Dom 07.12.2014

EL PAíS  › EL LIBRO DEL HIJO DE PABLO ESCOBAR CUENTA LOS APRIETES QUE SUFRIO EN EL PAIS

Mal trago argentino

La viuda y el hijo del narco más poderoso se refugiaron en nuestro país y cayeron, según la memoria que acaba de publicar Juan Pablo, en un chantaje que mezclaba lo político con la avidez. El ex juez Cavallo y El Fino Palacios en el centro de la trama.

› Por Raúl Kollmann

El libro que acaba de publicar el hijo del narcotraficante Pablo Escobar denuncia la pesadilla vivida por su familia en los primeros tiempos en la Argentina. También cuenta la vinculación entre policías, jueces federales y políticos para armar una causa judicial y orientarla políticamente. Juan Pablo Escobar, que en 1994 cambió su nombre judicialmente por Sebastián Marroquín, recuerda que un policía federal que respondía a Jorge “El Fino” Palacios inició la causa judicial diciendo que estaba con su auto parado en un semáforo y vio en el vehículo parado al lado a la viuda de Pablo Escobar. La mentira era evidente: nadie en la Argentina conocía de vista a María Victoria Henao ni podía identificarla en un semáforo, sentada en un auto con vidrios polarizados. Siete fiscales pidieron después la anulación del inicio de la causa. Lo asombroso es que ese policía resultó ser Roberto Ontivero, quien de la mano de Palacios y de Mauricio Macri llegó a jefe de la Policía Metropolitana. Y lo impactante es que según cuenta Escobar en el libro, el juez federal que intervino, Gabriel Cavallo, le prometió beneficios si acusaba a Carlos Menem de vínculos con el ahora llamado Patrón del Mal.

Refugio

Pablo Escobar, mi padre, las historias que no deberíamos saber (Editorial Planeta, 2014) es el libro donde el hijo del narco cuenta su versión de la historia. Juan Pablo tiene hoy 37 años, contaba con 16 cuando su padre murió en el techo de una casa en Medellín en una persecución del llamado Bloque de Búsqueda, grupo de elite formado por el gobierno colombiano, con asistencia norteamericana y sobre todo de narcos que se convirtieron en parapoliciales. El relato de la muerte –el 2 de diciembre de 1993– es una de las sorpresas del libro: Escobar hijo sostiene que su padre disparó contra los efectivos que lo rodeaban, pero que terminó suicidándose con la última bala. La versión oficial es que lo abatieron integrantes del Bloque.

Las últimas 35 páginas del libro están dedicadas al exilio en Argentina. La Justicia colombiana aceptó el cambio de nombre de la esposa de Escobar y sus dos hijos, Juan Pablo y Manuela, trámite que se formalizó en una escribanía con el visto bueno del fiscal general. Trascartón, se hizo también un acuerdo para que los Escobar se fueran a vivir a Mozambique para sacarlos de Colombia, terminar con la guerra entre narcos y evitar que se formara un nuevo cartel usando el nombre del Patrón. Y, como es obvio, había una cola de víctimas de Pablo Escobar dispuestos a cobrarse sus cuenta matando o secuestrando a algún integrante del clan.

El plan del refugio en Mozambique no funcionó y los Escobar terminaron en Argentina, donde vivieron con su identidad cambiada y en el anonimato desde fines de 1994 hasta 1999.

Semáforo

El inicio de la causa es realmente asombroso. Un policía federal se presentó judicialmente y dijo que tuvo que detener su auto en un semáforo y mirando a un costado vio en una camioneta Chrysler a una mujer igualita a la viuda de Escobar. El uniformado sostuvo que la conocía por haber visto fotografías en la División Drogas Peligrosas de la Federal. Como le pareció tan igualita, anotó la chapa y decidió investigar a quién correspondía. El tema es que la camioneta estaba a nombre de una sociedad uruguaya, Galestar. Más asombroso aún resulta el nombre del policía que consiguió semejante logro. Se trata de Roberto Ontivero, un oficial que era mano derecha de Palacios en la Federal y llegó a ser jefe de la Metropolitana cuando El Fino cayó por las denuncias de escuchas ilegales.

