Sáb 27.09.2014

EL PAíS  › PANORAMA POLITICO

La internacional

› Por Luis Bruschtein

Argentina no es una gran potencia, pero a su escala ha tenido esta semana un fuerte protagonismo internacional. Es un dato objetivo que se comprueba en votaciones, discursos y debates en la ONU y en otros foros y en la repercusión mediática en todo el mundo. Esta incidencia en un escenario donde intervienen jugadores con muchísimo más volumen económico y militar no se logra de la noche a la mañana ni surge por una contingencia o por obra y gracia de un dirigente. En parte tiene su explicación en que sus intereses –en este caso la ofensiva contra los fondos buitre– coinciden con los de una gran cantidad de países que ven en esta modalidad financiera una amenaza concreta. Se suma también que, además de su voz en la Asamblea General, la Argentina tiene en este momento un lugar en el Consejo de Seguridad de la ONU. Y al mismo tiempo ha sido una de las delegaciones más activas en diferentes comisiones, como son la de Descolonización y la de Derechos Humanos. En los pasados diez años, en esas dos comisiones la representación del país ha promovido declaraciones con respaldo masivo sobre Malvinas y sobre pactos internacionales sobre derechos humanos. Las delegaciones de la mayoría de los países han sido menos activas.

En cada país, el grado de su protagonismo internacional se construye a partir de una decisión política de los gobiernos. La Alianza fue más apagada en ese campo, pero el kirchnerismo le dio prioridad, de la misma manera que lo hizo el menemismo, pero con otros contenidos. La intervención plena en el proceso de integración latinoamericana y del Caribe a partir del impulso al Mercosur, la Unasur y la Celac, tuvo como consecuencia que la política exterior argentina ganara representatividad regional de la misma manera que el activismo desarrollado en la ONU la convertía en otro punto de referencia para esos temas. La presencia de la Argentina en el G-20 y su peso en el G-77+China son una consecuencia de ese proceso que funciona como una bola de nieve, donde cada paso se suma al anterior.

En el plenario de mandatarios hubo otras intervenciones más significativas y otras más llamativas, de grandes potencias y de otras naciones. Pero el espesor en el caso argentino se constituyó con dos antecedentes decisivos. Fue indiscutible para cualquiera que Cristina Kirchner hablaba con el aval del Papa, uno de los líderes más relevantes de Occidente. Y el otro dato, que se valora en la trastienda del esfuerzo cotidiano de la diplomacia, fue el respaldo masivo reciente de una votación muy difícil en la misma Asamblea General de la ONU. Las grandes potencias tratan de evitar que temas económicos como la deuda externa y los fondos buitre sean decididos en las Naciones Unidas y mucho menos en la Asamblea General. Fue un triunfo diplomático de gran trascendencia que la propuesta argentina vehiculizada a través del G-77+China llegara a la ONU y a la Asamblea. Este debate tuvo implicancias para el país en su conflicto con los fondos buitre. Pero también operó a favor del impulso democratizador de las mismas Naciones Unidas, porque la decisión de diseñar regulaciones internacionales para reestructurar deudas soberanas pasó por el cuerpo más democrático de la ONU. La Asamblea siempre ha sido relegada a una función más discursiva, en beneficio del Consejo de Seguridad, donde las grandes potencias tienen derecho a veto.

El aval internacional a la posición argentina es despreciado por los medios opositores y economistas ortodoxos que parecen trabajar para los fondos buitre. No se trata de un conflicto municipal con la ley de Nueva York. Es una pugna que abarca a todo el planeta porque las consecuencias del fallo de Griesa se proyectan en ese plano. Argentina está obligada a defender la legitimidad de su posición a nivel internacional porque es el ámbito del comercio y las finanzas. Si Argentina acatara ese fallo, haría detonar la reestructuración de su deuda. Si no lo hace, el Gobierno necesita potenciar su diplomacia para neutralizar los efectos negativos de esa decisión. Los fondos buitre deberán demostrarle a Argentina ahora que no acatar el fallo sería peor que volver a una deuda de 250 mil millones de dólares. Los medios opositores y economistas ortodoxos están empeñados en lo mismo: desprecian los resultados diplomáticos, aseguran que la cláusula RUFO no es importante y auguran las siete plagas de Egipto si no se paga.

