EL PAíS › PANORAMA POLÍTICO
› Por Luis Bruschtein
El satélite dejó su estela en una campaña sin propuestas. El Arsat-1 instaló la ciencia y la tecnología en la agenda política. El Gobierno recogió lo que había sembrado cuando diseñó convocatorias para el retorno de científicos, el programa satelital y de radares, el programa nuclear, la creación de un ministerio y la organización de la feria más popular del país en Tecnópolis y otras medidas que ubican claramente esta cuestión entre sus prioridades y con resultados visibles. Y la oposición otra vez quedó dando vueltas en el vacío.
El Gobierno tiene un programa de hecho, que es el modelo. Los programas no constituyen el único argumento de un partido en campaña, pero son una condición obligatoria. Los políticos de la oposición los evitan porque recortan sus respaldos, por lo cual prefieren las generalidades y las promesas. Tratan de organizar sus discursos según las encuestas. Y no les va bien.
Una encuesta de Graciela Römer dijo que el 70 por ciento quería cambiar todo: desde la política económica hasta las sociales y las de derechos humanos. Otra encuesta posterior de Fidanza dijo que el 40 por ciento quiere continuidad con cambio. Y así van saliendo. Desde los medios opositores o los mismos políticos mandan hacer alguna de estas encuestas y después actúan en función de lo que ellos mismos mandaron recopilar.
En estas encuestas depende de cómo se hacen las preguntas. Todo el mundo quiere estar mejor de lo que está, incluso los kirchneristas. Entonces todos quieren cambiar. Pero la mayoría les tiene miedo a los cambios. Por eso, Rodin hizo El pensador. Entre la continuidad y el cambio, la sociedad sería ese señor sentado que duda y piensa. Las encuestas preparan el clima y también lo miden, o al revés. Y los políticos, sobre todo desde la oposición, sin muchos resultados, tratan de no desorientarse en esa neblina.
Aparece la encuesta de Römer y se oponen a todo, ni siquiera se presentan a discutir en el Parlamento. Clarín publica una lista de las leyes que deben derogar y ellos anuncian que van a derogar las leyes aprobadas “en forma autoritaria” por el kirchnerismo. No se entiende cuál autoritarismo es mayor que decir eso o que ausentarse del recinto porque van a perder la votación. Son actos de violencia política y esencialmente no son democráticos.
Después sale la encuesta de Fidanza y hay que alinearse. Ya no sirve oponerse a todo. Ahora hay que ser selectivo: esta ley sí y aquella no. Hay otra encuesta que afirma que el electorado opositor quiere que sus candidatos se unifiquen para ganar. Y aparecen fórmulas insólitas: derechistas con supuestos izquierdistas, neoliberales con supuestos proestatistas o lo que sea, arrastrando a los socios de estas alianzas detrás de otras alianzas con quienes algunos de ellos han sido visceralmente adversarios. Y así, el socialista Hermes Binner sale en defensa de los mercados y las corporaciones y Pino Solanas tiene que aclarar que no será socio de Macri y se barajan dúos como Sanz-Macri, Macri-Sanz, Cobos-Macri, Massa-Gerardo Morales y algunas otras variables que se reproducen hacia abajo en las provincias.
Y asi aparecen otras encuestas donde surge que cuando se hacen estas alianzas se pierden más votos de los que se ganan. De la noche a la mañana se acaba la fiebre de los dúos de fantasía. En todo ese proceso no se les cayó una sola idea. Nadie dijo una sola palabra de lo que harán si son gobierno. Se han pasado varias semanas de campaña discutiendo entre ellos y referenciándose con lo que hace el oficialismo.
El Gobierno no puede prometer lo que no va a hacer porque, justamente, está gobernando; está obligado a cumplir lo que prometa. La oposición puede decir que acabará con la inflación, los buitres, las retenciones, el Impuesto a las Ganancias y la inseguridad de la noche a la mañana, porque hablar es gratis. Ninguno dice cómo lo hará. Los índices más altos de inseguridad –en Santa Fe y Rosario– se verifican en los distritos gobernados por la oposición; el economista que según Massa terminará con la inflación en cien días es Martín Redrado, un Chicago Boy de los ’90 al que Néstor Kirchner tuvo totalmente controlado cuando pasó por el Central, y que fue despedido cuando quiso actuar por su cuenta. Y los famosos jueces de las puertas giratorias y los fallos irritantes son en su mayoría opositores. Los jueces históricos fueron nombrados en negociaciones entre peronistas y radicales y provienen de sus filas más conservadoras. En las últimas elecciones judiciales, las dos terceras partes de los magistrados votaron listas antikirchneristas, o sea que los jueces que controlan la administración de justicia que tanto cuestionan los medios opositores son de la oposición y en muchos casos están directamente ligados a esas corrientes políticas. No se entiende cómo la oposición cuestiona las decisiones judiciales de los jueces que simpatizan o militan en sus filas.
