EL PAíS › OPINIóN
› Por Jorge Halperín
Justo en septiembre, un mes de históricas resonancias golpistas –el derrocamiento de Yrigoyen en 1930, el de Perón en 1955, el de Salvador Allende, en 1973, golpes de cacerolas mediante–, y en los días en que Luis Barrionuevo auguró un próximo estallido social, vino a fracasar el último cacerolazo.
Casi resulta una transgresión recordarlo. Tan imperceptible fue su llamita que muchos ni siquiera llegaron a enterarse de que existía una convocatoria para el 18-S. ¿Por qué, entonces, ocuparse de semejante ausencia? Porque los cacerolazos irrumpieron en algún momento con fuerza en el escenario político, y algo debe querer decir su falta absoluta de repercusión. Alguna lectura puede practicarse sobre semejante desvanecimiento colectivo justo cuando tiene lugar una fuerte ofensiva contra el Gobierno por parte de los grupos empresarios y los conglomerados mediáticos, con los cuales han aparecido tan asociadas estas expresiones de la calle (recuérdese, por no ir más lejos, los cacerolazos contra la resolución 125).
Los motivos de esta ausencia pueden ser muchos, bien distintos y hasta contradictorios:
- Que exista un menor rechazo a la gestión de CFK por parte de sectores sociales medios y altos. Dudoso.
- Que el rechazo no haya disminuido, pero estén obrando otros motivos para debilitar el cacerolazo.
- Es indudable que los llamados para el 18-S fueron notoriamente más débiles que los anteriores.
- Y, parte de ello, y bien sugestiva, fue la menor repercusión que tuvo en los días previos en los medios opositores.
- Es posible que esta forma de rechazo se haya agotado, como sucedió con la –en otros tiempos vigorosa– “protesta del campo”.
- Acaso se consumió por su abrumadora dispersión de contenidos, tanto manifiestos (contra la 125, la inflación, la inseguridad, la corrupción, el cepo cambiario, la Diktadura, la re-reelección, Guillermo Moreno, Luis D’Elía, por la Justicia independiente, la República, la libertad) como “latentes” (por prejuicios étnicos, contra los juicios a los represores de la dictadura, contra los subsidios y políticas sociales, contra el poder femenino de CFK, por el derrocamiento del Gobierno). Y vale emplear aquella metáfora psicológica, ya que los cacerolazos, antes que un sesgo estratégico, llevan una impronta visceral, un estado de ánimo colectivo de un sector que posee un nivel medio de educación pero muy pobre cultura política.
Quizá tuvo la corta vida de toda expresión política que carece de organicidad, como sucedió con las multitudes que convocaba el seudo ingeniero Blumberg y como podría sugerirlo la evolución de los últimos cacerolazos (ver más abajo).
- Tal vez suceda lo contrario: que no deba hablarse de “evolución” de los cacerolazos, ya que este tipo de protestas son cambiantes, presentan un fuerte componente del clima del momento y pueden resurgir en cualquier otra circunstancia.
- Puede que un sector de quienes se sumaban esté optando por no atacar al Gobierno cuando el país enfrenta una amenaza externa encarnada por los fondos buitre.
- No debería descartarse que existan simpatizantes de las cacerolas que consideren que no vale la pena hostigar a un gobierno que tiene los días contados, tal vez convencidos de que estamos ante un “fin de ciclo”, indiferentes al dato de que el oficialismo sigue siendo la fuerza mayoritaria.
- Quizá la debilidad de las cacerolas de septiembre se deba al rechazo que sienten muchos hacia los nuevos aliados de la ofensiva contra CFK, Luis Barrionuevo, Hugo Moyano, Momo Venegas.
- Hay quien, medio en broma o medio en serio, explicó la ausencia señalando que muchos desertaron para embarcarse en tours de compras a Chile.
Es posible que lo que termine de explicar el llamado “Fracacerolazo” sea una combinación de algunas de las razones expuestas, o aun otras. Por ejemplo, que la mayor presencia de la oposición, lanzada ya a distintas precandidaturas, absorba energías que antes se volcaban a expresiones de protesta inorgánicas.
En este sentido, apunto la opinión de mi colega de Página/12 Luciana Peker, quien piensa que la oposición corporativa y mediática eligió fortalecer las alternativas partidarias para mejorar sus chances en 2015 antes que dispersar energías en cacerolas, que carecen de conducción y continuidad y no son una opción real de poder.
Pero creo que no necesariamente una protesta cacerolera perjudica la acción partidaria opositora, y en ese sentido también resulta posible que se estén guardando energías en la preparación de alguna acción agresiva “convergente” para el mes de diciembre.
Si no se quiere desdeñar el dato de la evolución de los cacerolazos, hay que recordar que en 2012, luego de tres protestas sucesivas en una semana de junio, el 13 de septiembre se congregaron unas 200.000 personas en la Plaza de Mayo convocadas especialmente por algunos sitios de las redes como El Cipayo y El Anti K. El 8 de agosto de 2013 la convocatoria cacerolera resultó tan débil que se calculó la concurrencia en un 10 por ciento de las anteriores, es decir que sólo estuvieron los “caceroleros duros”. Se culpó en parte a la cercanía de las PASO, del mismo modo que el nuevo fracaso de las cacerolas del 8 de noviembre de 2013 se atribuyó al avance de la oposición en los comicios legislativos.
Como sea, la agonía del cacerolazo no deja de ser significativa en un momento en que la oposición partidaria y sindical evita las movilizaciones, mientras que el oficialismo, contra quienes diagnostican fatiga de gestión, consumó dos multitudinarios encuentros de los seguidores de Jorge Taiana y de La Cámpora, esta última un fenómeno de militancia juvenil que no se daba desde los primeros tiempos de Raúl Alfonsín.
Justo en septiembre, mes de los cimbronazos.
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