Lun 20.10.2014

EL PAíS  › OPINIóN

Contrastes

› Por Eduardo Aliverti

Los dos grandes episodios de la semana pasada son una antítesis, impresionante, que exhibe gran parte de las deudas y esperanzas de nuestra democracia.

Uno de los hechos simboliza todo lo que falta para erradicar la violencia institucional contra los excluidos de siempre. Es en un marco agravado porque hay el avance de volver a descansar en las cúpulas y subalternos de las fuerzas de seguridad, y en el espectacularismo, para combatir al delito. El otro, tan por el contrario, refleja lo que se prospera en políticas de Estado merecedoras de que, por muy rengos, contradictorios o desprolijos que puedan ser, se siga confiando en modelos conceptuales –y ejecutivos– como el vigente. Las alternativas que se le enfrentan dan una pavura que no es la táctica de decir que el Gobierno quiere meter miedo si es que en 2015 gana otra fuerza. Dan miedo realmente. Habría, en línea con eso, un tercer elemento semanal que fue el más agitado: la vocación derogatoria de referentes opositores. Irresponsable constitucional a toda prueba, el senador radical Ernesto Sanz abrió el fuego para producir una estridencia mediática que prolongase la costosa publicidad callejera de su pre-precandidatura y la presentación de ésta en un Luna Park que le quedó demasiado grande. Dijo que de ser presidente revocaría cuanta cosa nodal haya sancionado el kirchnerismo, como si un presidente democrático fuese un César que tuviera la facultad de anular leyes aprobadas por el Congreso. Increíble, y mucho más procediendo de alguien que, como Sanz, se cuenta entre las filas de los horrorizados por el funcionamiento de las instituciones. Pero detrás de ese descaro marchó la patrulla mediática y algunos mascarones se animaron a prenderse. El efecto fue adverso. Hubo retroceso y cambiaron al “sí pero no tanto”: sintoniza mejor con una sociedad de cuyas porciones mayoritarias es difícil creer que aspirarían a liquidar absolutamente todo lo que se hizo desde 2003. Cristina misma recogió el guante e ironizó que al satélite, aunque sea, no podrán derogarlo. Punto. No da para más. Fue otro zarandeo digno de quienes no pueden expresar una sola idea que no refleje neurastenia caceroluda.

El caso de Luciano Arruga sí que es distinto. Durante y después de la conferencia de prensa brindada por sus familiares y el director del CELS, ya se volcó un cúmulo informativo sobre el que este periodista no piensa abundar porque no tiene ni más ni mejores fundamentos que los precisados sobre las horribles incógnitas del suceso. Cualquier síntesis que se haga revelaría una indolencia estatal escalofriante, tanto en la producción de justicia como en el control de la mafiosa autonomía policial. Pero cabe el uso del potencial porque, ¿hasta qué punto es pereza de los organismos del Estado un accionar que redunda en el sostén de la violencia institucional? ¿Hablamos de apatía o de una pata casi invariablemente represiva que la administración estatal no tiene intenciones de corregir? En la orientación hacia las fuerzas de seguridad (?) en general, y de la provincia de Buenos Aires en particular, todos los intentos de establecer un manejo civil y decidido, contra los antros de corrupción policíacos, las zonas liberadas, el peaje uniformado, acabaron por sucumbir frente a esa lógica inservible de mano dura que calma, circunstancialmente, los apetitos desaforados de sectores medios. Nunca sirvieron para otra cosa el endurecimiento de las penas, el gatillo fácil o cualquiera de las estratagemas que remiten a entusiasmarse con sheriffs de baja monta, corrompidos, articulados con el crimen. Un pibe de 16 años desaparecido hace casi seis, en los márgenes de un conurbano bonaerense, donde los negritos como él y la bestialidad policial no cuentan para los escándalos mediáticos. La denuncia fundada de que lo detuvieron y torturaron por haberse negado a robar para la policía. El cadáver que ya estaba en el Hospital Santojanni, luego de un accidente de tránsito, cuando la familia preguntó por él y se les dijo que no había ningún Luciano Arruga. El entierro como NN en la Chacarita hasta que recién ahora se cruzan huellas dactilares. Ocho policías desplazados finalmente en 2013, pero sin detenidos ni procesados en la investigación. Toda información que de-see agregarse o toda especulación que quiera hacerse no superará el aspecto estructural que planteó Horacio Verbitsky: esto ocurrió porque Arruga era un joven pobre del conurbano, y si pasaba en Palermo Rúcula no tardaban seis años en encontrarlo.

