donde a uno le da la vista hay que pelear con el dólar, con si inflación, recesión o crecimiento flaco son tripulables, con si ganan los buitres o la ejemplaridad combativa de Argentina y así sucesivamente.
Por último o primerísimo, hay esa cosa cultural que nunca es menos política que todo lo anterior. Un puñado de sinvergüenzas de magnífico tamaño manda el dólar a 15 y pico. En enero pasado ya habría ocurrido la coalición entre los bancos Galicia, HSBC, Citibank, BBVA Francés, BNP Paribas, JP Morgan Chase Bank, Banco de la Provincia de Córdoba y la petrolera Shell. Lo denunció la Procuraduría de Criminalidad Económica y Lavado de Dinero (Procelac), junto con Emilio Guerberoff, fiscal en lo Penal Económico. Habrían ganado casi 10 mil millones de pesos contra 427 millones del primer mes del año pasado. No hubo al respecto una línea ni comentario en los medios de comunicación que representan los intereses devaluatorios, enfiestados con los exportadores de granos, los tanques de la especulación financiera que los llenan de publicidad, las multis que otro tanto. Pero en función de eso que (no) se lee y escucha aumenta lo que cuestan los materiales de construcción o los electrodomésticos, la carne vacuna o el pescado, el queso y la peluquería. Es una amenaza significativa, porque el influjo del dólar comunicado, la angustia inflacionaria, el miedo esparcido, la incertidumbre política, ¿acabarían en que vuelva a confiarse en quienes ya nos condujeron a un desastre, y a otro, y a otro? Se incrustan en ese clima de tembladeral los burócratas sindicales que quedaron afuera de favores oficiales. También gremialistas de recorrido honesto, combativo, que no bancan egos desplazados por la dinámica del populismo al que siempre adhirieron. Todos ellos, situados en tensión por la energía provocadora, desprolija, potente del kirchnerismo, disparan para el lado de siempre o no saben para dónde agarrar.
Una síntesis ¿superadora? sería decir que el partido se juega entre el hartazgo contra la política, la política de quienes estimulan ese pensamiento para hacer política, y lo político de advertir que no hay mayor sinceramiento político que el de los K. Gustará o no, pero ponen la batalla política en el centro de la escena y no se disfrazan de ingenuos, ni de románticos, ni de periodistas independientes.
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