Mañana se cumplen cuatro años de su muerte y los siete precandidatos del Frente para la Victoria escribieron para Página/12, anécdotas mediante, cómo era su relación con el ex presidente.
Por Sergio Urribarri
El 15 de julio de 2008 hubo dos actos: el de la Plaza de los Dos Congresos y el de la Sociedad Rural de Palermo. De un lado, un gobierno popular abriéndose camino y reclamando para sí el ejercicio de todas las facultades que le competen por la Constitución, por la ley y por la voluntad popular, y del otro, el piquete gigante de la abundancia.
En Palermo, un palco con capacidad para albergar a toda la dirigencia opositora que se creía la voz de la Patria, las capelinas ondeaban junto con las banderas argentinas. En Los Dos Congresos la Argentina popular decía presente apoyando a la Presidenta. Dándole fuerza y soporte para seguir profundizando en los hechos la idea de la justicia, la igualdad y la equidad. Y eran muchos más.
Voy a contarles algo que casi nadie conoce: ese día estábamos muchos gobernadores reunidos en un hotel, a tres cuadras del Congreso, y cuando Néstor sale en helicóptero desde Olivos me llama y me dice “quiero que hables en el acto”, estábamos a 15 minutos del inicio.
Me temblaba el cuerpo. Sólo atiné, recuerdo bien, a llamarla a mi esposa. Le dije: “Negra, prendé la tele que tengo que hablar”. Será esa condición que tenemos los provincianos de no arrugar ante ninguna circunstancia la que me dio el impulso.
Esas tres cuadras que hicimos caminando con Néstor me sentía en el aire, porque tenía que hablar ante unas 300.000 personas, y la verdad es que yo no había hablado en actos de más de 5000 personas y mucho menos en Capital Federal.
Hablamos dos gobernadores ese día. Yo dejé el alma, hablé desde las tripas, y todos los canales de televisión estaban con la pantalla partida en dos: de un lado, algunos de la patronal agropecuaria, y del otro lado, este muchacho nacido en Arroyo Barú. Dije las cosas que me dictaba el corazón y si de algo no quedaron dudas, es del lugar donde estaba parado este gobernador entrerriano.
El asunto fue que el acto resultó espectacular, la experiencia humana me marcó a fuego. Cuando terminé ronco mi intervención, Néstor se acerca, me abre los brazos y me abraza. “Ahora entiendo por qué Cristina rompe tanto las p... con vos”, me dijo al oído.
En ese momento nació algo que me acompañará cada día de mi vida, la indescriptible sensación de sentirme alguien confiable en la alta política. La política que marca rumbos y no zigzaguea. Y se lo debo a Néstor y a Cristina. Néstor confió en mí. Y llevo eso como una herencia.
Por Florencio Randazzo
Mi relación con Néstor nació allá en el 2004. El era presidente y un verdadero huracán transformador que recorría cada rincón del país, reparando, conteniendo, devolviendo derechos y dignidad a las mayorías postergadas y quebradas durante los ’90.
Yo era ministro de gobierno de la Provincia de Buenos Aires y comenzamos a relacionarnos mucho en lo que fue la elección de Cristina como senadora, en 2005. Compartí decenas de experiencias junto a él y poco a poco nos fuimos haciendo amigos. En 2007, cuando la Presidenta me convocó para trabajar en el gabinete nacional, hablábamos casi a diario cuando iba a ver a Cristina a Olivos.
Luego, en la campaña legislativa del 2009, lo acompañé en interminables caminatas y recorridas por la provincia de Buenos Aires en un año que marcó un punto de inflexión para este proyecto político.
Conocí su buen humor –y también sus broncas–, su entrega con los más humildes y con los jóvenes. Pero fundamentalmente su voluntad inquebrantable para no romper jamás su compromiso de lealtad con el pueblo argentino.
Pero sin dudas el recuerdo que tengo grabado a fuego en mi memoria fue el del 22 de octubre de 2010, pocos días antes de su partida.
Fuimos con él y con Cristina a visitar Chivilcoy, mi pueblo natal, para los días del aniversario de la ciudad.
No sólo por la cantidad de anécdotas que puedo relatar de ese día, como la sorpresa por las miles de personas que inundaron las calles, el clima de fiesta que se vivió. Recuerdo la alegría de ellos, de Néstor y Cristina, y su necesidad de devolver el enorme afecto recibido.
Y no puedo dejar de recordar con una sonrisa cuando Néstor, al ver centenares de carteles, pancartas y pasacalles saludando y agradeciendo a Cristina por su presencia y pidiendo su reelección, y ante la escasez de carteles con su nombre, no dejó de amenazarme todo el tiempo con suspender todas las obras en Chivilcoy y de pedir al locutor del acto que borrara los anuncios que allí se hicieran.
