EL PAíS › OPINIóN
› Por Eduardo Aliverti
A esta altura, la marcha opositora del miércoles pasado lleva a preguntarse mucho más respecto de su después que por su durante. Cabe apuntar esa obviedad, porque pareciera que, en alto grado, sólo se tratara de insistir con señalamientos ya expuestos suficientemente de un lado y de otro. La clave es acertar si lo ocurrido representa o no un nuevo escenario político o algún cambio significativo en el que ya se conoce. Expresado tantas veces: se puede no estar seguro de la respuesta, pero sí de cuál es la pregunta.
Con chicanas de baja estofa o de buena calidad provocativa, con mayor o menor rigor profesional, con fraseología cursi o argumentaciones atendibles, es dable afirmar que ya todo fue dicho si es por los ánimos propagandísticos y la crítica ofensiva o defensiva. Enroscarse, por caso, con la discusión en torno de la cantidad de asistentes, no tiene sentido. Fue una manifestación enorme, con la misma composición de clase que la convocada a través de Juan Carlos Blumberg en abril de 2004, la de las patronales agropecuarias en julio de 2008 y la de algunos de los cacerolazos. Todas imponentes. Todas ancladas en sectores medios y altos cuya bandera es la apoliticidad, contra un gobierno que en la calle y en los estadios dispone de una capacidad de movilización similar o superior, bien que más sistemática al estar dotada de militancia, volumen organizativo, franjas juveniles activas y, claro, un liderazgo concreto. ¿Hubo alguna novedad, el miércoles pasado? ¿La hubo en la forma en que apostaron los medios? ¿La hubo en dirigentes de la oposición que marcharon casi a escondidas, porque el presunto acriticismo enojado de los marchantes los alcanza también a ellos? ¿Qué tendría de novedoso que a la multitud no le importaron los antecedentes de los fiscales convocantes, como en su momento no interesaron la inutilidad comprobada del endurecimiento de penas contra el delito o los pergaminos de la oligarquía campestre? ¿Qué hay de original en el razonamiento de que ésta es la gente, la sencilla gente conmovida, y no una negrada comprada a planes y choripanes? ¿Qué se puede discutir con sujetos que enlazan a Cristina con Isabelita y Galtieri? ¿Cuánto más exhortar a la serenidad analítica siendo que hasta ahora las investigaciones indican fue suicidio, si la prensa opositora ya emitió dictamen por asesinato? Un ejemplo, a no perder de vista, son los numerosos sectores y personalidades de la comunidad judía que alertan su disgusto por la exclusividad mediática de DAIA y AMIA. Se escucha únicamente la voz de esa dirigencia, así como predomina la de los fiscales embarrados por el encubrimiento del ataque terrorista. ¿Le importa eso a quienes la escenografía del miércoles les impidió vociferar contra la yegua? También puede preguntarse si le importa al Gobierno tomar nota de sus notables errores de comunicación o reconocer que llegó demasiado lejos en sostener a un fiscal que reportaba a una potencia extranjera. En resumidas cuentas, y a eventual riesgo de que el concepto resuene (muy) políticamente incorrecto, la pretensión de que “el otro” escuche carece de lógica si es que hablamos de los unos y los otros que tienen posiciones definidas. Sí es cierto que hay una diferencia de sinceridad entre quienes sostienen que esto es como siempre una batalla política –el firmante se incluye– y aquellos que se pretenden militantes de una asepsia a la que sólo le interesa el esclarecimiento del episodio.
Los acontecimientos inmediatamente previos y posteriores a la marcha ratifican que el terreno está intoxicado de operaciones, para cuya advertencia no se necesita de sapiencia política alguna. Una extraña testigo de la escena del departamento de Nisman, que casualmente aparece un mes después, horas antes del acto, en el diario que casualmente motorizó la convocatoria de la manifestación. Natalia Fernández enloda a Viviana Fein, casualmente en coincidencia con la presunción de que buscan apartar a la fiscal para asentar la causa en el fuero federal. La testigo, en su declaración ante Fein, rectifica sus dichos en toda la línea que sustentó el alerta amarilla de los medios: no hubo “pititos” ni fiesta con medialunas, ni cafetera manoseada ni fojas alteradas. Pero los medios opositores informaron que se ratificó, hasta que el sábado se corrigieron a mucha distancia de los títulos centrales usados para esparcir inicialmente la noticia. Casualmente, el día siguiente a la marcha fue confirmado el procesamiento de Amado Boudou por el caso Ciccone. Y casualmente el mismo día después, la misma Cámara Federal confirmó al juez Claudio Bonadio al frente de la llamada causa Hotesur, que involucra a la Presidenta y a su familia, casualmente el mismo día en que el juez federal Luis Rodríguez cita a indagatoria a la procuradora del Tesoro, Angelina Abbona, que casualmente es la funcionaria que refutó la denuncia de Nisman. El juez Rodríguez, casualmente, encabezó y aún comanda causas contra funcionarios gubernamentales. Entre una larga lista de impugnaciones y denuncias, el CELS supo repudiar el nombramiento, por su “poco interés” en diligenciar la causa de intento de soborno para favorecer a los imputados por el asesinato del militante Mariano Ferreyra. Y casualmente es el mismo juez que, a comienzos de este mes, también citó a indagatoria al titular de la Unidad de Información Financiera (UIF), José Sbattella, por revelaciones casualmente vinculadas al Grupo Clarín. Todo es obra de una casualidad permanente, Carlos Menem dixit, tanto como el fallo que acaba de favorecer al Grupo en su pretensión de no adecuarse a la ley de medios audiovisuales. Y nada de todo esto forma parte de operaciones políticas, sino del hartazgo de la porción impoluta de la Justicia que se hace eco de la ciudadanía lampiña que está harta de la mierda de la política.