La maniobra fue tan burda que hubo siete fiscales que en los sucesivos años pidieron la anulación del inicio de la causa judicial, lo que deja en claro consideraron una maniobra la actuación tanto de Palacios como de Ontivero, dos jefes que llegaron a la titularidad de la Metropolitana.

Según cuenta el hijo de Escobar, el operativo policial fue parte de un apriete que sufría Victoria Henao. Cuando llegó a la Argentina estableció un vínculo con un administrador y éste, cuando se enteró de quién era, empezó a exigirle dinero y a quedarse con propiedades. Escobar hijo afirma que su madre denunció al administrador y éste cumplió con la amenaza de hacer pública la presencia de la viuda del Patrón en la Argentina.

El juez

El magistrado federal a cargo de la causa fue el entonces juez Gabriel Cavallo, quien ordenó la prisión de la viuda y del hijo. La detención estuvo a cargo de Palacios. “Cavallo presionaba a mi madre –dice Juan Pablo Escobar–. Le decía que si entregaba la clave de un disco encriptado encontrado en el allanamiento me dejaría libre a mí. Y que si declaraba en contra del ex presidente Carlos Menem, la liberaba a ella. El siempre insistía en que colaborara, que mi madre iba a empezar a ver ciertos beneficios. Lo que buscaba era que dijéramos que nuestra llegada a Argentina había sido negociada con el ex presidente.”

Cavallo se orientaba a dos temas. En los primeros días, decía que la documentación de los Escobar era falsa. Esto se derrumbó cuando el gobierno colombiano informó que el cambio de nombres fue legal y realizado con la aprobación de su fiscalía general. Luego, se orientó a la acusación de lavado de dinero del narcotráfico y asociación ilícita. Los Escobar argumentaron –está muy detallado en el libro– que la inmensa fortuna del padre quedó en poder del Estado colombiano, pero sobre todo en manos de los otros carteles de la droga, que exigieron las propiedades y los fondos en el marco de la guerra que había desatado Escobar. La Hacienda Nápoles, símbolo del poder y la opulencia del Patrón, que tenía 21 lagos artificiales, tres zoológicos, 1700 empleados, pista de aterrizaje, helipuerto y diez casas inmensas, fue expropiada por el gobierno colombiano. Pablo Escobar hijo cuenta en largos tramos los insólitos lujos de Escobar y sus cómplices, pero también la forma en que los otros carteles –según su versión– se quedaron con los aviones, edificios y hasta obras de arte de quien fuera la cabeza del Cartel de Medellín.

En la causa argentina intervinieron siete fiscales. Cuando dos de ellos –Eduardo Freiler y Federico Delgado– dijeron que no había prueba de delito y se negaron a acusar, Cavallo los acusó tácitamente y pidió su desplazamiento. En el proceso intervino Carlos Stornelli, que tampoco acusó a la viuda, y finalmente Carlos Cearras y Pablo Rechini elevaron la causa a juicio pese a que también consideraron que no había pruebas contra la mujer y su hijo. Finalmente, otro fiscal, Jorge Aguilar, pidió la nulidad de todo lo actuado, acusando al juez de privación ilegal de la libertad, prevaricato y abuso de autoridad.

Transcurridos siete años, todo quedó en la nada: la familia de Pablo Escobar fue sobreseída por el Tribunal Oral No 5 después que la Corte ordenara una pericia sobre los bienes de la familia y determinara que las cuatro o cinco propiedades que tenían en la Argentina no provenían de dinero del narcotráfico. Ella estuvo veinte meses presa y el hijo, un año.

El libro del hijo del narco más poderoso de la historia relata la niñez de un joven que a los once años tenía treinta motos; cuenta las guerras del narcotráfico en Colombia, pero también describe con acidez el funcionamiento de una parte de la Justicia Federal argentina y de la actuación de los policías federales que terminaron como jefes de la Metropolitana.

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