No paró un solo minuto de hacerlo, de protestar, patalear y amenazar con generarme una interna en el distrito por no ver carteles con su nombre. Tanto bromeamos con eso que en la combi en que nos trasladábamos recibimos un fuerte reto de Cristina tratándonos casi de adolescentes inmaduros.
Ese era Néstor. Luchador incansable, genio político, militante, bromista, irónico. Pero, por sobre todas las cosas, un tipo leal a su compañera, Cristina, y leal al pueblo argentino. Ese era Néstor, mi amigo.
Por Daniel Scioli
Néstor Kirchner marcó mi vida para siempre. Desde que lo conocí, en El Calafate, invitado allí por Cristina –de quien yo era compañero de bancada en la Cámara de Diputados–, percibí en él a un visionario, a un hombre que sabía anticiparse y mirar más allá de las coyunturas políticas.
No sabíamos aún la historia común que nos tocaría vivir y que hoy, junto a la Presidenta, ya lleva 12 años de acompañamiento mutuo y de lealtad recíproca. En cada circunstancia que nos deparaba el destino, este vínculo se vio fortalecido.
Soy agradecido. En 2003, Néstor me honró eligiéndome como su candidato a vicepresidente. Como toda relación, maduró con el tiempo y se vio fortalecida en momentos cruciales. Volvió a elegirme en 2007, impulsando mi candidatura a gobernador de la provincia de Buenos Aires, y al encarar la normalización del Partido Justicialista, una vez más depositó en mí su confianza para que fuera su vicepresidente. Luego nuevamente en las elecciones parlamentarias de 2009.
Aprendí mucho de él. Como buen peronista, creía en la diversidad como motor de los grandes proyectos políticos. No se equivocó. Así quedó demostrado al recuperar la autoridad presidencial y la gobernabilidad en un contexto de semejante crisis y en un lapso temporal tan breve.
Interpretó la nueva economía y los cambios a nivel global que hoy son noticia todos los días. Impulsó una economía real por sobre la especulación financiera y preparó a la Argentina para lo que viene. Revalorizó la política, porque le dio intensidad a partir de hacer de ella una herramienta de auténtica transformación y ampliación de derechos. No es casual que hayan sido los jóvenes quienes hayan tomado la posta.
Néstor era sincero, frontal y espontáneo. Pero no lo conocen los que piensan que sus decisiones eran vehementes. Al contrario, era de una agudeza racional y una capacidad estratégica asombrosas.
Fue reconocido de adentro hacia afuera, como corresponde a un líder auténticamente popular. El mundo, especialmente nuestra región, lo distinguió por su tenacidad, sus logros y su visión continental, consagradas en su tarea en Unasur.
Me he propuesto honrar su confianza siempre, con lealtad y con trabajo. Sigamos sus políticas de desendeudamiento e inclusión. Trabajemos el presente con visión de largo plazo y nutramos la política de expresiones diversas para llevar a la Argentina a la próxima fase del desarrollo.
Por Agustín Rossi
Sin lugar a dudas, el 27 de octubre de 2010 es uno de esos días que está llamado a entrar en la historia, no sólo por la estatura política de Néstor Kirchner sino por lo que generó su fallecimiento en el pueblo argentino.
Muchos se sorprendieron de la masividad con que los argentinos acompañaron la despedida a Néstor Kirchner. No era la primera vez que la derecha en la Argentina se sorprendía por hechos de características excepcionales: pasó con el 17 de octubre de 1945, con el fallecimiento de Evita y con la muerte de Perón. Los sectores conservadores suelen tener poca capacidad para registrar los fenómenos que mueven la sensibilidad del pueblo argentino. Ni que hablar de los medios opositores, que por esas horas andaban tejiendo especulaciones políticas ridículas, mientras un sentimiento de enorme conmoción atravesaba toda la patria.
Estoy convencido de que ese día a millones de argentinos se nos cayó una lágrima. Pero a otros les cayó la ficha. Muchos se asumieron como kirchneristas, justamente, el día del fallecimiento de Néstor. Horas y horas, metros y metros de argentinos haciendo cola para darle el último adiós. Dirigentes políticos, artistas, intelectuales, científicos, comunicadores: todos quisieron estar presentes. Pero el hecho más distintivo fue el acompañamiento de los jóvenes.
Creo que el ejemplo de Néstor y de Cristina ha sido fundamental para que haya una nueva generación de jóvenes dispuestos a participar en la construcción de la Argentina desde la militancia política. La participación política de los jóvenes es un hecho trascendente para la democracia. Una democracia sin participación juvenil es una democracia flaca. Cuando los jóvenes participan, le dan a la democracia un sentido de trascendencia y oxigenan a las instituciones.