En tren de discusiones más serias, hay tres interrogantes que por ahora no tienen contestación segura. Se conectan entre sí. Uno apunta a si los sectores más furiosamente confrontativos, que el miércoles volvieron a demostrar corpulencia esporádica pero corpulencia al fin, serán capaces de construir su herramienta política electoral. Una que sea definitoria y que por ahora, a los tumbos, se reduce a condiciones favorables en distritos que no alcanzan para sacar pecho. La Presidente, en su última carta, alude a la aparición pública del Partido Judicial. Quienes no estén de acuerdo con ella deberían reconocer que, de piso, su afirmación es verosímil. En todo caso, vale la pregunta acerca de cuál sería la popularidad conducente del nuevo agrupamiento, so pena de que si presenta candidatos quedaría formalmente al descubierto. Otra incógnita interpela a esa suerte de tercio viscoso, fluctuante, de humor muy emparentado con las circunstancias económicas de momento y del que habrá de verse cuánto se asusta frente a la tensión propagada: ¿gira a la derecha así nomás o no es tan fácil que vuelva a comer vidrio en una elección presidencial? El tercer desafío es la capacidad de reacción del kirchnerismo, básicamente mediante el liderazgo de Cristina y, casi, al margen de quién sea el candidato oficialista. La referencia más cercana y potente es 2008/2009/2011, cuando el Gobierno instrumentó el paso atrás y dos o varios adelante. Pero cabe acordar con el sociólogo Ricardo Rouvier en que hoy es diferente, aunque se verá si distinto, porque en aquella secuencia se trataba de enfrentar a un cuerpo de agentes económicos concentrados, propiamente expresados como tales. Esos grupos continúan en el mismo bando, desde ya, y queda dicho que siguen carentes de armas electorales firmes, pero ahora lo que rige es instalar la idea de un gobierno criminal entre esa fracción de la sociedad con ánimos cambiantes. Es barrer con la “noción” de kirchnerismo como sea, dejando el camino libre para el mayor consenso que se consiga a fin de volver atrás, lo más pronto posible, con todas o la mayoría de las conquistas populares de este período. Sin partido militar y con la economía en disputa, los medios y su familia judicial son el mejor recurso de que disponen. De hecho, hablan ya de Mani Pulite y no tardarán en plantear el juicio político a la Presidenta.
Para cerrar con otras obviedades, y como ya lo exteriorizaron colegas varios, el miércoles hubo una nueva evidencia de la irrestricta libertad de expresión que vivimos. “Sin querer queriendo”, como escribió Mario Wainfeld, lo demostraron los propios fiscales quejosos, los medios dominantes y la numerosísima asistencia. Por lo menos, debería poder aspirarse a la honestidad intelectual de reconocerlo. Tampoco hay caso y debe admitirse que podrá haber lugar para la indignación, pero no para la sorpresa. En una de sus muy pocas intervenciones televisivas, días pasados, Tito Cossa recordaba el encadenamiento retórico de los golpistas desde 1930. Lo hizo prácticamente emocionado, conteniendo la invitación al exabrupto. Esa obviedad imprescindible de certificar lo idéntico de los pronunciamientos de los mismos grupos, con las mismas oraciones y la única diferencia de que esta vez no pueden darle carácter de proclama convencional. El gobierno decadente, la corrupción, la impunidad, el régimen, la falta de libertades, la patria amenazada. Voltearon a Yrigoyen y a Perón, parieron la violencia institucional, desataron una masacre inédita, vendieron el país. Los matices que quieran encontrarse no modifican en nada el centro de la cuestión. Ni mucho menos las palabras.
Vale machacar con lo obvio, porque es obvio que hace falta.
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