Desde ya que el otro acontecimiento fue la puesta en órbita del ArSat-1, que pone a la Argentina “aislada del mundo” en el universo de élite de esta tecnología. Decisión de largo plazo; tantos científicos, técnicos y profesionales recobrados para un proyecto concreto y satisfecho, que no se agota ni mucho menos en esta realización; soberanía que dota al país de capacidades para la independencia productiva bien entendida. Y ya comenzó la campaña de pruebas, en el Centro de Ensayos de Alta Tecnología de Bariloche, para el ArSat-2, que podría ser lanzado hacia el segundo semestre del año próximo. En los foros de los medios aún hegemónicos, al momento de lanzarse el satélite argentino y en sus horas siguientes, pudo leerse una cantidad de guasadas, de expresiones de resentimiento político y de ignorancia técnica básica que, ni siquiera, estuvieron a la altura de la cierta resignación con que esos órganos de prensa opositores destacaron el estar viviendo un hecho histórico. No fue una actitud pareja, e incluso hubo curiosidades. Clarín, que encabeza las balaceras antigubernamentales con una vocación destructiva tantas veces carente de todo respeto por el chequeo de datos elementales, se avino a ubicar la noticia con amplio despliegue, en su portada del viernes. Se privó de editorializar negativamente en el título, destacó el hecho a secas con el acompañamiento de una foto impactante y se podría decir que, al menos en el tono de esta cobertura, refrescó la delicadeza periodística, el viejo romanticismo profesional, de ubicar la noticia por un lado y la opinión por otro. En cambio, La Nación, que suele guardar mejor las formas, con una prosa mucho más elevada y bien que no extraviando nunca su ideario rabiosamente gorila, invisibilizó la noticia, por completo, en su fachada del mismo día. Sin embargo, en la misma edición se publica una nota de Diego Cabot que traza perfiles elogiosos ante el lanzamiento del ArSat-1; admite como unánimes el reconocimiento de especialistas del sector por el satélite de Investigaciones Aplicadas (Invap) y el enlace que la empresa financió para la conexión de fibra óptica entre el continente y Tierra del Fuego, y afirma que comenzó a zanjarse una vieja deuda que Argentina tenía con el mundo espacial.

Entre las pocas groserías manifiestas detectadas por el suscripto, al momento de escribirse estas líneas, hubo un artículo tirado de los pelos que el viernes por la tarde se publicó en el portal de Clarín, en parte reproducido el sábado con firma editorial. Se afirma allí, con una ligereza asombrosa en el inocultable objetivo de relativizar la característica originaria del acontecimiento, que en realidad hubo ocho satélites argentinos lanzados al espacio antes que el ArSat-1. La argumentación se cae a pedazos porque la propia nota describe que ninguna de esas experiencias consistió, como ésta, en un satélite de telecomunicaciones íntegramente proyectado, diseñado y fabricado en Argentina. Como lo destacó Héctor Otheguy, gerente general de Invap, en declaraciones a este diario, somos el único país latinoamericano con la capacidad de diseñar desde el concepto y realizar todo el proceso, con la sola excepción del cohete que lanza el satélite. Pero vale repetir que aquellas notas periodísticas forzadas fueron de lo muy poco con que se intentó minimizar el suceso. Y es así que, aunque más no sea una fugacidad, la prensa que vive de insistir con el presente y futuro de un país igual o similar a 2001, con una inseguridad urbana que nos emparentaría con las de Ciudad Juárez o la capital guatemalteca, con una inflación lacerante de la que, invariablemente, los grandes grupos empresarios no tienen responsabilidad alguna, con una corrupción que también es sólo oficial, debió admitir que Argentina acaba de producir un salto científico de proporciones inéditas. Frente a lo incontrastable, también debieron dar marcha atrás algunos dirigentes de la oposición que poco antes habían cuestionado el despilfarro de recursos mandando lavarropas al espacio o haciendo empresas tecnológicas que no sirven para nada. Sergio Massa y Mauricio Macri hablaron ahora de un logro argentino enorme para el mundo que se viene. Hubiera sido mejor aún que reconocieran el error patético de sus dichos anteriores, pero sería pedir mucho en medio de un clima declarativo en el que, de arrasamientos derogatorios futuros hasta cuanto se quiera, sólo interesa exteriorizar oposicionismo en lugar de construir una oposición seria.

Seguramente, por fuera del impacto visual, natural, emocional, que provocó el lanzamiento del satélite, no debería perderse de vista a tanta gente que se pregunta acerca de si el espacio no andará por las nubes adonde está yéndose la inflación, en vez de dónde y para qué orbitará un satélite argentino. Y con igual seguridad debiera interrogarse si acaso los dramas del subdesarrollo no son provocados por los dueños de las economías subdesarrolladas que mandan los científicos a lavar los platos.

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