Por eso creo que recordar a Néstor Kirchner a cuatro años de su fallecimiento es una experiencia que combina tristeza por la pérdida, pero una enorme esperanza por su legado. Sembró miles y miles de flores que le dan a este proyecto político un sentido de futuro enorme. Nos dejó en Cristina un liderazgo político incuestionable, que trasciende incluso las fronteras de la patria. Pero, por sobre todas las cosas, nos dejó un sueño de país que permanentemente se recrea y se reinventa, asumiendo nuevos contornos y desafíos.
Sin dudas, Néstor Kirchner fue el dirigente político más importante de la primera década del siglo XXI en la Argentina. Marcó un camino distinto y generó un nuevo paradigma para la acción política.
Por Jorge Taiana
A cuatro años de la muerte de Néstor, uno de los mejores recuerdos que tengo con él es del viaje que hicimos a la selva colombiana en el marco de la misión internacional que se conformó para lograr la liberación de los retenidos que tenían las FARC. Encaramos juntos ese viaje con el claro objetivo de aportar a la pacificación de una realidad altamente compleja tratando de acercar a las partes a una negociación. Néstor estaba muy interesado en la complejidad política de Colombia y le entusiasmaba la posibilidad de poder ayudar a la liberación de personas que llevaban años en esa condición; además le resultaban sumamente valiosas las opiniones y visiones de los representantes de los distintos países que integraban la misión y del entonces presidente Uribe para llevar a buen término la liberación.
Cuando partimos para Colombia, el 26 de diciembre del 2007, hacía pocos días que Néstor había dejado la presidencia y creo que se sentía un poco aliviado después de cuatro años de una muy intensa gestión, que, como a él le gustaba decir, permitió que la Argentina saliera del infierno para llegar al Purgatorio. La verdad es que fue una experiencia maravillosa y a pesar del precario lugar donde nos alojábamos, del intenso calor y la humedad que él sufría como un verdadero pingüino, de los espías y agentes que nos seguían a sol y sombra y del doble juego de una organización que era parte de la misión internacional, se lo veía muy entusiasmado. Después de casi siete años de aquel viaje estoy seguro de que fue allí cuando Néstor sintió la importancia del rol que podría jugar en la consolidación del proceso de integración regional desde la Secretaría Ejecutiva de la Unasur, cuyo Tratado constitutivo estaba prácticamente consensuado entre los países miembro que lo firmaron pocos meses después.
Recuerdo también el viaje de retorno en el que volvíamos con un sentimiento ambiguo, porque si bien no habíamos logrado nuestro objetivo con la liberación de los rehenes, habíamos mostrado el interés de la región en que hubiera un proceso de negociación de paz en Colombia y todavía tengo presente cómo pasamos ese 31 de diciembre todos juntos en el Tango 01, lejos de nuestras familias en una noche tan especial, pero con la satisfacción de la tarea cumplida. Y cuando hoy veo que la negociación de paz entre las FARC y el gobierno de Colombia avanza, siento que en esa misión Néstor y todos los que lo acompañamos realizamos una contribución para que ese sueño de tantos se hiciera posible.
Por Aníbal Fernández
Los dirigentes no se dimensionan por otra cosa que por sus actos, por su acción en el ejercicio de la conducción política y por el amor: mezcla rara de admiración, respeto y cariño sumado a la lealtad que reciben.
Néstor Kirchner provocaba todo eso, y mucho más. “Se me murió el Perón de mi época”, me dijo un pibe durante el velorio. “Cerraste los ojos pero abriste millones”, rezaba un cartelito escrito a los piques. Y si esa definición no alcanzara, basta recordar el llanto desgarrado de los compañeros mozos de Casa de Gobierno frente al cajón, sin importar cuál es la formación política de cada uno. Esa imagen lo dice todo.
Un dirigente de verdad, como lo fuera Néstor, se manifiesta en toda su dimensión en la capacidad de conducir a los mejores, a los más cerriles, a los difíciles.
He discutido infinidad de veces con Néstor, mientras era su ministro del Interior y después también. A los gritos. Entendámonos: pude discutir solo porque él lo permitía. Tenía un carácter terrible y yo no soy de arriar con un palito.
Un día, discutimos fortísimo y a las puteadas. Juro que no recuerdo el tema. He hecho ingentes esfuerzos por recordarlo.
Cristina era presidenta; yo, ministro de Justicia. Esa tarde había partido de fútbol en Olivos como todos los viernes y decidí no ir para no tener que cruzarme con él, en la cancha, en su casa, en la cena... No daba, así que hice llegar mi aviso en tiempo y forma y me quedé trabajando, caliente como una pipa.
