Mar 28.10.2014

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La continuidad de los cambios profundos

› Por Sergio Urribarri *

Dijo Dilma en su primer discurso como presidenta reelecta: “Algunas palabras y temas dominaron esta campaña. La palabra más repetida, más dicha, más hablada, más dominante fue cambio. El tema más ampliamente invocado fue reforma. Sé que estoy siendo reconducida a la Presidencia para hacer los grandes cambios que la sociedad brasileña exige”.

Esas palabras constituyen una mirada interpretativa muy diferente del lugar común que reza: cambio, en una elección, significa negar la reelección de un gobernante y abrir paso a un gobierno de otro signo, de oposición. Muchos comentaristas y periodistas en todo el mundo tuvieron precisamente esa lectura, equivocada a mi juicio. “El cambio deberá esperar”, dicen casi al unísono esas voces. Error.

Dilma leyó su victoria con una gran inteligencia y humildad. El voto de su pueblo le confirió un nuevo mandato porque entendió que ella estaba en mejores condiciones que su contrincante para emprender los cambios que demanda. La sociedad brasileña no quiso poner en juego las conquistas que logró durante los doce años de gobierno del Partido de los Trabajadores. Quiso asegurarlas y provocar nuevas transformaciones de la mano de quienes supieron hacerlo en ese tiempo. Y seguramente el pueblo no se ha equivocado y Dilma y su nuevo gobierno sabrán dar respuestas a las nuevas demandas de cambio.

Ese mismo concepto es el que hoy expresa la sociedad argentina. En todas las encuestas de opinión aparece este sentimiento de preservar los logros alcanzados de la mano de los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner y –a la vez– de exigir nuevos cambios, que mejoren aún más las condiciones de vida de un pueblo que no quiere retroceder.

Y si se mira el respaldo que la Presidenta tiene en esas encuestas, se puede ver que el pueblo argentino está convencido –como el brasileño, como el boliviano, como el uruguayo– de que ningún cambio puede presuponer el retorno a las condiciones imperantes antes de 2003.

Una oposición “derogadora” encontrará, seguramente, un amplio rechazo entre las grandes mayorías. Por el contrario, éstas esperan nuevas ideas para nuevos cambios, algo que hasta el presente los referentes del arco opositor no han sido capaces de mostrar. Sus críticas al Gobierno son insípidas e

inodoras. Carecen de sustento y de propuestas que tengan que ver con las aspiraciones populares.

La construcción de la Nueva Argentina exige más que la continuidad de las políticas públicas implementadas por Néstor y Cristina. Exige más que cambios cosméticos como algunos pretenden. Exige profundizar los ejes de la política que nos han llevado al ejercicio pleno de nuestra soberanía porque los tiempos que se avecinan serán de una gran batalla mundial por los mercados y por el manejo de los recursos y reservas naturales. Exige también una mirada integradora con nuestros vecinos de Mercosur y Unasur, que nos ayude a superar inconvenientes y a fortalecer nuestra presencia internacional.

Esta Nueva Argentina que queremos seguir construyendo no admite, entonces, la actitud restauradora de la oposición. Como ocurre en Brasil, Bolivia y, seguramente, Uruguay, en Argentina tampoco el camino al futuro pasa por el retorno al pasado.

* Gobernador de Entre Ríos. Precandidato presidencial del FpV.

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