En ese sentido, las dos votaciones en la ONU constituyen un triunfo importante porque se votó para diseñar normas internacionales que eviten la repetición de una injusticia como la que se cometió con Argentina. En consecuencia, lo que pusieron en tela de juicio 124 países –y ahora los 33 del Consejo de Derechos Humanos– fue nada más y nada menos que a la Justicia norteamericana, responsable de que se haya cometido esa injusticia. No fue solamente Argentina, fueron 124 países y solamente 11 defendieron la posición de la Justicia norteamericana,

La oposición trató de no amplificar un escenario donde el Gobierno es hiperactivo. Nada más lejos de la imagen de aislamiento que quisieron presentar. Al mismo tiempo que la Presidenta era una de las oradoras más destacadas de la ONU, Mauricio Macri pasaba por una reunión en Nueva York de los alcaldes de ciudades de todo el mundo y Sergio Massa visitaba Silicon Valley, también en Estados Unidos. A los dos les falta un training que la Presidenta adquirió con mucha práctica. En el escenario internacional no tienen las complicidades que los favorecen en el país y sus limitaciones se hacen evidentes.

La oposición trató de no interesarse en los fondos buitre. Desde su lógica, si se involucran tienen que estar en contra del Gobierno. El comentario más despectivo provino del ex vicecanciller de Néstor Kirchner Roberto García Moritán, que calificó de “patético” el discurso de CFK en la ONU. El ex diplomático cayó en el lugar común de los despechados, como la mayoría de los que han ido quedando fuera del gobierno para convertirse en sus principales enemigos. Sin embargo, el centro de sus argumentos coincide con los de Macri y otros opositores. El gran pecado es criticar a los Estados Unidos, haber acusado de “complicidad” a la Justicia de ese país con los fondos buitre. Coincidencia también con José Manuel de la Sota en otros aspectos. El gobernador cordobés dijo que Argentina debía dejar la integración con Brasil para sumarse a la Alianza del Pacífico, una especie de mini ALCA impulsada por Estados Unidos.

La oposición, sobre todo Macri, Massa y De la Sota, pasó del esfuerzo por mantenerse en generalidades e indefiniciones, a tratar de mostrarse como los más opositores. Es una competencia por el voto opositor. Esta nueva etapa visibiliza más el contenido de lo que harían si manejaran el país. No hay tantas sorpresas. La crítica por la “conflictividad” en las políticas del kirchnerismo provino de los inspiradores de las “relaciones carnales” con Estados Unidos. Son dos expresiones peyorativas, pero que igual ayudan a describir dos concepciones: una, que esconde el conflicto subordinándose al poder hegemónico, y la otra, que plantea la defensa de los intereses propios incluso cuando entran en conflicto con esos poderes.

El menemismo tuvo una política exterior muy activa de seguimiento de la hegemonía norteamericana, en pleno apogeo en aquella época. Y llegó incluso a enviar un buque de guerra a la primera invasión de Irak. En esa época se produjeron los atentados a la Embajada de Israel y a la AMIA. Lo cual demuestra que el conflicto existe siempre, incluso en plenas relaciones carnales. Ese concepto caricaturiza la elección de una alianza, en ese caso con Estados Unidos, llevada a sus máximas consecuencias de subordinación total. Los que critican al kirchnerismo por sus críticas a la Justicia norteamericana, porque estiman que al país le iría mejor sin criticar a los Estados Unidos, se olvidan de que Argentina no tuvo ningún beneficio de aquellas relaciones carnales que después fueron continuadas por los gobiernos de la Alianza y de Eduardo Duhalde. Macri, Massa y De la Sota se pusieron en línea con aquella diplomacia que no logró absolutamente nada para el país más que reafirmar relaciones de intercambio totalmente desiguales que destruyeron la industria y generaron los mayores niveles de desocupación que hubo en la Argentina.

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