EL PAíS › OPINION
› Por Mario Wainfeld
Pactemos que eran las cuatro y media o algo así. La fiesta se venía construyendo, con los ingredientes habituales. Las columnas, los manifestantes “sueltos”, las aceras ganadas por los vendedores ambulantes. La pirotecnia perforaba oídos e invadía el olfato. Se vendían y se reponían carradas de choris o de hamburguesas (en los actos se las llama “Patys”, un “chivo” espontáneo y gratuito). Una jornada propia del “modelo”, con entusiasmo y consumo masivos.
La pantalla gigante esperaba de frente a quienes iban arrimándose a la Plaza de Mayo. Mostraba a los músicos populares en el escenario. Era un desafío tratar de escucharlos entre el batifondo de los bombos, los redoblantes, la cohetería y los paliques en voz alta.
Ya se habían congregado decenas de miles de personas y seguían afluyendo por la libre o encuadrados. Pero faltaban horas para poder calibrar la asistencia, para corroborar la capacidad de convocatoria del kirchnerismo, para trazar comparaciones con la rotunda masividad de los actos de Ferro y Argentinos Juniors, por no ir tan lejos en el tiempo, como diría Einstein. El cielo se venía encapotando, el solazo del día peronista cedía paso a nubes cada vez más oscuras. De pronto (o no tanto) pareció confirmarse la profecía deseada por algunos adversarios políticos: al kirchnerismo se le vino la noche. No sola, caramba, sino acompañada por un diluvio impiadoso. Todo un símbolo que los apocalípticos opositores sabrán interpretar. Lo agravaba un viento de esos que hacen volar las gorras, cimbrar a las personas más flaquitas y transformar a los paraguas en objetos con vida propia, incontrolables y predestinados al tacho de basura.
La Avenida de Mayo y la Diagonal Norte eran un camino de ida, rumbo a la Plaza histórica. La tempestad las transformó en un intercambio de flujos humanos, de ida y vuelta. La correlación numérica fue variando de la paridad a una asimetría grande, adivinen en qué sentido.
Los manifestantes que pudieron se albergaron en bares o cafés. Como ya es regla en esos actos pacíficos, la mayoría se mantiene abierta, incluso los de empresas gringas. Una cosa son los buitres y otra los Burger King o Starbucks donde quien quería podía darse el gusto de un café largo o mandarse un sandwich rebosante de colesterol e hidratos de carbono.
Un número atendible apeló al asilo político en los cafés más o menos tradicionales de la Avenida de Mayo que tomaron una tonalidad K, sin que quedara una mesa vacía ni para remedio. “Cuando hable Cristina, salimos”, le explicaba una madre joven a su hija de unos ocho años mientras aferraban un globo enorme y una muñeca que no le iba en zaga.
Los artesanos cubrieron sus mercaderías con material impermeable, a velocidad de expertos: saben hacerlo para levantarlas ante otras contingencias. Un hombre con una canasta rebosante de flautas de salame y queso voceaba que estaban en oferta. Marketing callejero, que le dicen.
Mucha gente se fue disgregando en pos de los bondis que colmaban la Avenida 9 de Julio o de colectivos de línea. Otros, como el cronista, se subieron al subte. Los que cantaban la marchita más fuerte se adueñaron del primer vagón, eran jóvenes, estaban empapados. En el resto de la formación se distribuían gentes del común, sonrientes, cruzando comentarios, como si se conocieran de antes. De alguna manera es así: la identidad colectiva existe y establece lazos... aunque es inasible para algunos.
La jornada iba a ser recordada por ser la última con Cristina Fernández de Kirchner en la Casa Rosada. La tormenta le agregó otro aditamento, que ayudará a la memoria. De cualquier forma, al mal tiempo se le contraofertó buena onda. Un rasgo común (ignorado por la Vulgata dominante) de las convocatorias del kirchnerismo.
Se anunció que a las ocho hablaría Cristina “desde adentro”.
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“Adentro” fue el Salón de las Mujeres Argentinas, ámbito razonable para la entrega del Premio Azucena Villaflor, pero acaso acotado para un discurso en un día así. La oradora levantó el tono emocional y no se privó de nada: habló cincuenta minutos bajo techo y unos diez cuando salió al balcón.
Recorrió un repertorio muy amplio, que fue desde la igualdad como eje de los gobiernos recientes hasta la oposición de dos proyectos (sólo dos) como clave de toda la historia nacional. Transitó el inventario de las medidas tomadas desde el 2003. Criticó a jueces y fiscales (“no a todos”), distinguió con precisión a “la Justicia” del Poder Judicial.
Un discurso así deja mucha tela para cortar, ejes para acordar o disentir. Tal vez, en la premura de la síntesis y el cierre valga resaltar las alusiones a la coyuntura política y las elecciones. La presidenta Cristina minimizó la posibilidad de ser candidata al ParlaSur. Interpeló a las fuerzas opositoras a explicitar cuál es su proyecto sin limitarse a “injurias, calumnias y denuncias”. Fustigó a los que creen que “un color, una foto o una campaña” definen un proyecto político. Alusión que atañe al amarillo del PRO, de Mauricio Macri, o al naranja, de Daniel Scioli. Dejó abierta la interna del Frente para la Victoria (FpV).
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Cristina Kirchner se pone muy coloquial cuando se entusiasma: usó decenas de palabras como “yugar”, “bancar” “anche”. Llamó al ministro Axel Kicillof diciéndole “vení, chiquito”. Ironizó a diestra y siniestra, dedicó unos instantes a los diarios y sus titulares.
Salió a la plaza para dirigirse a una cantidad apreciable de manifestantes de fierro, que se quedaron o volvieron. No fue bastante toda el agua para apagar tanto fuego. Las tomas panorámicas de la tele parecían mostrar que eran de una generación, la nacida o criada en democracia.
Cristina enunció algo que forma parte de su lectura de la realidad actual y futura. Sin embargo, no siempre es dicho o no es dicho lo suficiente. Ellos serán los eventuales defensores de los pilares del proyecto, si son puestos en jaque en el futuro. Ellos, los jóvenes movilizados y los beneficiarios de los avances político-sociales, aunque hoy día no estén identificados con el oficialismo.
Es una perspectiva subestimada incluso por unos cuantos dirigentes kirchneristas. La de un sector amplio y activo de la sociedad como factor de resistencia a intentos reaccionarios (y no sólo un conjunto de funcionarios o un gobierno).
La oradora usó el vocativo “chicos” para dirigirse a mujeres y hombres de treinta años o más que la vitoreaban desde la Plaza. Puede parecer impreciso o tal vez indulgente. Pero cobra sentido si se traduce en términos generacionales, la Presidenta cree que una buena parte de su legado será retomado y honrado por los jóvenes.
La noche era una bendición de tan fresca y había escampado del todo.
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