EL PAíS › OPINIóN
› Por Pablo Imen *
El 12 de octubre se produjo una gigantesca revancha nuestroamericana: el pueblo boliviano votó masivamente por un presente y un futuro de justicia, igualdad y emancipación. Que haya sido a 522 años de la llegada de los conquistadores al continente da cuenta de la longitud de las batallas históricas donde se juegan cosas importantes. Y de los simbolismos que la lucha anticolonialista, antiimperialista y socialista presagia entre vientos de cambio, sin que, por ello, el éxito esté asegurado de antemano. Stella Maldonado era una explícita admiradora del proceso político y cultural que atraviesa Bolivia y lo consideraba una verdadera vanguardia civilizatoria –y, en un sentido amplio, pedagógica– de la gran transformación en que están empeñados nuestros pueblos.
Escribo estas líneas el 13 de octubre, jornada que comenzó para mí con la serena exaltación o la entusiasta esperanza del triunfo de Evo Morales. Pero esa alegría se mutó en un telón de profunda tristeza en horas del mediodía. En ese momento recibí un mensaje comunicándome que Stella Maldonado, la entrañable secretaria general de Ctera, incansable luchadora por la educación pública, popular y emancipadora, tozuda constructora del Movimiento Pedagógico Latinoamericano, nos había dejado tras duras semanas de una lucha que no eligió, pero que libró con la misma actitud y los mismos gestos que caracterizaron su vida pública y privada. Con la misma dignidad con la que vivió, partió Stella, en un silencio tan estruendoso como conmovedor.
Se arremolinaron en mi cabeza recuerdos, sentimientos, pensamientos entreverados y necesité ir aclarando el dolor de la pérdida, la sensación de que la pérdida de Stella, tan lúcida, tan combativa, tan consecuente era un verdadero acto de injusticia vital.
Nos vimos por última vez en el VI Congreso Popular por la Educación Pública de la Asociación de Maestros y Profesores, en agosto de este año. Recuerdo su aguda intervención en un panel en el que proclamaba el nuevo tiempo latinoamericano, las ingentes tareas de construir una educación emancipadora, el papel irrenunciable de un sindicalismo de liberación, capaz de transformarse para contribuir a transformar. Conservo en mi retina, sin esfuerzo, su erguida postura, la mirada al frente, denunciando las pervivencias mercantilistas y tecnocráticas en el campo de la educación y la voluntad colectiva de desafiar la lógica de las pruebas estandarizadas para construir otro modelo de enseñar y aprender. No se trataba sólo de cuestionar el viejo orden pedagógico, sino de crear uno nuevo, en el cual los trabajadores de la educación tenían mucho que decir, mucho que hacer, mucho que sentir. No era esta tarea, sin embargo, atribución de los maestros solamente, sino que se trataba de una tarea colectiva, popular. Eran, sí, los maestros, pero rodeados de sus comunidades, y fértilmente imbricados en el proceso histórico de liberación que viene desplegando nuestro continente.
El recuerdo de Stella me llevó a otras reuniones, intercambios, construcciones, acuerdos y desacuerdos. El desarrollo de las Expediciones Pedagógicas –verdaderas cancillerías de maestros y pueblos donde nos conocíamos con otros hermanos y hermanas que educaban y se educaban en la Venezuela bolivariana—; la producción y difusión compartida del documental de Carlos Fuentealba; las iniciativas conjuntas de educación y cooperativismo; los ámbitos compartidos con la Red de Estudios sobre Trabajo Docente (Estrado) arrimando de manera inédita y muy rica el diálogo de las organizaciones de trabajadores de la educación (que producen teoría) y de los docentes e investigadores de las universidades (que son trabajadores).
Stella afrontó tempranamente la pérdida de su compañero, pero no debido a una enfermedad ni a un accidente, sino a la acción del Estado terrorista, y sostuvo con tesón –en lo personal y como dirigente– una inclaudicable lucha por memoria, verdad y justicia. Desde ese dolor profundo, esa ausencia marcada por el secuestro y el asesinato perpetrado por un Estado criminal, Stella fue una forjadora de sueños, de esperanzas y también de construcciones bien concretas.
Stella ha dejado una huella imborrable en la historia de un sindicalismo profundamente democrático, clasista, liberador, crítico y lúcido. Pero rebasó con creces el terreno gremial, que tiene sus reglas, su dinámica, sus urgencias.
Puede afirmarse que se plantó en la esfera de la batalla pedagógica y política.
En lo pedagógico, su expresión organizativa más potente se manifestó en la creación e impulso del Movimiento Pedagógico Latinoamericano, proceso de creación colectiva de una educación que se niega a reproducir los supuestos, objetivos y mecanismos de la evaluación estandarizada. Se negó a convalidar el trabajo docente como administración obediente de paquetes pedagógicos exógenos y enajenantes. Se negó a pensar a los estudiantes como meros papagayos repetidores de contenidos descontextualizados y culturalmente irrelevantes. Bregó por la invención de una pedagogía que forme hombres y mujeres libres capaces de construir un proyecto colectivo de justicia e igualdad.
En lo político, porque desde el movimiento social se involucró con las batallas que libra nuestro país y la región en su conjunto para sacudirnos siglos de colonialismo y comenzar a ser, de una vez por todas, nosotros mismos.
En todas estas batallas –sindical, social, cultural, política, pedagógica–, Stella ha dejado mil flores floreciendo y por eso decimos que –como se estila formular en Venezuela– ella será sembrada mañana.
El mejor homenaje que podemos hacer, sin dejar de llorar su ausencia, es continuar su brega y sus construcciones. Recuperar su legado, hacerlo vivir en nuestro sentipensar, en nuestro hacer, en nuestro decir. En palabras de Eduardo Galeano: “Crear y luchar son nuestra manera de decir a los compañeros caídos: tú no moriste contigo”. La memoria de tu lucha alumbrará las pedagogías que apuntalarán la segunda y definitiva independencia de Nuestra América. ¡Hasta la victoria siempre, compañera Stella!
* Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini.
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