El Gobierno no puede hacer promesas huecas, está obligado a gestionar y mostrar hechos y encima pasa por un momento difícil de la economía. La mayoría estaría arrinconado, soportando el chorro de encuestas que buscan enterrarlo más todavía. Pero es como el Chapulín Colorado (no contaban con mi astucia) y transformó a su favor una situación adversa como es el conflicto con los fondos buitre. A poco de empezar, Massa estaba con el cassette de la primera encuesta de Römer y salió a decir que “los verdaderos buitres son los impuestos internos”. Le salió una frase bien neoliberal, los buitres serían otro invento del Gobierno, nada de continuidad con cambios. Y encima están los wikileaks y el recuerdo de su fallida visita a la embajada norteamericana para hablar mal de Néstor Kirchner. Es un tema que le hace agua.
Salió otra encuesta de la misma Römer: cuando empezó el conflicto con los buitres, la posición del Gobierno tenía 27 por ciento de respaldo, y al promediar, ya la apoyaba más del cincuenta por ciento. Massa recogió línea, se puso menos neo, pero igual le echó la culpa de todo a la Casa Rosada. Cuando se desprende de sus asesores, el discurso del tigrense tiende a ser más neo todavía y se ubica con comodidad junto al de Macri.
La mayoría de la oposición se muestra indolente con el discurso de los medios opositores que amplifican y exageran lo que ellos quieren oír y hasta les dicen lo que deben hacer. El episodio de Binner con Lanata, aceptando que él y los demás opositores son un balde de bosta, parece surrealista y termina siendo hiperrealista. La sumisión ante el insulto y la grosería delata la dependencia absoluta a ese discurso y deja la impresión de que serían esos medios los que gobernarían si ganasen esos candidatos.
De la tendencia al cambio absoluto, las encuestas se corrieron ahora a una tendencia al “cambio con continuidad” o viceversa. En consecuencia, se corren los que estaban en el oposicionismo cerrado y surgen declaraciones insólitas como que el macrismo no tocará la nacionalización de YPF, con la que nunca estuvo de acuerdo. Y que también dejará la Asignación Universal por Hijo, que existe gracias a la reestatización de las AFJP, a la que se opuso. Quiere ser una demostración de civilismo pero resulta demagógica cuando antes había dicho que todo será revisado.
Las encuestas que desvelan a los radicales los ponen muy por detrás de Massa y Macri, que son los dos únicos candidatos proclamados. Siempre son más favorecidos los candidatos proclamados que los potenciales. Esas encuestas sirven poco hasta que todos se pongan en campaña. Ni la alianza de radicales, socialistas y otras fuerzas tiene candidato ni lo tiene el kirchnerismo, pese a lo cual, en esas encuestas, está a la par de los que ya están en campaña.
Los niveles más bajos de imagen del Gobierno en estas encuestas rondan el piso del 30 por ciento. Pero tiene saltos que pasan el 50 por ciento en el conflicto con los buitres. Y supera incluso esa cifra con el lanzamiento del satélite. Son altas las dos cotas, la de piso y la más alta, pero lo más importante es que no hay una percepción estática, como festejan los medios opositores. En esa relación, el humor de la sociedad es cambiante, lo cual es bueno para el Gobierno aunque sería mejor si el nivel de imagen estuviera alto en forma permanente, cosa que tampoco sucede. En gran medida esa variabilidad está muy relacionada con las expectativas sobre la economía y con la capacidad del gobierno de proyectar tranquilidad.
En cuanto a los contenidos, los discursos que se han escuchado muestran a un gobierno centrado en sus políticas sociales, de derechos humanos y de integración latinoamericana y a una oposición bastante homogénea en todo lo contrario. El Gobierno pone contenidos y la oposición los rechaza, pero no tiene discurso propio y se muestra muy dependiente del discurso de las corporaciones mediáticas.
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