EL PAíS › DOS MIRADAS SOBRE LA EX DEFENSORA DEL PUEBLO ALICIA OLIVEIRA, QUIEN FALLECIO EL MIERCOLES PASADO
Por Eugenio Raúl Zaffaroni *
Creo que ni siquiera ahora Alicia Oliveira deja la lucha. No la deja porque nos lega su ejemplo de valentía, de constancia y de enorme intolerancia a la injusticia. Quizá haya sido una de las personas con mayor grado de sensibilidad ante las injusticias con que me he cruzado en la vida. Sin duda que había asumido la función judicial en la forma en que la vivenciaba, o sea, siempre como una cruzada contra las arbitrariedades y la burocracia.
Destituida por la dictadura, rápidamente cayó en la cuenta de la naturaleza criminal del régimen y, como pocos, supo separar claramente la solidaridad con el dolor de la identificación ideológica. Era admirable la infinita paciencia con que en esos tiempos recogía datos y armaba un complicado rompecabezas en base a detalles reveladores de mucho de lo que hoy se sabe y entonces se ignoraba, en razón de un ocultamiento que Alicia iba penetrando día tras día. Todas las tardes llamaba por teléfono para relatarme en clave sus avances. A veces era tan cerrada la clave que no entendía lo que había descubierto. Los “servicios” lo sabían; los jueces de la época la conocían. Alguna noche pidió hospitalidad junto a su compañero ante el temor de un allanamiento o de una detención.
Todo eso me viene a la memoria, y también hechos de tiempos posteriores. En los ochenta, ante la explosión de “gatillo fácil”, no dudó en plegarse a la denuncia y luego incorporarse a la investigación regional de ejecuciones sin proceso en Latinoamérica. La recuerdo en la Constituyente de 1994 en Santa Fe y en la elaboración de la Constitución de la Ciudad de Buenos Aires en 1996, siempre alerta ante posibles trampas de las que nunca faltan en la política. Bajita y activa, con humor bastante ácido, siempre dispuesta a estigmatizar la insensibilidad ante el dolor, indomable en sus valores, así pasó por la Defensoría del Pueblo de la Ciudad y por el Ministerio de Relaciones Exteriores.
Dejó en todos lados su impronta “peronista”, es decir, su particular y claro entendimiento de la justicia social. Tenía la rara condición de enseñar mostrando caminos, desmantelando dudas acerca de lo éticamente correcto, pero también de lo racional, porque detectaba lo importante en cada situación, descartando lo secundario, cosa que es poco común, aunque parezca mentira. Por eso, tampoco ahora dejará la lucha, porque aunque no esté físicamente, es de esas personas que quedan, haciéndose presentes en cada cruce de caminos, cuando nos preguntemos por dónde hubiese tomado Alicia.
* Ministro de la Corte Suprema de la Nación.
Por Néstor Restivo *
Cuando morimos somos todos buenos. Es curioso cómo los grandes diarios argentinos valoran la trayectoria de Alicia Oliveira, incansable abogada por la defensa de los derechos humanos, ex jueza, fundadora del CELS y tantas otras cosas, reparando sobre todo en su amistad con el papa Francisco y su rol de puente entre esa figura y el gobierno nacional, mientras olvidan un episodio clave en su lucha contra el poder.
Alicia fue también, entre fines de los ’80 y la primera mitad de los ’90, asesora de la Secretaría de Derechos Humanos del gremio de prensa, que me tocó dirigir esos años. Defendió a periodistas como Horacio Verbitsky, un gran amigo suyo, por causas de desacato, al igual que a otros compañeros perseguidos por ese delito finalmente derogado (gracias a su esfuerzo), que usaba el menemismo para perseguir a periodistas; a Eduardo Kimel, en su larga lucha contra el juez de la dictadura Guillermo Rivarola, quien lo acosó en los tribunales por un libro en el cual Eduardo desnudó las complicidades de la masacre contra curas palotinos en 1976; a Hernán López Echagüe, autor de una biografía no autorizada de Eduardo Duhalde y agredido en la vía pública; a Juan Gelman, cuando regresó al país y debió enfrentar tribunales. A tantos compañeros más. Años después se haría cargo de la causa por el asesinato de Mario Bonino.
Pero de todo eso, lo más importante en mi opinión fue la gestión legal que hizo Alicia para detener una solicitada golpista, en 1987, que pretendía reivindicar al entonces encarcelado dictador Jorge Videla y al genocidio, y que alegremente iban a publicar los principales diarios del país.
Tipeadores, correctores y periodistas de Crónica, Clarín, La Nación y otros diarios dieron la voz de alarma porque se gestaba una apología al delito que iba a ser publicada el 25 de mayo de ese año. Y los sindicatos de prensa, de gráficos y de canillitas, en una inédita y auspiciosa como nunca acción conjunta, la frenaron para no ser cómplices de un grave delito contra la democracia si tipeaban, corregían, redactaban, imprimían o distribuían ese mamarracho firmado por lo peor de la derecha argentina. También Verbitsky inició una acción legal en paralelo. La labor incansable de Alicia, quien siempre en los temas penales pedía la opinión última de Eugenio Raúl Zaffaroni, en un fin de semana contra reloj, corriendo entre su casa –entonces en la calle Paraguay– y el Palacio de Justicia, hizo todas las gestiones en el tribunal de turno a cargo de Martín Irurzun para frenar la solicitada. Lo logró.
Los medios pusieron el grito en el cielo: censura previa, escupieron. Apología del delito en grado de tentativa, contestábamos, en un clima de ahogo al gobierno de Raúl Alfonsín, al que al cabo los grupos económicos doblegaron. La solicitada se publicó mucho tiempo después, pero ya su efecto golpista fue intrascendente, patético. Claro, cómo van a incluir, ahora, los medios, en sus homenajes póstumos a Alicia, su defensa de los trabajadores de prensa y de la democracia, dos ámbitos que esos mercaderes de la noticia intentan demoler a diario con el mismo empeño con que quisieron publicar aquel texto infame.
* Periodista.
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