Como a las 21.30 llama Néstor:
–¿Dónde estás? –preguntó.
–Trabajando –respondí, cortito y al pie.
–¿Por qué no viniste...?
Hice silencio, tragué aire y le dije:
–Néstor, ¿después de semejante quilombo... querés que vaya?
–¿Sos boludo vos? –me cortó– Lo que pasó fue una discusión de la política. El fútbol es para no-sotros, para desenchufarnos, para tener un rato para nosotros. No mezcles las cosas.
Los dirigentes, los que conducen de verdad, deben saber encontrar espacios en los que sus colaboradores se relajan, esos momentos en los que “se dice la verdad”. Juan Perón lo explicaba con claridad, en sus clases de la Escuela Superior de Gobierno, en 1951: “Entre nosotros, compañeros de una misión común, con una doctrina común, no nos podemos ocultar la verdad; la verdadera colaboración está en decirle al amigo: ‘Esto está mal’”.
Discutí muchas veces con Néstor y algunas de esas veces me sorprendía porque, después de habernos cruzado durísimo, al día siguiente ponía en práctica esa idea o sugerencia de mi cosecha, origen de la discusión.
Así son los dirigentes de verdad... Tienen brillo propio, se distinguen. Motivan, generan espacios de discusión en el momento preciso...
Y no arrugan jamás, porque para ellos, la Patria, los intereses de todos los argentinos, jamás ocupan el segundo lugar.
Por Julián Domínguez
Néstor Kirchner está presente. Como las mejores mujeres y los mejores hombres de nuestra historia, su presencia está marcada por los hechos que volvieron concretas sus palabras. Hoy todavía me emociona el recuerdo de un Kirchner recién asumido como Presidente, anunciando que en sus planes de gobierno no se incluía la idea de “dejar las convicciones en la puerta de la Casa Rosada”. Néstor era una máquina de soñar, pensar y trabajar. Una tríada que no es para cualquiera. Transformar los sueños en pensamientos, para, con trabajo, hacerlos realidad no es tarea de muchos. La Argentina con que se encontró Néstor cuando llegó a la presidencia era un país de gente descreída, con un default irresponsablemente generado por las tropelías de los noventa, las dudas de una Alianza sabia en oposiciones e ignorante en posiciones y cobardemente votado por un Parlamento donde todos estaban echados por un Pueblo harto de sus chanchuyos. Con sus pobres 22 puntos de porcentaje de una primera vuelta que no tuvo la revancha de la segunda, el presidente electo se plantó ante la sociedad para “proponerles un sueño”. Hoy parece fácil, pero en aquellos días los argentinos creían en las pesadillas y descreían de los sueños, sobre todo de los que cualquier político viniera a proponerles.
Pregúntenles a Hebe, a Estela, a cualquier de-socupado que hoy ya no lo es, que creyeron en el discurso del Kirchner recién asumido. La pasión de miles y miles de jóvenes, el cariño y el reconocimiento de dos luchadoras como Hebe y Estela, no son producto de las palabras sino de los hechos con que Néstor fue jalonando su gobierno. El cariño y el reconocimiento que todos los peronistas le debemos debería ser compartido por las otras fuerzas políticas.
Hoy es indudable que la juventud se ha acercado a la política, no todos los jóvenes son peronistas ni apoyan a este gobierno, pero todos han abrazado la militancia, en fuerzas nacionales o liberales, a partir del cambio de paradigma que Néstor Kirchner les vino a proponer. Ahí andan los jóvenes radicales recuperando a Yrigoyen y a Alfonsín, viendo cómo entender el silencio en tiempos de proscripción del peronismo, ahí andan los socialistas recordando a Palacios y despreciando a Ghioldi, ahí van los comunistas reivindicando al Che y a Fidel, sin olvidar la traición del ’76, ahí van los liberales con su argumento de que no hacen política y así les va, ahí van los nuestros con Perón, Evita y Carlos Mujica, padeciendo la herida de López Rega y las tres A. A esos jóvenes Néstor los devolvió a la política, devolviéndole a la política su imprescindible juventud.
Si la heroica negociación de la deuda externa y su 70 por ciento de descuento, si la extraordinaria jornada de Mar del Plata y el no al ALCA, que junto a Lula y Chávez parió la Unasur, si la obstinada búsqueda de verdad y justicia para los oscuros años de la dictadura, si su surera defensa de la causa malvinera sólo hubieran sido palabras, hoy Néstor Kirchner sólo sería un busto más en el frío salón de los bustos de la Casa Rosada. Pero el Flaco siempre bancó con el lomo lo que dijo
con el pico. Por eso, como cantan los pibes, “Néstor no se murió”.
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